No es el fin del “neoliberalismo”, como si las distintas etapas por las que el capitalismo ha pasado en su desarrollo global pudieran dar lugar a un intercambio sustitutivo que lo mantuviera vigente como tal.
Esta crisis civilizatoria ya fue pronosticada desde diversas fuentes y grupos de pensamiento desde los comienzos de la década de los 70’ del siglo XX, cuando comenzó a tomarse conciencia de que la especie humana estaba jugando a una suerte de ruleta rusa con el tratamiento de los recursos naturales (renovables y no renovables) como si tanto unos como otros fueran ilimitados y el planeta, de dimensión infinita. Del peligro de la crisis de la civilización (y no simplemente del capitalismo) ha venido advirtiendo Fidel desde comienzos de los 90’, pero sus advertencias no quisieron ser oídas porque evidentemente el ser humano siente una especie de “horror al vacío”. Eso lo he podido comprobar personalmente porque tengo documentos y escritos publicados desde esa época, que a pesar de mis intentos no pudieron penetrar la dura corteza de las mentes que, o no aceptan la posibilidad de la modificación del status quo, o que tienen grabado un esquema de sociedad alternativa al que se pasaría de forma mágica y automática como sustitución de la actual (“después del capitalismo viene el socialismo”) reduciendo el marxismo a una simple teoría economicista. Que además no considera qué, cómo, para qué y cual es el límite de lo que puede producirse, y si ello es necesario, superfluo o perjudicial, y sólo se trata de producir una redistribución de la “torta económica” para que toda la humanidad sea feliz para siempre. Razón tenía el Che cuando hablaba de la necesidad del hombre nuevo, y decía que “el socialismo como fórmula para la redistribución de bienes materiales no me interesa”.
Es ahora que he llegado a entender con claridad qué quiso decir Lenin cuando en uno de sus “Cuadernos Filosóficos” escribió como acotación a uno de los capítulos de la Ciencia de la Lógica de Hegel: “Es completamente imposible entender El Capital de Marx, y en espacial su primer capítulo, sin haber estudiado y entendido a fondo toda la Lógica de Hegel. ¡Por consiguiente, hace medio siglo ninguno de los marxistas entendió a Marx!”. Es que ser marxista demanda pensar dialécticamente, pensar la realidad objetiva en su automovimiento. No basta con “sacar fotos” de la realidad presente y describirla correctamente desde el punto de vista económico clasista. El marxista debe ver más allá mucho más lejos para imaginar lo más acertadamente posible el futuro curso de los acontecimientos y prever a grandes rasgos el futuro mediato. Ese razonamiento dialéctico fue el que le permitió a Lenin predecir una nueva “guerra por el reparto de las colonias” apenas terminada la primera y dos décadas antes de que se produjera la Segunda Guerra Mundial.
Hasta aquí el desarrollo abreviado del tema, que daría para largo. Estas reflexiones las considero suficientes para lo que desarrollaré a continuación.
La realidad de la crisis.
La forma más adecuada para entenderla es a través de la secuencia de los acontecimientos.
1) La producción mundial de petróleo alcanza su máximo (el peak oil, la meseta de la curva de Hubbert) conforme a las predicciones de Campbell y Laherriere (Investigación y Ciencia – Mayo 1998 –“Fin de la era del petróleo barato), en algún momento entre 2006 y 2007.
2) Comienza a crecer rápidamente el precio del petróleo, y como consecuencia el de la energía (de 20 dólares el barril en 2002 a 60 dólares en 2006, y casi 150 dólares en julio de 2008, 7 veces y media más).
3) El capitalismo intenta la “receta mágica”: los biocombustibles, agricultura para producir combustibles y no alimentos. Consecuencia: se encarece el precio de los alimentos a nivel mundial. Según el informe del Banco Mundial de abril del 2008, los biocombustibles provocaron un 75% de aumento del precio global de los alimentos, contradiciendo la información del gobierno yanqui de que sólo representaba un 3%.
4) Tanto el aumento del precio de la energía como el de los alimentos alcanzan lógicamente a las sociedades de consumo desarrolladas (EEUU, Europa, Japón). Cae la demanda de automóviles de alto consumo. Los estadounidenses próximos a la frontera mexicana la cruzan para cargar los tanques de sus autos con gasolina más barata.
5) Las automotrices, pilares fundamentales de la producción capitalista mundial (la columna vertebral de la industria norteamericana, según el recién electo Obama para reclamarle fondos a Bush para salvarlas) (alguna vez, hace una década, escribí que la sociedad de consumo capitalista marchaba hacia el abismo en cuatro ruedas quemando petróleo) e replantean la producción al caer bruscamente la demanda de vehículos de alto consumo, tipo 4X4 y similares. Se despide personal y se cierran plantas.
6) La recesión comienza a trabajar a dos puntas, a nivel masivo: por limitación de consumos prescindibles ante el encarecimiento de los necesarios, y por pérdida de puestos de trabajo en el propio “mundo desarrollado” (en los EEUU, hasta el estallido de la burbuja hipotecaria ya se habían perdido 800.000 desde comienzos del 2008, y la última cifra de octubre es cercana a 1.200.000 ; en España las cifras porcentuales son superiores).
7) Como consecuencia, con niveles de ahorro popular prácticamente cero en los EEUU, lo primero que cae es el pago de las cuotas de las viviendas compradas a crédito a largo plazo. Estalla la “burbuja” (todavía no me puse a pensar en el término correcto no eufemístico) de los créditos hipotecarios afectando directamente a las entidades financieras prestatarias.
El llamado “estallido de burbuja” y lo que sigue ya es de público conocimiento mediático. Lo absurdo es que se intente ocultar las causas reales atribuyendo la crisis al “estallido de la burbuja hipotecaria” sin animarse a hablar del agotamiento planetario –en términos económicos- del recurso no renovable que produjo el crecimiento explosivo de la sociedad industrial de consumo del siglo XX. Nótese que digo “sociedad industrial de consumo” y no sólo y simplemente sociedad capitalista, porque ese camino intentó equivocadamente seguirlo hasta donde pudo el llamado “socialismo real”. Las causas del fracaso de este último dan para todo un trabajo político-ideológico.
Hacia dónde va el mundo.
Hace ya algunos años me di cuenta de que el avance de la civilización burguesa hacia el precipicio era incontenible, tanto porque el sistema no podía parar, como porque para la izquierda –a excepción de Fidel y ahora sus alumnos más adelantados, Evo y Chaves- la ecología se correspondía exclusivamente con “los conceptos de ‘protección del medio ambiente’ y ‘calidad de vida’, que reflejan valores burgueses” (Jost Herbig – El Final de la Civilización Burguesa), y no con la visión totalizadora de una ciencia que estudia integralmente la relación de los seres vivos y el medio en que viven, y que en el caso de los seres humanos incluye a la economía como forma en que se asocian y producen y no es externa y simplemente complementaria de ella. A quien quiera discutirlo me remito a Marx y Engels y lo producido por ellos en su totalidad. No es la única coraza protectora de muchos que se reivindican como pertenecientes a la izquierda marxista, pero en este momento en que vivimos es la más negativa.
Como consecuencia me puse a bucear en el estudio de la historia de la humanidad (ocupación que figuraba entre las favoritas de Marx y Engels), en especial en aquel acontecimiento de viraje histórico que significó la caída de la civilización grecorromana y sus consecuencias para una buena parte del mundo. Si bien la historia es irrepetible por aquello del desarrollo en espiral (el movimiento dialéctico no es una línea recta ascendente porque sería negar el principio de4 la contradicción, la lucha de opuestos y la ulterior síntesis), existen procesos comunes aplicables en líneas generales al ascenso, punto culminante, declive y caída de las civilizaciones en la historia de la humanidad.
En primer lugar, esta caída actual tiene el carácter de global: sus consecuencias alcanzarán a todo el planeta. En cambio, por ejemplo, de la caída del Imperio Romano hubo regiones del mundo en las que sus habitantes jamás se enteraron ni sufrieron consecuencias inmediatas ni en el corto plazo.
Estamos parados en un punto en el cual se abre todo un abanico de “realidades posibles” entre dos extremos absolutos. Todas ellas vinculadas a la formación de lo que también eufemísticamente el sistema llama “mundo multipolar” y que en realidad significa fragmentación de la sociedad global, entendiendo por tal la conformación de entidades claramente separadas entre sí, de tamaños disímiles y con realidades socio-políticas diferenciadas.
Los dos extremos absolutos a los que me he referido son: en una punta, el acuerdo global de toda la especie, representada por sus dirigentes, en un ámbito internacional, diciendo al mundo toda la verdad, y decididos a transformar la sociedad en todos sus aspectos, político, económico, social, cultural, etc., con un criterio de equilibrio con la naturaleza. En la otra punta, la destrucción de toda organización civilizada por la vía de un conflicto armado global que incluya el uso del armamento nuclear existente. Descartando la primera, que se pasa de utópica, y también aunque no del todo la segunda, más propia del comportamiento irracional de buena parte de la especie y sus dirigentes, tenemos una amplia gama de posibilidades.
Aunque debo confesar que a veces me siento como un ciudadano de Roma en el año 400 DC, que es donde aproximadamente comienza la también eufemísticamente llamada “Alta Edad Media” y con más realismo los historiadores ingleses denominan Dark Age (Edad o Período Oscuro) que se prolongó por varios siglos. O sea, sin poder imaginar claramente el destino de la sociedad en que me ha tocado vivir.
Porque si no bastara con la crisis terminal de la sociedad de consumo globalizada, se agrega como elemento insoslayable el incremento constante cuasiexponencial de la población mundial (6.500 millones en 2005, más 90 millones año promedio, a fines del 2008 tendremos unos casi 6.800 millones), siendo mayor proporcionalmente el incremento en las regiones más pobres con lo que aumentará la masa de hambrientos (hoy más de 1000 millones) que jamás alcanzarán algo parecido a un trabajo formal.
Descartada la supervivencia de la sociedad de consumo a escala global, y por ende la producción globalizada en busca de la mano de obra más barata, por el necesario encarecimiento del costo del transporte, tampoco podemos ilusionarnos con la vieja idea del socialismo que habla de la redistribución de la “riqueza creciente”. Lo más que puede plantearse el llamado “socialismo del Siglo XXI” es, a la inversa, el reparto lo más equitativo posible, de la escasez, si es que quiere conservar el principio marxista del internacionalismo proletario, que Cuba Socialista siempre ha mantenido en alto.
Es probable que subsistan bolsones temporarios de la sociedad de consumo, por aquello que decía Lenin de que caducidad histórica no implica caducidad automática para las masas (refiriéndose al parlamentarismo burgués en El izquierdismo, enfermedad infantil en el comunismo, pero aplicable a toda caducidad histórica).
Deberemos afrontar el riesgo de la facistización xenofóbica de las capas medias de los países desarrollados, e incluso a medio desarrollar como el nuestro. En esta afirmación debemos considerar el criterio sociológico de pequeña burguesía o capa media que emplea Marx en El 18 Brumario, y que puede llegar a impregnar a la mayoría de la sociedad cualquiera sea su ubicación en una clasificación puramente económica.
Tampoco podemos dejar de considerar a las grandes masas de pobres del mundo que todavía seguirán por un tiempo soñando con la “calidad de vida” que se les ha mostrado sin dejarlos alcanzarla, y no se conformarán con la simple, sencilla y justa cobertura de todas sus necesidades básicas (sería bueno preguntarnos si somos capaces de resignar parte de nuestras aspiraciones de nivel de vida pequeño burgués telemediático en función de una igualación equitativa con los más de 1000 millones de personas en el mundo que no tienen qué comer regularmente).
Sobre el Socialismo del Siglo XXI.
Sin pretender atribuirme la paternidad del nombre, en Julio de 2001, cuando rescribí Los Problemas del Mundo Actual lo utilicé para el socialismo de nuevo tipo, o “socialismo del futuro” que citaba en 1993. Pero el concepto es el mismo: la salida deseada a la previsible crisis terminal del capitalismo.
El Socialismo del Siglo XXI es, como lo he planteado en otros escritos, una posible salida organizada para la crisis resultante del desplome de la sociedad capitalista industrial o “sociedad de consumo”, provocada por el agotamiento de los recursos que la han motorizado hasta ahora, en especial los energéticos no renovables (no solo el petróleo sino también el uranio), a lo que se suma el imparable crecimiento exponencial de la población planetaria, y el deterioro y destrucción del hábitat de la especie producto de la indiscriminada sobreexplotación de los demás recursos naturales (agua, tierra, pesca, bosques, minerales varios), desertificación, ocupación creciente del suelo cultivable, acumulación de desperdicios no degradables, el ya irreversible calentamiento planetario (atmósfera y agua oceánica), el derretimiento de los hielos polares y los glaciares, y todas las demás consecuencias de la civilización contemporánea.
El nacimiento y subsistencia del Socialismo del Siglo XXI, que podemos emparentarlo únicamente a través del nombre con la utopía del Siglo XIX y las expresiones concretas del Siglo XX (excepto Cuba), ya que será algo distinto en cuanto a sus formas y objetivos, depende del desarrollo de los acontecimientos mundiales, que a grandes rasgos y en una enumeración no taxativa serían:
-La manera en que se produzca el derrumbe de la sociedad de consumo, esto es, si se focaliza sólo en uno o varios de los grandes centros del poder capitalista mundial , o es generalizada en el cortísimo plazo.
-La magnitud de las no descartables batallas por el apoderamiento de los recursos naturales energéticos y alimentarios (agua incluida), entre quiénes se desarrolle, y los medios bélicos que se utilicen.
-La reacción ante la crisis de la sociedad humana en los países alta y medianamente desarrollados, a la que se le ha ocultado sistemáticamente las consecuencias que seguramente sufrirán.
-El grado de desarrollo de las fuerzas políticas que pudieran implementarlo, en cada lugar, y su nivel de conciencia integradora trascendente de las fronteras de los propios países.
-Las formas de contención política de masas humanas en situación de caos económico e ignorantes de por qué les ocurre todo lo que les pasa, y en consecuencia no proclives a aceptar sacrificios.
De poder concretarse, el Socialismo del Siglo XXI tendría los siguientes componentes básicos:
1- Reparto equitativo de la escasez.
2- Cambio drástico de los parámetros socio-culturales de la sociedad humana: fin de la “sociedad de consumo”, el “hombre nuevo”.
3- Solidaridad internacional.
4- Planificación centralizada (en lo que hace a los 7000 o más millones de humanos sobre el planeta).
5- Igualdad de oportunidades (de vida, alimentación, salud, estudio) para cada niño que nace. Y que serán la base de la construcción de la sociedad de los “hombres nuevos”.
El Socialismo del Siglo XXI no debe entenderse como un régimen político, económico y social implantado en un único acto de voluntad común, sino como una construcción a desarrollarse en el intervalo de tiempo que insuma la solución del conflicto con la sociedad vieja y sus plazos de eliminación.
La realidad actual no es favorable para una transición ordenada y sin riesgos. Todo apunta a que la sociedad de consumo capitalista se niegue a morir en la cama, porque no quiere reconocer públicamente el origen de su crisis terminal y la condición de tal. Más bien parece insistir en sus aprestos bélicos para sobrevivir hasta cuando pueda de la manera que siempre lo hizo, o sea violentamente. También debemos estar preparados para ello.
Nuestra realidad.
En una sociedad humana en vías de fragmentación, las posibilidades de avance en la construcción de la salida socialista están dadas en relación directamente proporcional al tamaño de los fragmentos. Personalmente considero necesaria la consolidación de la unidad latinoamericana que con dificultades ha venido gestándose en los últimos tiempos. Como internacionalistas debiéramos hacer todo lo posible como para no poner en peligro las experiencias de quienes son la avanzada del socialismo: Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua. Debemos entender que toda posición que recapture la derecha cuyos intereses coinciden con los del capitalismo terminal hasta las últimas consecuencia sólo sirve para debilitar las posiciones de la avanzada frente al Imperio. Ello no implica resignar la construcción de las fuerzas propias que puedan estar en condiciones de plantearse con posibilidades de éxito el salto al socialismo, pero en ningún momento debemos perder de vista que el enemigo principal, aún decadente, sigue vivo y sin abandonar las esperanzas de recapturar la propiedad de todo su patio trasero.
Eduardo Hernández
14/11/08