Alternativas revolucionarias al posibilismo y al sectarismo. Por Ezequiel Kosak

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Intervención en el panel realizado el 19/1/2021, convocado por la Corriente Política de Izquierda.

Hola a todos y todas, me alegra poder encontrarme con compas de todo el país interesados en conversar sobre las revoluciones posibles de nuestro tiempo.

Disculpen si elijo la lectura como forma de compartirles estas ideas. Sé que la oralidad tiene otra chispa pero me cuesta hablarle a una pantalla, aunque sepa que están del otro lado.  

Le agradezco a Cristian haberme invitado. Debo decir que mi primera reacción ante el convite fue el de querer salir corriendo. De solo pensar en estar en este panel me hizo doler la panza, me dio un poco de miedo hacer el ridículo frente a gente que estimo.

Aunque al rato me dije, ¿con qué revoluciones podría soñar si no me atrevo a compartir ideas entre compañeres?

Porque las alternativas revolucionarias no andan caminando solas por la calle, ni nacen de un repollo. Quienes creemos que son necesarias, deseables, viables, somos también quienes tendríamos que ponerle el cuerpo, para que existan en la historia y no sólo en nuestras ilusiones.

¿Entonces qué riesgos, qué dolores de panza, qué aprendizajes, estamos dispuestos a asumir para que nuestra revolución sea posible, para crecer y transformarnos con ella?

Por otro lado, me pregunté con qué autoridad hablaría yo. Habiendo acá tanta gente que admiro, académicos y académicas de quienes aprendo mucho al leerles, luchadores y luchadoras que protagonizan jornadas históricas, ¿por qué interesaría lo que tiene para decir alguien que está viviendo en un pueblito que pocos sabrían ubicar en el mapa?

Y es que nuestra izquierda no puede contentarse con eso. Por supuesto que los y las luchadoras incansables, los y las intelectuales del campo popular, son imprescindibles. Pero necesitamos confiar en una izquierda que llegue a todos lados, a todas las personas.

Una izquierda que acompañe al que por primera vez se pregunta si el mundo puede ser distinto al que es. Una izquierda que le dé una mano a quien convive con una injusticia que ya no soporta más. Una izquierda compañera del que tenga ganas de pelearla, aunque no haya leído a Marx. Que sea capaz de hablarle a cualquiera que ande caminando por la calle. Una izquierda que aporte y comprenda más de lo que juzga.

Lo que no quiero es pertenecer a una izquierda en la que solo hablemos entre nosotros. Supongo que por ahí va la crítica que le haríamos a la construcción del FIT, a quienes en el título de esta charla tildamos, un poco antipáticamente, de sectarios.

Y la verdad es que yo valoro mucho lo que han podido construir, porque prácticamente estamos de acuerdo en todo. Estamos de acuerdo en que hay que suspender los pagos de la deuda, investigarla, y solo pagar lo que no sea una estafa. Estamos de acuerdo en que el ahorro nacional, en lugar de estar disponible para especular con los dólares que después terminan en cuevas fiscales, debería prestarse en forma de créditos a cooperativas, a quienes tengan su emprendimiento laboral, a quienes quieran construirse una casita. Estamos de acuerdo en que no puede ser que todo lo que se produzca en estos campos infinitos, que se alambraron luego de un genocidio que aún permanece impune, se vaya en barcos a otros países mientras acá seis de cada diez pibes pasa hambre.

Cada tema que te ponés a hablar, coma más, coma menos, estamos de acuerdo. Ahora les proponés presentar una lista juntos, y te vienen con que no, imposible, porque ustedes no son de izquierda. ¿Es que la única forma de ser de izquierda es tatuarse la sigla de tu partido?

Si le van a tomar examen a quienes estamos juntos en cada lucha por mejoras salariales, por la aprobación de derechos sociales, ¿qué queda construir con aquel laburante al que le decís Trotsky y no sabe si le hablás de una marca de yogur o de auto? ¿O para hacer la revolución alcanzaría con que estén de acuerdo ustedes cuatro?

Lo que pasa es que si uno se enrosca y fastidia mucho con el FIT, lo que queda es el peronismo. Y al peronismo bueno, que no criticarle. Desde Berni encubriendo a los policías que desaparecieron a Facundo o desalojando de madrugada a las familias sin techo de Guernica, hasta Solá ofreciéndole a China meter acá las granjas de chanchos pandémicas que quieren sacarse de encima, o aprobando que envenenen el trigo con el que hacemos nuestro pan. Si alguien ve en la alianza con esos personajes algo progresivo que nos comparta los hongos con los que alucina.   

Claro que nos dirán: pero ese es el peronismo de derecha, nosotros nada que ver con eso. Estamos en el mismo frente electoral, pero la identidad revolucionaria no se mancha. Además, peor sería Macri, las relaciones de fuerza no dan para más.

¿De qué sirve el discurso transformador si desde la banca que ocupan no quieren transformar nada? ¿El sentido del momento histórico se reduce a hacer lo que su jefa considere posible?  

Y ojo que no es solo obsecuencia, es una concepción del poder. “Yo no tengo la lapicera para firmar decretos”, le respondía Alberto Fernández a Macri luego de las PASO, cuando le pedía por favor que hiciera algo para bajar el dólar. El fracasado intento de expropiar Vicentin demuestra que tampoco alcanza con tener la lapicera del presidente para, no te digo hacer una revolución, pero al menos recuperar la plata pública que se afanaron. Ni eso es posible parece.

Y es que lo posible o lo imposible no depende solo ni principalmente de liderazgos políticos, de ocupar cargos públicos, sino de la movilización popular. Y si algo enfada de los compañeros peronistas que dirigen la CGT, que dirigen la CTA, es que mientras gobierne su partido no van a molestarse en movilizar ni aunque aprueben el mismo ajuste a los jubilados por el que apedreamos a Macri. 

Dicho esto, también debo decir que hablar sobre los otros es un modo feo de tratar de hablar sobre nosotros mismos. ¿Será que todavía no sabemos bien cómo encarar nuestra propia experiencia, que para nombrarnos necesitamos realizar una crítica de las construcciones ajenas? 

Porque, por más valiosa y acertada sea la caracterización que podamos hacer del FIT o del Frente de Todos, hay una réplica que nos tiene que interpelar, nos tiene que doler. Si es verdad que nosotros somos tan abiertos, si estamos tan predispuestos a compromisos más radicales, si nuestras prácticas políticas son tanto mejores que las de aquellas otras experiencias, ¿cómo puede ser que no nos vote nadie? Es más, ¿cómo puede ser que ni siquiera tengamos un partido nacional propio, donde nos sintamos cómodos de participar? 

¿Podríamos al menos ir creando, fortaleciendo, una red de trabajo y de afectos, una comunidad que desparramada por toda la patria tenga cada vez mayor capacidad de incidir en las discusiones nacionales?

Con ese objetivo en mente propongo tres ideas, para debatir colectivamente.

La primera, construyamos una agenda que articule las luchas que estemos dando o queramos dar juntos a nivel nacional. Que nos sirva para convocar a otras organizaciones compañeras, y al pueblo en general. La deuda trucha, el saqueo a nuestros bienes comunes, la precarización de la vida, la necesidad de viviendas, la violencia de la represión, del machismo, son temas que no podrían faltar.

En segundo lugar, si queremos crear una herramienta política que nos permita intervenir a nivel nacional, sería bueno clarificar qué discusiones nos gustaría y necesitamos darnos. ¿Cómo nos organizamos para que nuestra experiencia sea democrática, y no más de lo mismo? ¿Cómo evitamos que a nuestros intentos de acercamiento, de unidad, los tumbe el primer ventarrón? ¿Cómo imaginamos la relación entre dirigentes y bases, entre el partido nacional y las experiencias locales o regionales?

¿Cómo ganar masividad? Yo con poder votar un partido que coincida con mis convicciones ya estaría contento. Pero la idea es no conformarnos con ser testimoniales, hacernos cargo del desafío que significa disputar el poder estatal, construir una voz relevante en el escenario nacional.

Por último, me pregunto cómo nuestra articulación nacional puede potenciar nuestras iniciativas locales y regionales. Tal vez mediante la creación de una caja de herramientas, que esté disponible y acompañe las distintas experiencias que se desarrollen en cada rincón del territorio nacional.

Hay un documento de la CPI donde se plantea la idea de construir una organización que esté al servicio del pueblo y sus luchas. Que no sea autorreferencial, que no se preocupe solo de su propio crecimiento, que no le importen más sus consignas y banderas que el diálogo con quienes se están organizando por una vida mejor en cada lugar.  Me gusta esa concepción.

También creo que tenemos mucho que aprender de las movidas ambientales y feministas, que vienen siendo las más masivas y potentes de nuestro pueblo, con gran capacidad para interpelar a una diversidad de sujetos que se sienten convocados por consignas comunes, y que hasta ahora vienen construyéndose con lógicas muy distintas a las partidarias.

No se trata de organizarnos para tomar el poder y esperar a que todo sea mejor el día después de la revolución. Desde ahora mismo, en cada territorio, es posible intentar vivir como nos gustaría vivir si este mundo fuera el que deseamos. Será entonces que las cadenas que nos atan a este sistema opresivo se harán más visibles, e insoportables. 

Ojalá podamos generar una organización nacional capaz de convocar, de atraer, a todes aquellos que no quieran salvarse solos, ni quedarse al margen de la historia, en un rincón tranquilo. A quienes sientan como propias las injusticias cometidas en cualquier parte del mundo, y quieran luchar por liberarnos de ellas, tanto por padecerlas como por comprenderlas, tal se justificaba Tosco. 

En lo que haya ganas o necesidad de crear, quiero que sepan que cuentan conmigo, del mismo modo que espero contar con ustedes. Tal vez sabernos compañeres no sea en sí mismo una revolución, pero por algo se empieza.  


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