Lorca: arte, sociedad y política. Por Daniel Campione.

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Se ha dicho y escrito, hasta el día de hoy, que Federico García Lorca no tenía inclinación por la política, que era más bien indiferente a esa actividad. Si se analiza su compromiso con el cambio social y su amor por el pueblo llano, se verá que no es así.

Si se utiliza el término “política” en un sentido estrecho, remitido a lo partidario y lo electoral,  su poco “espíritu político” es en cierto modo verdadero. Lorca nunca fue hombre de partido ni asumió definiciones ideológicas muy taxativas.

No lo es, en cambio, si se toma un criterio más amplio, que comprenda la adopción de valores políticos más generales y su defensa activa. Y sobre todo si se abarcan las preocupaciones sociales y culturales, acompañadas por la conciencia de que están atravesadas por las relaciones desiguales de poder, en todos los planos.

Cualquiera sea la rama del recorrido de Lorca por la vida y el arte que se siga, nos encontraremos con su cercanía con los oprimidos y marginados, de la mano de su conocimiento y simpatía por las manifestaciones culturales de “los de abajo”. Y su crítica a las injusticias y prejuicios que oprimían a mujeres, campesinos, gitanos y otros sectores sometidos de la sociedad hispana.

 También puede vérselo en una actitud desafiante frente a las clases dominantes españolas, cuyos atropellos, mezquindades y prejuicios denuncia más de una vez a través de sus realizaciones artísticas. Y asimismo, a viva voz, en el espacio público.

Resulta en consecuencia de sumo interés hacer un sucinto repaso de algunos aspectos de la conjunción de cultura, arte y política; con la rebeldía frente a la injusticia social y la cerrazón política en el recorrido vital y la producción lorquiana.

La música, el folklore, los gitanos.

García Lorca es sobre todo conocido por su poesía y sus obras teatrales, en ambos casos magistrales. Menos difundido es que fue además músico. Y estudioso del folklore del sur de España. Federico era un más que aceptable intérprete de piano, tanto que llegó a pensar en ser concertista.

No materializó ese propósito, sin embargo permaneció toda su vida ligado al arte musical. Se ocupó de compilar un gran número de canciones populares andaluzas, muchas de ellas rescatadas del completo olvido. El interés por el folklore andaluz equivalía al cariño por la cultura de los gitanos, esos grandes marginados de la sociedad española.

Solía ejecutar esas melodías al piano, incluso en público. Colaboró en ese trabajo con el muy reconocido compositor Manuel de Falla. También grabó una serie discográfica titulada Colección de canciones populares españolass acompañando a una famosa intérprete conocida como “La Argentinita”.

https://www.youtube.com/embed/NGb9AcRj9MI?list=PLhcNlNJnL1gR1MbC5P3P0_8drEJxORBJJUno de los temas de la Colección de canciones populares españolas.

Una de sus obras poéticas tempranas, Poema del cante jondo, constituye una derivación directa de sus quehaceres musicales y de su colaboración con Falla. Ambos consideraban al cante como la corriente prístina de la música popular andaluza, por encima del flamenco propiamente dicho.

Los distintos poemas llevan títulos relacionados con los ritmos musicales del cante gitano. Reproducimos aquí el titulado “Poema de la soleá”, en el parágrafo titulado “Tierra seca”:


Tierra seca,
tierra quieta
de noches
inmensas.

(Viento en el olivar,
viento en la sierra.)

Tierra
vieja
del candil
y la pena.
Tierra
de las hondas cisternas.
Tierra
de la muerte sin ojos
y las flechas.

(Viento por los caminos.
Brisa en las alamedas.)

La materia musical tradicional estuvo luego integrada a su teatro. Ahí están los cantos corales, como “Despierte la novia” de Bodas de sangre, o el de las lavanderas, la canción del pastor y la bacanal de la romería de Yerma. O las coplas de los segadores de La casa de Bernarda Alba. Esos pasajes cantados confluían con la corriente de crítica social y cuestionamiento al poder establecido que contenían esas obras.

Lorca, Granada y la herencia árabe.

Ante la pregunta de un periodista, Federico opinó acerca de la toma de Granada por los Reyes Católicos, la que significó el principio del fin para la gravitación árabe y norafricana en la península ibérica:

“Fue un momento malísimo, aunque digan lo contrario en las escuelas. Se perdieron una civilización admirable, una poesía, una arquitectura y una delicadeza únicas en el mundo, para dar paso a una ciudad pobre, acobardada, a una tierra del chavico donde se agita actualmente la peor burguesía de España”.

Esta posición resulta aún más meritoria si se considera que no eran pocos los intelectuales y artistas, incluso de izquierda, que mantenían en alto la concepción convencional de la Reconquista y la lucha contra los “moros” como momentos gloriosos de la historia española, plenos de heroísmo y sentido de la dignidad nacional.

Bien al contrario, Lorca asume la defensa del legado arábigo. Al tiempo que hace caer su ataque sobre quienes habían destruido esa influencia cultural y luego sostenido la negativa a tomarla en cuenta como un elemento formativo de la sociedad hispánica. “La peor burguesía de España.”

En un registro parecido expresó lo que significaba para él ser granadino: “Yo creo, dijo, que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío… del morisco que todos llevamos dentro”. 

Lorca llevó su amor por la herencia árabe a su poesía, en particular a través de un libro completo en homenaje a los poetas “moriscos” de Granada, de los que tomó sus formas poéticas para escribir acerca del amor y la muerte. Esa obra no llegó a publicarse en vida del poeta. Se titula Divan del Tamarit.

Cabe reproducir una de sus poesías, de la serie de “gacelas”, estructura poética de sabor oriental que Lorca adoptó en este libro para los versos de tema amoroso:

Gacela I

Del amor imprevisto

Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.

Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.

Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre,

siempre, siempre: jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.

El poeta republicano y “La Barraca”.

Instaurada la república, en 1931, el ya exitoso dramaturgo se identificó a pleno con ella. A poco andar fue designado como director del teatro estudiantil itinerante “La Barraca”, una flamante creación del nuevo sistema. Consustanciado con la intención republicana de producir una profunda transformación cultural, asume su tarea con el mayor entusiasmo.

Imagen de una representación de “La barraca”.

Desde ese puesto, se lanzó a llevar el teatro clásico español a espectadores alejados del mundo del teatro, en gran proporción aldeanos que tal vez nunca habían asistido a una representación teatral. Calderón de la Barca, Cervantes, Lope de Vega. Tirso de Molina, fueron algunos de los autores elegidos. El director repudiaba el teatro hecho para un público burgués, de creencias y sentimientos convencionales y conservadores. Y vuelve a manifestar sus afinidades con los pobres y explotados y su antipatía hacia los sectores privilegiados o simplemente “pudientes”:

“El pueblo sabe lo que es el teatro… Ha nacido de él… La clase media y la burguesía han matado el teatro y ni siquiera van a él, después de haberlo pervertido… Fue entonces cuando comprendiendo eso resolvimos entre estudiantes devolver el teatro al pueblo…”

“Yo arrancaría de los teatros las plateas y los palcos y traería abajo el gallinero. En el teatro hay que dar entrada al público de alpargatas.”  ¿Trae usted, señora, un bonito traje de seda? Pues ¡afuera!” “…el público con camisa de esparto, frente a Hamlet, frente a las obras de Esquilo, frente a todo lo grande.”

El grupo, que hacía su trabajo de forma gratuita, sólo con una subvención para montar sus puestas, la perdió y dejó de existir cuando las fuerzas conservadoras ganaron las elecciones y se hicieron cargo del gobierno de la república. Con el triunfo del frente popular retornó a la actividad, hasta que se dispersó después del golpe y la guerra, pese a los intentos de reorganizarlo.

Quedó en la historia como un decisivo y exitoso esfuerzo por popularizar la “alta cultura”, y romper las barreras simbólicas en una sociedad todavía asolada por el analfabetismo, el aislamiento y sobre todo por la miseria.

Contra los burgueses y represores desde la poesía.

Lorca no vaciló, tal como vimos, en ser muy duro con la burguesía española y las instituciones que la servían. Y en denunciar sin ambages a los represores, quienes cuidaban a balazo limpio los intereses de los propietarios. Valga como ejemplo un pasaje de su poema titulado “Romance de la guardia civil española”, incluido en su poemario consagratorio, Romancero gitano:

En el Portal de Belén

los gitanos se congregan.

San José, lleno de heridas,

amortaja a una doncella.

Tercos fusiles agudos

 por toda la noche suenan.

La Virgen cura a los niños

con salivilla de estrella.

Pero la Guardia Civil

avanza sembrando hogueras,

donde joven y desnuda

la imaginación se quema.

Rosa la de los Camborios,

gime sentada en su puerta

con sus dos pechos cortados

puestos en una bandeja.

Y otras muchachas corrían

perseguidas por sus trenzas,

en un aire donde estallan

rosas de pólvora negra.

Cuando todos los tejados

eran surcos en la tierra,

el alba meció sus hombros

en largo perfil de piedra.

         *

¡Oh ciudad de los gitanos!

La Guardia Civil se aleja

por un túnel de silencio

mientras las llamas te cercan.

En otro pasaje de ese mismo poema, Federico se atrevió a mencionar con nombre y apellido a un terrateniente y bodeguero andaluz, Pedro Domecq, al que señala como inspirador de las acciones brutales de la “La Benemérita”, como se apodaba a la Guardia. Estos versos le suscitaron la aversión tanto de la institución policial como de los empresarios que aparecían como sus cómplices e instigadores.

La identificación del poeta con los condenados de la tierra era irrestricta y universal. Cuando viajó a Estados Unidos, sus versos reunidos bajo el título Poeta en Nueva York, incluyeron su acercamiento a la cultura negra, tan gravitante en ese país. Uno de esos poemas “El rey de Harlem”, es elocuente en la solidaridad con el sufrimiento de esa raza. Reproducimos un par de estrofas:

¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!
No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos,
a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,
a tu violencia granate sordomuda en la penumbra,
a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.

——-

Es por el silencio sapientísimo
cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua
las heridas de los millonarios
buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre.

La opresión patriarcal y el despotismo social bajo requisitoria.

También en su teatro se percibe la denuncia explícita, o apenas encubierta, de la cultura de opresión, de la moralina represora, y en particular del abyecto sometimiento de las mujeres. Como es sabido, las obras más celebradas de Lorca tienen protagonistas femeninas.

Todas ellas se rebelan de alguna manera contra los preceptos inamovibles que regían al género femenino en tierras hispanas. Así se enfrentan al matrimonio como único destino y ajeno o contrario a los sentimientos amorosos (Bodas de Sangre) con la maternidad como mandato obsesivo (Yerma) o frente al encierro, el imperativo de la virginidad y el despotismo materno (La casa de Bernarda Alba).

En esta última pieza se manifiesta una vez más que el poeta no es moderado ni cauteloso a la hora de remarcar el espíritu reaccionario, las prácticas opresoras, el “caciquismo” en política. Adela, la más joven entre las hermanas de “la Casa” rechaza el código del honor emanado de la creencia de que los hombres son superiores a las mujeres. Sostiene su libertad sexual y busca el cobijo del amor por encima de las normas sociales.

El apellido “Alba” pertenecía a una familia real de propietarios rurales de Granada, fustigados allí por Federico. Ese explícito señalamiento generó una corriente de verdadero odio por parte de esa familia, a la que incluso se le ha adjudicado haber ejercido influencia en el encarcelamiento y posterior ejecución del gran poeta, a modo de ajuste de cuentas.

Más allá de ese caso particular, lo indudable es que el teatro de Lorca dirigía sus críticas contra los poderes que pretendían un predominio eterno e ilimitado sobre la sociedad española. Los propietarios rurales, la Iglesia, las instituciones armadas, eran objeto de sus diatribas. Sólo las mujeres y varones del pueblo fueron tratados con afecto y respeto en su escritura teatral.  

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Cuando los poderosos vieron llegar la hora de la revancha, tras el golpe de julio de 1936, el poeta sería una de sus tempranas víctimas. Su dedo acusador y vengativo se posó sobre Federico, y utilizó a los uniformados y a los embanderados con el fascismo como brazo ejecutor.

Quien no fue militante partidario ni se mezcló en las rencillas cotidianas de la política había sin embargo generado un profundo mensaje, surcado por un anhelo indubitable de transformación social. Lorca no era un “inocente” aniquilado por una intolerancia genérica, por una homofobia trasnochada, ni por una arbitrariedad desorientada. Cayó por sus convicciones y por sus actos.

Había retado a los privilegiados y amado a los explotados y postergados. Fue suficiente para que los que venían a sofocar la libertad y los afanes de cambio de la sociedad ibérica lo eliminaran a plena conciencia de lo que hacían.

El crimen fue en Granada, no ocurrió por azar ni por error.

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Fuente: https://tramas.ar/2024/03/28/lorca-arte-sociedad-y-politica/


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