Con el colapso de la Unión Soviética se volvió sentido común que el capitalismo se vea como un horizonte económico insuperable y que el socialismo, basado en una economía planificada, sea inviable. Para los defensores del pensamiento económico austríaco, e incluso para muchos que no lo suscriben, esto se vio como una confirmación de las críticas libertarianas que desde los años 1920 habían intentado refutar en el plano teórico la posibilidad de la planificación. La idea de este artículo es trabajar sobre las principales críticas de estos autores: ¿es posible el cálculo económico? ¿Existe posibilidad de innovación y descubrimiento que no sea bajo el sistema capitalista? ¿Es viable una forma de adaptación de preferencias y necesidades de consumo sin un sistema regido bajo un precio de mercado? ¿Puede el socialismo integrar en un cálculo el trabajo humano y la naturaleza?
A continuación, presentaremos los argumentos de algunos de los austríacos como Mises, Hayek y Don Lavoie para luego pasar a responderlos.
Mises y el cálculo económico
Ludwig von Mises, economista de la Escuela austríaca, criticó al socialismo en una serie de trabajos publicados a lo largo del siglo XX. Su argumentación se basa en el supuesto de que las economías funcionan de manera “natural” bajo el capitalismo, manifestándose en una red de individuos atomizados que se coordinan entre sí.
En “El cálculo económico en el sistema socialista” (1922), Mises argumentó que sin un sistema de precios establecido por el mercado libre, la economía centralizada no puede realizar un cálculo económico racional. Según Mises, los precios actúan como señales clave en una economía, transmitiendo información esencial sobre la valoración que los consumidores asignan a distintos bienes y servicios, y hasta qué punto están dispuestos a sacrificar recursos para adquirirlos. Esta perspectiva introduce una serie de supuestos acerca de la formación de precios y la participación de la valoración del consumidor, los cuales divergen significativamente de los enfoques propuestos por la economía política clásica y su crítica, particularmente el marxismo.
El intento de Mises por establecer una teoría de precios basada en aspectos subjetivos es uno de varios esfuerzos que no solo no ha cumplido con las expectativas, sino que ha sido un fracaso ya que fue imposible encontrar una forma de medir esa valoración. No obstante, esta aproximación consiguió promover la idea de que la teoría objetiva del valor había sido superada. En realidad, se optó por desviar la atención hacia la construcción de una teoría sobre nuevas premisas, un proyecto que enfrentó desafíos significativos. Esta crítica, que se basa en el principio de minimización de costos monetarios con el que se maneja el capitalismo, argumenta entonces que, en ausencia de precios de mercado generados por la oferta y la demanda, sería imposible para los planificadores socialistas obtener la información necesaria para hacer asignaciones de recursos eficientes, lo que llevaría a ineficiencias y desperdicio.
Para que los productores decidan qué producir, cómo producirlo y en qué cantidad, necesitan información sobre los costos relativos de los recursos y sobre el valor que los consumidores asignan a los diferentes productos. Entonces Mises nos dice que, en una economía de mercado, la información se transmite a través del sistema de precios. Como una pequeña aclaración, lo que describen como “economía de mercado” se refiere –en realidad– al capitalismo. El término abarca mucho más que simplemente mercados: implica un sistema de producción dominado por la valorización, es decir, por la búsqueda de ganancia y la explotación del trabajo asalariado.
Continuando con el hilo de Mises, al comparar los precios de venta de los productos con los costos de los recursos necesarios para producirlos, los productores pueden determinar qué es lo más rentable y eficiente para producir. Según la visión del autor, en el mercado, los precios emergen de la interacción entre la oferta y la demanda, reflejando las preferencias de los consumidores:
En la comunidad socialista es imposible la existencia de una contabilidad económica, de manera que no se puede determinar el costo ni el rendimiento de un acto económico ni tomar el resultado del cálculo como norma del acto. Este solo motivo bastaría para demostrar que el socialismo es impracticable. Pero, además, un segundo motivo, muy arduo de vencer, se opone también a su realización. No es posible hallar una forma de organización que haga independiente la actividad económica del individuo de la colaboración de los demás ciudadanos, sin hacer de esta actividad un juego de azar, de donde estaría excluida toda responsabilidad. Mientras no estén resueltos estos dos problemas, el socialismo se presentará como algo irrealizable en una economía que no se encuentre en un estado completamente estático [1].
Es decir, según Mises, sin los precios de mercado, no hay una forma efectiva de realizar este cálculo económico. El planificador central no tiene manera de conocer el valor relativo que los consumidores asignan a los diferentes bienes y servicios, ni cuánto “cuesta” realmente producirlos en términos de recursos sacrificados. Como resultado, la producción y distribución de bienes y servicios se vuelve ineficiente y arbitraria.
Mises critica la planificación socialista por su incapacidad para gestionar eficientemente los bienes no reproducibles, como minerales únicos y obras de arte, debido a la ausencia de un sistema de precios de mercado. Argumenta que sin precios que reflejen la oferta y demanda, no se puede medir correctamente la escasez de estos recursos, llevando a su posible sobreexplotación o subutilización. Según el autor, solo la dinámica de precios proporcionada por la oferta y la demanda puede ofrecer información esencial para dirigir las decisiones económicas, asegurando que los recursos se utilicen donde más se valoran y contribuyan eficazmente al bienestar general. Critica que al ignorar estos precios y considerar los recursos como ilimitados, la planificación socialista conduce a asignaciones ineficientes y no puede determinar el costo de oportunidad de los recursos, lo cual es esencial para un cálculo económico efectivo en cualquier sistema económico.
En contraste, la crítica dirigida hacia el socialismo por no poder contemplar el valor real de los bienes naturales en realidad resalta una falencia significativa del capitalismo. Lejos de simplemente omitir el impacto ecológico, el capitalismo promueve activamente un modelo de explotación que desatiende las consecuencias ambientales críticas, como la contaminación fluvial y el incremento de dióxido de carbono en la atmósfera, obviando estas realidades en su estructura de precios. Este comportamiento no solo refleja una subestimación de los daños ecológicos sino también una disposición inherente a sacrificar la salud ambiental en pos del beneficio económico. En el capitalismo, los costos ambientales denominados “externos”, que solo lo son porque las firmas se desentienden todo lo que pueden de los efectos que tiene su accionar fuera de la órbita directa de su empresa, raramente se reflejan en los precios de mercado, lo que conduce a una explotación insostenible de los bienes comunes naturales y a graves daños ecológicos. Pero aun en los casos en los que se implementaron mecanismos para intentar que internalicen esos impactos ambientales como costos como es el caso de los impuestos de carbono, los mismos se terminan convirtiendo en un negocio. En The Value of a Whale Buller cuenta cómo funciona este mecanismo y detalla como el Sistema de Comercio de Emisiones de la UE (ETS), que no es otra cosa como una transferencia de la emisión al mecanismo de mercado, ha significado que muchas grandes empresas en sectores con altas emisiones hayan obtenido enormes ganancias inesperadas gracias a la posibilidad de monetizar sus “derechos de emisión” estimadas en 50 mil millones de euros desde que comenzó el plan en 2008. Se invierte el principio de “quien contamina paga” que pretende sustentar y justificar la fijación del precio del carbono a “quien contamina gana” [2]. Esto en primer lugar es una muestra sobre los problemas que tiene el capitalismo para resolver estos problemas. Aún queda demostrar cómo otra forma de organización de la producción puede superar este desafío. Más adelante en el artículo veremos cómo una alternativa socialista es posible.
Hayek y el conocimiento
Hayek, otro referente de la economía austríaca y discípulo de Mises, también fue muy crítico respecto de la posibilidad del socialismo. A diferencia de su profesor, su fundamento central estuvo alrededor del conocimiento subjetivo de las personas. Según Hayek los precios son un gran mecanismo que transmite la información necesaria de la economía. Son el medio por el cual se difunde el conocimiento.
Hayek sostuvo que la economía es un sistema complejo y vasto, cuya diversidad y escala escapan a la comprensión plena de cualquier entidad centralizada, como lo sería un Estado bajo un régimen socialista. Este desafío es conocido como el “problema del conocimiento”, que no solo subraya la dispersión y la naturaleza tácita del conocimiento sino también la capacidad del mercado para facilitar procesos de descubrimiento espontáneo. Según Hayek, es a través de la interacción en el mercado, donde los individuos, guiados por el sistema de precios, pueden revelar y actuar conforme a su conocimiento local, subjetivo y a menudo indescriptible, adaptándose continuamente a circunstancias cambiantes.
Hayek argumenta que la pretensión de que el Estado pueda recopilar, procesar, y coordinar eficientemente una cantidad inmanejable de información es un ejemplo de “fatal arrogancia”. Esta presunción no solo es impráctica sino que también resulta en ineficiencia y escasez, evidenciando la superioridad del mercado en manejar la complejidad económica debido a su capacidad para integrar dispersos fragmentos de conocimiento y las preferencias mediante precios de mercado. En contraposición, una economía planificada como la que proponía Marx, según la interpretaba Hayek, muestra claramente las falencias de la planificación, que intenta imponer orden por decreto en lugar de permitir que se desarrolle a través del proceso de precios, destacando así la ineficacia de la planificación socialista frente a la complejidad y la dinámica del mercado.
Finalmente lo que subyace como argumento central de Mises y Hayek, posteriormente reforzado por Lavoie, un economista estadounidense de la escuela austríaca, se centra en la capacidad de adaptación y respuesta rápida del sistema económico ante cambios constantes en el entorno. De esta manera la efectividad con la que un sistema se acerca al equilibrio deseado depende crucialmente de la rapidez con la que puede ajustarse a cambios. Argumenta que los precios establecidos de manera centralizada carecen de la flexibilidad inherente a los precios de mercado para adaptarse eficazmente a variaciones continuas en la demanda de los consumidores y en la tecnología. Este punto destaca una preocupación mayor: si los procesos de cálculo requeridos para la planificación socialista no pueden mantenerse al día con la velocidad a la que ocurren cambios en las preferencias de los consumidores y avances tecnológicos, entonces el sistema de planificación enfrenta un serio desafío.
Pero entonces, ¿se puede planificar la economía?
Si bien estamos de acuerdo con que algún tipo de “cálculo económico” o administración eficiente de recursos es importante, no es necesario que el precio (que contiene todos los problemas ya mencionados) sea la única forma de determinarla. La riqueza se genera a partir del trabajo humano, aplicado a una variedad de bienes naturales y otros insumos o medios de producción. El “cálculo socialista” lo que se propone no es planificar sobre el presupuesto de un sistema de precios, sino justamente hacer consciente lo que en las relaciones capitalistas solo puede ocurrir de manera objetiva (cosificada) de espaldas a los productores, que es la organización del trabajo social en función de las prioridades sociales definidas de forma deliberativa a través de la democracia de los productores.
Mises plantea tres escenarios posibles de cálculo económico (planificación en especie, unidad de medida en tiempo de trabajo y precios de mercado) llega a la conclusión de que solo el último es posible y de ahí la imposibilidad del socialismo. Sin embargo, existen múltiples demostraciones de que tanto la planificación en especie como en horas de trabajo son posibles.
Sin entrar en el debate sobre cuál alternativa entre estas dos es superior, podemos ver que en el caso de la planificación en especie, esto es una organización de la producción y distribución de bienes basada directamente en cantidades físicas y necesidades reales sin el uso de dinero o precios como intermediarios, Mises sostenía que era imposible planificar de este modo debido a que la mente humana está limitada por el grado de complejidad que puede manejar:
La mente de un solo hombre, por más astuta que sea, es demasiado débil para comprender la importancia de uno solo entre los innumerables bienes de un orden superior. Ningún hombre puede dominar jamás todas las posibilidades de producción, por innumerables que sean, como para estar en condiciones de hacer juicios de valor evidentes sin la ayuda de algún sistema de cálculo [3].
Ya en 1939, el economista-matemático soviético Kantorovich demostró la viabilidad de utilizar la programación lineal para lograr una equivalencia de proposiciones entre diferentes bienes, considerando sus insumos, y así optimizar una función objetivo sin necesidad de recurrir a valores monetarios. Por otro lado, Paul Cockshott, en su libro Cibercomunismo, argumenta que las redes informáticas modernas poseen una capacidad de concentración y análisis de información que les permite realizar cálculos económicos con una eficiencia y velocidad muy superiores a las de la mente humana individual. El avance tecnológico podría ser aprovechado como el sistema de regulación en manos de los productores a través de la democracia soviética. Este elemento de control es vital para evitar burocratizaciones en la formación del plan y a la vez tener la información necesaria para la confección del mismo.
Como señala y desarrolla con mayor profundidad Matías Maiello, esta democracia soviética o de consejos puede transformarse en una poderosa herramienta de cooperación de productores y consumidores. Sobre este aspecto, Mandel escribió en “En defensa de la planificación socialista”, que la manera más simple, así como la más democrática, de adaptar los recursos materiales a las necesidades sociales no es interponer el medio del dinero entre los dos, sino descubrir las necesidades de las personas simplemente preguntándoles cuáles son.
Otro autor que toma este aspecto es Daniel Saros quien argumenta que las limitaciones tecnológicas del pasado impedían a los economistas socialistas concebir un modelo de planificación más descentralizado y eficiente. Hoy en día, sin embargo, la tecnología ofrece nuevas posibilidades para una “infraestructura de retroalimentación” avanzada, que podría reemplazar y mejorar las funciones del sistema de precios en la coordinación social. Saros imagina un sistema integrado en un catálogo general, donde los productores, organizados en consejos de trabajadores, listan sus productos y servicios. Este sistema sería accesible para los consumidores mediante una identificación digital, permitiéndoles expresar sus necesidades en un “periodo de registro de necesidades” al inicio de cada ciclo productivo. Los consumidores pueden señalar qué productos necesitan y en qué cantidad para el siguiente ciclo, incentivando así una planificación más precisa de la producción. Aunque se permite la compra de productos no registrados previamente después de este periodo, el sistema promueve que las predicciones sean acertadas mediante la asignación de bonos a aquellos cuyas compras se alineen con sus necesidades anticipadas. Adicionalmente, se fomenta la eficiencia y la moderación en el consumo otorgando bonos a los consumidores que adquieran menos artículos que el promedio. Estos bonos, junto con otros incentivos como la permanencia en un empleo, se suman a un ingreso básico universal garantizado para todos los ciudadanos, creando un equilibrio entre incentivar la precisión en la planificación de necesidades y promover la moderación y sostenibilidad en el consumo.
Más allá de tal o cuál alternativa, la idea de este artículo es mostrar algunas de las posibles soluciones ya planteadas por diversos autores que proponen sistemas no mercantiles. A la vez que seguramente surgirán nuevas en la medida que avance la tecnología y que la propia organización social deba enfrentarse a estos problemas concretos, siendo los propios soviets quienes tendrán que definir cuál alternativa seguir e ir debatiendo y eligiendo su propio camino.
En relación a la otra alternativa de planificación utilizando como unidad de medida el tiempo de trabajo, los dos argumentos para criticar el trabajo como unidad de valor
1) el uso de valores de trabajo implica un descuido del coste de recursos naturales: por un lado y como vimos antes es justamente el capitalismo quien mediante omisión o valorización de la naturaleza quien viene destruyendo el planeta, pero es justamente una planificación democrática la que puede revertir esa situación y poner en el centro la necesidad de una producción realmente sustentable y que considere un presupuesto de consumo de bienes naturales no solo es posible, sino que es la única manera de evitar la extinción. Existen diferentes propuestas como las debatidas por Cockshott y también por Troy Vettese y Drew Pendergrass en “Half-Earth Socialism” (Socialismo de medio planeta) entre otras. Lejos de ser una debilidad del socialismo, la capacidad de integrar conscientemente la consideración de los bienes naturales en la planificación económica representa una ventaja distintiva ya que pone en el centro la deliberación de todos los sectores involucrados y afectados en la toma de decisiones con impacto ambiental, que hoy tanto Estados como empresas buscan imponer y presentar como inevitables.
2) La crítica de Mises de que el trabajo no puede ser considerado de manera homogénea no parece muy fundada. De hecho, como muestra Marx, esa homogeneización es un presupuesto del sistema de precios que hace posible el intercambio de mercancías. Existen métodos, como los propuestos por autores como Kantorovich, que pueden superar algunas de las críticas mencionadas por Mises. Kantorovich demostró que es posible ajustar el valor del trabajo utilizando programación lineal y matrices de input-output. Este enfoque permite asignar valores objetivos al trabajo, diferenciándolo por tipo y calificación mediante el uso de coeficientes específicos. También hay otros autores que intentan diferenciar por tipo de trabajo. Paul Cockshott –en Hacia un nuevo socialismo– ha propuesto métodos para calcular diferencias en el valor del trabajo, como las tasas de transferencia para distintas habilidades y destrezas, mostrando que la diversidad del trabajo, en caso de ser necesario, puede ser efectivamente integrada y gestionada en la planificación económica.
Más allá de dichas alternativas, siempre es bueno volver a Marx. En Crítica al programa de Gotha aclara que aunque el trabajo se pueda medir en términos de duración o intensidad y pueda diferenciarse según la calificación, dificultad y esfuerzo, lo esencial es que, a diferencia del sistema capitalista, una economía socialista organiza la división del trabajo social de acuerdo con las necesidades colectivas, en lugar de hacerlo sin considerar a los productores.
En relación a la crítica que hace Hayek, si analizamos a las empresas, podemos ver que el proceso de descubrimiento a través del conocimiento individual al que hace mención no funciona así. Por lo tanto lo que más debería horrorizar a Hayek es la gran empresa capitalista, que lejos de permitir la “dispersión”, centraliza información y busca secretismo amparada en motivos económicos. En la actualidad es común que las empresas mantengan registros de sus procedimientos, insumos y productos en algún tipo de bases de datos. Casi todas las formas de producción son objetivables y cuantificables y es cada vez más común que compañías como Walmart, Amazon, entre otras grandes multinacionales concentran una gran cantidad de información de manera centralizada. Esto les permite acumular un volumen de datos que permite entender ciertos comportamientos sin necesidad de un sistema de precios. Muchas de estas empresas incluso tienen departamentos de “mejora continua” que analizan la información conjunta sobre ineficiencias en los procesos para proponer mejoras. Incluso es común que áreas de estas compañías “presten” recursos cuando es necesario desarrollar determinadas iniciativas y el criterio es consensuado según impacto, pero no se venden o cobran las colaboraciones internas, es decir, la tendencia de todo el capitalismo es a objetivar el conocimiento humano.
También es cada vez más común dentro de las plataformas del sector privado los sistemas mixtos que combinan precios con aspectos de coordinación y retroalimentación. Las calificaciones de un conductor de Uber, la reseña de un producto comprado en Amazon, la puntuación de un restaurante en Google Maps, entre muchos otros ejemplos muestran como la tecnología permite cada vez más un sistema de retroalimentación no basado en precios, de los que estos casos sirven como ejemplos parciales de la posibilidad adaptativa y coordinada de otro sistema no mercantil. Esta realidad no solo cuestiona las afirmaciones de Hayek sobre la supremacía del sistema de precios sino que también abre la puerta a explorar cómo estos mecanismos de información y evaluación podrían ser utilizados o adaptados en sistemas económicos alternativos.
Por el lado de las preferencias de consumo, tampoco es cierto que la misma tenga un carácter subjetivo y único. Al menos la gran mayoría de bienes y servicios se mantienen constantes. Las estadísticas de alimentos como trigo, arroz, carne, frutas, verduras, etc. tienen un comportamiento estable a través del tiempo. Lo mismo ocurre con la mayoría de bienes y servicios. Esto muestra que, en la mayoría de los casos, no son los precios y las subjetividades los que determinan la necesidad de producción sino que la mayoría es predecible.
Un claro ejemplo del fracaso de intentar poner en práctica esta teoría subjetiva se puede ver como ciertas páginas de comercio electrónico (eBay, Amazon, MercadoLibre, DeRemate) intentaron realizar un esquema de subasta, donde cada consumidor demandaba a determinado precio. Intentando utilizar un esquema donde cada usuario tiene una valoración específica de los bienes. Estos modelos dejaron de existir por su poca practicidad y relación con la realidad. Incluso el sistema de Uber se modificó de un esquema de subastas a precio de sobredemanda mucho más limitado por las quejas de los propios usuarios.
Por último y en relación a la no adaptabilidad del socialismo, esta no es una crítica que sea válida en la actualidad, ya que las tecnologías modernas, como la inteligencia artificial y el análisis de grandes volúmenes de datos, podrían superar este desafío. Estas herramientas permiten recopilar y analizar información sobre preferencias de consumidores y tendencias tecnológicas en tiempo real, proporcionando a los planificadores la capacidad de ajustar rápidamente la producción y distribución. Esto incluso se ve cómo los propios gigantes tecnológicos que centralizan muchísimos datos, utilizan esta información en tiempo real para adaptarse. En ¿Socialismo digital?, Morozov detalla los sistemas de retroalimentación digital, utilizando algunos conceptos similares a los previamente mencionados de Saros, como posibilidad de recibir feedback en tiempo real (Amazon por ejemplo cambia el catálogo de recomendación basado en su información: cuando hace calor y teniendo en cuenta las visitas y compras reales, empieza a recomendar más aires acondicionados). Esta retroalimentación digital también permite realizar mejoras basadas en el feedback de los propios usuarios sin la necesidad de mirar a la competencia. Muchas de estas plataformas utilizan la información de disconformidad de los clientes para mejorar la experiencia de usuario.
Más allá de la aplicación concreta o modificada de estas cuestiones que serán definidas en su momento, es claro que el avance de la tecnología y la retroalimentación digital, genera muchas alternativas para la planificación y la adaptación que no requieren un sistema de precios vía la mano invisible del mercado.
Existen entonces diferentes debates sobre las mejores formas de poner en práctica una economía planificada. Desde los desafíos entre centralización y descentralización, la forma de contabilidad, la necesidad de re-pensar la producción de manera sustentable con la naturaleza, la manera más democrática de poner en práctica la planificación de la economía y el rol de la tecnología ante esto. Pero las críticas de la imposibilidad no tienen parangón con la actualidad.
¿Y por qué es importante este debate?
En conclusión, el debate sobre la viabilidad del socialismo, alimentado por las críticas de la Escuela Austríaca, continúa siendo de suma relevancia en el contexto económico y político actual. La caída de la Unión Soviética proporcionó un terreno fértil para que las críticas al socialismo planificado ganaran prominencia, reafirmando argumentos contra la posibilidad de un cálculo económico racional sin precios de mercado. Sin embargo, al examinar las bases de estas críticas, encontramos que no solo reflejan una sobrevaloración del mercado como mecanismo perfecto sino que muchas de esas críticas quedan cada vez más obsoletas debido a los avances tecnológicos que podrían facilitar una planificación económica democrática.
Las críticas a la planificación socialista, basadas en la supuesta imposibilidad de realizar un cálculo económico efectivo y en la amenaza a las libertades individuales, se pueden separar en dos. Por un lado las genuinas que no tienen en cuenta el potencial de sistemas económicos alternativos que, a través de la participación democrática y el uso de tecnologías avanzadas, pueden organizar la producción y distribución de bienes y servicios de manera eficiente y sostenible y a la vez lograr la base para poder ejercer verdaderamente la libertad de cada uno desplegando nuestros talentos, nuestra creatividad y nuestras pasiones. Por el otro lado, las burdas como la del Presidente libertariano Javier Milei solo buscan traficar ideología barata para intentar conseguir un nuevo avance neoliberal.
La discusión sobre el futuro de la planificación económica debe, por lo tanto, trascender los límites impuestos por las críticas tradicionales y abrirse a la exploración de nuevas formas de organización social y económica. Esto implica reconocer que la eficiencia, la innovación y la satisfacción de las necesidades humanas no son exclusivas del capitalismo (y a la vez incumplidas) y que el socialismo, lejos de ser una utopía inalcanzable, ofrece un marco posible y necesario para construir otro tipo de sociedad.
Además, es fundamental cuestionar la premisa de que el capitalismo representa la cúspide de la organización económica posible. Los problemas ambientales, la desigualdad creciente y la alienación laboral son testimonio de las limitaciones de un sistema basado en la acumulación de capital a través de la explotación. En este sentido, el socialismo, lejos de ser una reliquia del pasado, emerge como una alternativa necesaria y urgente ante los desafíos del siglo XXI.
En última instancia, el debate sobre la planificación socialista versus el capitalismo no debe verse como una mera confrontación teórica, sino como una discusión vital sobre el tipo de futuro que queremos construir. La tarea que se presenta es, entonces, la de imaginar y trabajar hacia una sociedad en la que la economía esté al servicio de las necesidades humanas y en armonía con el cuidado del planeta, superando las limitaciones impuestas por la búsqueda de rentabilidad. La posibilidad de un socialismo, adaptado a las realidades del mundo actual, no solo es una cuestión de viabilidad técnica, sino, sobre todo, un compromiso revolucionario y la determinación de soñar y en consecuencia luchar por un mundo diferente.
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NOTAS AL PIE
[1] von Mises, Ludwig, Socialismo, Bs. As., Centro de Estudios sobre la Libertad, 1968, p. 211.
[2] Buller, Adrienne, The Value of a Whale, Manchester Unversity Press, 2022, p. 60.
[3] El cálculo económico en la comunidad socialista, Mises, Procesos de Mercado: Revista Europea de Economía Política, Vol. XVII, N.º 2, Otoño 2020, pp. 353 a 388, https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7967017.pdf.