Apuntes sobre la nueva proliferación del debate entre intelectuales

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Adrián Pulleiro

Apuntes sobre la nueva proliferación del debate entre intelectuales

¿Rencillas entre colegas o prácticas intelectuales emancipatorias?

I
Antes que nada, los “intelectuales” son productores privilegiados de discursos sobre lo real, generadores y difusores de visiones del mundo (sobre el hombre, la mujer, la sociedad, la vida). En un sentido amplio, se desempeñan en los campos clásicos de la producción cultural: la ciencia, las artes, las letras, el periodismo, y en el sistema educativo. En aquellas otras áreas, tan extendidas en los últimos tiempos, que conforman una zona más híbrida o menos “autónoma” en relación a los intereses netamente económicos: la del diseño, las industrias culturales y las industrias de la “innovación”. También se desempeñan en el ámbito de la administración pública, es decir en organismos estatales de distinto tipo. Pero además participan con papeles más o menos específicos en la producción de bienes y servicios en general. Una participación que se fue ampliando en las últimas décadas a partir del papel central que han pasado a jugar las tecnologías de la información y la comunicación y el lugar que tienen actualmente el marketing, el diseño industrial y demás actividades complementarias en el sistema productivo, pero que sin embargo ha tenido lugar en la producción industrial a gran escala desde sus orígenes.
A la vez, en un sentido más restringido hay un sector de estos productores que, ya sea por el reconocimiento adquirido entre sus pares o en función de la legitimidad que obtienen por otras vías (sobre todo los medios masivos) van más allá de su actividad específica y se posicionan como una figura pública que posee la autoridad necesaria como para opinar acerca de cuestiones consideradas socialmente importantes, en relación con el pasado, el presente y el futuro de determinada sociedad.

II
En América Latina, y en Argentina en particular la presencia de estos productores en la arena pública no es algo novedoso. La etapa de las luchas por la Independencia y de la conformación de los Estados nacionales estuvo marcada fuertemente por trayectorias personales que articulaban la actividad política con otras específicamente “intelectuales”: además de la escritura y la oratoria, las elites dirigentes del siglo XIX se caracterizaron por su formación jurídica, por su capacidad literaria y su labor propagandista en una prensa en expansión.
Asimismo, a lo largo del último siglo, en toda la cultura occidental se fue desplegando una tradición –es decir, un modo de actuar que da cuenta de la forma de concebir la función de los intelectuales en la sociedad, rastreable en un período histórico más o menos prolongado– que se constituyó en torno a una práctica concreta: la intervención pública en relación a temas considerados fundamentales. Esta práctica dio lugar a la emergencia de una figura socialmente reconocible, la del intelectual moderno, que se (auto)define como conciencia crítica de la comunidad a la que pertenece. Una práctica y una forma de entender la función social de los intelectuales que desde mediados del siglo XX empalmó con la figura del intelectual “comprometido” que personificó como nadie Jean Paul Sartre. Y que encontró en los rechazos colectivos a las agresiones imperialistas, en el respaldo de las luchas de los países del Tercer Mundo y en el acompañamiento de las militancias de los sectores subalternos, el terreno concreto para su desarrollo.
Particularmente en nuestros países la figura del intelectual comprometido, que suponía asimismo un tipo de obra “comprometida” entre escritores y artistas, se asumió hacia los años ’60 y ’70 –el momento de mayor radicalización del campo intelectual– como un tipo de accionar público. Es decir, fue más una manera de concebir y ejercer el compromiso político como ciudadanos que una manera de encarar la producción específica.

III
La única manera de comprender cabalmente las prácticas que llevan a cabo estos profesionales de los instrumentos de expresión y conocimiento es a partir de reconstruir los contextos de relaciones sociales en las que esos intelectuales actúan, desarrollan sus obras, intervienen públicamente. Por un lado, los espacios sociales específicos en los que se desempeñan; instituciones que suponen luchas permanentes por recursos materiales pero también por un tipo de capital específico, o sea por la legitimidad “intelectual”, legitimidad sin la cual no se puede entender por qué unos discursos y unas prácticas tienen cierto poder y cierta trascendencia y otras no. Por otro lado, habrá que tener en cuenta las luchas políticas e ideológicas en las que sus producciones específicas y acciones públicas están inmersas, más allá de su propia voluntad. Como dice Pierre Bourdieu los intelectuales luchan por imponer formas de conocer y discursos sobre lo real que los exceden y que son parte de las luchas en las que las clases sociales y sus organizaciones están inmersas permanentemente. O como diría el inglés Raymond Williams, si en una sociedad siempre hay un sistema de prácticas, significados y valores que se torna dominante eso quiere decir que toda práctica, todo valor, todo significado que se pone en circulación en un momento histórico dado está en relación conflictiva (o armoniosa) con dicho sistema.

IV
Los intelectuales tienen la particularidad de ser juez y parte fundamental cada vez que la “función de los intelectuales” se convierte en tema de debate. A su vez, en los momentos históricos en los que esta cuestión pasa a ser un tema de preocupación reiterado y extendido, suele funcionar como un síntoma de movimientos y transformaciones que exceden a estos productores culturales, pero que –en su caso–se expresan específicamente en una cierta “incomodidad” para seguir ocupando las posiciones institucionales y los papeles sociales desempeñados hasta ese momento.
El debate público, más o menos sistemático, acerca de temas trascendentales para un grupo humano no es algo menor, puesto que estos profesionales de la palabra tienen una probada eficacia para construir sentidos sobre la realidad y, por ende, sus intervenciones en revistas, diarios, suplementos, programas de radio y tv, páginas de internet, libros, etc. contribuyen a fortalecer o poner en cuestión ciertas ideas, prácticas y valoraciones. También pueden ayudar a instalar temas ignorados o dejados de lado por las empresas mediáticas y los organismos públicos o contribuir a consolidar una agenda dominante. Sin embargo, esas intervenciones no son ajenas a las disputas que los propios intelectuales brindan acerca de sus propias posiciones de poder adquiridas o pretendidas en un campo de retribuciones simbólicas y materiales: cargos en organismos académicos o estatales vinculados a la cultura, publicaciones de libros, presencia en medios de comunicación, acceso a becas de investigación, subsidios para películas, etc. Posiciones que se traducen en una mayor legitimidad y reconocimiento, que a su vez da más posibilidades para una mayor circulación incluso por los espacios no vinculados directamente con la actividad artística, científica, literaria, etc..

V
Estamos ante un período de cambios históricos y escenarios abiertos a nivel global, regional y nacional. Perderse en las fotos del minuto a minuto puede tornarse peligroso, ya que la superposición de datos – a veces irrelevantes – puede tornar más difusa la lógica predominante de los acontecimientos. Desde el punto de vista de una práctica intelectual que pretende alimentar (y alimentarse de) los procesos de emancipación de nuestros pueblos, un aporte sustancial para el momento actual va de la mano con generar herramientas conceptuales que articulen los hechos trascendentes con las tendencias estructurales; reconstruir las relaciones entre las reacciones empresarias, los gestos políticos y las operaciones mediáticas con los intereses en juego y los beneficios buscados. En nuestro país esta situación adquiere una dimensión casi dramática. El futuro de la Argentina no se juega en cada medida asumida por un Gobierno que presenta cada paso que da como el capítulo de una epopeya. Sino más bien en la doble dinámica generada por la consolidación de un modelo de acumulación extractivo-exportador que refuerza la inserción dependiente del país en el orden mundial y se basa en el saqueo de los bienes comunes, pero que ha logrado un notable consenso de la mano de la bonanza económica y de algunos avances democráticos, y la incapacidad de las fuerzas populares y de izquierda para construir un proyecto de nación alternativo con capacidad de interpelación (y organización) masiva. Aquí tenemos un nudo fundamental para un debate intelectual de trascendencia para una acción política y cultural transformadora en vistas a la construcción de una hegemonía popular. En línea con esto, en un escenario que es incomprensible sin las gestas populares de fines de los ´90 y principios del decenio siguiente, es central aportar a construir a una lectura del pasado inmediato que vuelva a colocar en el centro de las explicaciones a las acciones sociales, los intereses colectivos y los proyectos políticos pugna.

VI
Junto con las tareas enunciadas, sigue siendo crucial dar la discusión acerca de las ideas y las valoraciones que los intelectuales más encumbrados echan al ruedo mediante diferentes herramientas comunicacionales. Llamar la atención sobre sus silencios y sus omisiones. Pero también, es necesario construir una mirada crítica sobre las producciones que las distintas franjas de la intelectualidad autóctona vienen generando en los diferentes ámbitos en que se desempeñan y analizar en relación con qué sujetos e intereses desarrollan sus acciones cotidianas.
Está claro que cuando el debate es sobre las formas del debate o sobre “la función de los intelectuales”, así en abstracto, lo que tiende a predominar son las disputas por las posiciones alcanzadas o pretendidas entre los propios intelectuales. Y que quien se conforme con seguir esa línea terminará desarrollando un tipo de acción que tiende a reforzar el “status quo” de la producción intelectual, o que –a lo sumo- generará un cambio de figuritas. En ese caso, la práctica intelectual se aleja de lo que debería ser su horizonte más buscado: la generación de nuevos mecanismos que permitan superar la dicotomía que paradójicamente funda la figura moderna del “intelectual” (y que el intelectual comprometido no cuestiona), es decir, aquello que distingue a los “intelectuales” de lo que no lo son.
En suma, la intervención pública a modo de declaración, solicitada, carta abierta, etc., individual o colectiva, es sólo una parte de la actividad de estos sujetos que producen visones del mundo en sus investigaciones, sus films, sus ensayos, sus novelas, sus obras teatrales, sus gestiones al frente de bibliotecas, editoriales, centros culturales, y demás instituciones culturales y organismos públicos. Tal vez, sea momento para desarrollar una mirada aunque sea panorámica, pero lo más sistemática posible, sobre esa producción, para estar en condiciones de aportar una perspectiva cuestionadora de las condiciones materiales concretas en las que tienen lugar y alimentar desde ahí líneas de acción alternativas. Se trata en definitiva de apostar a fondo por un tipo de práctica intelectual que contribuya a fortalecer la organización autónoma de los oprimidos y a proyectar su (auto)desarrollo cultural para hacer de ellos el sujeto de cambio que protagonice la perspectiva poscapitalista que el momento histórico requiere.

Adrián Pulleiro
Enero de 2012


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