Mientras escribía estas reflexiones en la Cámara de Diputados se estaba discutiendo la Ley Bases. Al haber quedado sin tratamiento en la de Senadores la propuesta de suspensión/eliminación de las moratorias, la cámara baja estaba habilitada para mantener esa medida, que no fue objetada y, por ende, no generaba compromiso de revisión de su decisión original. No obstante, una vez aprobada la Ley, y como se aceptó la no inclusión, por el momento las moratorias mantendrán su vigencia hasta marzo del año próximo.
Las implicancias inmediatas de la eliminación de las moratoriasa hubieran sido la incorporación de aquellos trabajadores que no reunieran los 30 años de aportes a una Pensión Universal para el Adulto Mayor (PUAM), que representa el 80% de la jubilación mínima, cifra que se ajustará ligeramente hacia arriba en función de los años efectivamente aportados. Asimismo se eliminaría la pensión derivada de la muerte del/la titular jubilado/a para el superviviente de la pareja, a la vez que extendería la edad jubilatoria de las mujeres hasta los 65 años.
La opinión reiteradamente expuesta por los voceros del gobierno es que no es justo que quienes no han aportado a lo largo de los años en actividad tengan iguales beneficios que aquellos que sí lo hicieron. Eso significa cargar las culpas de la falta de aportes exclusivamente en el trabajador y no en el empleador que no cumplió con las obligaciones legales, el que de acuerdo a la ley no tendría ningún tipo de sanción por su incumplimiento. Tampoco se consideran suficientemente compensadores los aportes que se realizasen antes o simultáneamente con la liquidación de los haberes jubilatorios.
Esta opinión no se restringe a los miembros del gobierno. Muchos de nuestros propios asociados se consideran negativamente discriminados. El tema ha surgido en las discusiones internas y parece que es hora de tratarlo de una manera integral, basados en uno de los principios que han dado origen a nuestra Coordinadora: la solidaridad intra y extra generacional.
Pensando en ello me pregunté, ¿cómo ha sido a través de la historia y las culturas la relación de las generaciones jóvenes con los viejos?, ¿y las actuales? Intenté investigar un poco y lo que averigüé lo comparto más abajo, porque creo que es un tema abierto para que surjan otras visiones o hechos enriquecedores.
Desde la pura animalidad a las distintas valoraciones de la ancianidad
No son muchas las especies que tienen tratamientos especiales con los ejemplares viejos y rituales propios para deshacerse de los cadáveres, pero lo cierto es que comportamientos diferenciados se han observado en elefantes (hasta tienen fases de duelo), chimpancés, algunas aves (por ejemplo, la urraca o la cigüeña, que alimenta a sus mayores y fue la que dio nombre en Roma al primer sistema de pensiones reconocido), y ciertos insectos (por ejemplo las abejas, más por razones de limpieza de sus colmenas en un proceso denominado necroforesis, que por otros sentimientos).
Por el contrario, hay múltiples registros de machos viejos, perdidosos en combates con los que los quieren remplazar, que quedan vagando solos, excluidos de sus manadas. Eso nos permite decir que, en estado de animalidad pura, no existe un comportamiento homogéneo que permita hablar de solidaridad extendida en el relacionamiento entre distintas capas etarias.
En cambio, en casi todas las culturas primitivas existió un marcado respeto por los ancianos y la sabiduría que ellos resguardaban. Aún en poblaciones nómades que circulaban en ambientes con pocos recursos, donde los viejos representaban una carga para sus desplazamientos y consumo alimentario, los mayores continuaban la convivencia alimentados por los jóvenes y cuando se avecinaba el final tenían tradiciones aceptadas por los propios interesados para su tratamiento.
Hace alrededor de medio siglo atrás estuvo de moda un libro, luego llevado al cine (El país de las sombras largas), que relataba la vida de los esquimales. En él se cuenta cómo la anciana, que había perdido sus dientes y ya no podía ablandar las pieles para confeccionar sus abrigos, pide ser abandonada en el hielo para liberar de su peso al resto de la familia. En otro caso, según un estudio divulgado hace algunos años, los chukchis siberianos practicaban la muerte voluntaria, donde la persona mayor sostenida hasta ese momento por la comunidad solicitaba morir en manos de un pariente cercano cuando ya no gozaba de buena salud.
En las culturas orientales los ancianos eran reverenciados y permanecían en el seno familiar con honores hasta su muerte, dado que se los consideraba fuente de sabiduría y experiencia. Pero esto no fue así en la etapa clásica de la cultura grecolatina y aún en el periodo medieval, donde se exaltaban los valores de la juventud y a los mayores (cuya expectativa de vida estaba entre los 50 y 60 años), excepto en casos muy especiales, se los consideraba una carga, se los abandonaba e incluso se los mataba.
No obstante, en la antigua Roma, surge ya la palabra latina “jubilare”, que se traduce como “lanzar gritos de alegría” para aquellos ciudadanos que se habían destacado o que dejaban la actividad militar. Allí hubo algunas medidas de protección para los civiles de manera que tuvieran un retiro digno, determinando obligaciones de los hijos hacia sus progenitores. Asimismo, los soldados que habían servido en el ejército recibían una parcela o un monto equivalente a doce años de servicio. Este beneficio existió entre los años 27 A.C. (o a.n.e si se prefiere) y 217 del siglo III. Inicialmente los años de servicio requeridos fueron doce, pero luego, como consecuencia de que no había dinero suficiente, se alargaron los periodos y, hacia el fin de esa prestación eran 25 o 26. También hubo comunidades o campamentos para estos soldados. A su vez los privados habían constituido “colegios”, que tenían fundamentos religiosos y sociales, en los cuales los ricos asistían a los más pobres con comida o entierros dignos. Cuando todo esto se transformó en un costo demasiado elevado para el imperio estas medidas fueron liquidadas.
En la etapa esclavista, que se extendió por muchos siglos, los esclavos tenían valor y sus propietarios los mantenían mientras les servían, pero había legislaciones que obligaban a los dueños a sostenerlos hasta su muerte (aunque normalmente no se controlaba cómo lo hacían). También el señor feudal tenía obligaciones con respecto a sus súbditos, aunque allí la responsabilidad de hacerse cargo de los progenitores estaba a cargo de los siervos de la gleba.
Las culturas americanas han sido, en general, muy respetuosas de sus ancianos. Este respeto, e incluso veneración, está muy afianzado en casi todas las poblaciones indígenas de nuestro país, de otros pueblos latinoamericanos y de américa del norte, que expresan esos sentimientos en reiteradas oportunidades. Así, por ejemplo, lo hemos podido escuchar de boca del “lonko” (jefe) el pasado 24 de junio, en la celebración del “Wiñoy Tripantu mapuche” (inicio del nuevo ciclo con el regreso del sol), donde fueron reivindicados los ancianos por su sabiduría milenaria.
También lo he visto en África, donde me tocó participar en una prolongada ceremonia donde mis vecinos balantas (uno de los grupos étnicos de Guinea Bissau) honraban al anciano conductor de la “tabanka” y terminaban enterrándolo en el piso de la vivienda extendida familiar, con lo grave que esto significaba desde el punto de vista sanitario y bajo la mirada horrorizada de los médicos cubanos presentes. Yo mismo, que en esa época transitaba la cincuentena, era muy respetado en razón de mi longevidad por los habitantes locales, cuya expectativa de vida era de cuarenta y tres años,.
El advenimiento del capitalismo en los países occidentales, hace menos de trescientos años, trajo un cambio sustancial. Ya no existía la obligación del empleador de proteger a su trabajador en la vejez. El hombre “libre” debía resolver ese problema por sí mismo. Hay múltiples testimonios de las miserables condiciones de los viejos de aquella época, los que eran escondidos o librados a su suerte. La estrategia familiar pasó a ser la multitud de hijos, alguno de los cuales terminaría haciéndose cargo de los ancianos. Esta fue la realidad más extendida de los siglos XVIII, XIX y gran parte del XX.
Inicio y desarrollo de los sistemas previsionales
En 1883, en un marco de organización de los reclamos obreros sindicalizados en Alemania, tratando de calmar la situación cuasi revolucionaria, se instituyó un seguro de enfermedad y al año siguiente uno de accidentes. Unos años más tarde (1889) el canciller Bismarck creó el primer sistema de seguridad social para la vejez, con una pensión para los mayores de setenta años.
El sistema se financiaba entre los trabajadores, los empleadores y el Estado. Se lo denominó “contributivo de reparto”, es decir, estaba planteado como retribuciones proporcionales a las contribuciones realizadas por los trabajadores y sus patrones, siendo los activos y sus empleadores los que financiaban las pensiones de los retirados.
Con más o menos diferencias esta iniciativa se extendió a la mayor parte de los países europeos. Después de la primera gran guerra se creó la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que promovió la adopción de sistemas previsionales a nivel mundial. Pero fue después de la segunda guerra mundial (1948) que la Organización de las Naciones Unidas, en su Declaración Universal de Derechos Humanos, establece el “derecho a la seguridad social” y a “una existencia conforme a la dignidad humana” basada en la protección social.
Sin embargo, desde 1942 el Reino Unido adoptó otro criterio, con base en el llamado Informe Beveridge, que establece una pensión fija e igual para la mayoría de los trabajadores retirados, aunque no hayan contribuido con sus aportes y que se considera suficiente para evitar la pobreza. Dado que las pensiones eran bajas, se estimulaba que los trabajadores mejor pagados complementaran sus ingresos con ahorro privado. Otros países anglosajones tienen aún un sistema semejante.
¿Y en Argentina?
En Argentina, en 1887, se estableció por primera vez una protección legal para la vejez. Los beneficiados de esa legislación fueron los empleados civiles y preceptores de escuelas públicas de la Provincia de Buenos Aires. En 1906 se crea la Caja de Jubilaciones y Pensiones de la Provincia de Santa Fe. Progresivamente se fueron incorporando empleados de banco, maestros y profesores y, después de 1918, docentes universitarios, judiciales e incluso ministros de Estado.
En 1921, bajo gobierno de H. Irigoyen, se creó la Caja de Jubilaciones para los Trabajadores de Empresas de Servicios Públicos, que incluía tranviarios, telefónicos, telegrafistas, empleados de gas y electricidad. Al año siguiente la que contemplaba a los bancarios y trabajadores de compañías de seguro. Las Cajas proponían la capitalización individual, la que se acumulaba en un fondo que financiaba las prestaciones de los que se retiraban.
En 1938, por Ley 2722, se unifican los distintos regímenes y se establece el sistema mixto de reparto y capitalización. En 1943 el Secretario de Trabajo y Previsión (J. D. Perón) crea por ley la Caja de Jubilación del Personal de Comercio y Actividades Civiles y la Caja de Jubilación del Personal de la Industria. Ya como Presidente se extiende la cobertura del sistema previsional a la mayor parte de los trabajadores formalizados. Con Aramburu se incorpora al servicio doméstico, estableciendo porcentajes a cargo de la empleada (5%) y del empleador (7%). Durante el gobierno de Frondizi se establece la movilidad jubilatoria, con el 82% móvil de la remuneración correspondiente al cargo. Onganía unifica las cajas de jubilaciones en tres: Autónomos, del Estado y de la Industria, todas controladas por el Estado. Son de esta época la mayor parte de las disposiciones sobre edades jubilatorias, años de aporte, contribuciones, etc. Finalmente, en 1972 se formaliza el sistema de Retiros y Pensiones para el personal policial.
A partir de ese momento hay varias modificaciones de los regímenes particulares e incorporación de beneficios, como por ejemplo las asignaciones familiares. En 1993 se declara la emergencia previsional en Buenos Aires, que se extenderá luego a varias provincias. Ese mismo año, en el gobierno de Carlos Menem, comienzan a operar las AFJP (Administración de Fondos de Jubilaciones y Pensiones), en manos de bancos y compañías de seguros e inspiradas en el sistema anglosajón de capitalización individual mencionado más arriba. El sistema era optativo y administraba los fondos con altísimos costos de comisiones, hasta que en 2008 se limitó como alternativa y se sumó a la asignación automática al sistema de reparto a todo nuevo trabajador que no optase expresamente por el de capitalización.
En 2005 se sale de la Emergencia y se determina que con 60 años para las mujeres y 65 para los varones, con 30 años de aportes se accederá a la jubilación ordinaria con el 72% del haber, extendido hasta el 82% de acuerdo a la cantidad de años y/o servicios por encima de los 30 años. En el 2011 se establece un régimen especial para los docentes.
Para 2008 había ya un sinnúmero de regímenes previsionales distintos, incluyendo los provinciales y especiales. En ese año se implementó la primera ley de movilidad jubilatoria tratando de simplificar la dispersión. En ese marco la actualización anduvo muy bien, creciendo por encima de la inflación hasta 2013. Pero en los años siguientes las diferentes fórmulas expusieron sus debilidades. En la medida que los salarios se fueron retrasando y la recaudación disminuía se empezaron a dar las condiciones negativas.
Para complicar la situación, a partir de setiembre de 2022, se comenzaron a implementar bonos suplementarios, que daban la falsa idea que los salarios mínimos superaban la inflación, cosa que no es cierta. La aplicación de las cuatro fórmulas utilizadas hasta el presente ha dado malos resultados para los jubilados. Es decir, las fórmulas no son intrínsecamente malas, sino que es el marco económico el que las limita. Si la economía no se desarrolla y sigue condicionada por la deuda externa, si no se aumenta el empleo registrado, si se reducen los aportes patronales, si no se controla el proceso inflacionario y, básicamente, si no se mejora la distribución del ingreso, todas las fórmulas serán negativas, incluso las que atan el futuro a la evolución del IPC.
¿Y cómo se sigue?
Hemos visto que el cuidado de los viejos no es un mandato de la naturaleza, donde hay distintas actitudes que no nos pueden orientar. La actitud hacia la ancianidad es claramente un hecho cultural y a lo largo de la historia de la humanidad también los datos son contradictorios. Sin embargo, con dificultades, un criterio humanista se va imponiendo. Los valores de cuidado de los mayores y la solidaridad se van plasmando en disposiciones, leyes, convenciones y consensos sociales.
Ante avances del individualismo resurgen con más fuerza los principios que caracterizaron la historia de los sistemas previsionales. Vuelve a ser necesario replantear la solidaridad intergeneracional (entre los más y los menos beneficiados) y extra generacional (la relación entre trabajadores activos y los que ya no lo son). En ese marco, parecería que el aporte de las moratorias es importante. No solo porque no se puede cargar con las culpas solo y ni siquiera principalmente al trabajador, sino porque de no existir este acceso a la jubilación la sociedad igualmente tendría que hacerse cargo de los adultos mayores sin ingresos.
Desde un punto de vista meramente económico, cualquier dinero que reciban los jubilados de menores ingresos tiene una propensión al consumo unitaria, o sea, está destinado al gasto inmediato, generando demanda movilizadora y facilitando el desarrollo económico. Me parece que es hora que discutamos estas cosas, con aportes más ilustrados que estas reflexiones. Más allá de la forma en que expuse estas ideas, lo que desearía es que sirvieran para disparar intercambios fructíferos entre nosotros.
Oscar Jorge Lascano*
Viedma, 27 de Junio de 2024
* Presidente de la Coordinadora de Jubilados, Retirados y Pensionados de Río Negro y uno de los cinco vicepresidentes de la Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones de Jubilados y Pensionados de la Repúbica Argentina