En el siglo pasado, el universal, moderno y ultimatista siglo XX, los frentes de izquierda se formaban para luchar contra las dictaduras militares, contra el dominio casi directo del imperialismo, también contra el dominio de la derecha conservadora, vinculada a los intereses oligárquicos de la alianza de terratenientes y burgueses. Ahora, en el comienzo indeterminado del siglo XXI, se forma un frente de izquierda, de partidos de izquierda y de organizaciones indígenas, para enfrentar a un gobierno caracterizado de progresista, incluso de izquierda, en el panorama de esta peculiar izquierda gubernamental sudamericana. ¿Cómo explicar esta situación? ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué clase de lucha es esta? Cuando en el siglo XX llegaron partidos de izquierda al poder, así hablaremos, sin complicarnos, usando un lenguaje de uso común, las divisiones se manifestaban después, como arrastrando discusiones anteriores sobre la relación de tácticas y estrategia. Incluso llegó a ser sangrienta la lucha entre tendencias, empero, no hubo oportunidad, no se dio la oportunidad, en estas revoluciones a la disidencia. Fueron aplastadas cruelmente. En el siglo XXI los contextos y las coyunturas, el perfil de los mismos, sus problemáticas, parecen haber cambiado, respecto a los contextos y las coyunturas de las luchas en el siglo XX. Los gobiernos de izquierda que llegaron al gobierno en Sud América no son ultimatistas como los gobiernos revolucionarios que caracterizaron al siglo XX, no se plantean el todo o nada, socialismo o muerte; aunque lo digan a veces por veleidad o por repetición, quizás imitación de antiguos tiempos heroicos; son, mas bien, conscientes que conviven con el capitalismo, en su forma de dominación financiera, de dominio trasnacional y explotando la energía fósil y mineral. Son gobiernos “pragmáticos”. No ponen en la mesa de discusión el viejo debate de reforma o revolución, ni se inclinan por Eduard Berstein, quien planteó que más vale un paso en el movimiento que el programa, también escribía en defensa del reformismo que la palabra revisionismo, que en el fondo sólo tiene sentido para cuestiones teóricas, traducida a lo político significa reformismo, política del trabajo sistemático de reforma en contraposición con la política que tiene presente una catástrofe revolucionaria como estadio del movimiento deseado o reconocido como inevitable [1] .
Los gobiernos progresistas de inicios del siglo XXI asumen su papel de convivencia, de coexistencia, en y con el capitalismo, de una manera práctica. En el discurso se proponen construir otro socialismo, el llamado socialismo del siglo XXI, en la práctica optan por un modelo de desarrollo que combina una estructura económica extractivista y una administración estatal rentista, que ostenta la redistribución del ingreso a través de bonos y, en el mejor de los casos, políticas sociales, que no llegan a ser de gran alcance, que se mueven entre el impacto coyuntural y de mediano plazo. Este realismo político llevó a los gobiernos a compartir el excedente con las empresas trasnacionales; aunque la participación del Estado haya aumentado en comparación con los llamados gobiernos del periodo neoliberal, lo cierto es que sus políticas nacionalistas son menos beligerantes que los gobiernos populistas del siglo pasado. En los hechos optan por una visión más “técnica” que política, prefieren procedimientos administrativos de copamiento de acciones que expropiaciones, con lo que creen hacerlo mejor que las nacionalizaciones del siglo pasado. Empero, el balance es por lo menos problemático para no decir desalentador, el control técnico de la producción no deja de estar en manos de estos monopolios y oligopolios, de estas corporaciones gigantescas, que son las empresas trasnacionales. En lo que respecta a esta situación hay variantes, por cierto, de un país a otro. El control de los mercados, el control financiero y el control tecnológico sigue bajo estas corporaciones trasnacionales. Los gobiernos progresistas, que han optado por un modelo de desarrollo que no deja la base extractivista, dependen de las inversiones de estas empresas, sobre todo en materia de exploración. Por eso, en estos temas son altamente condescendientes y tienden a justificar las concesiones territoriales al gran capital trasnacional. Esta contradicción inherente a su proyecto de soberanía y nacionalista los lleva a hacer estallar otras contradicciones.
En el siglo XXI es insostenible un modelo de desarrollo, sobre todo con las características de esta combinación estructural de extractivismo, Estado rentista y reformas sociales. Para decirlo rápido, los límites y las contradicciones más demoledoras en nuestra contemporaneidad, en nuestra actualidad, en el presente que nos toca vivir, es la agudizada entre capitalismo y naturaleza, capitalismo y madre tierra. La crisis ecológica es el indicador más evidente de este antagonismo. No es posible pues sostener modelos de desarrollo, cuando de lo que se trata es de transitar a alternativas al desarrollo. El paradigma del desarrollo, con todas sus variantes, no puede dejar su tendencia estructural al crecimiento y a la acumulación, a la transformación de sus condiciones de acumulación, por lo tanto no puede dejar la explotación expansiva de los recursos naturales. Este es el tema más delicado y más problemático de los gobiernos progresistas. Son operadores del modelo de desarrollo, que combina extractivismo, rentismo y reformas sociales, no pueden dejar de concebir a la naturaleza como objeto, como geografía y geología de recursos naturales. Los enunciados constitucionales de los derechos de la naturaleza son en realidad una gran molestia para estos gobiernos. Han intentado usarlos en los discursos, en los foros internacionales, como parte de campañas, pero cuando se enfrentan al dilema de optar por los derechos de la naturaleza o los retóricos derechos al desarrollo de los pueblos, no escatiman esfuerzos para descalificar a los defensores de la madre tierra y defender las políticas públicas que están vinculadas a promover el desarrollo con base extractivista. Entonces estos gobiernos se vuelven cómplices de la depredación generalizada y de la depredación local.
Una tercera contradicción visible de los gobiernos progresistas es su relación conflictiva con las naciones y pueblos indígenas. Quizás sea la contradicción más problemática cuando se trata de gobiernos que tienen la aplicación de aplicar Constituciones plurinacionales, que establecen el mandato de construir el Estado plurinacional. Esta contradicción tiene que ver con el carácter colonial de los Estado-nación y la colonialidad implícita en los gobiernos progresistas. No están dispuestos a garantizar los derechos de las naciones y pueblos indígenas, sus derechos territoriales, a su derecho al autogobierno, a la libre determinación, a la autonomía, pues no están dispuestos a abandonar la unidad homogénea, mono-nacional y mono-cultural del Estado-nación. Consideran un atentado al Estado-nación la presencia y la autonomía de territorios indígenas. Están lejos de comprender que otra unidad es posible a partir de la descolonización, que otra unidad es posible por la dinámica de la diversidad y la diferencia cultural, de naciones y territorial. El enfrentamiento con los pueblos indígenas ha llevado al extremo de la represión y la criminalización de la protesta, resistencia y lucha indígena.
No vamos a seguir con una lista de contradicciones de los gobiernos progresistas. Nos basta estas tres, para comprender la importancia de la emergencia de un frente de izquierda plurinacional, que recoge como tarea la defensa de la Constitución, del proceso constituyente abierto por las luchas y sintetizado por la labor de la Asamblea Constituyente en el texto constitucional, como defensa de la construcción del Estado plurinacional, como defensa de la profundización de la democracia por la vía de la participación social, que también se convierte en defensa de la democracia cuando los gobiernos progresistas optan por el despotismo, conculcando derechos, criminalizando la protesta, a nombre de la defensa de un proceso, del que se creen propietarios, convirtiendo al pueblo en pasivo elector y pretendiendo convertirlo en cómplice de su propio silenciamiento.
El frente de izquierda plurinacional ecuatoriano expresa la alianza estratégica de la lucha anticapitalista y anticolonial, la alianza entre trabajadores e indígenas. Expresa también el compromiso con la madre tierra, la defensa de los derechos de la naturaleza. Emerge como respuesta a la crisis múltiple del Estado-nación; crisis política, pues no deja de ser un instrumento de la dominación mundial que cumple con la administración de la transferencia de los recursos naturales de las periferias al centro del sistema-mundo capitalista; crisis económica, pues no sale del círculo vicioso de la dependencia, continuando con la expansión del modelo extractivista; crisis social, pues mantiene la estructura de desigualdades, ante la cual son impotentes las reformas sociales; crisis histórica, pues el Estado moderno no deja de ser una continuidad de la colonialidad del poder. Esta izquierda del siglo XXI se propone como programa político transiciones de salida de la crisis múltiple, incluyendo la crisis ecológica. Ante la crisis política, salir de la subalternidad del Estado-nación, con la determinación de construir un Estado plurinacional. Ante la crisis económica, salir del modelo extractivista y rentista mediante la transición efectiva a una estructura económica no-extractivista y no-rentista, basada en eco-producciones encaminadas a la soberanía alimentaria y en la adecuación de equilibraciones en los ecosistemas; ante la crisis social, además de defender los derechos conquistados de los trabajadores, avanzar en la igualación social a través de transformaciones estructurales de las condiciones de posibilidad que son causas de las desigualdades; ante la crisis histórica, que también es crisis de legitimidad, conducir las transformaciones institucionales por la vía de la descolonización.
Este frente de izquierda plurinacional cuenta con un candidato de consensos, articulador de las izquierdas y de las organizaciones indígenas. Esto no es circunstancial, ni se explica sólo por el carisma del candidato, Alberto Acosta, carisma configurado por su historia personal, un recorrido temporal apasionado e inscripción de la memoria que trazan la huella de la experiencia, guardando su leyenda como intima relación con la formación histórica y social llamada Ecuador, con sus espesores territoriales e imaginarios culturales andinos, amazónicos y costeros. La presencia de Alberto Acosta se explica como continuidad del papel creativo cumplido en la Asamblea Constituyente. Continuidad del proceso constituyente que abrió los horizontes del Estado plurinacional y los derechos de la naturaleza. El frente de izquierda plurinacional se propone como salida a la crisis de los gobiernos progresistas, sus límites y contradicciones, desde la perspectiva de izquierda plurinacional, oponiéndose por esto, a la alianza implícita entre el gobierno progresista y las oligarquías, que coinciden precisamente en la continuidad del modelo extractivista-rentista, aunque no coincidan en otros temas. Esta coincidencia del llamado progresismo, que en realidad es un nuevo nacionalismo, es estratégica para la mantención del orden de dominación regional y local, es entonces conservadora. Esta alianza estratégica conservadora enfrenta a las múltiples voluntades de transformación inherentes a la Constitución y el pueblo ecuatoriano.
[1] Eduard Berstein: “Tesis sobre la parte teórica de un programa partidario socialdemócrata”, en Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Problemas del socialismo. El revisionismo en la socialdemocracia México, Siglo XXI, 1982, p. 316.