Una convocatoria de la CGT, dos de maestros, la del paro internacional de mujeres del 8 de marzo, un acampe en la 9 de julio de los movimientos piqueteros. Grandiosa movilización por el aniversario del 24 de marzo, esta vez colmada de consignas antigubernamentales. Como cierre una marcha convocada por las dos CTA el día 30.
Todas fueron masivas, algunas consiguieron una repercusión enorme, hasta el punto de sorprender a sus organizadores. El repudio a la política del gobierno y el reclamo de que se convoque a un paro general (finalmente dispuesto por la CGT para el mes de abril) estuvieron presentes de modo invariable.
La presencia predominante de trabajadores, tanto “en blanco” como precarios fue una nota distintiva. Incluso la marcha de las mujeres contó con una alta cuota de protagonismo del sector femenino (y en menor medida de los varones) de múltiples sindicatos. Esa presencia obrera tuvo el signo de la oposición radical al gobierno, de cierto hartazgo con las políticas “opositoras” que apuestan a la “gobernabilidad” y al “diálogo fluido” con los altos funcionarios.
Es necesario tomar en cuenta que este auge movilizador no fue para nada un súbito “despertar” de las luchas sociales. Contra miradas superficiales que hablaban de “pasividad”, “desconcierto” y hasta “depresión” como actitudes generalizadas frente a las políticas del gobierno, las protestas se encendieron una y otra vez desde la asunción del gobierno por Mauricio Macri hasta el comienzo del mes de marzo. La CTA autónoma, por ejemplo, estuvo en la calle desde pocos días después de iniciada la presidencia de Macri.
La gran marcha del 29 de abril, las luchas contra los tarifazos, variadas manifestaciones lanzadas por las dos CTA, la gran movilización de parte de los movimientos piqueteros el 7 de agosto…Todos son hitos de un sendero de lucha que no le dio respiros prolongados al gobierno. Brillaron en estos episodios la gran diversidad de organizaciones sindicales y sociales y su disposición combativa.
La multiplicidad y heterogeneidad no jugaron esta vez en un sentido de dispersión y dilución. Si bien no existe una conducción articulada de modo permanente, y mucho menos unificada, se alcanzó un grado nada desdeñable de unidad en la acción. La disposición combativa de las bases aportó en el sentido de dar impulso a la convergencia entre dirigencias diversas, y en muchos casos directamente enfrentadas hasta poco tiempo antes.
A lo que asistimos ahora es a una profundización y ampliación de la protesta, como decíamos al principio, a una masividad y continuidad que señalan un nuevo escalón para el conjunto del movimiento social.
La conducción de la CGT experimentó en carne propia la poca predisposición a las dilaciones. Su máxima conducción fue virtualmente expulsada del palco del acto del día 7, y no le quedó otra alternativa que lanzar un paro para el 6 de abril.
Tal vez aleccionada acerca del riesgo implicado por el cuestionamiento activo de cada vez más trabajadores, llamaron a un paro sin movilización, en el estilo de esas medidas de fuerza que sirven más para descomprimir el descontento que para el avance en un plan de lucha. De todos modos hay que tener en cuenta que la posición cegetista tiene fisuras. No en vano la Corriente Sindical Federal, corrientes del gremio metalúrgico y el sindicato de camioneros tomaron parte en la movilización del 30.
Esto no ha logrado, al menos por ahora, que muchas de las conducciones sindicales abandonen su eterno “colaboracionismo”. Empleados de Comercio firmó un convenio “a la baja”, unas semanas antes petroleros y mecánicos establecieron acuerdos con cláusulas de “flexibilización”. Otros gremios parecen dispuestos a dar la supuesta lucha contra el desempleo en forma de concesiones a las patronales. Es seguro que también formen parte del intercambio ventajas financieras para sus estructuras gremiales.
No puede darse por sentado que la “burocracia sindical” se halla desconcertada frente a la “rebelión de las bases”. Mucho menos que nos encontremos en vísperas de una crisis final de las direcciones acomodaticias y fraudulentas, que se ha profetizado en vano durante décadas. Hay que registrar sus debilidades y evaluar su grado creciente de desprestigio, pero sin subestimar su capacidad de reacción, de buscar un reacomodo frente a sus bases sin verse arrastrada a una confrontación con el gran capital y el gobierno a la que le temen como al fuego.
Si se dirige la mirada al gobierno, lo primero que resalta es la pérdida de sustento que le acarrean la difícil situación económica, el empeño por favorecer los intereses del gran capital y el constante fiasco de sus predicciones sobre llegada de inversiones, creación de empleo y reactivación del sistema productivo.
También contribuyen a su difícil situación el descubrimiento de maniobras que dejan muy mal paradas a sus pretensiones de “republicanismo” y “transparencia”. El intento de condonar las deudas de Correo Argentino o las concesiones de rutas a una aerolínea directa sucesora de la que fue propiedad del grupo Macri son sólo los ejemplos más flagrantes, que comprometen de modo directo al presidente de la República en lo que una mirada piadosa denomina “conflicto de intereses”.
El gobierno se debate entre el impulso a favorecer las “oportunidades de negocios” del gran capital de todos los modos posibles, y la necesidad de generar un consenso que le permita ganar las elecciones de medio término y conjurar los efectos de la protesta social de un modo que no sea la represión abierta. Lleno de representantes directos de grandes empresas, le resulta difícil ejercer un mínimo de autonomía que le permita construir una imagen creíble de “gobierno para todos” en lugar de aparecer abiertamente como un gobierno de los ricos y para los ricos, en el que sólo una pequeña minoría es beneficiada.
Esas dificultades para generar un consenso aunque sea pasivo que aquejan al gobierno, son una de las bases de las exitosas movilizaciones del mes que se cierra.
Las clases populares han ganado la calle, y no resulta difícil deducir que sectores que votaron a “Cambiemos”, sobre todo en la resignación de la segunda vuelta, ahora se suman a la protesta. El presidente planteó en su momento tres ejes básicos de su accionar: “Unir a los argentinos, reducir la pobreza y luchar contra el narcotráfico.” Sólo los resonantes decomisos de drogas pueden mostrar algún resultado en el cumplimiento del tercer objetivo. La pobreza marcha en aumento, y el descenso generalizado de ingresos y nivel de vida fortalecen a un movimiento de oposición que en nada contribuye a suturar la supuesta “grieta” de la que tanto se culpó al gobierno anterior.
La difícil situación que atraviesa el elenco gubernamental no debe ser tomada por completo desconcierto o parálisis. El gobierno sigue jugando sus cartas. Hoy asistimos a los movimientos para desprestigiar y aislar al paro docente y a sus dirigentes, en procura de asumir el rol de defensores de la educación frente a sindicatos desmadrados en sus reclamos. Las organizaciones impulsoras de la marcha del 24 son presentadas como apologistas de la violencia de los 70.
Aquí y allá se proclama que el gobierno afronta una oposición antidemocrática que procura desplazarlo de modo abrupto en lugar de apostar al diálogo y la comprensión.
Todo el tiempo se tienden vínculos con los sindicatos de la CGT, de modo de separarlos del ascenso de las luchas y volcarlos al sostén, al menos implícito del gobierno. Con vista directa a las confrontaciones electorales que comienzan en agosto, la alianza Cambiemos apuesta a polarizar con el Frente para la Victoria, de modo de capitalizar la pérdida de influencia de terceras fuerzas y presentarse como la única opción frente a la corrupción, la intolerancia y las políticas “populistas” encarnadas en el kirchnerismo. Si no puede presentarse como constructor de un presente venturoso, cosa cada vez más difícil a la luz de los indicadores económicos, el presidente Macri y sus seguidores aspiran a presentarse como el único escollo posible a una “vuelta al pasado” que buena parte del electorado repudia con fuerza.
Está por verse qué frutos les dará esa estrategia, más basada en el rechazo al pasado que en una apuesta al presente y al futuro cercano. Por su parte el kirchnerismo toma con entusiasmo esa dicotomización, con la apuesta contraria: Que el rechazo a las políticas gubernamentales conducirá a la reivindicación de su gobierno, y en la apuesta popular a alguna forma de retorno que se exprese en los comicios de este año y luego de 2019.
A la hora de ubicar los déficits del lado de las clases populares y el movimiento social, se podría convenir en que la unidad en la acción y la convergencia en las luchas concretas no alcanzan a configurar un proyecto. Sigue sin existir una alternativa popular articulada, que dé un mentís en la práctica a la idea de que sólo existen dos opciones, que si no se apoye al gobierno sólo cabe sumarse a algún tipo de frente comandado por el kirchnerismo, llámese “popular” “ciudadano” o como fuere.
Ante la falta de alternativa, la visión polarizada avanza. Existe el FIT, pero no se muestra como una oportunidad de construcción más allá de las fuerzas que lo conforman. Más aún, esas fuerzas luchan entre sí por la preeminencia al interior del frente, postulándose cada una de ellas como la vanguardia política de la que depende un proceso revolucionario de contornos algo vagos.
No es extraño que haya fuerzas que hasta ayer apostaban a alguna alternativa a la izquierda del kirchnerismo, que hoy tienden a sumarse a sus filas o al menos a acompañarlo en algún planteo frentista. Al no vislumbrar el sendero de la independencia frente a las fuerzas del capital y la construcción basada en la iniciativa popular, optan por subordinarse a una fuerza que no condena en absoluto al capitalismo, y de la que una buena parte de sus integrantes (la mayoría de sus gobernadores y del bloque de senadores, por ejemplo) han sido funcionales, de modo consciente y voluntario, a los objetivos del gobierno.
El movimiento popular ha demostrado en estos días una fuerza apreciable, y es probable asistiremos a un despliegue aún mayor en los próximos meses. Pero una proyección plena de ese movimiento requiere una perspectiva política, una iniciativa conjunta que pueda volcarse a las calles, constituir opción electoral y presencia institucional sin ceder ni un ápice de la dirección de las bases y de una construcción de poder que vaya de abajo hacia arriba Todos los sectores pueden y deben participar en una construcción de ese tipo, a sola condición de no albergar expectativas en las opciones que el “sistema” nos propone.
La unidad de la clase obrera y los sectores populares, con una perspectiva de construcción de hegemonía, de independencia con vocación de poder, resulta hoy imperiosa La aspiración a alcanzar un orden no capitalista, ajena a la lógica de explotación, alienación y consumo destructivo, es lo único que puede dar fuerza a una alternativa real, que no se quede en la búsqueda de “estar un poco mejor” en medio de la desigualdad y la injusticia.
La demora en construirla es tiempo que se le regala a las fuerzas del gran capital, la acción movilizada de grandes masas nos señalan una especial oportunidad para hacerlo.