2023: Escenario electoral y escenario social. Por Daniel Campione.

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Ya presentadas las candidaturas para agosto y octubre cabe la reflexión sobre la posibilidad de contribuir con el voto a una perspectiva de transformaciones profundas.

Las elecciones presidenciales de este año se proyectan como una puja entre distintos candidatos de derecha, dispuestos a llevar adelante una ofensiva amplia del capital contra el trabajo. Tanto en Juntos por el Cambio y Unión por la patria como en La Libertad Avanza.

El enfrentamiento con las derechas en condiciones difíciles.

Parecen disentir sobre todo en la velocidad con la que intentarán llevar adelante políticas que, además de la profundización del ajuste ya en marcha, propicien una reestructuración regresiva de la sociedad argentina (reforma previsional y laboral, privatizaciones, reforma del Estado, mayor mercantilización de la educación y la salud). Asimismo hay discrepancias en cuanto a la política de alianzas más adecuada para llevar a efectos sus propósitos.

Desde el punto de vista de las organizaciones que se identifican  de modo sincero y activo con la causa de les trabajadores y el pueblo no cabe la menor duda de que no es en esa dirección que debe ir el voto. El sufragio por Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, Sergio Massa o Javier Milei es un voto para los personeros del gran capital local e internacional y las concepciones más conservadores en política. Además de constituir una garantía de proseguir con el pago de la deuda, el acatamiento a las condiciones impuestas por el FMI y el sometimiento a EE.UU en el campo de las relaciones internacionales.

No puede modificar este criterio la presencia de la candidatura de Juan Grabois como postulante a presidente. De las condiciones en que se concreta su candidatura se deduce que el objetivo fundamental es “contener” al voto kirchnerista inclinado más hacia el progresismo, al que le cuesta o se le hace indigerible votar por Massa. Votarlo sería aceptar una supuesta “alternativa” que ya anunció que se decantará por el “candidato de unidad” una vez celebradas las PASO. Y que lleva su misma lista de senadores y diputados. Votar por Grabois es un respaldo mal disfrazado al actual ministro de Economía.

Por fuera de las fuerzas entroncadas con el bloque de poder sólo queda la izquierda. Allí el escenario está afectado por diversas limitaciones. La que es por lejos la propuesta más influyente en ese campo, el FIT-U no ha logrado avanzar o no ha querido hacerlo hacia una alianza más amplia, que pueda incluir a un conjunto de fuerzas cuestionadoras del capitalismo que hoy aparecen dispersas. Esto se agrava por la puja entre dos listas para las PASO. Es una división que no parece justificada, ni siquiera en los sectores más politizados.

No es que no haya diferencias entre los dos agrupamientos, acerca de la política a seguir respecto al kirchnerismo o sobre la apertura a espacios situados por fuera de ese frente, entre otros aspectos. Sin embargo ellas podrían haber sido dejadas en segundo plano con la finalidad de generar candidaturas unificadas, lo que haría más visible la existencia de una propuesta claramente independiente respecto a las que depara el sistema de partidos patronales.

Otros dos núcleos de izquierda, el Nuevo Mas y Política Obrera son grupos pequeños, sin posibilidades de arribar a cargos legislativos. Se debe reconocer lo sincero y esforzado de su militancia y propaganda, pero se corre el riesgo cierto de que su rol concreto sea el de encauzar un voto testimonial que disperse al electorado anticapitalista y cuestionador.

Se suma a ese panorama la presencia de numerosas expresiones de izquierda que actúan en las luchas populares y tienen incidencia en las organizaciones contrarias al sistema, pero no disponen de una herramienta electoral. No son sectarias ni posibilistas y profesan, en mayor o menor medida una saludable heterodoxia a la hora de asumir la independencia de clase y la comprensión de las transformaciones recientes.

Sería deseable su articulación en una representación propia, que dé cohesión a esos ámbitos y pueda incidir en la configuración de una izquierda amplia, independiente, decididamente socialista, antipatriarcal, contraria al extractivismo e identificada con los pueblos originarios. Sin embargo no poseen esa representación.

¿Cómo votar?

A la hora de orientar el sufragio no puede pasarse por alto la crisis de representación existente. La abstención y el voto en blanco o nulo se abren paso, en medio del descreimiento generalizado, que llega a los límites de una “antipolítica” que dista de tener un significado unívoco. Ese sufragio “negativo” podría adquirir cabal sentido si hubiera un sustento político, social y cultural significativo a esa posibilidad. No lo hay y en las condiciones imperantes el “voto repudio” no tiene un alcance definido y amontona desde expresiones de la izquierda radical hasta la derecha más reaccionaria.

Como ya expusimos, el abanico de candidaturas de derecha, más abierta o más vergonzante, no es una posibilidad, incluso en sus variantes más “moderadas”. La tentación del supuesto mal menor, del apoyo a “palomas” para supuestamente frenar a los “halcones” no tiene asidero en la realidad.

Desde el peronismo en particular se busca disimular el verdadero contenido de su propuesta electoral y su programa en coincidencia con la concentración del capital, la explotación y la exclusión. Desde una perspectiva de cuestionamiento radical cabe sobre todo el trabajo para desalentar confusiones y conformismos que ni siquiera llegan a “posibilistas”.

Con todas las limitaciones que con razón se le señalan, la del FIT-U aparece como la propuesta más sólida para canalizar el voto de izquierda. Sostienen la independencia de clase, el no pago de la deuda, la participación activa y organizada en los conflictos sociales. Sus propuestas, mejor o peor formuladas y comunicadas, tienen un claro sentido anticapitalista.

Un voto al FIT-U no debería entrañar un apoyo acrítico. Ni necesariamente incluir una campaña pública y activa por ese voto. Más bien se podría llevar adelante una campaña diferenciada, que denuncie la concentración de la riqueza, el aumento de la desigualdad y el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo de las mayorías populares, al tiempo que marque la necesidad imperiosa de configurar una alternativa popular con peso propio.

Lo ideal al respecto sería la confluencia en ese apoyo de la izquierda amplia y diversa, que sostenga con decisión la necesidad de conformar una alternativa distinta, que formule un programa integral de transformaciones y apunte a una democracia construida desde abajo. Que ante la ofensiva del gran capital y la degradación del régimen constitucional, proponga como salida pasar a la contraofensiva en nombre de una sociedad diferente. Que realice otro tipo de campaña, que no se centre en pedir el voto sino en difundir propuestas. Y que privilegie el trabajo grupo por grupo y persona a persona, desligándose de la tendencia a poner en juego grandes aparatos propagandísticos edificados con millones de dólares.

La posibilidad de proclamar un voto genérico a la izquierda, incluyendo a todas las fuerzas de ese espacio tendría un carácter sobre todo testimonial. El mejor mensaje hacia los partidos de caudal más reducido es que trabajen con decisión por la articulación de toda la izquierda, sumándose a las iniciativas que vayan en ese sentido.

La irrupción popular.

Las recientes “puebladas”, con la de Jujuy al frente, exhiben las reservas que anidan en nuestro pueblo en cuanto a espíritu de lucha y cuestionamiento sin tapujos al poder real y al personal político que le rinde pleitesía. Cuestionan en la práctica el supuesto carácter inexorable de la “derechización”. Y muestran como masas que hasta poco antes apoyaban al poder establecido pueden tomar actitudes disruptivas y movilizadas.

Es probable que la sociedad argentina se halle en la perspectiva de un punto álgido de la lucha de clases en el futuro cercano. Lo que implicaría una confrontación en mayor escala entre el capital y el trabajo, en medio de nuevas y viejas modalidades del conflicto social. Está claro que para una praxis de izquierda en esas circunstancias, el lugar central lo ocupa la lucha en el espacio público, la movilización desde el trabajo o desde el territorio. Pero la esfera electoral no debe ser desechada. No darle un lugar significaría un mensaje equívoco, no asumir una modalidad de lucha que tiene un rol importante en el debate político y en la visibilización de las propuestas de izquierda.

Es la hora de un pronunciamiento electoral activo que asuma como objetivo estratégico la conformación de una alternativa estratégica unificada. Y de llevarlo a la calle con espíritu independiente y de cuestionamiento radical a los poderes dominantes en todas sus variaciones.

Daniel Campione
Daniel Campione

Profesor universitario en la UBA, investigador en temas de historia del siglo XX y actualidad política. Autor entre otros libros de “Los orígenes estatales del peronismo”, “La guerra civil española: Argentina y los argentinos” y “Los años de Menem”.


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