El analfabetismo político como maldición. Por Daniel Campione.

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Varias latitudes del mundo y entre ellas Argentina padecen el huracán desatado por concepciones “antipolíticas” que sirven de cobertura para la instauración de gobiernos reaccionarios.

El peor analfabeto
es el analfabeto político.
No oye, no habla,
ni participa en los acontecimientos políticos.
No sabe que el costo de la vida,
el precio del pan, del pescado, de la harina,
del alquiler, de los zapatos o las medicinas

El analfabeto político
es tan burro, que se enorgullece
e hincha el pecho diciendo
que odia la política.

No sabe, el imbécil, que,
de su ignorancia política
nace la prostituta, 
el menor abandonado,
y el peor de todos los bandidos,
que es el político trapacero,
granuja, corrupto y servil
de las empresas nacionales 
y multinacionales.

Bertolt Brecht.

Estas palabras de Brecht son muy conocidas. En lo sustancial mantienen vigencia. Sólo cabe apartarse de ellas un poco por la propensión a insultar al “analfabeto”. Los motes de “burro” o “imbécil” no son muy conducentes para caracterizar a personas que suelen ser víctimas del sistema que las induce a la ignorancia de la “cosa pública”.

Hoy nos trasmiten la amarga certeza de que la sociedad argentina, como otras a lo ancho del mundo, asiste en los últimos años a un fuerte acceso de “analfabetismo” político.

¡Y a mí qué me importa!

Para tal “analfabeto” el rechazo de la política lo lleva a desconocer la influencia y hasta la existencia de los diferentes factores que inciden en el rumbo de la sociedad y la dirección del Estado.

Subestima por completo la influencia de las ideologías. “Izquierda” y “derecha” significan poco o nada para él. “Socialismo” y “capitalismo” le parecen términos abstractos e incluso exóticos. Que se critique a alguien por “conservador” o “reaccionario” no le sonará pertinente. “Revolución” le resultará un término grato a la hora de celebrar una fiesta patria.  Pero le provocará una mueca de disgusto cualquier otro uso del mismo.

Algo similar le ocurre con los programas de acción, y las propuestas de un determinado “modelo de país”. Los proyectos que se presentan como diferentes y hasta opuestos sólo serían coberturas de intereses de grupo o de apetencias mezquinas. Para él “todos son lo mismo”. Sea que propongan las mayores facilidades para los “grandes inversores” o la expropiación de los medios de producción

Oye como el ruido del viento cualquier referencia a intereses de clase: Le nefrega que un dirigente sea hijo del dueño de un grupo económico o se gane la vida como recolector de residuos. O peor aún, sus simpatías irán hacia el primero, porque no cree que “un negro cualquiera” pueda entender algo sobre asuntos de gobierno o de interés común.

No dará importancia a la influencia del poder económico sobre el poder político. En todo caso la achacará a actos individuales de corrupción. Casi seguro que escucharía complacido el pasaje brechtiano sobre el político “trapacero, granuja, corrupto y servil”. Sin embargo no apreciaría la relación que subraya el poeta con “empresas nacionales o multinacionales.”

Para él contarán otros elementos que supone más “reales”. Estará más dispuesto a admitir la diferenciación entre la inteligencia y la estupidez o entre la sabiduría y la impericia. Cree que debe preferir a “quienes saben cómo hacer las cosas”, sin preocuparse sobre qué intereses y pensamientos dictaminan acerca de esa “sabiduría”.

Si pretende compatibilizar la ignorancia deliberada de la política con cierto barniz de cultura incorporará algún criterio “republicano”. El que casi siempre se traduce en un formalismo institucional vacío, luego llenado de acuerdo a la prédica de las dirigencias más conservadoras y el periodismo más servicial con el gran capital. Ésa que propicia llamar “democracias” a regímenes que masacran por millares a sus enemigos reales o supuestos. Y “dictadura” al que, así sea con timidez, defienda intereses populares.

Sobre todo asignará centralidad absoluta a la incidencia de la honestidad y la deshonestidad, la decencia y la corrupción. Así, en el aire, sin ninguna referencia. En cualquier época, en los contextos más disímiles. Azuzado por la infinita serie de malversaciones que surcan el manejo del poder llegará a la conclusión de que “los políticos son todos chorros”.

De allí extraerá el corolario de que deberá dar o quitar su apoyo a candidatos con la honestidad como referencia casi excluyente.  Lo que es fácil que lo lleve a encandilarse con alguien que aúne el desorbitado discurso “anticorrupción” con la argumentación verosímil de que “no es político”. Una vez que tenga ese convencimiento, todo lo demás pasará a segundo plano o a ninguno. Habrá encontrado el sujeto ideal para desahogar su desorientado odio a la política.

Las consecuencias.

Como ya escribimos, la sociedad argentina padece hoy los efectos de un ascenso del “analfabetismo político” como quizás nunca se vio antes. Ante el fiasco de gobiernos sucesivos y asociado a iras antiguas o recientes en gran parte justificadas, una mayoría decidió elegir a quien se presentó “por fuera de la política”. El mismo que prometió arrasar con casi todo lo existente, menos con el poder de las grandes empresas. Y destruir al tropel indiferenciado de “los corruptos” y “parásitos”.

El país entero sufre hoy las consecuencias de tal opción. Menos la minoría privilegiada de siempre, que en medio de la caída económica y el ajuste desenfrenado, prosigue con éxito la búsqueda de ganancias y la acumulación de riquezas.

A muchísimos no les importaron las propuestas del candidato elegido, no tomaron en cuenta sus ideas. Percibieron como rasgos meritorios su brutalidad y su carencia de cualquier sutileza. No entendieron o no quisieron entender el amasijo que se les presentó como la ciencia misma. Y era en realidad un refrito de una parte del pensamiento más reaccionario del último siglo y medio.

Hoy, a medio año de iniciado el gobierno al que votaron, muchxs se debaten aún para no asumir el error. No reconocen, al menos por ahora, que han quedado del lado de las víctimas.  Aún les despierta expectativas el “león” que venía a terminar con los “privilegios”, pero llama “héroes” a quienes evaden grandes sumas en impuestos o “fugan” millones de dólares.

Quizás sea la hora de dar el combate contra ese peculiar analfabetismo que nos aqueja. Librar la batalla desde el “abajo” social y el “afuera” de los intereses del capitalismo.

Se requerirá difundir la necesidad de la organización y la acción colectiva contra los multimillonarios que digitan a los políticos inescrupulosos y no estacionar el repudio en estos últimos. Y persuadir de la posibilidad de salida de la ciénaga del declive económico, la degradación social, la precariedad y la pobreza.

De hacerlo por nosotros mismos, sin creer en la “magia” de ningún salvador caído de un “cielo” dominado por los grandes magnates.

Daniel Campione en Facebook.

@DanielCampione5 en X.

Fuente: https://tramas.ar/2024/06/09/el-analfabetismo-politico-como-maldicion/


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