La crisis actual sólo se explica en la lógica de la lucha de clases a lo largo de nuestra historia.
Las luchas obreras del último cuarto del siglo XIX en Argentina y el sindicalismo emergente en ese tiempo construyeron las condiciones, junto a otras luchas populares, para habilitar la crítica al orden capitalista consolidado y en apogeo hacia 1880.
Así, la lucha de clases se explicitaba entre sujetos y proyectos, incluso con instrumentos políticos muy específicos, en términos de partidos y organizaciones constituidas en el marco de la iniciativa confrontada del bloque de poder y el alternativo en términos de la relación entre el capital y el trabajo.
Esa acumulación de poder popular se expresó en los mítines del primero de mayo, desarrollados en la Argentina desde 1890, en sintonía con otros territorios del “capitalismo desarrollado”, en donde la fecha se constituyó en emblema del movimiento obrero y su lucha en contra del capitalismo. Las relaciones capitalistas de producción en el país se construyeron en consonancia con la expansión monopólica del capital mundial.
Recuperar esos antecedentes permite explicar otras luchas democráticas en contra de la dominación capitalista articulada entre el poder oligárquico y el capital externo.
En ello inscribimos las luchas por la vivienda en la primera década del Siglo XX en la ciudad de Buenos Aires; las luchas agrarias que levantaron la consigna de “la tierra para quién la trabaje” en el Grito de Alcorta hacia 1912, dando nacimiento a la FAA y la reivindicación de una reforma agraria sustentada por pequeños y medianos agricultores bajo el régimen de arriendos, base del beneficio de los grandes terratenientes locales; pero también a la “reforma universitaria” de 1918, en demanda de la democratización de la Universidad, una reivindicación de la burguesía local en expansión a comienzos del Siglo XX. Proceso eficazmente retratado literaria y teatralmente en “M´hijo el dotor”, dramaturgia de Florencio Sánchez.
Son todas luchas que contribuyeron al despliegue de muchas otras a fines del Siglo XIX y comienzo del Siglo XX, como las de la semana trágica o las de la Patagonia, que instalaron una tradición combativa de la lucha obrera y popular en el país.
Es la lucha de la clase obrera argentina, recogiendo la tradición cultural de la Asociación Internacional de los trabajadores (1864), de la Comuna de París (1871), en tanto proceso derivado de las migraciones que contribuyeron a sustentar el desarrollo capitalista local, la que genera las condiciones de posibilidad de la lucha anticapitalista.
Con Marx, recordamos que sin “obrero libre” (desposeído de medios de producción: tierra e instrumentos y medios de trabajo) no hay posibilidad de construir la relación social capitalista.
La política migratoria entre 1850 y 1925, para “poblar” el país, fue constitutiva del capitalismo local, tanto como las inversiones externas en frigoríficos, ferrocarriles o bancos. Esas inversiones promovieron la extensión de la relación social capitalista en el país.
Bajo esas condiciones de lucha se constituirán las nuevas organizaciones sindicales, sociales y políticas, las que con su lucha habilitan la Ley Sáenz Peña en 1912, y el primer gobierno constitucional desde 1916.
La negación conservadora
Desde ese momento se preparó la “restauración conservadora”, en negación a los derechos conquistados por la nueva situación política, económica y cultural generada desde las luchas obreras y populares, especialmente con la instalación del voto secreto y universal, de los hombres. El voto femenino recién se instalará en 1926 en San Juan, y en 1952 en el país, siendo verdaderamente universal.
La restauración conservadora se procesó con el golpe de estado de 1930 e inaugura un tiempo de disputa sobre la gestión del capitalismo local, entre gobiernos de facto y otros electos constitucionalmente hasta 1983. En esta fecha parece cerrarse el papel del “partido militar” para la restauración del poder tradicional en el origen del desarrollo capitalista en la Argentina. La restauración operará desde entonces bajo regímenes constitucionales.
Ello no elimina la potencialidad de alguna forma de golpe de Estado, tal como hemos visto en la reciente historia de la región latinoamericana y caribeña, sea Honduras, Paraguay, Brasil, incluso Bolivia, que asumió ciertos visos de recurrencia tradicional de involucramiento de fuerzas armadas y de seguridad.
La contradicción en la gestión del capitalismo en este periodo histórico mencionado, entre 1930 y 1983 tiene, por un lado, a quienes pretendían restaurar el orden vigente consolidado hacia 1880 y que gobernaron hasta 1916, retomando vía dictadura el gobierno en 1930 y en otras ocasiones hasta la dictadura genocida de 1976.
Por otro lado, la nueva institucionalidad política, de quienes imaginaban la posibilidad de un orden “desarrollista”, con aliento en la hegemonía de la “burguesía local” junto a un proyecto “autónomo” del capitalismo, una tesis discutible en tiempos de dominación imperialista. Una “idea” que persiste en la actualidad.
El conflicto de ambos bloques se desplegó en el gobierno local entre 1930 y 1983, con sucesión de gestiones constitucionales y golpes restauradores, expresando la forma política de la contradicción del desarrollo capitalista local. En tiempos constitucionales y en una gran diversidad de identidades políticas, sobresalen la UCR y el PJ en el ejercicio de la presidencia de la Nación, hasta el 2015 en que es electo un referente de otra fuerza política, no tradicional, aun con apoyo de esas proveniencias.
Lo que pretendemos señalar es que en esa contradicción entre restauradores y desarrollistas es que se “pudrió” el capitalismo local. No es con el peronismo, como la “derecha” intenta explicar. Es más complejo, sostenemos, y es precisamente la disputa del poder del movimiento obrero y popular la que desordena el poder construido hacia 1880 y habilita una disputa por la hegemonía del capitalismo local sin solución, más allá de ciertos momentos de consolidación de proyectos de inserción virtuosa con el capitalismo global.
Por acá es que debe buscarse la especificidad argentina, en su declive relativo con relación a otros desarrollos en la región latinoamericana y caribeña, incluso en el ámbito mundial.
Aquella visión de la “Argentina potencia” del centenario (1910) que habría declinado, sugieren, desde 1945 en la hipótesis del bloque de poder, tiene límite en la propia declaración del “estado de sitio” promulgado en los fastos del centenario ante el auge de la organización, lucha y resistencia del movimiento obrero y popular. Vale mencionar, que desde 1945, más allá de los gobiernos de facto, no solo gobernó el peronismo, sino que también conviven periodos gubernamentales dirigidos por el radicalismo.
El bipartidismo (radical-peronista) comparte el gobierno constitucional, en disputa con la restauración golpista.
La resistencia popular de fines del Siglo XIX y del inicio del XX se constituye como un fenómeno que impugnaba el modelo productivo y de desarrollo; en sintonía con los procesos de revolución que corona octubre de 1917, incluso la década revolucionaria del 10 en México.
Por eso, la restauración conservadora inaugurada con el golpe de 1930 es el acontecimiento que visibilizó la disputa de un proyecto para el desarrollo capitalista local, que se mantendrá, esencialmente hasta nuestros días, en lo que muchos señalan como un empate hegemónico, que dificulta el “ordenamiento” de un ciclo de acumulación capitalista normalizado. Ese fenómeno se manifiesta en la elevada y recurrente inflación local, expresión de la disputa por la apropiación del excedente económico socialmente generado por el trabajo (la plusvalía).
La constitucionalización de la restauración conservadora
Será el menemismo (1989-1999), desde su hegemonía en el peronismo, quien logra la restauración del poder tradicional, oligárquico y transnacional, por su capacidad para disciplinar a la burocracia sindical, política e intelectual de la tradición peronista.
El éxito de la restauración se afirma en la tarea desplegada por la dictadura genocida entre 1976 y 1983 desarticulando las expresiones de disputa del poder en contra del orden capitalista, especialmente al movimiento obrero.
Algo similar ocurre con el radicalismo bajo el gobierno de la Alianza (1999-2001), más aún con la subordinación al macrismo (2015-2019), cuando por primera vez asume la presidencia un candidato no radical ni peronista, aún con apoyo oficial del radicalismo y parte del peronismo.
De ese modo, ya no hacía falta el “partido militar” para restaurar el orden oligárquico transnacional. La restauración operó bajo la Constitución desde 1989 y se ratificó en tiempos macristas (2015/2019).
El 2001 puso en discusión el régimen político y su base económica, sin poder constituir un proyecto que no solo desarme el orden liberalizador, neoliberal, sino que avance en transformaciones en contra y más allá del orden capitalista. La cruda lucha de clases que demanda la construcción de alternativa política. No alcanza con remedar los males del capitalismo asumidos desde las políticas neoliberales sustentadas desde 1976.
Ahí estuvo el límite de la pueblada que hizo estallar el régimen de convertibilidad (1991-2001) y desarticuló el bloque de poder construido en la década del ´90 del siglo pasado. Esa es la asignatura pendiente, la construcción de un poder alternativo que supere el empate hegemónico en la disputa del poder local.
El 2001 apuntó a ser la negación del orden restaurado hacia 1989, iniciando una transición que lleva más de dos décadas (2001-2022) y se asocia a dos procesos. Uno se disputa en la lucha por la hegemonía de la gestión capitalista y otro en la construcción de poder popular en contra y más allá del capitalismo.
Por el primer proceso, constatamos que se mantiene la contradicción en la disputa, ahora mediante dos coaliciones electorales, una con vocación restauradora y otra sustentando el proyecto “desarrollista” bajo nuevas formas. Se disputa la hegemonía de la gestión del capitalismo local, y por eso el desorden derivado de la especificidad local en materia de inflación, de tensiones e incertidumbres que se manifiestan en la actual crisis cambiaria, entre otros aspectos. Vale señalar que ambos bloques se subordinan, con escasas excepciones, a la lógica dependiente del endeudamiento público.
En el segundo, la fragmentación política popular es el fenómeno explicativo de una búsqueda por articular sujeto y proyecto para la disputa anticapitalista, conteniendo en su seno expresiones que limitan su objetivo a la crítica del orden neoliberal, debilitando la confrontación contra el orden capitalista.
Nuevas tensiones y oportunidades para la emancipación
La inflación mundial es el dato nuevo de la realidad del capitalismo contemporáneo en crisis, a lo que se suma los efectos de la pandemia y la guerra en Ucrania.
Ese fenómeno inflacionario, mundial y local, se agrega a un problema histórico de la Argentina, asociado a la disputa por el gobierno del régimen del capital en el país, entre los restauradores del poder tradicional y otros que imaginan la potencialidad de un desarrollo “burgués nacional y autónomo”, en tiempos de transnacionalización, lo que lo hace imposible.
Por eso, lo que falta es un proyecto alternativo, que rompa el empate hegemónico por el gobierno del capitalismo, y coloque en el debate una negación de la negación para el desarrollo de una sociedad en contra y más allá del capitalismo.
La primera negación al capitalismo local fue la lucha popular y el poder acumulado entre 1880 y 1930, negado por el golpe del 30 para contener la acumulación de poder del pueblo. Un proceso en continuado en los siguientes golpes hasta la construcción hegemónica del modelo productivo emergente entre 1975, el “rodrigazo”, y el golpe del 76.
El 2001 viene a negar esa realidad desarrollada entre 1975 y 2001, en una larga transición de acumulación de poder para transformar la realidad política y económica de la Argentina.
Ahora estamos en ese punto, con aceleración de la crisis política y fuertes presiones desde el poder para nuevas y aceleradas devaluaciones, incluso propuestas de dolarización de la economía argentina.
Lo que define el momento desde el poder es la ofensiva contra los derechos de las trabajadores/as y la afirmación de un modelo productivo y de desarrollo de primarización de la economía, industrialización subordinada de ensamble en la dinámica de las cadenas globales de valor y una fuerte presencia de la articulación financiera en la lógica especulativa dominante en el capitalismo mundial.
Una lógica creciente de inserción en el capitalismo delictivo que asocia la explotación y el saqueo, a la especulación financiera y el delito del narco, el lavado de dinero, el contrabando de armas y la trata de personas.
Al mismo tiempo, crece el descontento y la resistencia popular, habilitando nuevas posibilidades de negación del poder y el orden vigente.
Es la dinámica recurrente de la lucha de clases sobre la que actúa la potencia de una subjetividad consciente, en lucha, para desplegar la condición de posibilidad de la negación al régimen de la ganancia.
Bajo estas contradicciones de despliega la lucha política en la Argentina, contribuyendo a nuevos desafíos que tienen planteado en este Siglo XXI las trabajadoras y trabajadores del mundo.
Imagen: Movilización del primero de mayo en Argentina, 1890.