Vale agregar que a pesar de las políticas de recuperación implementadas y de los avances logrados en una u otra esfera, muchas de las condiciones externas e internas de la crisis y muchos de sus efectos, se han extendido en el tiempo y la recuperación socioeconómica es hasta hoy una tarea inacabada.
Sobre este escenario se ha planteado el tema del “cambio de mentalidad”.
Por una parte, como el cambio requerido por la dirección política frente a las tendencias burocráticas y centralizadoras del funcionariado, las que dificultan el avance de las políticas de reformas; y por el otro, como los cambios –espontáneos o inducidos- ocurridos en la subjetividad y conducta de diversos sectores de la población.
Algunos de estos últimos cambios podríamos resumirlos como sigue:
A pesar de que la estructura de valores dominante en la población muestra la primacía de valores patrios, humanistas y de solidaridad, se aprecia un corrimiento en favor de valores particulares como el éxito personal, el compromiso con la familia y la superación de los efectos de la crisis “por cuenta propia”.
El imaginario predominante hasta los años ochenta de que la suerte común estaba ligada al progreso de la nación y que la suerte del país era la locomotora que tiraba del conjunto de la población, se ha modificado. De hecho, grupos en situación ventajosa o con recursos materiales o intelectuales, han pasado a estrategias individuales de recuperación aisladas de la suerte del país. La emergencia de un sector privado de la economía y el auge de las relaciones monetario-mercantiles, refuerzan esta tendencia hacia estrategias individuales de superación de los efectos de la crisis y propósitos de alcanzar un más rápido ascenso social.
La crisis de los años noventa ha sido identificada, interesadamente, como una crisis del sector estatal de la economía lo que ha dado lugar a un imaginario de lo privado como la esfera de la eficiencia y el progreso individual. La gestión individual exitosa y los procesos de desestatización en curso, vigorizan este imaginario.
Los cambios políticos promovidos desde los años noventa –reformas constitucionales, nueva ley electoral, creación de los Consejos Populares, cambios en el liderazgo, consultas públicas, etc.- han sido insuficientes para propiciar una mayor participación de la población en los asuntos públicos, particularmente entre los jóvenes. Los valores cívicos han tendido a sustituirse por la anomia política de sectores de la población. La necesidad de nuevas reformas políticas que favorezcan una mejor representación y mayor participación de la población y sobre todo, la falta de una sucesión política generacional, fortalecen esta tendencia a la creciente despolitización y menor activismo de la población.
A pesar de la hazaña de sobrevivir a la crisis de los años noventa y de la rápida recuperación ampliada de la política social de la Revolución, componente fundamental del modelo de bienestar de los cubanos, la dilación en la recuperación socio económica, así como la desaceleración del desarrollo del país han propiciado un imaginario anti socialista que se mueve desde valores socialdemócratas hasta valores liberales. El imaginario relacionado con las experiencias asiáticas de “socialismo de mercado”, la emergencia de una sociedad de la información dominada por la cultura burguesa, el consumismo del american way of life, así como una mayor exposición a los medias externos, sustentan estos valores.
El predominio de los valores patrios no ha dejado de acompañarse de manifestaciones de debilitamiento de la identidad y la cultura nacional, tales como la subestimación o falseamiento de la memoria histórica, la sobrestimación de lo foráneo, la irreverencia frente a los símbolos nacionales, la penetración de corrientes culturales neocoloniales, etc. El debilitamiento de la actividad educativa en el país, el agotamiento del discurso hegemónico y las deficiencias de los medios de comunicación social, han propiciado el incremento de estas manifestaciones y de su permisibilidad entre la población.
No obstante los altos niveles de instrucción alcanzados por la población, del creciente acceso de esta a la información y de su mayor desarrollo cultural, los patrones de disciplina social y laboral, así como de buenas costumbres, se han visto seriamente afectados por tendencias a la indisciplina social y al deterioro de las normas de convivencia. La debilidad de las autoridades para exigir el cumplimiento de las normas de conducta legalmente establecidas, así como la pasividad de la población frente a conductas impropias, han contribuido a este deterioro.
A las condiciones antes descritas del escenario nacional se agregan ahora las derivadas de la “normalización” de relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
La estrategia declarada del Gobierno norteamericano y sus seguidores, de subvertir al régimen revolucionario por otros medios incluye, además de la promoción de unos actores sobre otros –emprendedores, clase media, jóvenes, negros, etc.- una dimensión ideológico cultural orientada a modificar la estructura de valores dominantes en favor de aquellos que expresan su corrimiento hacia una sociedad más individualista y competitiva.
Puesto que la sociedad cubana actual es otra y no volverá a ser la que fue, conocida la situación y las tendencias presentes en ella, declaradas las intenciones de los adversarios del proyecto de nación y de sociedad promovido por la Revolución y planteado el desafío de instaurar y sustentar en la población una mentalidad comprometida con los valores que sustentan tales proyectos; la reorientación de los cambios que acaecen en la ideología y la cultura de los distintos sectores de la población demanda: una estrategia específica y políticas públicas que superen las condiciones que lastran su desarrollo; y una “batalla de ideas” dirigida a preservar
la estructura de valores promovidos por la Revolución. Lo anterior supone, entre otras:
Discernir los rasgos que asumirá la nueva sociedad cubana, así como los sujetos y actores que la caracterizarán.
Concluir la superación de los efectos de la crisis e iniciar un nuevo ciclo de desarrollo.
Mantener un mínimo patrón de desigualdad en la sociedad cubana y suprimir toda manifestación de pobreza o marginalidad.
Implementar exitosamente las reformas en curso, así como extenderlas al sistema político, civil y comunicacional. Explicitar en todo proyecto de reformas sus salvaguardas socialistas.
Elevar la eficiencia de las instituciones y el orden institucional del socialismo cubano.
Encontrar el adecuado equilibrio entre educación personal y coerción social con vista al auto disciplinamiento de la población.
Completar la sucesión política y generacional.
Preservar el consenso mayoritario. Actualizar el discurso hegemónico de la Revolución.
Orientar todas las capacidades materiales e intelectuales de la Revolución a la instauración y consolidación de la estructura de valores surgida de las luchas revolucionarias de nuestro pueblo.
Realidad social y mentalidad tienen una relación circular de causa-efecto; la sociedad realmente existente propende a una mentalidad que la preserve; y la mentalidad dominante tiene que cambiar para favorecer el cambio social.
En general, el imaginario de la gente puede favorecer o dificultar la preservación de la sociedad alcanzada y también, los cambios necesarios. En particular, son los valores que sustentan las personas los que permiten que la sociedad “realmente existente”, se preserve o cambie, sea siempre más justa.