¿Qué es la economía popular? Experiencias, voces y debates. Por Miguel Mazzeo y Fernando Stratta.

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El presente ensayo, fue cedido por sus autores, Miguel Mazzeo y Fernando Stratta, para ser publicado en La Tizza. Forma parte del libro «¿Qué es la economía popular? Experiencias, voces y debates», de la Editorial El Colectivo, un esfuerzo editorial inconmensurable para desarrollar el pensamiento crítico y recrear las luchas de los sectores populares de Nuestra América. Este artículo, aunque se refiere al caso de Argentina, dialoga en más de un aspecto con el proceso de transformaciones de las formas de gestión y propiedad que están en curso en nuestro país. Y también con las enormes dificultades que enfrentan los proyectos populares de izquierda en nuestra región. El llamado «ciclo de gobiernos progresistas» que Latinoamérica vivió hace unos años, dejó aprendizajes que la política institucional, defensora de las «democracias electorales», no ha podido o no ha querido incorporar en sus prácticas. Y cuando pareciera que regresa un nuevo periodo de gobiernos «progresistas», asistimos impotentes a movilizaciones de los pueblos que les entrega el gobierno a aquellos que siguen considerando — a espaldas de los sueños de justicia de esos pueblos — que hay que pactar y dialogar con el poder de los empresarios, los medios de comunicación, las oligarquías históricas y las multinacionales. El pueblo tiene que darse poder a sí mismo, y construir la verdadera alternativa al capitalismo, destruyendo la maquinaria del «estado burgués» y no perfeccionándola.

La perfección reside en las asociaciones

voluntarias, que multiplican las fuerzas por la

unión, sin despojar a la fuerza individual ni de su

energía, ni de su moralidad y responsabilidad.

Karl Marx

Imaginar un nuevo mundo es vivirlo diariamente: cada

pensamiento, cada mirada, cada paso, cada gesto, recrea, y la muerte está siempre un paso adelante. No basta con escupir al pasado. Proclamar el futuro no es bastante.

Henry Miller

Nos están preparando para una sociedad en la

que las personas estén cada vez más aisladas.

Silvia Federici

Sobre nuestro enfoque: pensar la economía popular en clave multiescalar, transicional y emancipatoria

Definir a la economía popular no es una tarea sencilla. No porque falten sentidos, sino porque proliferan y se sobre-amontonan. Muchas veces se trata de sentidos ambiguos o abiertamente contradictorios. Este es un pequeño ensayo sobre la economía popular. Una escritura experiencial y afectiva. Es el fruto de un análisis y una reflexión militantes sobre un fenómeno que ha adquirido relevancia a partir de la última gran expansión del mundo asociativo, en especial el mundo asociativo de las clases subalternas y oprimidas, de los y las de abajo. Junto con esta expansión, también cobraron inusual visibilidad un conjunto de experiencias asociativas preexistentes, en particular aquellas vinculadas al universo campesino e indígena y a la tradición cooperativa argentina, más que centenaria.

Como parte de esas experiencias asociativas preexistentes, cabe destacar dos de ellas relativamente recientes. Ambas poseen vasos comunicantes con muchas de las actuales experiencias de la economía popular. Ambas generaron unos modos colectivos de subjetivación plebeya que tienen continuidad en los actuales. Ambas generaron las semióticas de base que constituyen nuestro punto de partida para pensar la economía popular. Por un lado, la experiencia de las «fábricas recuperadas» que apelaron a la acción directa para recuperar medios de trabajo y vida, en especial las experiencias más comprometidas en una línea de autogestión; por el otro, la experiencia del «movimiento piquetero», particularmente la experiencia de las organizaciones de trabajadores desocupados que hace más de 20 años fueron pioneras en la reconversión de los subsidios al desempleo en proyectos productivos autogestionados. La economía popular ya despuntaba detrás del piquete. En ambos casos y por distintas vías estas experiencias nos muestran procesos de creación de medios populares de producción.

En los últimos años, y como corolario de dicha expansión en el marco de la sociedad civil popular, la economía popular ha incrementado su presencia social, institucional, intelectual y académica. Esta presencia de la economía popular se puede correlacionar con unos niveles de reconocimiento relativamente importantes. Esto presenta aspectos positivos y negativos. Los positivos se relacionan con la visibilidad (y proyección) social del universo de la economía popular y con las ventajas derivadas de salir de la condición de la «informalidad», por ejemplo: la posibilidad de adquirir ciertos derechos y lograr ciertas reivindicaciones por parte los trabajadores y las trabajadoras que forman parte de ese universo. Los negativos se relacionan con los sistemas de reciprocidades asimétricas, con las lógicas que, desde el Estado o el mercado, tienden a la integración subordinada de la economía popular.

En la Argentina, además de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), existe una Federación de Trabajadores por la Economía Social (FETRAES) o la Federación de Cooperativas Autogestionadas de Buenos Aires (FEDERABA). En la parte de la economía popular vinculada al universo campesino tenemos a las distintas líneas del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI) que integran la UTEP, y a las diversas organizaciones que forman la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), articulada en el plano internacional con una instancia global como Vía Campesina. A nivel estatal proliferan las secretarías, las subsecretarías de la economía popular junto con áreas y dependencias emparentadas, en todos los niveles de gobierno, incluyendo infinidad de programas, planes, proyectos, etcétera.

Entre otros ámbitos institucionales cabe mencionar especialmente al Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES); el Consejo de la Economía Popular y el Salario Social Complementario (CEPSSC); el Registro de Organizaciones Sociales de la Economía Popular y Empresas Autogestionadas, bajo la órbita del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social; el Registro Nacional de la Economía Popular (RENATEP), bajo la órbita del Ministerio de Desarrollo Social, la Comisión Nacional de Microcrédito (CONAMI).

Además, existen redes internacionales, nacionales y locales de la economía popular que promueven la articulación de emprendimientos de la economía popular en distintos niveles. Por ejemplo, la Red Global de Economía Solidaria, creada en 2001 en la primera reunión del Foro Social Mundial de Porto Alegre.

Cada vez son más las universidades públicas que ofrecen cátedras o cursos de postgrado sobre economía social o economía popular. Por supuesto, en el plano de la sociedad civil popular se puede contar un sinnúmero de cooperativas, asociaciones civiles, fundaciones y colectivos.

Este ensayo aspira a sumar una voz, un punto de vista más, en el debate académico, pero, sobre todo, pretende aportar una perspectiva de innovación militante que contribuya con las praxis de los movimientos sociales y las organizaciones populares de nuestro país y Nuestra América.

En muchos enfoques sobre la economía popular es fácil detectar una tendencia a asignar centralidad a los aspectos vinculares o socioculturales en desmedro de otros aspectos. Como respuesta casi especular a las visiones economicistas, muchos abordajes priorizan los enfoques cuasi «etnográficos», abordan la economía popular despojándola de «materialidad».

Si hace más de dos siglos Adam Smith abolió la distinción entre subsistencia y economía e impuso el imperio de la escasez, en este tiempo no faltan quienes persisten en esa línea.

Del mismo modo, la centralidad analítica asignada a las unidades de la economía popular (UEP)[1] y, dentro de ellas, especialmente a las unidades comunitarias de la economía popular (UCEP), al desdibujar los entornos más extensos, posee efectos distorsivos: presenta a la economía popular como un sector aislado del resto de la economía (y del resto de la sociedad). Pero esta dista de ser la condición real de la economía popular.

Por el contrario, los vasos comunicantes o los cruces entre la economía popular y el sector capitalista convencional predominante son innumerables. El aislamiento analítico de la economía popular tiende a ocultar las profundas asimetrías económicas y sociales. No da cuenta de las relaciones de explotación y dominación. Por eso, cuestionamos los enfoques descontextualizados y las visiones basadas en la «autosuficiencia de la práctica» que, en general, producen materiales y discursos de baja criticidad que perjudican los procesos de auto-percepción de los y las protagonistas de las experiencias de economía popular: dirigentes, referentes, activistas y bases. En el universo de la economía popular pueden observarse tendencias que rechazan los ejercicios orientados a formalizar la reflexión en el plano teórico. Creemos que esto conspira contra las dinámicas constitutivas de una teoría global de la economía popular al inhibir las posibilidades de un contraste con otras teorías, ya sean críticas o no.

El empirismo mella el filón crítico de la economía popular. Ese filón crítico es clave para no dar por supuesto al sistema capitalista, para no considerarlo un sistema eterno e inmutable, para plantearse el horizonte de la transformación estructural de la sociedad capitalista, para contribuir a la conformación de bloques sociales emancipadores. También resulta indispensable para asumir la necesidad de reformular categorías como salario, renta ganancia y para repensar formas alternativas de distribución del producto social. La economía popular será una economía crítico-práctica o no será.

Por eso aquí intentamos otra cosa, no solo en este breve ensayo introductorio sino también en los diálogos que comenzamos a construir con los actores y las actrices de la economía popular, y en las preguntas que formulamos a los entrevistados y a las entrevistadas. Proponemos un abordaje de la economía popular a partir de una mirada macro y multiescalar. Asimismo, proponemos insertar la reflexión sobre la economía popular en los marcos de una hipótesis transicional (y una teoría de la transición) hacia sistemas económico-sociales poscapitalistas. En esta línea intentamos aportar algunos insumos de cara al debate sobre los fundamentos de un proyecto político emancipador y sobre el sujeto social capaz de impulsarlo y sostenerlo.

La economía popular remite a un universo prácticamente inabarcable compuesto de experiencias y dinámicas muy variadas. La heterogeneidad es uno de sus signos más característicos. La pregunta sobre la economía popular es una pregunta por lo realmente existente pero también por el poder ser y por el deber ser, por el acto y la potencia, por la presencia y la latencia. De esta manera, todo relato sobre la economía popular está obligado a las definiciones mínimas, a los esfuerzos por delimitar (analítica y políticamente) un campo. Como las definiciones y la delimitación crean sentido, el campo de la economía popular deviene un campo de disputa que, en última instancia, es política.

¿Economía social o economía popular?

¿Por qué optamos por el concepto de economía popular en lugar de hablar de «economía social», «socioeconomía solidaria», «economía social y solidaria», «economía del trabajo», entre otros similares y emparentados?

Pensamos lo popular en un sentido fuerte, como una categoría política de dimensiones clasistas, culturales y utópicas. No concebimos lo popular como una categoría «idealista» o meramente descriptiva de un actor social subalterno, plebeyo.

El concepto de economía social se nos presenta más general y abstracto y con predominio de aspectos puramente descriptivos. La economía social, usualmente, hace referencia a un «sector» (o una segmentariedad) de la economía que no es el Estado ni el mercado pero que no les cuestiona el predominio ni se propone como alternativa.[2] La economía social, por lo general, tiende a impulsar iniciativas productivas en áreas marginales y suele estar más cerca de las visiones «complementaristas» que promueven la creación de entornos económicos y sociales «paracapitalistas» subordinados. Asimismo, se centra en lo espontáneo y en lo empírico y en el desarrollo de programas gubernamentales. En general, no se plantea la construcción de un sector orgánico alternativo al capitalismo. No asume horizontes contrahegemónicos. Julia Martí ha planteado que el concepto de economía social suele quedar en un plano teórico «ya que desde las propias prácticas alternativas no se utiliza como forma de autodeterminarse».[3]

Por supuesto, la economía social y la economía popular comparten algunos principios: solidaridad, complementariedad, sostenibilidad ambiental, equidad, justicia social, perspectiva de género, democracia económica y protagonismo popular. Este es un dato incontrastable. Pero estos principios, sin dudas loables, son harto flexibles y se prestan a múltiples interpretaciones. No abonan necesariamente proyectos alternativos al capitalismo y al centralismo estatal. Por cierto, en muchas de sus expresiones, la economía social reconoce como antecedentes a economistas liberales defensores del libre mercado como León Walras o John Stuart Mills, junto a otros que impulsaron el asociativismo de la clase trabajadora en los marcos del sistema capitalista, o a los cultores de un cooperativismo integrado.

Generalmente, los planteos realizados desde la «economía social» o «la economía social y solidaria» sobredimensionan los aspectos pasivos (adaptativos) de las estrategias de supervivencia de las clases subalternas y oprimidas. De esta manera, a la hora de analizar el universo asociativo plebeyo, pesan más los efectos colaterales de la expansión del capital, cobran relevancia los procesos de reconfiguración posfordistas del mercado laboral, la conformación de mercados de trabajo polarizados y heterogéneos, las estrategias de «subcontratación competitiva» o la flexibilización de los sistemas empresariales y del trabajo. También la «deflación salarial» provocada por el incremento de la fuerza laboral activa a partir de la expansión de la acumulación capitalista en China y en la India.

Por otra parte, el sentido del trabajo que priorizan estos planteos está relacionado exclusivamente con las actividades generadoras de ingresos. La economía de los y las de abajo, aparece asociada a las respuestas espontáneas y hasta desesperadas contra el desempleo y la pobreza. También al cuentapropismo y los micro-emprendimientos individuales, las «changas» o similares.

En el caso de la economía popular, cobran una dimensión relevante aspectos absolutamente diferentes.

La economía popular se presenta como un conjunto de praxis colectivas (un archipiélago de experiencias) con potencialidades contrahegemónicas. Praxis capaces de realizar aportes significativos en el sentido de la superación del capitalismo y brindar elementos para la consolidación de matrices de desarrollo alternativas, de carácter «autónomo», «endógeno», «multidimensional». Praxis emparentadas con el uso racional de los factores productivos y la reproducción ampliada (y transgeneracional) de la vida. La economía popular plantea, entonces, la necesidad de desarrollar una conciencia y una voluntad popular.

Las diversas formas de propiedad social/colectiva; la autogestión; la gestión directa, consciente y creativa de los trabajadores y las trabajadoras; la sustentabilidad de sus actividades, son algunos de los rasgos más característicos y definitorios de la economía popular. Es decir, el carácter popular vinculado a lo no capitalista, a lo anticapitalista, a lo desmercantilizador y a lo radicalmente democrático.

Los antecedentes que la economía popular reconoce remiten al asociativismo popular y plebeyo (teórico y práctico), a las tradiciones cooperativistas críticas, comunales, a los diversos experimentos de autogestión y autogobierno popular, al «socialismo práctico» y al «comunismo desde abajo». En cuanto al sentido del trabajo, cabe destacar que, para la economía popular, los aspectos identitarios adquieren relevancia junto a las prácticas alternativas al trabajo asalariado capitalista.

En un plano más general,

la economía popular no deja de ser una respuesta al carácter cada vez más parasitario del capital. Una respuesta al agotamiento de los criterios de racionalización de la economía basados en la ley del valor. Una respuesta al abandono del capitalismo de toda función progresiva respecto de las fuerzas productivas y la erradicación de la escasez. Una respuesta a la brecha creciente entre valor y riqueza.

Una respuesta que suele ser confusa, incoherente, impregnada de un conjunto de elementos propios del capital. Esta condición, en buena medida, responde al carácter intersticial de la economía popular. Y si bien no toda experiencia de economía popular constituye per se una alternativa al capitalismo ocurre que por las características que le son inherentes esa posibilidad de devenir alternativa está siempre latente.

La economía popular remite a formas de producción, distribución, intercambio y consumo basadas en el respeto al trabajo y a la naturaleza. Se trata de formas que intentan organizar colectivamente los modos de acrecentar y utilizar los valores de uso. La economía popular, tal como la entendemos, aspira a que el trabajo muerto no domine al trabajo vivo, a que el trabajo abstracto no domine al trabajo concreto, a que el producto excedente no devenga plusvalía, a que el valor de cambio no domine al valor de uso, a que los productos no estén físicamente separados de los productores. En un plano muy básico, pero altamente significativo, la economía popular busca evitar que las cosas se vuelvan contra las personas y contra la naturaleza.

En este nivel general, en este plano básico, la economía popular puede verse como la expresión que asume en nuestro tiempo la «economía moral» de los y las de abajo. La misma que supo identificar, rastrear y analizar el historiador inglés Eduard P. Thompson.[4]

Por supuesto, también

concebimos a la economía popular como un conjunto de estrategias de subsistencia de un sujeto subalterno y oprimido (plebeyo, popular) que presupone la centralidad de la vida y no del capital. Se trata de estrategias que, en la práctica, indirectamente y de manera espontánea, cuestionan la lógica del capitalismo que consiste en transformar la fuerza de trabajo, las condiciones y medios de trabajo y subsistencia en mercancía.

Una economía pensada y organizada desde el punto de vista del trabajo

La economía popular es la economía pensada y organizada desde el punto de vista del trabajo. Una economía que tiende a sustituir la competencia por la solidaridad como motor de la economía, a reemplazar el mando del capital por el mando del trabajo en el proceso de producción. La economía popular asume un punto de vista ajeno al lucro y a la acumulación individual, pero no niega la importancia de los beneficios y la acumulación. La gran diferencia es que en la economía popular el plustiempo de trabajo va al colectivo social y no al capital; es decir: los trabajadores y las trabajadoras valorizan para sí una parte del plustiempo. En la economía popular hay acumulación de capital colectivo de la comunidad. No hay trabajo ajeno que se apropie y se «ponga» como tiempo de trabajo ajeno.

La economía popular busca que el trabajo se reapropie de la capacidad de trabajo, que esta capacidad no sea para el trabajo un valor de cambio; es, por lo tanto, una economía donde no se intercambia dinero por condiciones de producción. Por eso es inconcebible sin la autogestión y el autogobierno popular. La economía popular aspira a que las condiciones del trabajo no le resulten ajenas al trabajo. La economía popular es, por lo tanto, el trabajo mismo en proceso de recuperación de sus propias condiciones y de su fuerza colectiva. Es el trabajo puesto como valor que se procesa y que, en cada momento, es trabajo; el trabajo como valor permanente puesto a desarrollar las fuerzas productivas, pero con el objetivo de reproducir la vida y las condiciones generales de la actividad productiva de las personas. Es el trabajo como punto de partida y punto de regreso.

La economía popular es una economía donde los trabajadores y las trabajadoras trabajan para sí mismos y para sí mismas y no para el capital. Un objetivo de la economía popular es recuperar para el trabajo el poder social del trabajo.

Que la asociación y la cooperación sean puestas por el trabajo y no impuestas al trabajo por el capital o el Estado. Entonces, la economía popular busca que el trabajo se constituya en fuerza social para sí y deje de contribuir a la reproducción del capitalismo y el poder burgués. El «trabajo digno» no se agota en la remuneración «justa».

La economía popular, al autonomizar la cooperación social / productiva respecto del capital y al recuperar sus bondades para el trabajo, recupera el potencial que tiene la fuerza productiva de la asociación del trabajo, la fuerza productiva de los seres mancomunados. Esta asociación, por ejemplo, provee el plustiempo necesario para atender a las necesidades de una comunidad. Marx decía que esta asociación era un plus (una «adición») de capacidad laboral y que la principal fuente del valor no debía buscarse en el capital fijo, sino en la creatividad y los saberes movilizados por el trabajo vivo.

La reproducción social

Cada vez se hace más evidente que en nuestras sociedades (en nuestras formaciones sociales capitalistas) existen universos compuestos de infinitas tramas comunitarias. Se trata de universos centrados en lo que se suele denominar la «reproducción social», entendida como reproducción de los medios de producción y la fuerza de trabajo, tanto en el corto como en el largo plazo. Universos relativamente emancipados (y que pugnan por emanciparse) de la esfera de la producción de valor y plusvalía. Estos universos no participarían, por lo menos no directamente, de los espacios de la «producción» y, por consiguiente, del «espacio público». De ahí su invisibilidad histórica, cuando no su menosprecio liso y llano, sobre todo por parte de la teoría económica convencional.

Pasar por alto la esfera de la reproducción, ha sido (y es) un vicio de la teoría económica en sus vertientes ortodoxas; principalmente en la economía axiomática de raíz neoclásica, la economía positiva, siempre adicta a los sistemas de final cerrado (el «equilibrio general») y desconocedora de los enfoques indeterminísticos. Pero la esfera reproductiva también ha sido soslayada por las expresiones heterodoxas, incluyendo el marxismo. En particular el marxismo que no ha logrado deslastrarse de su sobrecarga productivista, evolucionista, teleológica. Está claro que la subsunción real de la vida al capital ya no puede considerarse como «progreso» histórico y las experiencias autogestionarias no pueden ser reducidas, al peor estilo de los «socialismos reales», a las modalidades productivas «típicas de los estadios pre-monopólicos».

Sin embargo, en los últimos tiempos se ha comenzado a percibir que en esos universos comunitarios se dirime un antagonismo básico. Por un lado, la lucha por la vida; por el otro, el avance de la economía mercantil, de la economía centrada en la valorización del valor. Esta última avanza implacable, apropiándose de un conjunto de esferas propias de reproducción social, destruyendo espacios de relativa autarquía, tanto en las zonas rurales como en las urbanas. Concretamente: el capital se apropia de las condiciones de vida de los seres humanos que se ven así desposeídos.

Las formas de subordinación del trabajo al capital se hacen cada vez más complejas. Consideramos que el capital viene intensificando esas funciones a partir de la contrarrevolución neoliberal iniciada en la década de 1980 y no revertida hasta ahora en aspectos sustanciales. De ningún modo se trata de funciones nuevas para el capital, pero sí es nueva la intensidad, el ritmo.

Si bien la reproducción social (la reproducción de lo que Marx denominaba el «necesario metabolismo» y la creación de medios de subsistencia) aparece como el rasgo determinante de la economía popular, la creación de excedentes no debería presentarse como un objetivo ajeno a la misma. Cuando se recortan las funciones de la economía popular y se la confina en exclusividad a la esfera de la reproducción social (a la producción de bienes intangibles de reproducción), directa o indirectamente se la subordina a la economía capitalista convencional.

Un desafío para la economía popular consiste en pensar la articulación de las tareas productivas y reproductivas.

Porque, como advierte Silvia Federici, el trabajo de reproducción es en definitiva el pilar en el que se apoyan las demás formas de organización del trabajo en la sociedad capitalista.[5]

En este sentido, la lucha por el reconocimiento de un salario universal[6] — en línea de lo que es el salario social complementario, pero extendido al conjunto del sector de la economía popular — es una variante que ha comenzado a discutirse y a tener presencia en la agenda pública. Esta discusión fundamental corre el debate del plano del sentido común que emparenta la economía popular con un sector beneficiario de subsidios y la ubica como parte inescindible en la producción social del excedente de las sociedades capitalistas. En definitiva, para la economía popular se trata de convertir en salario las transferencias de ingresos condicionados que definen la política social de las últimas décadas en la Argentina.

En la actualidad, la lucha por un salario universal va de la mano con la visibilización de un conjunto de actividades de la economía popular que son parte de los trabajos de reproducción de la vida, y que encuentra en el reconocimiento del trabajo doméstico y las tareas de cuidado un núcleo de sentido insoslayable.[7]

Cambios en el capitalismo mundial (1): la financiarización del capital

Muchos economistas hablan de cambios en el capitalismo mundial a partir de 2001 y 2008: la irrupción de China con su «productividad suprapromedial», la crisis económica mundial. Identifican una etapa posneoliberal. Esto puede ser cierto. Pero, de todos modos, consideramos que esos cambios, con lo que puedan tener de rupturistas respecto de la etapa anterior en ciertas esferas (la tecnológica, por ejemplo), siguen inscribiéndose en algunas coordenadas generales del neoliberalismo. O sea,

nos cuesta pensar al capitalismo de «plataforma», de «franquicia», el capitalismo «uberizado», al capitalismo «rentístico» y al modelo de ganancias sin acumulación, por fuera de una línea de continuidad con algunos procesos inaugurados en la década de 1980. Lo vemos más como una profundización de tendencias que ya estaban presentes en los tiempos del «consenso de Washington», que contaron con la inestimable colaboración de nuevas tecnologías relacionadas, por ejemplo, con el desarrollo del big data, la inteligencia artificial, entre otras.

Entonces, se profundizan las tendencias a la subcontratación competitiva, a la internacionalización de las cadenas productivas, a la automatización, a una mayor adaptación del trabajo a los requerimientos del capital. Pudo haber cambios en la esfera de la regulación. Pero no estamos seguros de que esos cambios hayan sido lo suficientemente significativos para hablar de posneoliberalismo. Por su parte, la expansión económica y geopolítica China reproduce todas las taras de la explotación imperialista. Las relaciones de China con los países del «sur global» no hacen más que perpetuar la dependencia de estos. Asimismo, vale tener presente que el neoliberalismo de las décadas de 1980 y 1990 no fue tan desregulado como se pretende, sobre todo en los países centrales.

Luego, no creemos que el neoliberalismo sea un «orden» del cual se pueda entrar y salir con tanta facilidad. Sobre todo, salir. Se suele sostener que los gobiernos dizque progresistas en América Latina «salieron» del neoliberalismo y que los gobiernos de derecha que los sucedieron «ingresaron» nuevamente en él. La confianza de algunos sectores en el retorno del progresismo para volver a salir del neoliberalismo se mantiene incólume. La superficialidad es uno de los rasgos más notorios de este tipo de afirmaciones.

La hegemonía del capital financiero, lo que Carlo Vercellone denominó «devenir renta de la ganancia»,[8] marca una continuidad de fondo, estructural.

El capital financiero es la forma más depredadora del capital. Básicamente porque se trata de una forma rentística. Las finanzas se alimentan de la ganancia no acumulada, no reinvertida en capital. El capital financiero extrae plusvalía por fuera de los espacios específicos del proceso de producción; es decir, extrae plusvalía de «la vida».

Sus estrategias para multiplicar los ámbitos de extracción de plusvalía son de lo más variadas y sofisticadas, el capital financiero busca anclar la reproducción social en prácticas como el endeudamiento, la monetización, el consumismo, la privatización.

Además de los grandes motores de la financiarización: flujos a escala, intereses de deuda, préstamos bancarios de alto rango, inversiones en mercados bursátiles, existe una financiarización por abajo a partir de la bancarización masiva y la expansión de los ámbitos y agentes del capital generadores de interés. El capital financiero adquiere «capilaridad» a través del consumo endeudado del proletariado extenso (que incluye a una parte importante de los sectores asalariados, al precariado y al pobretariado, a los paupers que no se pueden mantener a partir de su «trabajo necesario»).

De este modo el capital, al tiempo que se valoriza, va limitando las posibilidades de los ámbitos de reproducción social como generadores de subjetividades críticas y como pilares de proyectos políticos alternativos. O sea, lo que tenemos frente a nuestras narices es el despliegue de una simultaneidad muy perversa: la realización del capital y el ocultamiento (más que la anulación) de la potencia popular por la vía de la fragmentación del trabajo que deja de jugar los papeles integradores característicos del fordismo.

La financiarización puede verse como una de las formas a las que recurre el capital para lograr que amplios grupos humanos, en teoría «expulsados», de los diferentes sectores de la economía formal (los trabajadores y las trabajadoras «potenciales»), se inserten en la forma-valor y resulten significativos para el proceso de acumulación.

La financiarización amplió las fuentes de plusvalía, las directas y, sobre todo, las indirectas; aumentó la «masa de plusvalía total», generó una «subjetividad financiera». El alfa y omega del capitalismo es la extracción de plusvalía donde sea y como sea. ¡Todos, todas y todes a colaborar con el proceso de acumulación de capital! ¡Que nadie se quede afuera! La financiarización contribuye a subordinar el trabajo al capital sin que medien los procesos de proletarización característicos del fordismo. La financiarización acrecienta la capacidad del capital de metabolizar un sinfín de prácticas humanas originadas por fuera de su lógica. La importancia adquirida por la esfera de la circulación en los procesos de valorización del capital, hace posible que este último extraiga valor de la esfera misma del consumo y la reproducción de la vida. Resulta evidente que la economía popular no puede soslayar las realidades impuestas por la financiarización: la contradicción entre la expansión del capital financiero (junto con las formas de obtención pecuniaria derivada de los derechos de propiedad) y lo común producido por las relaciones sociales es cada vez más acuciante.

Cambios en el capitalismo mundial (2): ¿Reproducción ampliada del capital o acumulación por desposesión?

Si el capitalismo, a lo largo de casi dos siglos, se caracterizó por un proceso de acumulación basado en la reproducción ampliada; la etapa posindustrial (o neoliberal), coincidente con un completo proceso de mundialización capitalista, apela a formas de acumulación pretéritas en la búsqueda por resolver su crisis. En estas condiciones la reproducción del capital ya no supone simplemente un aumento del proletariado.[9] La centralidad que adquieren los procesos de acumulación por desposesión en el capitalismo actual indican que los procesos de subsunción real al capital no se limitan a la incorporación de fuerza de trabajo. Siguiendo algunos planteos de David Harvey, es posible afirmar que la economía popular, más que a las tradicionales lógicas de la reproducción ampliada del capital, está vinculada a los procesos de acumulación por desposesión que marcan la tónica de la actual etapa del capitalismo signada por el extractivismo, la ruptura del régimen salarial, la precarización laboral y de la vida, por el neocolonialismo, el neo-imperialismo, etcétera.

La economía popular, como praxis de la clase que vive de su trabajo, constituye un espacio propicio para pensar formas transicionales porque en ella adquieren resonancia los procesos de despojo. Las posibilidades de la economía popular radican justamente en engendrar y proyectar las luchas contra el despojo.

Las propuestas que hacen centro en la agroecología, el respeto por la naturaleza y la democracia sustantiva conforman, en términos gramscianos, sus «núcleos de buen sentido». Entonces, hay una naturaleza distinta en la lucha de clases que plantea la economía popular. Por esto mismo adquieren centralidad las luchas contra el agronegocio y contra todas las formas de producción de alimentos no sustentables, la defensa (y la recuperación) de los territorios campesinos e indígenas, los formatos descentralizados basados en la autogestión y autogobierno de las comunidades.

En este sentido, siempre resultará contraproducente pensar las reivindicaciones y las acciones necesarias de la economía popular a partir de las lógicas características de la etapa de la reproducción ampliada.

Si el horizonte de la economía popular está puesto en reconstruir la sociedad salarial del capitalismo de bienestar, chocará con un obstáculo histórico ineludible: las condiciones para retornar al pleno empleo ya no existen, en buena medida porque el capitalismo se ha encargado de destruir las bases de aquella sociedad.[10]

Pensar la lucha de clases en las sociedades capitalistas estructuradas en el despojo implica observar nuevas conflictividades, identificar puntos de ruptura diferentes a aquellos predominantes medio siglo atrás. En la actualidad,

si las luchas no logran conectarse y convertirse en momentos de triunfos contra los mecanismos de desposesión, estarán destinadas a diluirse en un océano de acciones reivindicativas fragmentadas, a malograrse frente a un sistema preparado para metabolizarlas. Las luchas del proletariado extenso hoy requieren tener como horizonte la reproducción ampliada de la vida.

Economía popular, mercado y mercantilización

Como señalamos, la economía popular remite a unos procesos y territorios reproductivos de la vida y proveedores de las «condiciones de producción», que no pueden ser generadas como mercancías de acuerdo a las leyes del mercado. Esta función, por sí sola, alcanza para refutar las acusaciones de ineficiencia, por cierto, basadas en miradas muy sesgadas de la economía y la sociedad. Como ha señalado Armando Bartra, detrás de esa supuesta ineficiencia se despliegan actividades económicas absolutamente necesarias y plenamente justificadas desde el punto de vista social y ambiental. En determinadas ramas de la economía la heterogeneidad en las productividades no constituye una tara.[11] Lo mismo cabe para la obsolescencia de los recursos o el atraso de los medios de producción.

Por este, y por otros aspectos, la economía popular abarca procesos y territorios de resistencia objetiva a los procesos de mercantilización. Está en contradicción con los objetivos y los modos estatales y procapitalistas de generar esas condiciones de producción. En líneas generales, la acción estatal (extra-económica o para-económica) apunta a la reproducción del capital, no a la reproducción de la vida.

La desmercantilización se refiere específicamente al mercado capitalista. Porque el problema no es mercado, sino el mercado capitalista, más específicamente: el totalitarismo inherente al mercado capitalista. La economía popular no debería ser considerada como antagónica respecto de las transacciones mercantiles.

Existen diferentes razones que justifican esta aseveración: porque la economía popular incluye principalmente experiencias vinculadas a la pequeña producción mercantil, porque promueve el pluralismo en materia de formas de propiedad, porque requiere de medidas de valor que otorguen centralidad al trabajo y, finalmente, porque las relaciones mercantiles no pueden ser abolidas por decreto.

En este, como en otros aspectos, resulta clave pensar estratégicamente los cruces entre la economía popular y el mercado, pensarlos en los marcos de una transición a un sistema poscapitalista. Lo que significa ir más allá de las soluciones de supervivencia. Se trata de pensar y desarrollar entornos sistémicos globales (económicos, políticos, sociales y culturales) donde las relaciones mercantiles jueguen roles diferentes a los que juegan en el capitalismo. Pensar en muchos mercados. Muchos mercados subordinados, reintegrados a la sociedad y a la política democrática, sistemáticamente intervenidos desde lógicas ajenas al mercado capitalista y afines a la reproducción de la vida, mercados «socializados», «feminizados» y «ecologizados» tal como han planteado Franz Hinkelammert y Henry Mora Jiménez.[12]

Por su parte, Carlos Pérez Soto habla de un «mercado funcional». Esto es, un mercado sin cargas distorsivas. Un mercado regulado y no regulador capaz de orientar las lógicas de la ganancia y la competitividad en función de la reproducción de la vida.[13] Queda claro entonces que el reconocimiento de la importancia del mercado (y lo privado) en ciertas áreas de la economía exige, al mismo tiempo, una práctica orientada a su regulación y su limitación y hasta su prohibición lisa y llana en otras.

Los riesgos de romantizar la economía popular

En torno a la economía popular existen una serie de discursos que tienden a idealizarla, a romantizarla, muchas veces bajo la idea desarrollada por E. F. Schumacher en su libro Lo pequeño es hermoso (Small is beatiful);[14] otras veces apelando a narrativas telúricas. Consideramos que es un grave error idealizar y romantizar la economía popular y toda instancia autoafirmativa de los y las de abajo. Porque de esa manera se pasan por alto sus limitaciones y contradicciones y, al mismo tiempo, no se aprecian correctamente sus potencialidades, sus capacidades para producir realidad social. Porque se subestima la presencia de la lógica del capital en el seno de las clases subalternas y oprimidas. Porque no se tiene en cuenta que «la relación con el Estado y las presiones del mercado son una puerta de entrada para la explotación y la autoexplotación de los [trabajadores] y las trabajadoras y su organicidad».[15] Un aspecto demasiado evidente en varias ramas de la economía popular es la correlación entre sus niveles de ganancia y la sobre-explotación del trabajo.

Romantizar, en el caso que nos incumbe, implica cercenar la realidad; una maniobra que indefectiblemente tendrá costos sociales y políticos. De este modo,

no es difícil precipitarse en las posturas con baja representatividad de la realidad, ingenuas, neohippies, neopanteístas, populistas (en el sentido de lo falsamente popular, o de lo construido discursivamente como «popular» por sectores de las clases dominantes) que, al soslayar la interacción sistémica, pueden terminar justificando ideológicamente la integración al sistema capitalista.

Romantizar a la economía popular es ratificarla como experiencia infraproductiva y/o como experiencia restringida, cercarla en el nivel cotidiano, alejarla de otros universos empíricos más extensos. Una economía de probeta.

La miniaturización de los instrumentos y los recursos propios de las experiencias económicas, sociales y culturales alternativas no sirve como estrategia para resistir/combatir los efectos de los grandes sistemas. La miniaturización no libera de la alienación, aunque pueda generar sensaciones en sentido contrario. La lucha debe plantearse en niveles micro y macro al mismo tiempo: esa es la verdadera «escala humana».

No tenemos ningún problema con los movimientos neo-rurales, neocampesinos, neo-artesanos, con las iniciativas que aspiran a una «vida simple» o al retorno de una «plenitud originaria» en caso de que algo parecido a eso haya existido alguna vez. Al contrario. Pero

no nos interesan los paraísos privados perfectos, no nos interesa la gestión de la vida entendida como una aventura individual. Por el contrario, creemos que es necesario comunizar la gestión de la vida, asumirla sí como una aventura, pero colectiva. Asimismo, rechazamos la maniobra que erige a la naturaleza en gran alienación.

El goce, lícito y merecido, originado por la institucionalización del principio de los bienes comunes, por la construcción autónoma de formas de vida buena, por las vivencias de una prefiguración, en fin: por nuestro saber-hacer comunal, debe alimentar la confianza en un proyecto global capaz de crear las condiciones para la ampliación de ese tipo de instituciones, construcciones y vivencias. Cada ruptura vale en tanto genera condiciones para otras. Celebrar nuestro hacer, el hacer del trabajo, es justo y necesario; pero no debemos olvidar que toda anticipación es frágil y está asediada por un sistema capaz de metabolizarla.

Muchas veces se idealiza y se romantiza la pequeña huerta, el pequeño taller, la feria barrial, el mercado de cercanía, el ethos milenario campesino-indígena (¡o budista zen!) o las iniciativas que promueven el comercio justo, ecológico, crítico y sustentable, sin dar cuenta de la realidad impuesta por los terratenientes, los monopolios privados y las grandes cadenas de comercialización y distribución que, como se sabe, son las principales formadoras de precios.

La idealización/romantización de la economía popular se asemeja a esas obras de arte, pictóricas o escultóricas que, con hipocresía o ingenuidad, representan a la clase trabajadora y al campesinado como superhéroes marvelianos. Este tipo de representaciones carecen de sinceridad. Transidas de redencionismo abstracto, son antidialécticas.

Esa idealización/romantización de la economía popular entraña una banalización que despotencia al sujeto. Por ejemplo, al fetichizar lo práctico-inmediato, no puede dar cuenta de la praxis crítica espontánea del proletariado extenso allí donde acontece; contribuye a desaprovechar las enormes ventajas derivadas del origen precapitalista o no capitalistas del campesinado, le niega capacidades estratégicas; atenta contra la performatividad de las luchas sociales en general, contra sus posibilidades de inscribirse de modo disruptivo en el espacio público. La idealización/romantización de la economía popular, con su exaltación de lo micro, con su incapacidad de identificar la contradicción entre las formas fenoménicas y los fundamentos de los fenómenos, no hace otra cosa que obturar la posibilidad de que lo más viejo sea lo más nuevo y de que lo más tradicional sea lo más revolucionario, que lo precapitalista o lo no capitalista se convierta en poscapitalista.

La agricultura alelopática[16] nos parece fantástica, también la conectividad de los seres humanos con la tierra y el universo o la confluencia de la familia y la comunidad en el proceso de trabajo, pero si no debatimos la propiedad de la tierra, el control del comercio exterior, entre otras cosas del mismo tenor, todo termina siendo carne y pasto para pequeñoburgueses despolitizados. Una cosa entre naïf new age. Una «problemática» para justificar el latrocinio de algunas fundaciones internacionales. Esta es una historia vieja, como mínimo tan vieja como Joseph Proudhom: la ilusión de independencia de los pequeños productores.

También nos parecen maravillosas las ferias populares y sentimos empatía con el vendedor o la vendedora ambulante, pero… ¿acaso, en muchas ocasiones, no nos venden bienes que provienen de talleres clandestinos y que fueron producidos por costureros y costureras en condiciones de semiesclavitud? Los ejemplos de este tenor, lamentablemente, abundan en el universo de la economía popular.

Muchas experiencias de la economía popular se desarrollan en un terreno ambiguo donde las formas defensivas del precariado y el pobretariado pueden asimilarse a estrategias (afines al capitalismo) que promueven el autoconsumo, el autoempleo, el autoesfuerzo, el emprendedurismo como formas de autosatisfacción complaciente.

Habría que evitar confundir la economía popular con las prácticas más cercanas a las salidas individuales, al «colonialismo filantrópico», o a lo que Frantz Fanon llamaba «humanitarismo insípido». De todos modos, las experiencias concretas de la economía popular no se manifiestan en estado puro, son contradictorias. Por lo menos una parte importante de ellas. Hay que partir de esa contradicción, intervenir en ella.

Nótese bien: decimos la «ilusión de independencia». No la ilusión de la pequeña producción, que es bien real. Por lo tanto, estamos considerando este problema a la luz de las posibilidades de generar las condiciones adecuadas para un desarrollo independiente de la pequeña producción. Tenemos en cuenta la existencia de amplios sectores en los que la propiedad y la naturaleza de los medios de producción y los instrumentos de trabajo no tienen como correlato una apropiación de la plusvalía generada por el trabajo colectivo. La ganancia no necesariamente es igual a la apropiación de plusvalía.

Cuando se pone una nueva racionalidad en pequeña escala al servicio de otra vieja racionalidad a gran escala, la primera corre el riesgo de terminar desnaturalizada. Esto es común en ciertos enfoques de la economía popular (más aún en los enfoques de la economía social). Se trata de las tendencias al empirismo que mencionábamos al inicio, con su falta de percepción de la totalidad social, con su narrativa fundada en la «prosa de parte». La influencia de estas tendencias hace que no siempre se visualice con toda claridad el fondo estructural generador de pobreza. Las particularidades abstractas, en lo sustancial, no afectan la dominación y la explotación. La economía popular debería pensarse en el marco de un universalismo crítico que reconozca el conflicto entre la parte y el todo.

Schumacher, en su libro, no pasaba por alto esta cuestión. Su planteo daba cuenta de las lógicas generales de la producción capitalista. Él era partidario de un modelo articulador de libertad, planificación, participación comunitaria, gestión desde abajo y propiedad colectiva de los medios de producción.

Por supuesto, la economía popular suele presentar aspectos defensivos y resistentes que siempre deben ser reivindicados, al margen de las distorsiones estructurales que la economía popular pueda o no reproducir. En torno a estos aspectos no hay romantización posible.

Cualquier colectivo que haya conquistado a través de la lucha la propiedad colectiva de tierras y herramientas junto con la organización colectiva del trabajo; un proyecto productivo sin patrón, las cooperativas «reales», una red de comercio justo, un bachillerato popular; cada una de estas experiencias, con sus modalidades particulares, es una trinchera para la clase que vive de su trabajo y también es vanguardia del proyecto civilizatorio alternativo. Es la posibilidad de soñar un mundo nuevo a partir de vivencias concretas. Es la mejor forma que conocemos de proclamar el futuro.

Debemos celebrar y apoyar toda experiencia comunitaria, toda iniciativa de las organizaciones populares y los movimientos sociales (y toda medida estatal) destinada a ampliar el campo de decisión soberana frente al mercado y el capital. El futuro de la economía popular, en buena medida, depende de la ampliación de ese campo de decisión.

Entornos hostiles

Sin embargo, algo que a veces olvidamos los y las que defendemos a la economía popular es que las iniciativas en donde no existe subordinación directa del trabajo al capital pueden contribuir a la subordinación indirecta (explotación indirecta). Este nos parece un tema crucial. Existen formas estructurales de subordinación y control del trabajo colectivo. El capital recurre a formas de reciclaje de la fuerza de trabajo de la economía popular. La lógica de la valoración incesante puede reabsorber lo distinto.

Una de las características de la financiarización del capital es la notable interconexión entre mercados formales, mercados informales y mercados ilegales. Esto redunda en una extraordinaria capacidad de volver «productivas» casi todas las esferas de la vida social. En tal sentido, no puede minimizarse el hecho de que los procesos de valorización del capital se extienden incluso en las esferas de la economía popular.

El capital, insistimos, posee una enorme capacidad metabolizadora. Por su lógica sistémica y por las estratagemas de algunos de sus agentes, hace que la fuerza de trabajo gastada en la producción de valores de uso termine al servicio de la producción de valores de cambio, que termine reinserta en un proceso de explotación y, por ende, de generación de plusvalía. La explotación no consumada en el proceso de producción puede ocurrir después, en el mercado capitalista. Lo que se produjo con modos no mercantiles, puede devenir mercancía.

Al capital le interesa controlar la mercancía fuerza de trabajo bajo cualquier forma. Ya sea bajo un régimen laboral más o menos «tradicional» (pero hace tiempo con una tendencia a ser cada vez más flexible y más precario, dado que la ley de valor fundada en el tiempo de trabajo está en crisis) o bajo relaciones aparentes de circulación que condicionan a los productores y las productoras «independientes». Incluso, a través de la generalización de algunos «paquetes tecnológicos», los productores y las productoras independientes no sólo pueden terminar trabajando para el capital, sino como capital. Entonces: ¿de qué clase de independencia estamos hablando?

La economía popular, en contra del deseo de sus protagonistas principales, puede ser funcional a la estrategia del capital que pretende articular sus objetivos de acumulación con los objetivos de subsistencia. ¿Hasta qué punto la economía popular no contribuye a generar una redistribución del costo de la subsistencia al interior de la clase trabajadora, una redistribución del costo de la explotación entre los sectores explotados?

¿Hasta qué punto la economía popular no contribuye a resolver la contradicción entre la acumulación capitalista y la subsistencia y reproducción del conjunto de la clase trabajadora? No debemos olvidar esto. No son extrañas las experiencias de la economía popular que consumen insumos caros para vender productos baratos. Es más, son muy comunes. ¿Acaso no existen unidades de la economía popular, tanto urbanas como rurales, endeudadas con bancos, que producen para las transnacionales, que dependen de los insumos que proveen grandes corporaciones? ¿Acaso el autoabastecimiento de las unidades domésticas no contribuye al predominio de los bajos salarios en diversas ramas de la economía?

A la hora de pensar la economía popular no debemos pasar por alto las funciones históricas que cumplieron las economías de autosubsistencia en el marco del capitalismo; cómo se comportó el capital frente a sectores que producían por debajo de la media social y que invertían más tiempo del trabajo socialmente necesario, que tenían un gasto de capital constante más alto y un nivel de productividad menor, un ciclo de rotación del capital bajo, etcétera.

¿Qué pasa cuando la economía popular entra en contacto con otros sectores de la economía capitalista? ¿Cómo evitar la devaluación de los productos de la economía popular? ¿Cuánta plusvalía hay en los bienes que la economía popular vuelca al mercado (trabajo no pago de personas ancianas, de mujeres, de niños, niñas y niñes) que pasa a formar parte de la ganancia media del capital? ¿Cuánto aporta la economía popular a la ganancia media del capital?

No puede ser muy «popular» una economía que solo sirve para que los y las pobres sobrevivan a costa de ellos mismos y ellas mismas, a costa del conjunto de la clase trabajadora. ¿Qué significa que los y las pobres pueden y deben resolver autónomamente sus propias necesidades? ¿Acaso esa resolución autónoma se puede concretar a través del emprendedurismo y el cuentapropismo, a través de la «ocupación autónoma»?

De la misma forma que en el actual sistema social del capital los límites entre producción y reproducción son difusos y hasta inexistentes, los procesos de subsunción formal y real al capital tampoco tienen límites claros; al contrario, tienden a extenderse de la mano de renovadas formas de flexibilización y extensión de las jornadas de trabajo. Por eso mismo, el conjunto de respuestas de las clases subalternas y oprimidas frente a los procesos de despojo son un terreno pasible de ser metabolizado por el capital. Siempre existe esa tensión. La autonomía de este conjunto de respuestas no se encuentra en su (aparente) lejanía con los núcleos de producción de las cadenas de valor. Eso sería pensar de una forma antidialéctica o, dicho de otro modo, subestimar las capacidades metabólicas del capital como relación social. Para disminuir los riesgos de confundir la transición con la transacción, un buen punto de partida puede ser pensar la transición en clave de la actualidad del socialismo, del comunalismo o como quiera llamarse al sistema alternativo capaz de exceder la civilización del capital y reemplazarla por otra. También es importante entender que, en el marco del capitalismo, la economía popular, aunque pueda conquistar algunos territorios, siempre tendrá estrictos límites estructurales y carecerá de las condiciones necesarias para desplegar todas sus posibilidades.

¿Mera vida o buena vida?

Si la consigna «solo el pueblo salvará al pueblo» termina atada a situaciones que no trascienden la transacción, se desnaturaliza su principal sentido. No deberíamos pensarla por fuera de la lógica de los antagonismos sociales, por fuera de la lucha de clases. «Salvar» no debería entenderse como garantizar la mera vida. Como lo fue hace no tanto tiempo, «salvar» tiene que ser sinónimo de liberación colectiva, de emancipación, de auto-emancipación popular.

No puede ser muy «popular» una economía que reproduce una situación caracterizada por altas tasas de ganancia del capital y bajas tasas de acumulación internas. Que utiliza en forma intensiva fuerza de trabajo poco calificada y sometida a un proceso de constante desvalorización. Que posee una «estructura de costos» regresiva en materia financiera, de infraestructura, de insumos, etcétera. Que en muchos casos carece de toda posibilidad de acumulación y se limita a la reposición de los medios de trabajo. Que tiene prácticamente vedado el acceso a la tecnología (o sólo accede a tecnologías obsoletas) y al crédito (o solo accede pagando altas tasas de interés por «riesgo financiero»).

Más que popular, esa economía sería una economía de la pobreza, de la indigencia.

La economía popular debe ser una economía de la abundancia de bienes necesarios («naturalmente necesarios») y básicos, de bienes socialmente útiles. No olvidemos la tendencia del capitalismo a convertir lo superfluo en necesario, trasladando sus condiciones de producción a una «conexión general». La economía popular deber ser una economía de la buena vida, de la vida dichosa aquí y ahora, no una economía de la mera vida.

¿Hasta qué punto las diversas iniciativas de la economía popular no aportan a la realización directa o indirecta de la plusvalía a bajo costo y en favor de los grandes grupos económicos? Los ejemplos abundan. La cooperativa que le genera insumos baratos a las empresas más grandes, o la cooperativa que le disminuye el costo de distribución, en fin, que le realiza al capital la plusvalía a bajo costo. Este «intercambio desigual» signa las relaciones entre los campesinos y las campesinas y las empresas de alimentos, entre los trabajadores y las trabajadoras textiles y los talleres clandestinos (o no tanto), entre los cartoneros y las cartoneras y la industria papelera, entre los vendedores y las vendedoras ambulantes y los grandes negocios mayoristas y las grandes firmas, entre los y las pobres y los bancos.

¿Esto significa que esa cooperativa no sirve? Al contrario, significa que debe plantearse la modificación de su entorno para consolidarse y desarrollar al máximo sus potencialidades. Significa que debe asumir sus ventajas relativas como subestructura social democrática[17] (liberada de las formas despóticas de dirección del capital) y como ámbito reproductivo de un colectivo determinado y, desde esa condición doble de trinchera y vanguardia, encarar la modificación del conjunto de las interrelaciones productivas como única forma de superar sus desventajas. Es decir, la economía popular puede articular dimensiones materiales, sociales y políticas: la reproducción del colectivo y las praxis transformadoras. Las praxis radicalmente transformadoras. La economía popular puede generar ambientes que le permitan a la clase trabajadora exceder las condiciones que le impone la sociedad capitalista, condiciones que atentan contra las posibilidades de desarrollo de una conciencia anticapitalista. La voluntad de un colectivo unido por fuertes lazos de solidaridad (y/o de hermandad) puede infligirle derrotas a las leyes del mercado. Algo que difícilmente pueda lograr un individuo. En este aspecto radica el carácter disfuncional de la economía popular respecto del sistema. En él subyace el sentido más potente de lo «popular». Sin dudas, aquí intervienen factores ideológicos, políticos y pedagógicos. La «eficacia» de una experiencia de la economía popular debería medirse, principalmente, en términos de: 1) sostenibilidad social; 2) capacidad de garantizar la base material para la subsistencia del colectivo más inmediato; 3) capacidad de generar subjetividades contrahegemónicas; 4) solidez de su organización interna; 5) claridad ideológica; 6) confianza en el camino/ horizonte asumido (certeza en el objetivo estratégico); 7) formación de líderes y lideresas «de servicio», con iniciativa estratégica. Ahora bien, una vez constatada esa eficacia, la misma vale solo como punto de partida para desarrollar su perfil productivo e incrementar su peso político.

La explotación se da básicamente entre clases sociales, no entre grupos o individuos. Por eso es tan importante situar la demanda de la economía popular en el marco de una estrategia general de los trabajadores y las trabajadoras. ¿Qué pasa cuando la reproducción de la vida se limita a la reproducción de la fuerza de trabajo?

Podría decirse que buena parte de los problemas de la economía popular, incluidas sus contradicciones, se derivan de sus condiciones de desarrollo en los marcos de una economía capitalista. Pero ese es un problema general que afecta a quienes aspiran a cambiar esta sociedad. No queda más remedio que cambiarla desde ella misma. No se puede cambiar desde un lugar externo, cómodo, ideal.

¿Acaso no hay un intercambio desigual de valores entre los modos característicos de la economía popular y el modo de producción capitalista? El intercambio entre sectores de la economía popular y el resto de los sectores de la economía capitalista no puede no ser desigual: unos, unas, unes reproducen la vida; otros, otras, otres reproducen el capital. Pero el capital en este contexto histórico, más que destruir a la economía popular pretende integrarla, subordinarla a su lógica de acumulación para obtener ventajas en el intercambio de mercancías y en el abaratamiento de la mano de obra y, también, en la contención de la conflictividad social. Este último no resulta un dato menor. Dan cuenta de él algunos sectores de las clases dominantes y todos los aparatos políticos dispuestos a administrar el capitalismo argentino. Esta función contenedora termina siendo una de las más relevantes dado que permite generar mediaciones integradas al sistema, en fin: burocracias. Permite ampliar la base hegemónica de las clases dominantes con costos relativamente bajos.

¿Ser o no ser? (para el capital)

El capitalismo actual muestra cuán viejos quedaron los debates sobre los «ejércitos industriales de reserva», las «masas marginales» o las «formas precapitalistas». Nada queda por fuera de la acumulación. No hay «rémoras», ni «anomalías», ni «atrasos». El predominio de la forma asalariada durante el siglo XX, no debería confundirnos. El capitalismo explota básicamente «trabajo vivo», en cualquier cuerpo que lo contenga: proletariado, precariado, campesinado, mujeres, niños y niñas. Para extraer valor recurre a las formas más variadas y a los dispositivos más sofisticados, dentro y fuera de los lugares de trabajo, en la producción o en la circulación, en el consumo o en la reproducción.

Todos los seres humanos, de alguna u otra manera, directa o indirectamente, participan en el proceso de valorización del capital y tienen significación para su reproducción ampliada. Incluso los seres humanos supuestamente «insignificantes», «desechados», «improductivos», «inútiles». Ese es el gran problema: la generalización del ser-para-el-capital que es un no-ser con otros/otras/otres, la inhibición del nosotros/nosotras/nosotres. El gran problema es significar para el capital en alguna medida. En sentido riguroso no existen «excluidos» y «excluidas». No existe un «afuera». El capital tiende a apropiarse de los márgenes.

Con esto queremos decir que no creemos que en las sociedades capitalistas actuales exista una zona del no-ser. Lo que se llama zona del no-ser en realidad es el ser-para-el-capital. Que se parezca mucho a un no-ser es otra cosa. El mundo entero es el escenario de la deshumanización; eso sí, está salpicado de espacios de resistencia y rebelión contra la deshumanización. Por el bien de la economía popular, por el bien del sujeto que involucra (más que por el bien de un área específica del conocimiento), no podemos, no debemos soslayar estas cuestiones cruciales. Es mejor reconocer que la economía popular y las diversas tramas comunitarias pueden estar vinculadas a los mecanismos de explotación y que muchas veces sirven directa o indirectamente a la acumulación de capital. Muchas veces algunas posiciones buscan ocultar (y hasta embellecer) la realidad de seres humanos auto-explotados y explotados por el gran capital, víctimas de la rigidez del mercado laboral, en especial en las economías dependientes.

Del mismo modo están los y las que focalizan su interés en promover la evasión frente a algunos de sus problemas más característicos, entre otros: la depreciación de los activos fijos, la necesidad de desarrollar una matriz tecnológica alternativa (las máquinas para la economía popular no pueden ser las mismas máquinas del capitalismo), la escasez de recursos, la ineficiencia productiva y la insatisfacción laboral.

Insistimos: los enfoques totalizadores son muy importantes. No podemos olvidar que la economía popular, por lo menos en el mundo periférico, no puede ser pensada fuera de la lógica del capitalismo dependiente con sus desequilibrios característicos: regionales, sectoriales, etcétera; con sus típicas deformaciones. Entonces, debemos considerar las limitaciones del capital «productivo» para reproducirse en amplitud creciente, la lógica de la acumulación/concentración del capital, la disminución relativa del capital variable, el proceso histórico de subordinación del trabajo al capital, etcétera.

En cierta medida, la economía popular no deja de ser un subproducto de la integración atrofiada y del desarrollo desigual (en el contexto del nuevo ciclo de subordinación del trabajo al capital que mencionábamos al comienzo para explicar el surgimiento del precariado). No sólo de eso, por supuesto. También existen determinaciones históricas y una función defensiva. Sin ir más lejos, el desarrollo de culturas solidarias y de tradiciones asociativas de los y las de abajo, en particular el cooperativismo y otras relacionadas con los pueblos originarios de Nuestra América.

Debemos preguntarnos dónde está el «dinero de los otros» y dónde va a parar el «dinero de los pobres». Debemos considerar el consumo que capta la totalidad de la retribución de la fuerza de trabajo del proletariado extenso (incluyendo al precariado y al pobretariado) y va a parar a los monopolios privados, al capital financiero. Por supuesto, solo una visión totalizadora está en condiciones de mostrarnos la relación de la parte con el todo, incluyendo la relación de la economía popular con la acumulación de capital.

La economía popular y el Estado

¿Cómo puede la economía popular desarrollarse en un contexto tan adverso como el que describimos? ¿Cómo pueden evitar las unidades de la economía popular ser funcionales al sistema capitalista?

Entre otras cosas la economía popular debe generar «ecosistemas» propios, redes no mercantiles de la producción de lo común (más que «cadenas de valor propias»), redes cooperativizadas y comunizadas, circuitos de distribución propios que eliminen las intermediaciones, acuerdos intercooperativos, etcétera. Especialmente redes de trabajo cooperativo y solidario que no integren solamente a los sectores más dinámicos, comprometidos y conscientes de la economía popular y a los colectivos afines; sino también a diversos proyectos sociocomunitarios y en especial a esa parte de la clase trabajadora extensa que forma parte del indefinido universo del cuentapropismo. La producción de entornos no mercantiles para el cuentapropismo resulta fundamental para el desarrollo de la economía popular.

Habrá que pensar una relación entre un sector regido por lógicas reproductivas y otras acumulativas sin que el primero termine perjudicado por el segundo. Un objetivo fundamental para la economía popular debería estar orientado a alcanzar niveles altos de autonomía de la reproducción social. En este aspecto creemos que el rol del Estado puede ser clave para que la economía popular alcance esos niveles de autonomía de la reproducción social.

Sabemos que el Estado actúa como garante del valor de cambio. El Estado capitalista no sirve para implementar formas de gestión alternativas de los recursos colectivos, de la vida. El desarrollo de la economía popular está condicionado por los marcos institucionales, por las jerarquías institucionales. No tiene sentido cuestionar la ley del valor sin decir algo respecto de las instituciones encargadas de garantizar su funcionamiento.

Una economía popular subordinada al Estado (a este Estado) no producirá mandatos, y si por azares del destino los produjera, no estará en condiciones de sostenerlos. Una concepción emancipadora de la economía popular no puede soslayar la crítica del Estado capitalista y los vínculos verticales que promueve. Pero… si bien no hay que subestimar el grado de integración del Estado a la dinámica del capital, tampoco hay que sobrestimarla.

¿Cuál sería el espacio para la integración y articulación de las diferentes experiencias de microgestión? ¿Cómo garantizar un ordenamiento de las distintas experiencias productivas y las múltiples formas de propiedad? ¿Cuál sería el ámbito para la macrogestión de la economía popular?

En primera instancia no nos parece descabellado pensar en un Estado, un nuevo Estado, un Estado rehecho desde abajo, abierto y autogestionario, que exprese otras relaciones de fuerzas. Que exprese otra condensación material de las relaciones de fuerza. Un Estado asentado sobre una sociedad civil popular densa, potente y dirigido por un gobierno popular. Un Estado no co-constitutivo del capitalismo. Un Estado que favorezca el acceso a cada vez más medios de producción para los actores y las actrices de la economía popular y que, por supuesto, garantice la protección del trabajo.

Un Estado capaz de producir dinámicas de mutua implicación, sinergias que favorezcan la articulación de los diversos sujetos de la sociedad civil popular. Un Estado que, entre otras medidas, detente el control del comercio exterior, de los puertos, de la banca, etcétera. Un Estado que asuma el control de los sectores estratégicos de la economía y que haga de ese control estatal un control social-popular, un control democrático, no burocrático. Un Estado que evite que la libertad sea utilizada para producir alguna desigualdad. Un Estado capaz de articular y reorientar y movilizar las capacidades productivas y todos los recursos de la Nación.

Las posibilidades de la economía popular para trascender el campo (y el horizonte) del microexperimento y de la microgestión y para erigirse en sector dinamizador de una alternativa sistémica no harían más que acrecentarse en articulación con un Estado de estas características. Un Estado que genere un marco institucional y regulatorio favorable a la economía popular y desfavorable para los monopolios privados. Un Estado que le cree «activos» directos a la economía popular. Un Estado que le facilite a las unidades de la economía popular el acceso a los medios de producción. Un Estado coautor de mercados alternativos, que financie la construcción de centros de procesamiento, de almacenamiento, etcétera. Un Estado que promueva la propiedad social y comunitaria de los medios de producción y que tenga la capacidad de orientar la ley del valor, de darle un contenido que esté en función de los intereses populares. Un «Estado comunal» afirmado sobre el «poder popular». Otro Estado. Otras instituciones.

Consideramos que la Economía popular debe articularse con la planificación económica desde abajo, en especial con métodos de Planificación Estratégica Situacional (PES),[18] esto es, con una concepción de la planificación democrática, no determinística ni tecnocrática, distante de la que desarrollaron los «socialismos reales», fundada en un modelo (y una teoría) de la transición al poscapitalismo diferente a la que el socialismo adoptó en el siglo XX.

Por otra parte, este tipo de planificación puede cubrir todas las carencias de la economía popular, tanto las relacionadas específicamente con falta de capital constante y tecnología, con la baja productividad y el intercambio informal como las relacionadas con aspectos contables, legales, administrativos, etcétera, en fin, con los huecos «gerenciales» de la economía popular. Diversas experiencias (en la Argentina y en el resto del mundo), muestran una notable correlación entre la participación comunitaria y el grado de eficiencia de diversos programas estatales relacionados con la economía popular. El debate sobre la economía popular, si pretende adquirir profundidad, no puede soslayar temas tales como la planificación y el papel del Estado y del mercado en la nueva sociedad.

Una distribución de los fondos públicos que otorgue prioridad a los sectores vinculados a los medios de reproducción y a los sectores autogestionados; el financiamiento especializado y focalizado en unidades de la economía popular; las compras públicas; la inclusión de cláusulas sociales en los mecanismos de licitación; los precios preferenciales para los servicios básicos y otros subsidios; el suministro de servicios sociales básicos; la cesión de infraestructuras, materiales para la construcción, insumos; el apoyo técnico; el desarrollo de un conjunto extenso de políticas compensatorias; etcétera, pueden ser pasos muy importantes, pero sin intervenciones más profundas, serán insuficientes para erigir un nuevo sistema económico y productivo.

Sin lugar a dudas, sería muy fructífero encarar esta reflexión sobre la transición saliéndose de la dicotomía estatismo-antiestatismo, o Estado malo y sociedad civil popular buena. Decimos, repensar el Estado como campo de autodeterminación. ¿Todo Estado, indefectiblemente, es la antítesis de la autodeterminación? Afirmar que todo Estado per se es la antítesis de la autodeterminación es, por lo menos, simplista. Y, en determinadas circunstancias históricas, políticamente irresponsable. Hay que hacerse cargo de ese tipo de afirmaciones y ofrecer medios más eficaces para proteger a la sociedad civil popular de los embates del mercado y los monopolios privados.

¿De qué sirve impugnar al Estado capitalista y proclamar el abolicionismo, desde territorios desorganizados e incapaces de hacer sentir todo el rigor de sus demandas?

El sesgo marcadamente estatista (o «estatalista») de muchas concepciones de la economía popular — uno de los datos más negativos — no debería generar respuestas especulares, binarias y poco dialécticas. Nos referimos a las concepciones que, en lugar de priorizar la autonomía de las organizaciones populares, confían ciegamente en las ventajas de la integración, reproducen lógicas y retóricas estatales. Una integración que reniega de toda disputa estratégica. Esa integración anticipada, no hace más que reproducir al viejo Estado y fortalecer sus aristas más despolitizadoras y desorganizantes de la sociedad civil popular.

Modelos de recambio y alternativas

Reconocemos en la economía popular una potencialidad vinculada a la construcción de «territorialidades de reemplazo»,[19] de entornos materiales, sociales y simbólicos capaces de sostener un proceso emancipador, incluyendo sus momentos de insubordinación social. Esto, en términos de Renán Vega Cantor, significa que los procesos productivos de la economía popular «no pueden entenderse como si fueran solamente actividades materiales».[20] En efecto, a diferencia de la economía convencional, la economía popular no busca ocultar su carácter político y su aspiración a trascender el orden existente.

La economía popular remite a experiencias con capacidades de anticipar la sociedad futura, promoviendo modos de producción alternativos al capitalismo y otras relaciones sociales solidarias, igualitarias, humanas, no alienadas. Experiencias prefigurativas y, por lo tanto, capaces de exhibir «efectos demostrativos» y de incrementar su eficacia de cara al futuro. Experiencias que «factualizan» formas alternativas de gestión de los recursos y los procesos sociales, formas en las que el trabajo asociado posee el control efectivo del tiempo, del proceso de trabajo y del producto. Experiencias enraizadas en comunidades más extensas.

Hemos planteado la necesidad de pensar la economía popular en el marco de una teoría de la transición hacia sistemas no capitalistas, poscapitalistas, tengan el nombre que tengan.

El eje de esta teoría debería estar puesto en la praxis capaz de adaptar el proyecto de transformación a las condiciones impuestas por la realidad y en las acciones más aptas para modificar esas condiciones y realizar el proyecto. Se trata de atravesar horizontes sucesivos del poder ser, ampliando de manera permanente los espacios para el desarrollo de un sistema alternativo y la cultura anticapitalista, construyendo sólidos entramados materiales y políticos en el seno de la sociedad civil popular. Algo que, sin dudas, nunca es ni será sin conflictos.

El énfasis en la transición nos lleva a pensar la economía popular en función de la necesidad de contar con modelos de recambio. El capitalismo, como decía Walter Benjamin, no morirá de muerte natural.[21]

Esta certeza nos plantea el problema de las bases reales y posibles de una forma superior de sociedad, de una «nueva síntesis superior». Descartando de plano el determinismo de las «bases materiales e intelectuales» y el «fetichismo de las fuerzas productivas», quedan los interrogantes: ¿cuáles serían esas bases materiales e intelectuales?, ¿cuáles serían las coordenadas más adecuadas para pensar las «premisas»?

De ningún modo estamos negando las contradicciones internas del sistema capitalista, pero consideramos que ninguno de sus trastornos endógenos generará por sí mismo (o en combinación) una alternativa sistémica.

Luego, los seres humanos y la naturaleza no tienen por qué soportar los costos cada vez más onerosos de la fuga hacia adelante del capital. Por otra parte, como plantea Bartra: «La Gran Crisis es un deterioro prolongado de la reproducción social resultante de la erosión que el capitalismo ejerce sobre el hombre y la naturaleza y una contradicción de carácter externo». En este sentido, planteamos que la economía popular puede constituirse en una especie de laboratorio social y político, en una usina generadora de alternativas sistémicas, en una escuela de «socialismo práctico».[22]

Por lo tanto, el carácter popular de una economía remite a la defensa de los bienes comunes, a la soberanía alimentaria, a lo antipatriarcal. La economía popular es absolutamente incompatible con las formas de recolonización capitalista, con los modelos extractivistas y con todo lo que conllevan: expansión del agronegocio y los monocultivos transgénicos, megaproyectos de infraestructura, fracking, minería contaminante, mercantilización del conocimiento ancestral de los pueblos originarios, violencia estructural contra las comunidades y las mujeres, etcétera.

En las resistencias a los procesos de despojo anidan buena parte de las respuestas para construir modelos de recambio. Pero esas respuestas, fragmentadas (¿podrían acaso no ser respuestas fragmentadas, si son consecuencia del logos neoliberal?), por sí solas no serán suficientes para amalgamar y estabilizar un conjunto de saberes y formas de hacer con una lógica propia, diferente a la lógica del capital. Para eso, será necesario pensar esa alternativa en términos transicionales y construir las relaciones de fuerzas que la conviertan a futuro como posibilidad.

¿Renta social básica o salario social?

En el marco de una concepción transicional, cabe pensar en el universo de posibilidades que abre una articulación de la economía popular con formas de renta social básica, u otros ingresos universales disociados de algún tipo de contraprestación directa. Fundamentalmente el tipo de renta considerada como retribución a la contribución social productiva y reproductiva del común. «Renta social básica incondicional» (RSBI), según la propuesta de Carlos Vercellone y Andrea Fumagalli que, en efecto, la conciben como un instrumento de transición (uno más entre muchos otros que operan como complementos necesarios) hacia modelos alternativos.

En esta línea, la RSBI es visualizada como un medio de desmercantilización de la fuerza de trabajo, idóneo para conseguir libertad de elección de la fuerza de trabajo (el derecho a la elección del trabajo) y para incrementar autonomía de las personas (y las comunidades) frente al capital y al Estado. Es decir; la RSBI puede contribuir a que el trabajo se democratice y adquiera un grado importante de independencia respecto del capital, en última instancia dificultaría la apropiación privada del valor generado por la cooperación social, por la cooperación del común. De este modo, la vida no se reduciría al trabajo y el trabajo se depuraría de tristeza. Asimismo, impondría un límite a la explotación, una barrera moral infranqueable para el capital. En el mismo sentido puede contribuir a debilitar los mecanismos de control del Estado fundados en prácticas clientelares, en subsidios siempre magros e insuficientes que atentan contra la dignidad de las clases subalternas y oprimidas y no aportan demasiado a la mejora de sus condiciones de reproducción. Por lo tanto,

propuestas como la de la RSBI (o similares) deben ser consideradas como centrales en función de una economía basada en la producción de lo humano a través de lo humano, una economía de «los comunes».[23]

La economía popular no puede pasar por alto que las condiciones de reproducción se han vuelto directamente productivas. Que el capital, a través de la financiarización, se beneficia cada vez más de la inteligencia colectiva general[24] (la capacidad de los seres humanos de producir en forma autónoma) que se desarrolla por fuera de los ámbitos formales de trabajo; en las economías de red, en el trabajo gratuito de los consumidores, en las formas populares de organizar el intercambio, en las interacciones afectivas, etcétera. Esa inteligencia colectiva –se habla también de «ecosistemas tecno-sociales»– remite a un conjunto de imputs fundamentales que no pueden ser cuantificados. Se torna cada vez más visible la racionalidad social que subyace al capitalismo, la racionalidad sobre la que se erige, la racionalidad que niega y pervierte. El capitalismo se apropia de las potencias comunes.

Salta a la vista que las actividades creadoras de valor requieren de determinados entornos sociales, de dimensiones colectivas que las hagan factibles. Por eso mismo, no tiene sentido pensar a la economía popular en términos de rentabilidad acotados porque, en sentido estricto, siempre es «rentable» para el capital porque se aprovecha de una economía no remunerada, aunque no siempre sea «rentable» para quienes forman parte de su universo. Resulta imposible determinar con exactitud dónde termina la «reproducción» y dónde comienza la «producción».

El efecto desmercantilizador (hablamos del mercado capitalista) de una renta social básica puede ser clave para el desarrollo de la economía popular. Contribuiría de manera decisiva a consolidar la autonomía del proletariado extenso: la autonomía del trabajo frente al capital. Limitaría la función de control social que tiene el dinero. Permitiría dar pasos firmes en pos de una moneda del Común y abriría las puertas de la superación de la forma-salario. Dotaría a la vida de medios y la ayudaría a reproducirse.

Sin embargo,

desde diversos espacios la idea de una RSBI ha sido cuestionada con sólidos argumentos y se le ha contrapuesto el «salario social». Se plantea que la RSBI atenta contra la cultura del trabajo creativo, solidario y cooperativo y que, en lo esencial, su lógica no se diferencia de los subsidios. Que puede conspirar contra los objetivos de transformación social más amplios y servir para contener procesos de reforma agraria, de lucha por la tierra urbana, etcétera; que puede desalentar las luchas por la consolidación de las unidades de la economía popular, por la obtención de infraestructura, maquinaria y mejoras en la logística; que, indirectamente, la RSBI conspira contra la expansión de las formas de propiedad colectiva de los medios de producción.

Por otra parte, se ha destacado que las propuestas afines a una RSBI tienden a reflejar las condiciones de los países más desarrollados y que no se avienen con las realidades más características de Nuestra América. Estas propuestas han sido cuestionadas por sus costados tendientes a desalentar la cooperación, la autogestión, el trabajo creativo o la «cultura del trabajo». Desde la UTEP, se ha planteado la necesidad de convertir los subsidios en «salario social», es decir, en una remuneración directa o indirecta («salario social complementario») que los trabajadores y las trabajadoras de la economía popular perciben por su trabajo.

En esta línea, existen propuestas de Salario Básico Universal (SBU) que toman algunos elementos de la RSBI. Es decir, la asignación de un salario por parte del Estado a unas categorías predeterminadas de trabajadores y trabajadoras, que no deben demostrar una contraprestación laboral, porque el punto de partida es el reconocimiento (y la valoración positiva) de un conjunto de trabajos y actividades que el mercado no remunera y que, directa o indirectamente, benefician al conjunto de la sociedad.

El hecho de que el SBU esté circunscrito a categorías específicas: cuentapropistas no profesionales, trabajadores y trabajadoras de la economía del cuidado, productores y productoras hortícolas, trabajadores y trabajadoras rurales, jóvenes, entre otras; es lo que marca una diferencia con las propuestas centradas en la RSBI, pero también lo que lo torna más funcional respecto de las economías periféricas y las sociedades altamente desiguales como las nuestras.

El SBU puede contribuir a contrarrestar los procesos de mercantilización y a consolidar unas posiciones defensivas en la sociedad civil popular.

Sin dudas, una implementación técnica y políticamente adecuada de un SBU puede servir también para resolver los problemas vinculados a la proliferación y yuxtaposición de programas y para una ampliación significativa de los sistemas de seguridad social.

Politizar la reproducción

En el actual contexto de crisis sistémica y a escala global del capitalismo, la importancia de la economía popular no hace más que acrecentarse.

La economía popular remite a las tramas comunitarias que mencionábamos al comienzo. Se pueden ver como redes defensivas que buscan garantizar la subsistencia. Son fundamentales para la reproducción de extensos colectivos humanos. Son tramas que articulan materialidades concretas ubicadas en el epicentro de los conflictos principales de nuestras sociedades. Estas tramas pueden llegar a ser el punto de partida para una alternativa política que asuma el proyecto de cambio radical, que inicie la transición poscapitalista. Para eso, primero, habrá que apuntalar los contenidos críticos de los espacios de subsistencia, de las formas de organización y de las redes sociales que han construido los y las pobres, los trabajadores y las trabajadoras.

Se trata de politizar los espacios de reproducción social. Esto implica hacer visibles los elementos alienantes de la vida cotidiana; construir la capacidad para que los oprimidos y las oprimidas identifiquen las conexiones entre su accionar y los procesos de acumulación y desigualdad social; elaborar una mirada crítica capaz de develar los mecanismos de dominación existentes en nuestra cultura. En definitiva, hacer visible el despojo.

Politizar los espacios de reproducción social es no dejarlos en manos de ideologías subsistencialistas. No subordinarlos a las lógicas corporativas «normalizadoras» (del tipo sindicato estatal de pobres) y condenarlos al mundo de la pseudoconcreción.

La politización de los espacios de reproducción social deviene una praxis necesaria, un momento imprescindible: para que el trabajo desarrollado en el marco de la economía popular supere el estigma de condición degradada; para que la subsistencia no esté al servicio de la acumulación de capital; para que no se reproduzca la escisión entre productores de bienes y servicios y productores de decisiones políticas. Sobre todo, para que los objetivos de la economía popular no se limiten a encontrarle a los y las de abajo un lugar bajo el sol del capitalismo regulado y para que la reproducción social no termine subordinada a las estrategias de reconfiguración de los espacios urbanos y suburbanos por parte del capital y las clases dominantes.

La despolitización inhibe las posibilidades para que, desde el seno de los entornos de subsistencia, se generen las condiciones para identificar la totalidad, refuerza la condición de víctimas y de demandantes de las clases subalternas y oprimidas. La despolitización conspira contra los aspectos autónomos de la subjetividad social que el precariado y el pobretariado segregan, inhibe la articulación con el resto del proletariado extenso. La despolitización favorece la institucionalización de los espacios productivos/reproductivos en los marcos de la gubernamentalidad neoliberal. En contraposición, la politización instituye la posibilidad de un «hacer por elección» y no solo un «hacer por necesidad». Si la economía popular sólo aspira a satisfacer algunas demandas secundarias (por la vía corporativa), si se queda en las reivindicaciones de consumo, contribuirá más al control social por parte de las clases dominantes que al fortalecimiento de la posición de las organizaciones populares y los movimientos sociales.

Se trata de politizar el hambre, no de moralizarla. Sólo la politización del hambre podrá terminar con ella. El hambre politizada genera un desplazamiento del eje: de la discusión sobre la pobreza que afecta a multitudes, a la discusión sobre riqueza concentrada en minorías; de la organización de la gobernabilidad a la organización de la conflictividad; de la resolución de los conflictos en el plano de lo imaginario a la resolución de los conflictos en el plano material (estructural) y en todos los planos. El hambre politizada deviene conciencia de la voracidad (sistémica) del capital, torna intolerable toda ostentación de riqueza y poder concentrados en minorías. El hambre politizada fortalece una conciencia de clase antagónica y crea las condiciones para el desarrollo de una voluntad popular capaz de ir tras un horizonte anticapitalista.

El hambre politizada deviene «antropofagia». La economía popular no debería limitar su desarrollo a las áreas abandonadas o sobrantes del sistema de las que surgió en buena medida. De este modo terminaría subordinada a la ideología dominante, a la cosmovisión del capital. Por otra parte, en los marcos de un proceso de acumulación por desposesión, esas áreas se angostan cada vez más: el sistema avanza a paso firme sobre los espacios «menos productivos», pretende apropiarse hasta de la basura. La economía popular debe dar la disputa por la redistribución de la riqueza y por la propiedad social y colectiva de los medios de producción y de vida, una disputa por la recuperación de los bienes comunes.

No nos parece nada mal que diversas expresiones de la economía popular apelen a formas de sindicalismo territorializado para satisfacer demandas secundarias. En ese caso preferiríamos que ese sindicalismo no reproduzca las taras del viejo modelo sindical y no ceda a las presiones de convertirse en apéndice del Estado para terminar cogobernando (y reproduciendo) el modelo hegemónico. Que sea, pues, un sindicalismo «clasista» y «combativo», que contribuya decididamente a disminuir la sobreexplotación y no a representar a los sobreexplotados y las sobreexplotadas en un sentido que inhiba su capacidad de autogobierno. De todos modos, aun asumiendo estos perfiles, no se disipa el riesgo de la institucionalización de la precarización. Entonces, se trata de hallar modelos sindicales que resulten funcionales a las condiciones de la economía popular y las condiciones impuestas por la acumulación por desposesión y la financiarización del capital.

El riesgo de los formatos puramente reivindicativos y cuantitativistas es que terminen conspirando contra la dimensión económica de las organizaciones y las unidades de la economía popular, sobredimensionado y aislando así sus costados sociales, culturales y políticos. Estos formatos, por los compromisos institucionales que promueven, también pueden afectar la autonomía de las organizaciones y pueden contribuir a la erradicación de la acción directa de los repertorios de lucha. Lo ideal es consolidar a las organizaciones y unidades de la economía en un sentido integral.

La sindicalización del precariado y el pobretariado tiene un doble filo. Puede servir para que los trabajadores y las trabajadoras de la economía popular obtengan derechos que les permitan superar la informalidad y la precarización, pero también puede favorecer su inserción en mecanismos de negociación salarial a partir de remedos de relaciones salariales. La sindicalización puede limitar el aspecto productivo/cooperativo de la economía popular y truncar aspectos relacionados con la autogestión y el autogobierno.

La necesidad de un proyecto político

La autodeterminación de las experiencias de la economía popular es algo fundamental. Además, sin autodeterminación la autogestión termina siendo un slogan vacío. Existe una dimensión política de la economía popular que pasa por generar un nuevo tipo de estructura de autoridad en el lugar de trabajo que puede repercutir sobre el sistema político. Una estructura de poder popular que le dispute el comando al capital, en las fábricas sí, pero sobre todo en los territorios que cada vez se tornan más significativos: los suburbios, los barrios, las calles, algunas zonas rurales. En concreto, la economía popular debería pensarse en relación a nuevas racionalidades no sólo económicas, sino también políticas: nuevas gubernamentalidades.

Pero esa autodeterminación tiene que superar la «prosa de parte» para afectar la totalidad dominante. Será imprescindible gestar organizaciones más amplias que den cuenta del conjunto de los intereses de la clase trabajadora, que tengan la capacidad de resignificar la relación capital-trabajo en una escala macro y no conformarse con las resignificaciones en escala micro. Organizaciones políticas.

La economía popular necesita un proyecto político común que dignifique sus prácticas diversas. Un proyecto propio que aporte claridad y confianza, para que las organizaciones populares y los movimientos sociales dejen de sentirse parte de proyectos ajenos que no han hecho más que profundizar el modelo extractivista y concentrador. Proyectos ajenos que, en el mejor de los casos, tienen reservado para la economía popular un sitio marginal donde esta no perturbe y sirva a los intereses del gran capital financiero, industrial, terrateniente, comercial.

En las últimas dos décadas, en Argentina y en otras partes de Nuestra América, ha adquirido una gran visibilidad la contradicción entre la ambición del horizonte estratégico asumido por las organizaciones populares y los movimientos sociales, y el raquitismo de sus opciones políticas. Por un lado, han llamado a resistir al modelo económico hegemónico y por el otro han prestado apoyo a las alianzas políticas y los gobiernos que lo impulsaban. Es menester continuar elaborando un balance del ciclo de luchas antineoliberales y los obstáculos para convertir esa energía insurreccional en elementos de cambio estructural, más allá de la absorción de un conjunto de demandas por parte de los Estados.

Muchas organizaciones del campo, por ejemplo, han planteado como eje de su programa la reforma agraria popular, la diversificación productiva, la soberanía alimentaria; han desarrollado campañas sobre los efectos ecológicos del extractivismo; pero al mismo tiempo han buscado integrarse en un bloque histórico que rechaza de plano esos ejes a los que los considera verdaderos anatemas y que santifica la propiedad privada y el «desarrollo» a partir del agronegocio. Se han identificado con gobiernos promotores del monocultivo y han participado en áreas de gestión estatal.

Sin embargo, la prescindencia de todo apoyo a gobiernos neodesarrollistas no fue garantía de poseer herramientas de construcción estratégica mucho más sólidas.

En el estrecho margen que los progresismos dejaron para un horizonte emancipatorio, los senderos a caminar por fuera de la grieta entre el posibilismo y la derecha retrógrada se convirtieron en un terreno fangoso donde las organizaciones populares se acostumbraron a convivir con la fragmentación y falta de creatividad política.

El combate de las estrategias de los monopolios privados en un nivel micro y la falta de cuestionamiento concreto en nivel macro, entre otras flagrantes contradicciones puede (y debe) verse como el signo de la ausencia (y de la imperiosa necesidad) de un proyecto político propio de y para el proletariado extenso. Si no se conforman bloques históricos emancipadores, políticamente dirigidos por las clases subalternas y oprimidas, toda conquista relacionada con las condiciones materiales tendrá como contrapartida una gran derrota política y cultural que no hará más que reforzar la resignación y la integración al sistema.

El futuro de la economía popular depende de un cambio en las correlaciones de fuerza, en la sociedad y el Estado. En el largo plazo, la sostenibilidad de la economía popular es un asunto a dirimir políticamente. Al mismo tiempo, la economía popular puede contribuir decididamente a modificar esas correlaciones de fuerza.

En el corto plazo, la economía popular puede garantizar un mínimo de sostenibilidad. El acceso más o menos directo a los «manantiales de la riqueza» (tierra y trabajo, según la clásica definición de Marx), el autocontrol de los procesos de trabajo y el tiempo, un sujeto formado en la organización colectiva del trabajo y, en algunos casos, un sujeto comunal o comunero y por lo general familiarizado con prácticas deliberativas, constituyen ventajas estratégicas.

Se trata de pensar la economía popular en términos de construcción de una nueva hegemonía. Porque las posibilidades contrahegemónicas de la economía popular dependen de los proyectos globales.

Finalmente, son los proyectos políticos los que otorgan sentido a las prácticas y las dignifican. Las experiencias aisladas, autoreferenciales, difícilmente puedan convertirse en manantial de sentido.

Si no se concibe al mundo a la luz de la redención de los y las de abajo, todo se reduce a la administración del mundo tal cual es, a la gestión de los ciclos económicos del capital; atrasando la desmejora del sistema, en el mejor de los casos.

Si no se asume como horizonte la construcción de una alternativa al capitalismo, si no se ponen en juego fundamentos hegemónicos alternativos, difícilmente un experimento de la economía popular pueda convertirse en semilla de socialismo.

Una cosa es pensar a los núcleos de la economía popular como trincheras materiales y sociales en una guerra de posiciones, y otra muy distinta es concebirlas como complementos de una alianza neoricardiana entre capital y trabajo. Si la economía popular se piensa en función de la confianza en la posibilidad de un nuevo compromiso entre capital y trabajo, si se la subsume en el orden de las políticas públicas, si carece de toda perspectiva contrahegemónica, se malogran sus capacidades de invención social.

La emancipación humana ha sido definida como el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad. Pero el reino de la necesidad inhibe de mil modos ese salto. No lo favorece jamás. La economía popular puede verse como el conjunto de intervenciones sobre el reino de la necesidad orientadas a generar las condiciones para que el «salto» al reino de la libertad (de todos juntos, todas juntas, todes juntes) sea posible.

Notas

[1] Utilizamos la noción de «unidades de la economía popular» (UEP), para hacer referencia a experiencias concretas de la economía popular, puede ser una cooperativa, u otra. Las unidades comunitarias de la economía popular (UCEP) forman parte de las UEP, junto con otras no comunitarias, individuales y hasta pequeño-patronales. Luego, hay que tener en cuenta que la cooperativa suele ser la figura más a mano que tienen las UEP para adquirir algún grado de formalidad. Por ejemplo, el grueso de las empresas recuperadas se constituyeron en cooperativas. Para identificar las distintas actividades de la economía popular seguimos el criterio tradicional de las diferentes «ramas»: reciclado, empresas recuperadas, textil e indumentaria, vendedores ambulantes, ferias populares, artesanos, cooperativistas de infraestructura social, campesinos, etcétera.

[2] Véase: Lipietz, Alain: «¿Qué es la economía social y solidaria?». En: de Sousa Santos, Boaventura et al. (Organizadores), Desarrollo, eurocentrismo y economía popular. Más allá del paradigma neoliberal, Caracas, Ministerio para la Economía Popular, 2006.

[3] Martí, Julia, «Conclusiones». En: Uharte, Luis Miguel y Martí Comas, Julia (Coordinadores), Repensar la economía desde lo popular. Aprendizajes colectivos desde América Latina, Barcelona, Icaria-Antrazyt, 2019, p. 270.

[4] Thompson, Eduard P., La formación de la clase obrera en Inglaterra, Barcelona, Crítica, 1989, Vol. 1 y 2.

[5] Federici, Silvia, El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo, Buenos Aires, Tinta Limón, 2018, p. 14.

[6] Retomamos esta cuestión más adelante en el punto «¿Renta social básica o salario social?».

[7] Ver: AAVV, No es amor. Aportes al debate sobre la economía del cuidado, Indómita Luz, Buenos Aires, 2019.

[8] Vercellone, Carlo, «Crisis de la ley del Valor y devenir de la renta de la ganancia. Apuntes sobre la crisis sistémica del capitalismo cognitivo». En: Fumigalli, Andrea; Lucarelli, Stefano; Marazzi, Christian; Mezzadra, Sandro; Negri, Antonio y Vercellone, Carlo, La crisis de la economía global. Mercados financieros, luchas sociales y nuevos escenarios políticos, Madrid, Traficantes de Sueños, 2009.

[9] Cfr. Marx, Karl, El Capital, Tomo I, Cap. 23, FCE, México, 1999, p. 518.

[10] A partir del interregno abierto por la pandemia en 2020, algunos análisis confiaron en que la crisis sanitaria dejaría expuesto el fracaso del mercado como regulador de la vida social; incluso, llegaron a plantear un retorno al rol de los Estados nacionales como garantes de una sociedad librada a la desprotección. Lo que no han tenido en cuenta los discursos «progresistas» es que esos mismos Estados seguirán en bancarrota y sometidos al poder de las finanzas, con idénticos o incluso más profundos problemas para garantizar la reproducción del capital en sus países. La vuelta a un «capitalismo de derechos» es una quimera anacrónica que, una y otra vez, muestra su carácter de espejismo.

[11] Bartra, Armando, El hombre de hierro. Límites sociales y naturales del capital, en la perspectiva de la Gran Crisis, Ciudad de México, Universidad Autónoma de la Ciudad de México/Universidad Autónoma Metropolitana/ITACA, 2014.

[12] Véase: Hinkelammert, Franz J. y Mora Jiménez, Henry: «Socialismo con mercados: subordinar el mercado a un proyecto social de reproducción ampliada de la vida». En: https://www.pensamientocrítico.info>articulos>espanol. [Chequeado el 20 de abril de 2021]. Hinkelammert y Mora Jiménez han señalado los límites de las propuestas «heterodoxas» de regulación del mercado. Para ellos, los keynesianos, los postkeynesianos y los neoinstitucionalistas tienden a proponer una intervención del mercado capitalista desde la lógica misma del mercado capitalista. Véase También: Lazo, Roque Dayron y Wilder Pérez Varona: «Socialismo con mercados: subordinar el mercado a un proyecto de reproducción ampliada de la vida. Entrevista a Henry Mora Jiménez». En: medium.com/la-tiza/socialismo-con-mercados-subordinar-el-mercado-a-un-proyecto-de-93a5ed 8f50f8. [Chequeado el 20 de abril de 2021].

[13] Véase: Lage Codorniu, Carlos: «Planificación, descentralización y mercado: una fórmula necesaria en el socialismo, Entrevista a Carlos Pérez Soto». En: medium.com/la-tiza/planificación-descentralizaciòn-y-mercados-una-fórmula-necesaria-en-el-socialismo-c8b94d6cc016. [Chequeado el 22 de abril de 2021].

[14] Véase: Schumacher, E. F., Lo pequeño es hermoso, Buenos Aires, Hyspamérica, 1983.

[15] Vázquez, Unai y Cataño, Claudia: «Cooperunião: cooperativa de producción agrícola del MST». En: Uharte, Luis Miguel y Martí Comas, Julia (coords.), Op. cit., p. 266.

[16] La alelopatía es la influencia directa de un compuesto químico liberado por una planta sobre el desarrollo y el crecimiento de otra planta.

[17] Las estructuras (y las subestructuras) de la sociedad capitalista no son democráticas. Buena parte de la sociedad se socializa en estructuras de autoridad absolutamente antidemocráticas: los ámbitos laborales, los públicos y, en especial, los privados. Las personas son sometidas a procesos de socialización capitalista y despolitización en sus ámbitos de trabajo y vida.

[18]Véase: Matus, Carlos, Teoría del Juego Social, Buenos Aires, Universidad Nacional de Lanús, 2007.

[19] Véase: Guattari, Félix, Líneas de fuga. Por otro mundo de posibles, Buenos Aires, Editorial Cactus, 2018.

[20] Vega Cantor, Renán, Capitalismo y despojo, Bogotá, Impresol Ediciones, 2013, p. 124.

[21] Benjamin, Walter, Iluminaciones II, Madrid, Taurus, 1972.

[22] Bartra, Armando, Op. Cit., p. 262.

[23] Vercellone, Carlos y Fumagalli, Andrea, Renta social incondicionada. En: Ignorantes. Revista de aparición esporádica, Buenos Aires, 10 de mayo de 2020. Especiales. Por una renta del común. El ingreso social garantizado como nueva institución. Especial II. En: rededitorial.com.ar/revistaignorantes/por-una-renta-del-comun. [Chequeado el 12 de agosto de 2020].

[24] El concepto General Intellect fue introducido por Marx hacia 1858. En el Volumen II de los Grundrisse Marx hace referencia al conocimiento como motor de la producción y sostiene que el conocimiento «acumulado» en las máquinas es «social». Para Marx, el «conocimiento social general» es una fuerza de producción. El operaismo italiano, a partir de la década de 1960, fue la corriente que más desarrolló las implicancias teórico-prácticas del concepto.

Fuente: https://medium.com/la-tiza/qu%C3%A9-es-la-econom%C3%ADa-popular-experiencias-voces-y-debates-7279c79eb89b


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