PASO sí o PASO no, lo que a (casi) nadie le importa. Por Daniel Campione.

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Asistimos a la prolongada y reñida controversia acerca de la suspensión, derogación o confirmación de la existencia de las elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO).

Constituye uno de los ejemplos más visibles y reiterados de la amplia capacidad de las coaliciones políticas mayoritarias de Argentina a la hora de dedicarle empeño y tiempo a temas faltos de interés para la ciudadanía.

Cuya pertinencia sólo se explica en torno a la pretensión de obtener o mantener cargos en el aparato del Estado mediante elecciones. Y por lo tanto sólo motiva a la dirigencia política “sistémica”.

La discusión toma una tonalidad más bien absurda en cuanto se repara en que las PASO fueron una creación de la primera presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. Y ahora sus partidarios más acendrados constituyen buena parte de los impulsores de su no realización. Junto con gobernadores de algunas provincias y un buen número de intendentes o alcaldes de municipios.

El debate podría ser medianamente fecundo si lo que estuviera en juego fuera la alternativa de realizar de todos modos elecciones primarias, pero con el voto en las mismas reservado a los afiliados de los partidos o alianzas que ponen la conformación de sus respectivas listas en juego.

No son pocos quienes cuestionan el carácter totalmente “abierto”, en función de que ello permite el voto de ciudadanos que no tienen ningún vínculo o participación en relación a la fuerza política acerca de cuyas candidaturas se pronuncian. O incluso no piensan votarla más tarde.

Ocurre que, al menos en el ámbito del Frente de Todos (FdT) y su antecesor el Frente para la Victoria, el propósito parece ser que no haya tampoco internas “cerradas”, al menos sí se toma como referencia la actitud en la confección de listas en comicios anteriores.

Predominó casi siempre la determinación de las candidaturas entre cuatro paredes, sin consultar con nadie o librando disputas en el seno de círculos muy cerrados. Y sobre todo mandó la “lapicera”, manejada por personas de confianza de la actual vicepresidenta. El “kirchnerismo”, creador de las PASO, casi no las utilizó con posterioridad a su establecimiento a escala nacional, por la Ley Nro. 26.571, sancionada en diciembre de 2009.

La diferencia es que ahora el actual presidente Alberto Fernández y algunos núcleos que permanecen más o menos fieles a su figura, confían en sí utilizar las internas abiertas como modo de quedar mejor parados en la determinación de las postulaciones. Y en el caso del primer mandatario, al menos para amagar que competírá por la candidatura presidencial en 2023.

“La única verdad es la realidad.”

La de arriba es una de las frases de Juan Domingo Perón que más le gusta citar a sus partidarios, hasta hoy. El general la tomó de Aristóteles, y la misma sentencia fue invocada por Immanuel Kant.

Hoy la dirigencia peronista se convulsiona entre arduos intentos de construir una” verdad” distinta a la realidad.

De cara a las necesidades de la sociedad y de las clases populares en particular el fracaso de este gobierno es indisimulable y completo. Máxime si se toma en cuenta el incumplimiento de su promesa fundamental, la de reconstruir ingresos, nivel de vida y condiciones de trabajo de la mayoría de la población. De modo de revertir, se decía, la devastación cometida por el neoliberalismo, que denunciaron hasta la fatiga.

En el discurso peronista, desde ese punto no se podía (o al menos no se debía) descender más. El desbarranco continuó impertérrito bajo la égida “nacional y popular”.

Valga un dato de muestra: El ingreso laboral promedio del segundo trimestre de 2022, el último sobre el que se informó, es 24,3% inferior en su poder de compra al del mismo trimestre de 2017, en plena presidencia de Mauricio Macri.

Si se toma un lapso algo más breve; el poder de compra de alimentos del salario promedio en julio de 2022, resulta 6,4 por ciento inferior al de diciembre de 2019. Al final del gobierno Macri, cuando se supone, al menos desde la mirada de los adeptos al FdT, que el mayor daño estaba consumado.

Si la comparación se hace con diciembre de 2015, fin del segundo gobierno de Cristina Kirchner, el nivel de caída respecto a la actualidad es casi del 24%.

Queda claro: El deterioro del poder adquisitivo durante el anterior período presidencial fue de verdad acentuado. El “detalle” es que quienes en teoría vinieron a resolver esa situación no han hecho sino profundizarla.

Cabe señalar que la fuente de estos datos es el instituto CIFRA-CTA, insospechable de cualquier afinidad con la oposición de derecha ni de antiperonismo.

Lo anterior conforma una evidencia palmaria de que la política de concesiones a las grandes empresas para que “moderen” los aumentos de precios resultó fallida.

Y que se frustró de modo incontrovertible toda la mirada “consensualista” que, cooptada por el abordaje de la derecha con conciencia o sin ella al respecto; siguió cada vez más la hoja de ruta marcada por el gran capital y los organismos financieros internacionales.

Buscó el favor de los más interesados en imponer un ajuste cada vez mayor, apenas como prefacio de “reformas estructurales”. Con vocación de exhaustividad en cuanto a arrasar lo que queda de derechos de los trabajadores y pobres; servicios públicos a cargo del Estado y condiciones de vida y trabajo dignas.

“Este gobierno no es peronista” vocean o insinúan algunxs dirigentes del FdT. Otra vez el antiquísimo truco de echar fuera del redil del “movimiento” a sus derivaciones desagradables. Arbitrariedad que suele compatibilizarse con la manifiesta predisposición a seguir gozando de las canonjías de un aparato estatal que se supone en manos “ajenas” a la hora de despegarse, sólo en el plano simbólico.

Juega asimismo su papel el espantajo del retorno de una derecha “recargada”. Ya comienza a esgrimirse, con elusión de las responsabilidades propias en la no generación de incentivos para que el sufragio popular se incline en una dirección diferente al neoliberalismo puro y duro.

¿Y si no hay PASO?

Lo cierto es que el establecimiento de candidaturas entre gallos y medianoche, llegó al paroxismo en 2019 con la “invención” de Alberto Fernández como aspirante favorito a la presidencia, sin el menor aviso previo y mediante un video, algo que aún está fresco en la memoria colectiva.

Después de semejante tropelía respecto a cualquier modalidad de deliberación más o menos democrática parecería que no queda nada por recrear en la materia. Entonces no debería sorprender a nadie que, haya o no internas abiertas, reaparezca la “lapicera” omnipotente.

Que la perspectiva sea de prácticas semejantes para la renovación presidencial del próximo año presenta, además de su sustancia antidemocrática, el problema de ser un regalo en bandeja a la hora de allegar nuevos creyentes para el discurso pseudorrepublicano del que tanto abusa Juntos por el Cambio (JxC).

E incluso para popularizar el mensaje contra la “casta” de Javier Milei, perpetuo denunciante de las “trenzas”, entre las que por supuesto incluye en lugar destacado los acomodos electorales.

Es cierto que no se conocen los mecanismos de democracia interna a los que recurre La libertad avanza, su partido. Pero ése no es un tema en el que repare el economista ultraliberal. Y al parecer tampoco lo hacen quienes se inclinan o podrían inclinarse por votarlo.

No por ser casi un lugar común resulta menos cierto que entre el original y una copia más o menos desteñida, el electorado suele preferir al primero. Si se trata de hacer “buena letra” con las grandes empresas locales y multinacionales, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Departamento de Estado y ainda mais, JxC es un prospecto sin competencia posible por parte del dividido y cuestionado Frente de Todos.

¿Por qué votar entonces al FdT? Más allá de la minoría de fieles que no dudarán en sufragar por quien “la jefa” designe, y que ascenderán al estado de euforia si la candidata fuera ella misma ver aquí, como dejan caer aquí o allá algunos dirigentes afines, las razones escasean.

Si en cambio el peronismo “kirchnerista” decidiera descartar las credenciales de “seriedad” y “previsibilidad” y adentrarse en un rumbo diferente, sería poco creíble. Salvo que encarara un proceso de movilización y creación de consenso de masas en esa dirección. Emprendimiento político cuyo lanzamiento nada hace avizorar.

Más bien predominan los indicios de que la apuesta principal es a un cuasiprovidencial “plan de estabilización” de manos del poderoso ministro de Economía. Acompañado por “soluciones” verbales (Gramsci dixit) para disminuir el efecto del abandono vergonzante de las consignas “justicialistas”.

Las circunstancias están claras. Pareciera que nadie que posea una cabeza con aspiraciones críticas podría albergar expectativas favorables hacia ninguno de los contendientes del “bicoalicionismo” dominante. Ni creer en una “grieta” abismal, que en realidad es cada vez más estrecha. Salvo que se adopte una visión de superficie, sólo incidida por el plano verbal y estético.

Sin embargo, todxs conocemos a devotos de un “progresismo” menguante que están dispuestos a seguir profetizando una hecatombe. Una cuyas bases de sustentación edifican día a día los dirigentes a los que insisten en apoyar.

El único progresismo sin comillas puede ejercerlo una conjunción independiente de los poderes fácticos. Sin fantasías de “unidad nacional” transversal a las clases antagónicas, ni propensión a optar por un “mal menor” que en los hechos no hace nada para alejarse de “lo peor”.

Fuente: https://tramas.ar/2022/11/09/paso-si-o-paso-no-lo-que-a-casi-nadie-le-importa/

Daniel Campione
Daniel Campione

Profesor universitario en la UBA, investigador en temas de historia del siglo XX y actualidad política. Autor entre otros libros de “Los orígenes estatales del peronismo”, “La guerra civil española: Argentina y los argentinos” y “Los años de Menem”.


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