Implicaciones de la elección de Javier Milei como presidente de Argentina. Por Roberto Regalado Álvarez.

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En un hecho que ha sido comparado con la elección de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos y la de Jair Bolsonaro a la de Brasil, el ultraderechista Javier Milei tomó posesión como presidente de Argentina el 10 de diciembre de 2023, tras haber triunfado en el balotaje del 19 de noviembre. A solo dos años y cinco días de iniciarse en la política electoral como diputado federal –en representación de un pequeño partido local poco antes fundado por él–, el triunfo de Milei estableció récords en la cantidad y el porciento de los votos recibidos por un candidato o una candidata presidencial en Argentina desde el fin de la dictadura militar hace cuatro décadas.

En estado de alerta y de movilización deben situarse los pueblos de América Latina a raíz de la elección a la jefatura del Estado argentino de un excéntrico, polémico y verbalmente agresivo personaje, quien con su discurso antisistema se convirtió en figura conocida, creíble, convocante (¡y hasta presidenciable!) para diversos sectores sociales circunstancialmente mayoritarios, hartos de una crisis económica, social y política que, tanto la derecha tradicional, como la alianza progresista y de izquierda, ya demasiadas veces les han prometido en vano resolver. Esto explica, en parte, el contrasentido del “salto al vacío” de la gran mayoría del electorado argentino a favor de un candidato que, en vez de prometerles bonanza, les anuncia un draconiano ajuste económico.

Con una licenciatura en Economía y dos postgrados, una trayectoria en docencia, investigación y empresarial, 12 libros publicados, artículos escritos y entrevistas concedidas y una espiral ascendente de popularidad en la radio, la televisión y las redes sociales, como candidato de La Libertad Avanza, creada el 14 de julio de 2021, el 14 de noviembre de aquel año Milei fue electo diputado federal por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, comicios en los cuales, con 13,90% de los votos, su agrupación se ubicó como la tercera fuerza de la capital argentina, después de Juntos por el Cambio, de centro derecha, y el Frente de Todos, hegemonizado por el progresismo.

La reciente sorpresa dada por Milei fue haber sido el candidato más votado en las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 13 de agosto de 2023, con 29,86% de los votos, seguido por Sergio Massa, del Frente de Todos, con 21,43%, por Patricia Bullrich, de Cambiemos, con 16,81%, y otras y otros aspirantes que obtuvieron resultados modestos, hecho que lo convirtió en el outsider a derrotar.

En la elección general para la Presidencia de la República, realizada el 22 de octubre, Massa se ubicó en primer lugar con 36,78%, Milei en el segundo con 29,99% y Bullrich quedó fuera del balotaje con 23,83%. Dos días después, la candidata del bloque de la derecha tradicional, quien había tenido ásperos encontronazos con Milei en la campaña electoral, junto al expresidente Mauricio Macri, anunció que lo apoyaría en la definitoria jornada del 19 de noviembre, en la que el outsider se impuso con 56,65% de los votos y el oficialista se llevó la derrota con 44,35%.

Según Cristóbal Rovira, el nuevo mandatario, quien se considera a sí mismo como el primer presidente en el mundo explícitamente autodefinido como liberal-libertario, encaja en el perfil de la ultraderecha porque cumple con dos requisitos fundamentales: sus ideas son más radicales que las de la derecha convencional, y su autoritarismo lo ubica en una postura ambivalente respecto al sistema político democrático burgués. Sin embargo, Rovira lo califica de “bicho un poquito raro”, porque si bien su pensamiento se corresponde con la defensa a ultranza de la libertad individual, la propiedad privada, la economía de mercado, el combate al crimen, la venta de armas a la ciudadanía, el rechazo al aborto y otros temas comunes con el resto de la derecha extrema, Milei promueve la opción individual en el amor libre, el homosexualismo, la unión de personas de un mismo sexo y otros enfoques discrepantes con el resto de los vectores reaccionarios [1].

De la filosofía anarco capitalista que Milei dice profesar en teoría, y de la filosofía minarquista que dice promover en la práctica, no vale la pena hablar mucho. Son apelaciones a ideas de un capitalismo premonopolista que más de un siglo atrás fue suplantado por un capitalismo monopolista en el que capital y Estado se funden en una relación orgánica. Su enfoque omite que “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza” [2]; que la acumulación originaria incluyó la genocida conquista y colonización de Abya Yala; que el antiestatismo burgués surgió contra el Estado feudal que estorbaba el desarrollo capitalista y que el Estado burgués en todas sus variantes fue construido como maquinaria de violencia para defender los intereses del capital.

Al analizar el resultado de la reciente elección presidencial, Julio Gambina habla de “un consenso electoral aplastante que ahora está desafiado en constituirse en consenso político” [3], mediante la incorporación de los intereses de la coalición representada por Macri y Bullrich y de otros sectores de la derecha tradicional. Téngase en cuenta, por ejemplo, que la vicepresidenta Victoria Villarruel incorpora a la construcción del mencionado consenso político a corrientes neofascistas que niegan la existencia de los crímenes cometidos por la dictadura militar en los años 70 y 80.

Para Gambina, en Argentina:

“Cambió el capitalismo desde 1975/76 y se expresa con el triunfo de la ultraderecha en 2023. Es una realidad convergente con otros procesos en el capitalismo mundial, que incluye un escenario de guerra acelerada, con más gasto improductivo, especialmente militar, con desigualdad y especulación estimulada por la forma ficticia que asume el capital para la acumulación en esta tercera década del siglo XXI” [4].

Disolver el Banco Central, dolarizar la economía, incluido el canje de la deuda en pesos por deuda en dólares –mediante la adquisición de un nuevo préstamo equivalente o cercano al obtenido por Macri–, privatizar empresas públicas rentables, precarizar aún más el trabajo, liquidar las políticas sociales, fortalecer los cuerpos represivos y el resto de las medidas resultantes de la conversión del consenso electoral en consenso político, implican un grado de pérdida de soberanía y de desprotección de la sociedad, que mucho tiempo y esfuerzo les costará a las presentes y futuras generaciones de argentinas y argentinos revertir. Esa amenaza se cierne sobre toda Latinoamérica.

Implicaciones de la victoria de Milei para el resto de la Región

En países latinoamericanos azotados por crisis socioeconómicas y protestas populares, donde los partidos y movimientos políticos de izquierda no estaban en condiciones de establecer una correlación de fuerzas favorable, de converger en un proyecto transformador o reformador, ni de desarrollar liderazgos capaces de movilizar a amplios sectores de la sociedad, fueron grupos y figuras provenientes de partidos tradicionales, o personalidades sin militancia política previa, quienes condujeron a las organizaciones multitendencias, frentes y coaliciones protagonistas de la cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos progresistas y de izquierda iniciada en 1998 por Hugo Chávez en Venezuela e interrumpida en 2009 por el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras. Me refiero a Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina, a Rafael Correa en Ecuador, al ya mencionado Manuel Zelaya en Honduras y a Fernando Lugo en Paraguay.

El triunfo de Néstor Kirchner en la elección presidencial de 2003, cuyo gobierno logró “desactivar” la debacle del “que se vayan todos” –desatada por la acumulación de contradicciones económicas, sociales y políticas durante los gobiernos pos dictatoriales del radical Raúl Alfonsín, el peronista Carlos Menem y el radical Fernando de la Rúa– convirtió a la Argentina en el tercer país de América Latina gobernado por el progresismo o la izquierda, precedido por Venezuela y Brasil. Le siguió la presidencia de Cristina Fernández en 2007-2011 y 2011-2015.

Asediado por los ataques de los grupos empresariales, los medios de comunicación y los partidos de derecha, con un apoyo social y político mermado por la insatisfacción de necesidades de los sectores populares, y por los efectos de acciones punitivas sufridas por haber cesado en 2006 los pagos de la deuda al FMI, el kirchnerismo sucumbió en la segunda vuelta de la elección presidencial de noviembre de 2015 ante la coalición de derecha que candidateó a Mauricio Macri, cuya política entreguista al capital trasnacional ocasionó la más lacerante herida en la historia de la nación al concertar en 2018 un préstamo por 44 mil millones de dólares, el mayor que el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha otorgado.

El retorno del progresismo a la Casa Rosada en 2019 fue producto de la combinación del voto de castigo contra la gestión de Macri y la ingeniería política desarrollada por Cristina, al “reciclarse” como candidata a vicepresidenta en la boleta que ella le ofreció encabezar a Alberto Fernández. Este “reciclaje” derivó en una accidentada alianza del kirchnerismo con otras corrientes peronistas y con fuerzas a su izquierda, traslucida en la mala relación del binomio presidencial-vicepresidencial, cuyo triunfo fue parte de una tendencia a la ocupación o recuperación del gobierno por fuerzas progresistas y de izquierda iniciada en México en 2018 y seguida en Argentina, Bolivia, Honduras, Chile, Colombia y Brasil. Esa tendencia:

  1. En buena medida ha sido el resultado del voto de castigo contra la orgía neoliberal, antipopular y represiva de las fuerzas de derecha que, a partir de 2009, derrocaron o derrotaron a casi todos los gobiernos progresistas y de izquierda existentes, excepto los de Venezuela y Nicaragua, y por supuesto el de Cuba.
  2. El voto de castigo contra los gobiernos de derecha favoreció, en términos electorales, a un progresismo y una izquierda que ocuparon o recuperaron el gobierno entre 2019 y 2023 con un grado de fuerza social y fuerza política inferior al que poseían en la década de 2000.
  3. Salvo en México, donde la candidata de Morena para la elección presidencial de 2024 es la indiscutible favorita, las fuerzas progresistas y de izquierda que gobiernan por primera vez o que vuelven a gobernar en América Latina necesitan librar una batalla cuesta arriba para cumplir sus programas y crear las condiciones que eviten nuevos derrocamientos o derrotas.
  4. La tendencia se debilitó en 2023 con: la guerra jurídica desarrollada por la derecha en Guatemala para impedir la toma de posesión del presidente electo Bernardo Arévalo, del Movimiento Semilla, triunfante en la elección celebrada el 20 de agosto; la derrota de Luisa González, candidata del Movimiento de la Revolución Ciudadana, en la segunda vuelta de los comicios presidenciales efectuados en Ecuador el 15 de octubre; y el triunfo del excéntrico y confrontativo candidato ultratraderechista Javier Milei (y la derrota del peronista oficialista Sergio Massa) en la segunda vuelta de la elección presidencial argentina del 19 de noviembre.

Por haber sido Argentina el país donde, entre abril y mayo de 2003, surgió el tercer gobierno progresista o de izquierda de la década de 2000, tercera victoria consecutiva a partir de la cual los triunfos electorales –que hasta entonces parecían hechos puntuales desconectados entre sí– fueron justipreciados como los tres primeros eslabones de una cadena de elecciones y reelecciones ganadas por vectores opositores a la derecha neoliberal, y también por haber sido el primer país donde, en noviembre de 2019, el progresismo recuperó el gobierno luego de haberlo perdido cuatro años antes con la coalición de derechas encabezada por Mauricio Macri, las fuerzas progresistas y de izquierda, y los movimientos populares de toda América Latina deben asumir el arrasador triunfo de Milei y el apabullante fracaso de Massa como un llamado de alerta sobre lo que puede sucederles a ellos.

En las luchas sociales y políticas de signo popular, tal como en la Física, hay un efecto de acción y reacción:

  • la acción de las pseudodemocracias neoliberales establecidas en América Latina en las décadas de 1980 y 1990 provocó la reacción de los pueblos que en la década de 2000 eligieron a gobiernos progresistas y de izquierda en varios países de la Región;
  • la acción de los gobiernos progresistas y de izquierda provocó la reacción del imperialismo y la derecha criolla que desató contra ellos la guerra mediática, la guerra jurídica y la guerra parlamentaria, para derrotarlos o derrocarlos;
  • la acción antipopular y revanchista de la derecha, donde logró desplazar al progresismo y la izquierda del gobierno, provocó como reacción el inicio de una nueva, pero más modesta tendencia, a la ocupación o recuperación de gobiernos iniciada en 2019;
  • la acción de los gobiernos ocupados o recuperados por el progresismo y la izquierda provoca como reacción una nueva escalada reaccionaria, no solo evidente en Guatemala, Ecuador y Argentina, sino en toda la Región, particularmente en Brasil, Colombia, Chile y Bolivia.

Esa acción requiere una nueva reacción del progresismo y la izquierda, que no puede comportarse como si el tiempo no pasara, como si fuera posible hacer retroceder las manecillas del reloj de la Historia, como si lo que fue bueno y oportuno para ella en la década de 2000 lo sigue siendo en la de 2020.

Lo ocurrido en Argentina así lo demuestra.


  • Politólogo, Doctor en Ciencias Filosóficas.

1       Ver entrevista a César Rovira realizada por BBC Mundo, actualizada en 23 de noviembre de 2023.

2       Carlos Marx: El Capital. Capítulo XXIV: “La llamada acumulación originaria”, Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas en tres tomos, t. II, Editorial Progreso, Moscú, 1981, p. 148.

3       Julio Gambina: artículo publicado por la Fundación de Investigaciones sociales y políticas (Fisyp) el 23 de noviembre de 2023.

4       Ibídem.

Fuente: https://www.la-epoca.com.bo/2023/12/16/implicaciones-de-la-eleccion-de-javier-milei-como-presidente-de-argentina/


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