Patricia: las palabras y las cosas. Por Daniel Campione.

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Las declaraciones altisonantes de la precandidata Patricia Bullrich constituyen sin duda uno de los puntos notorios de la campaña electoral en curso. Abarcan la economía, la educación, las políticas sociales y laborales y la vigencia de los derechos humanos. Habría que tomarlas en serio.

Se ha llamado más de una vez la atención por los basamentos poco firmes, o directamente erróneos que suelen tener las palabras de la competidora de Horacio Rodríguez Larreta en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) que se realizarán el próximo 13 de agosto. Como cuando afirmó que el 40% de los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires (UBA) son extranjeros, cuando son diez veces menos, el 4%.  La intención de menospreciar a la educación pública es manifiesta, el desconocimiento sobre el tema también.

O, más reciente, cuando propuso pedir un nuevo crédito al Fondo Monetario Internacional (FMI) para cubrir la deuda impagable del disparatado préstamo contraído por Mauricio Macri y refrendado por el gobierno actual. Hasta lo denominó “blindaje”, un nombre que trae resonancias de la peor crisis de la historia argentina reciente. Fue en 2001 cuando el presidente Fernando de la Rúa procedió a cubrir un préstamo con otro mayor.

Y no tuvo mejor idea que querer cubrir de un tono épico ese acto de desesperación, promocionándolo como un gran éxito de gestión, llamándolo justamente “blindaje”.

Es probable que a Bullrich la hayan traicionado sus reflejos de alta funcionaria de la Alianza entonces en el gobierno. Es muy recordado que desde el ministerio de Trabajo y Seguridad Social se dedicó con entusiasmo digno de una causa justa a expropiar parte de sus ingresos a les jubilades, con la finalidad de profundizar un ajuste fiscal destinado a pagar deuda externa. El hecho es que hasta lxs economistas situados más a la derecha, sin exceptuar el más extremo, Javier Milei, salieron a rebatir la iniciativa y presentarla como dañina para el país.

Yendo un poco más atrás son también dignas de señalar sus aseveraciones de que levantará el “cepo” sobre el dólar y unificará el tipo de cambio apenas llegada al gobierno luego de un eventual triunfo en los comicios. Fue otra ocasión en que los economistas hicieron fila para indicarle que una acción semejante desataría una espiral inflacionaria de consecuencias difíciles de empeorar, entre otros elementos conflictivos de magnitud.

A no subestimarla.

Dados estos ejemplos, sólo algunos posibles entre otros muchos, puede cederse a la tentación de no tomar en serio a la postulante al cargo más alto de nuestro sistema institucional. Muchxs periodistas optaron por esa vía, y marcaron su falta de preparación en materia económica.

Y un consiguiente voluntarismo que la lleva a subestimar o directamente negar las consecuencias sociales y políticas de adoptar acciones “ultras”. Eso en una sociedad argentina caracterizada por “saltar” fuerte en defensa de sus derechos y condiciones de vida cuando los percibe avasallados de un modo brutal e injusto.

Esa subestimación sería errónea. Es cierto que resulta evidente la flaqueza de conocimientos de la candidata. Lo que no lo es, es que sus declaraciones sean disparates arrojados al aire, sin ninguna peligrosidad. Con sus limitaciones e ignorancias, Bullrich trasmite el mensaje de que está predispuesta a una ofensiva integral contra el nivel de vida y las conquistas de las mayorías.

Y que ésta será lo más veloz posible (suele enfatizar que hará lo que propone “desde el primer día”) y sin reparar en “costos” sociales ni políticos. Incluido entre estos últimos el de lanzar una despiadada represión, preconizada de modo translúcido en su insistencia en la “fuerza del cambio” y las imágenes de acciones intimidatorias o represivas de instituciones armadas que acompañan sus anuncios proselitistas.

Para esos propósitos cuenta con fuertes apoyos entre los círculos decisorios (con los empresarios al frente), como parece indicar la cantidad y variedad de hombres de negocios que pagan pequeñas fortunas para compartir comidas con ella o auspiciar actos que cuenten con su presencia y palabra.

La campaña de la ex ministra de Trabajo no es una seguidilla de balas perdidas. Sino la verbalización, es cierto que formulada en tono “sobreactuado”, del programa de máxima de los grandes capitales. Los que quieren reducir el vapuleado “gasto público” recortando jubilaciones, prestaciones sociales y número de empleados estatales, o al menos sus salarios. Quienes desean una “reforma del Estado” que tenga como punta de lanza la privatización de las empresas públicas, consideradas “deficitarias” con criterios mercantiles que no evalúan los beneficios económicos y sociales que generan.

Los mismos que quieren mejorar la “empleabilidad” de las trabajadoras y trabajadores demoliendo el derecho laboral, terminando con la “industria del juicio” y debilitando o reprimiendo a cualquier forma de organización obrera.

¿Es Patricia la candidata favorita del establishment? No puede dimensionarse con exactitud y es probable que muchxs empresarixs prefieran el mensaje más “racional” de Horacio Rodríguez Larreta e incluso el de Sergio Massa. En todo caso la postulante arrastra el debate hacia la derecha con eficacia y todas sus apuestas van en dirección al aumento de los beneficios económicos y del poder político de los grandes capitales.

Y lo que es seguro es que no ha sufrido hasta ahora la ostensible “soltada de mano” que se le dispensó a Javier Milei. Quien tras una breve transición, pasó de ser “niño mimado” en los medios a ser presentado como delirante y hasta se lo hizo sospechoso de variadas maniobras deshonestas y de padecer algún desequilibrio emocional.

Cabe marcar que P.B es una candidata a la que los analistas políticos le reconocen posibilidades de triunfo en las internas del mes de agosto. Y de alcanzar ese logro, le adjudican una probable victoria en las generales de octubre.

Es cierto que se relativiza su perspectiva a la luz de que resulta ostensible que cuenta con menos “aparato” que Larreta, que está respaldado por el grueso de la fuerte estructura nacional de la Unión Cívica Radical (U.C.R) y además sostenido por la mayoría de PRO, su partido de origen. Hoy tonificado este último por algunos triunfos significativos de postulantes muy afines, como el del último domingo en Chubut y el anterior en Santa Fe.

Resulte a la postre victoriosa o derrotada, es claro que la descendiente de los Luro Pueyrredón es un cuadro del poder económico, social y comunicacional. Y éste nunca se juega entero a una sola carta, sino que cultiva diversas opciones para cubrirse de eventuales imprevistos. Bullrich, todo indica, es una de ellas.

No sólo la economía, también la amenaza armada.

Los amagos reaccionarios y las amenazas de quien pasó por la Coalición Cívica y mucho antes por la JP, no se circunscriben al terreno económico. En los últimos días tuvieron menor repercusión y repudios que los merecidos algunas manifestaciones suyas que se ciernen sobre el terreno del tratamiento de las políticas sociales y asimismo en torno al respeto de los derechos humanos.

Quien proclama haber realizado una “profunda autocrítica” de su breve estadía en posiciones de izquierda en la década de 1970, acaba de hacer una propuesta  de “mano durísima” en materia social. Con el acostumbrado sonsonete de que lo hará “desde el día uno” vaticina que suprimirá todos los planes sociales. Y que los reemplazará por un “seguro de desempleo”. Estos últimos por definición son válidos por breve tiempo (pueden ser seis  meses) y sujetos a múltiples controles o limitaciones, como por ejemplo estar forzado a aceptar el primer trabajo que se le ofrezca al “beneficiario”.

Hubo más, ante la posibilidad de que muchas personas no acepten esta privación de su medio de vida, propone que quien no acate el cambio será destinado a un “servicio civil obligatorio”, que insinuó podría cumplirse en ámbito de la gendarmería nacional. Una propuesta de militarización lisa y llana de trabajadores precarizados o desocupados.

Ya no se trata sólo de mantener la reducción del gasto público como bandera, lo que tendría un avance más si se lleva a cero la inversión en planes sociales. Sino de hacer actuar a las fuerzas represivas para imponer por vía coercitiva el disciplinamiento de los movimientos sociales y quitar base de sustento a los odiados “piqueteros”.

Sus integrantes más díscolos quedarían sometidos a un “entrenamiento” de características no definidas, a cargo de una de las destructivas entidades mal llamadas “fuerzas de seguridad”.

Alguno de los diarios y portales de hoy informan de algo todavía peor, si cabe. Ante un auditorio  de veteranos de la guerra de Malvinas en las proximidades de Bahía Blanca, declaró que eran muchos los “héroes de guerra” que estaban “injustamente presos”.

No hay militares en prisión por torturas u otros atropellos cometidos en el conflicto de las islas. Por lo que corresponde colegir que Bullrich alude  a uniformados que cumplen penas por crímenes de lesa humanidad en centros clandestinos de detención u otros espacios vinculados con la represión dictatorial.

Los minimizadores que nunca faltan aducen que la presidenta de PRO en uso de licencia sólo hace esas declaraciones en búsqueda del voto de la “familia militar”.  Sería pura demagogia electoral.

Es cierto que la numerosa masa de hombres de uniforme, sus familias y allegados, es un codiciable activo en materia de votos. Son cientos de miles los que revistan en instituciones armadas, desde las tres fuerzas  a los servicios penitenciarios, pasando por las “fuerzas de seguridad”, que abarcan a los numerosos cuerpos de policía, como la Federal o la enorme Bonaerense.

Pero ¿por qué suponer que una amnistía o indulto de algunos violadores de los derechos humanos no forma parte de los deseos más íntimos y potentes de la declarante? ¿Acaso no despliega un amplio abanico de propuestas de “ultraderecha” en variados campos, blasona con ellos, incluso insiste con algunas de sus propuestas pese al rechazo que suscitan? Es probable que quiera que, con el solo aval de haber participado en la guerra del Atlántico Sur, un grupo de genocidas sea puesto en libertad, en una nueva ronda de crímenes impunes.

Quizás sea más atinado pensar que, más allá de su factibilidad, que dependerá de los actores sociales que entren en juego, el propósito de P.B es pisar a fondo el acelerador y jugarse a su ya famoso “todo o nada” contra las clases populares.

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Para terminar, los “tranquilizadores”, que abundan, sostienen que Bullrich y Rodríguez Larreta coinciden en el “qué hacer” y no en el “cómo” hacerlo realidad. Y a continuación dejan al jefe de gobierno porteño en el lugar de “moderado” y “consensualista”, diferenciable de la “intransigencia” de Bullrich.

También a este respecto deberían caber importantes dudas. La ex mano derecha de Mauricio Macri lleva como compañero de fórmula al peor de los represores del país, no ya en potencia como su rival, sino en acto. En su momento salió a respaldar sin tapujos las acciones autoritarias y antijurídicas del gobernador de Jujuy, Gerardo Morales. Y alguna vez se refirió a hacer en “las primeras cien horas” y no en los primeros “cien días” las reformas más profundas que se propone.

Por añadidura de darse su triunfo en las PASO deberá radicalizar sus posiciones para que los votos de su contrincante derrotada no se vayan para el lado de Milei o en dirección a una resentida abstención. Y esa conducta puede dejar comprometido su comportamiento posterior.

Por lo anterior cabe deducir que nos hallamos frente a una ominosa “ultraderechización” de lo que, suele ser exhibido hasta por analistas “progres” como “derecha democrática” o incluso como “centroderecha”. Así la denomina con singular benevolencia uno de los más destacados expertos en el “mundo PRO”. Ese “ultrismo” no se halla aún consumado, es cierto, pero sí se encuentra en ciernes y con avances importantes en esa dirección.

Los comentaristas críticos de la derecha vernácula y sus representantes del momento deberían abstenerse de las burlas fáciles sobre la falta de carisma de Larreta. Y más todavía de los comentarios maliciosos acerca de la supuesta afición a la bebida o la desprolijidad de los peinados de la que algunos ya llaman “la dama de hierro del PRO”.

Ambos constituyen amenazas ciertas y cercanas. Ridiculizar sus capacidades o trivializar sus rasgos personales puede conducir a la negación, que nunca es buena consejera, ni en política ni en ningún otro campo.

Fuente: https://tramas.ar/2023/08/01/patricia-las-palabras-y-las-cosas/

Daniel Campione
Daniel Campione

Profesor universitario en la UBA, investigador en temas de historia del siglo XX y actualidad política. Autor entre otros libros de “Los orígenes estatales del peronismo”, “La guerra civil española: Argentina y los argentinos” y “Los años de Menem”.


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