El 9 de Abril es en verdad la coyuntura crítica más significativa de la situación colombiana en el pasado siglo y sus resultados se reprodujeron a lo largo de años y de sucesos.
9 de Abril de 1948
En la convulsa historia política de nuestro país en el siglo anterior se produjeron momentos de crisis que han tenido dilatada influencia en los acontecimientos sociales o políticos.
Iniciado el siglo 20 con la sangrienta guerra de los 1000 días, ésta se zanjó con la victoria de las fuerzas conservadoras, las cuales estaban llamadas a inaugurar una etapa oscura que se prolongó durante 30 años. La positiva presencia de la generación liberal de mediados del 30 dejó su marcha histórica en la reforma constitucional del 36, cuya influencia se prolongó hasta el 48. Los acuerdos del 57 iniciaron un cambio de actitud de los núcleos dirigentes a través del “frente nacional”, un esperpento reaccionario que cayó pesadamente como una lápida sobre el pueblo y que se prolongó hasta días recientes. La Constitución del 91 significó el intento de una nueva alianza para salir de la crisis abierta por la ofensiva de la insurgencia.
Cada uno de estos puntos de quiebre de una situación han encarnado un viraje más o menos pronunciado. La suma des estos momentos constituye un proceso de intentos fracasados de saldar los choques críticos entre la clase dirigente colombiana y sectores o la totalidad del pueblo.
Sin embargo, y esta es su característica, ninguno de estos puntos de inflexión produjo definiciones ni lograron crear nuevas expresiones cualificadas de la situación. No se trata, ni mucho menos, de un discurrir tranquilo o lineal. Al contrario los saltos y las líneas quebradas son el diseño gráfico de tal desenvolvimiento.
EL NUEVE DE ABRIL
Pero ninguna de tales crisis saldadas a medias tiene ni la importancia ni la trascendencia de los sucesos del nueve (9) de Abril de 1948, cuando cayó asesinado el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, se produjo un levantamiento popular que duró varios días y se realizaron cambios en la composición grupal del poder. El 9 de Abril es en verdad la coyuntura crítica más significativa de la situación colombiana en el pasado siglo y sus resultados se reprodujeron a lo largo de años y de sucesos. En cierta forma y dentro de ciertas proporciones, la crisis de Abril del 48 tuvo una serie de manifestaciones que posteriormente han venido prolongándose como en ondas sucesivas hasta nuestra época. Allí nacieron y se manifestaron los esbozos y los primeros brotes de las líneas más gruesas del desarrollo posterior. En el 9 de Abril están “en hueco” como acostumbraba a decir Nikos Poulantzas, la mayor parte de los procesos que luego han madurado y han alcanzado su completa floración. Por eso, no podemos colocar estos sucesos como uno más de los sumandos del total histórico. Sería un grave error de apreciación, por eso mismo, menospreciar las lecciones y las enseñanzas de Abril del 48.
La experiencia de abril debe ser analizada dentro de ésta óptica, para calibrarla (sin exagerarla pero también sin soslayarla) como algo decisivo de la historia política moderna del país.
LOS ANTECEDENTES
El asesinato de Gaitán cortó un curso pronosticado y anunciado por sus antecedentes, que llevaría directamente a la recomposición del poder con una bandera liberal, si hubiera culminado.
Gaitán había tratado de formar un movimiento propio, la UNIR, deslindándose del bipartidismo tradicional. Con el aliento de criterios socialistas y complementos populistas, buscó atraer a las capas más bajas de la población para un proyecto que sin ser radical significaba cambios esenciales de la tradición electoral y politiquera colombiana.
Por muchas razones, principalmente por la falta de verdaderos cuadros organizadores, el proyecto fracasó y la UNIR se extinguió sin haber logrado muchas realizaciones, pero dejando experiencias en el campo popular, que luego se pondrían de presente en el debate social y en las formulaciones políticas.
Luego de otras búsquedas Gaitán se incorporó al partido liberal. En 1946 libró una descomunal batalla por la presidencia de la República contra el candidato oficial del partido liberal, Gabriel Turbay, que expresaba la influencia del aparato orgánico del partido. En la campaña Gaitán levantó banderas muy definidas en defensa de los intereses sociales de las capas más bajas, urbanas, principalmente. Al tiempo, esgrimió la condena de la corrupción y la desmoralización y prometió la “restauración moral y democrática de la República”.
Luego de la derrota liberal el movimiento gaitanista se fue consolidando como fuerza propia y parte del liberalismo, diferenciado de la oligarquía gobernante y de la camarilla dirigente del partido. Fue en esa etapa que se inicio la utilización de la violencia partidista para aplastar la inquietud liberal y para diezmar a un enemigo cuyo capital electoral superaba el del gobierno. Gaitán denunció y se enfrentó a estas manifestaciones de violencia armada que empezaban a generalizarse sobre todo en las regiones de mayoría liberal (Valle, Tolima, Santander, Cundinamarca, zonas cafeteras, etc.). Su llamado a las masas urbanas de las grandes ciudades tuvo un amplio eco en las movilizaciones que se produjeron entonces y que amenazaban con extenderse a todo el país y a arrollar los escuadrones armados del sistema.
Gaitán recurrió al arma que había comprobado como efectiva en la lucha contra la política tradicional, en la formación de un bloque contra la reacción y en la consolidación de un movimiento organizado con un programa social. Era el arma de la movilización de masas con exigencias reivindicativas y con apetitos de poder.
Todos los episodios de su corta vida política estuvieron acompañados de la presencia multitudinaria del pueblo en las calles.
El movimiento gaitanista, sin embargo, tenía falencias manifiestas que luego se agigantaron y terminaron por enterrarlo. Era una montonera más que una organización, carecía de cuadros esclarecidos, funcionaba al llamado del caudillo y no tenía un programa coherente que relacionara los elementos reivindicativos, la lucha contra la corrupción y el objetivo del poder.
La insistencia de Gaitán de mantenerse dentro de los marcos del bipartidismo le impidió convertirse en realidad en un representante del populismo latinoamericano y en una alternativa definida frente a las tradicionales formulaciones liberales. En cierta forma trataba principalmente de sanear las filas liberales, darle un acento popular a su política y aprovechar las formas orgánicas de la actividad tradicional.
LOS SUCESOS
Son bien conocidos los acontecimientos determinados por el cobarde asesinato de Gaitán. Los resumimos brevemente:
Al caer Gaitán en el centro de Bogotá, el pueblo se alzó y en forma espontánea se dirigió contra el régimen, al cual justamente achacaba la responsabilidad política. Grupos enfebrecidos se dirigieron al palacio presidencial demandando la renuncia de Ospina Pérez y exigiendo un gobierno liberal. Para tener armas saquearon varias tiendas y ferreterías extendiendo luego el saqueo general a todo el comercio. En esa forma, la dirección inicial contra el gobierno se desvió hacia los motines y tumultos.
Simultáneamente en las principales ciudades y poblaciones importantes se produjeron levantamientos similares. Grupos liberales y comunistas entraron a actuar para tratar de darle un cauce político insurreccional al alzamiento, pero esto no fue posible.
Fue entonces cuando se puso de presente el papel de la dirección liberal. Trasladada a Palacio, llegó a un arreglo con el gabinete de Ospina, pactó la entrada al gobierno y de común acuerdo con el grupo conservador formó la llamada “unión nacional”, para detener el alzamiento, desmovilizar a las masas y responder con la violencia al ataque popular. Darío Echandía asumió el ministerio de Gobierno y se enviaron delegados liberales a todo el país a contar la historia de que “había que salvar la patria del peligro comunista” y cerrar filas alrededor del nuevo gobierno, en el cual supuestamente predominaban los liberales.
Con esta historia el gobierno logró restablecer el orden y reorganizar sus fuerzas que de inmediato iniciaron un baño de sangre que desde entonces ha seguido cayendo sobre el pueblo. Pusieron en funcionamiento centenares verbales de guerra, fueron encarcelados decenas de dirigentes populares y reinó la paz de los sepulcros.
LA PARTICIPACION YANQUI
Simultáneamente había comenzado a funcionar la Novena Conferencia Panamericana, de la cual saldría la Organización de Estados Americanos (OEA) cuyo primer secretario fue Lleras Camargo, reconocido asociado con el Departamento de Estado.
En buena medida la organización de la OEA y la declaración anticomunista que de allí resultó como base de una política para todo un período posterior, se precipitaron por el asesinato de Gaitán y de los sucesos siguientes. Una cosa condicionó la otra. Inmediatamente, tanto el general Marshall, secretario de Estado americano, como Ospina Pérez, corearon la calumnia de que los responsables de todo eran los comunistas. Todo el proceso posterior estuvo bajo la advocación del más cerril anticomunismo y del más servil asentimiento al dictado americano.
Para cumplir ese dictado, el gobierno de Ospina Pérez rompió sus relaciones diplomáticas y comerciales con la unión Soviética y expulsó de manera fulminante al personal de la embajada de la URSS en Bogotá.
Había comenzado la “guerra fría”, la forma más agresiva de mantener la hostilidad contra la URSS y de tratar de aislar a los demás países de las influencias socialistas. El dominio norteamericano sobre los estados capitalistas y dependientes fue protocolizado con la “doctrina Truman”, que estableció el supuesto derecho de los Estados Unidos a intervenir en cualquier parte del mundo según su decisión unilateral y en preservación de sus intereses de potencia colonial.
En la 9ª Conferencia Panamericana, además, fue creada la llamada Junta Interamericana de Defensa, forma de unificar los ejércitos de América bajo la batuta de la política militar yanqui, política del imperio y de rapacidad sobre los pueblos.
EL PASO DE LA DICTADURA
El episodio de Abril se saldó provisionalmente con la derrota del alzamiento, por lo menos en la superficie, puesto que ninguno de los problemas planteados entonces fueron siquiera tocados como salida del enfrentamiento. La clase dominante retomó el mando de las cosas y unidos, liberales y conservadores empezaron a ejercer un tipo de gobierno que desde el comienzo se caracterizó por la represión más feroz y la discriminación excluyente.
Pero como la ganancia neta del acuerdo para aplastar el brote insurreccional la obtuvo la derecha más recalcitrante, que ya venía desde antes ganando posiciones claves en el poder, bien pronto surgieron choques que determinaron la salida de los dirigentes liberales del gobierno y la extinción de la “unidad nacional”, mostrando así que se había tratado de algo transitorio y calculado sólo para salvar al sistema en un momento difícil, en noviembre de 1949. Ospina cerró el parlamento y se hizo más evidente y abierta la dictadura reaccionaria que se fue imponiendo como forma normal y permanente de ejercicio de la dominación política.
La clausura del Congreso cierra el período de tránsito del ensayo de un tipo de gobierno progresista hacia la imposición de una forma de dictadura que se fue haciendo no solo reaccionaria sino terrorista, con un alto componente de violencia política, con profundas contradicciones al interior del poder y con un enfrentamiento cada vez más pugnaz contra las aspiraciones democráticas y las reivindicaciones sociales de las diversas formaciones sociales.
Ese período es el más significativo y sobre todo el más decisivo en la historia política del siglo XX colombiano. Es un momento de viraje histórico cuya expresión mayor es la crisis de Abril del 48.
Por eso debemos recordar lo que poco después de Abril del 48 escribió Gilberto Vieira, Secretario General del Partido Comunista, resumiendo la caracterización de ese instante de la vida nacional: “los acontecimientos de Abril significaron un cambio tan profundo, una ruptura tan amplia con el pasado, una catástrofe de tantas concepciones tradicionales, que no pueden ser comprendidas sino a la luz de la dialéctica marxista, con la ayuda de la cual debemos analizar como los eslabones de un gran salto histórico” (Nueve de Abril: experiencia del pueblo, pág. 23).
SIGNIFICADO DE UN PROCESO
Estos sucesos marcan en cierta forma las líneas principales del desarrollo histórico posterior del país. Tratemos de analizarlos.
La explosión popular de entonces significó una profunda enseñanza para la clase dominante colombiana, de la cual extrajo hasta la última gota de experiencias.
La presencia multitudinaria de la “chuzma” en las calles sembró el terror en la conciencia de la burguesía. La destrucción del centro de Bogotá, el hecho mismo de atreverse directamente a asaltar el palacio de gobierno, el castigo económico de los grandes saqueos e incendios de propiedades marcó la mentalidad de los dirigentes tradicionales en tal medida que mucho de lo que han hecho después ha sido para impedir cualquier repetición de un acontecimiento semejante.
Esto determinó el surgimiento de lo que podríamos llamar el “síndrome del pánico a las masas” que ha llevado a la situación caracterizada por lo que popularmente se conoce como “la criminalización de la protesta social”. Todo acto de masas reviste el “carácter de orden público” y reclama la acción de La fuerza pública. La consiguiente generalización de este síndrome es el reino sempiterno del estado de sitio o de los estados de excepción. Así, por ejemplo, una huelga de los médicos del Seguro Social “justificó” el establecimiento del estado de sitio por varios años! Lo cual da una característica peculiar al sistema colombiano, supuestamente democrático, pero que se aterra ante la posibilidad de cualquier expresión de masas en las calles!
De aquí se ha desprendido una absoluta negación de la participación popular en cualquier proceso social o político. El síndrome y su estado de sitio han llevado a un fenómeno de exclusión que es también típico de las relaciones entre el Estado y las masas en Colombia. Una gran cantidad de hechos sociales y políticos gozan del status de marginalidad, que entre otras cosas corresponde con la que también marca la economía. Casi la totalidad de las huelgas son ilegales. Todas las manifestaciones son prohibidas. Las marchas son respondidas con las masacres y los encarcelamientos. Para lograr las más elementales exigencias sociales hay que realizar paros. La burguesía colombiana no entiende sino el lenguaje de las presiones amenazantes. Por eso mismo, se caracteriza por no cumplir los acuerdos que suscribe con las organizaciones populares, hasta el punto de que se ha dicho con razón, que en Colombia hay que hacer una huelga para que se cumpla lo pactado en otra huelga.
LA AMENAZA AL PODER
Un segundo aspecto de las consecuencias de Abril es lo relativo al poder. Lo cierto es que por primera vez desde la independencia, se crearon en muchas poblaciones lo que se llamaron “Juntas Revolucionarias de Gobierno” que empezaron a tomar medidas de administración, lo que desde luego produjo profunda alarma en la clase dominante. En Barranca, por ejemplo, prototipo de una de estas juntas, durante casi dos semanas después del 9 de abril, los trabajadores “formaron milicias populares, establecieron graduación militar dentro de los ejércitos revolucionarios, cercaron y tomaron todas las dependencias oficiales de la ciudad, y bajo los auspicios de toda la ciudadanía democrática, constituyeron la Junta Revolucionaria de Gobierno”, según relata un corresponsal del semanario “Vanguardia del pueblo”, de entonces.
Estos hechos marcaron hacia el futuro el estilo de gobierno del país. Todo el aparato oficial ha estado desde entonces dedicado a impedir que por cualquier vía se establezcan formas, así sean elementales, de poder popular. La consecuencia es un tipo de dictadura constitucional elitista que no hace ninguna concesión a las exigencias de la gente, la cual, aún en las condiciones de la Constitución del 91, pueda llegar hasta acompañar pero no participar y mucho menos a decidir sobre las cuestiones del poder.
LA ESTRUCTURA DEL SISTEMA
Pero hay algo más importante. Esto influyó decisivamente, en la estructura del poder burgués que ha cristalizado en un proceso histórico de fisonomía peculiar.
El impulso que logró el acuerdo parcial entre la burguesía, sobre todo industrial y comercial, con amplios sectores del movimiento popular, en la etapa de 1935 a 1945, se encarnó en una serie de cambios favorables a los intereses de las masas. El esfuerzo culmina con la cooperación del gobierno y los trabajadores contra la amenaza del fascismo alemán en la segunda guerra y en apoyo a la lucha patriótica del pueblo soviético por su integridad. Mientras por su cuenta los sectores reaccionarios se pasaban al lado del fascismo español durante la guerra de España (36-39) y luego se sumaban a las huestes nazi-fascistas en la segunda guerra, se forjó, en choque con éstos, un poderoso movimiento de masas democrático, progresista y popular. La base clasista del poder era la burguesía industrial y comercial, la intelectualidad progresista. Los sectores agrarios impulsados por la Ley 200 de 1936 y el apoyo sindical.
El plan reaccionario y norteamericano iba dirigido a destruir ese bloque y crear uno contrario, y esto había comenzado desde antes del 9 de abril pero el alzamiento polarizó este proceso y contribuyó al cambio de la composición del poder. Las fuerzas retrógradas venidas del latifundio, de la intelectualidad religiosa y de los grandes agentes de la política yanqui, consolidaron un eje de dominación con la burguesía industrial, bloque que se constituyó así en el núcleo duro del poder reaccionario, con la característica de que los sectores más atrasados y la orientación yanqui impusieron su estilo de gobierno, basado en la violencia y el terror de Estado.
Para la alta burguesía, que se lucró directa y fructuosamente del sistema creado, fue algo a lo cual se adaptó con entusiasmo, estableciendo su dominación sobre estos pilares. Con la peculiaridad que desde entonces la utiliza como forma sempiterna y cotidiana de ejercer el gobierno. Luego, la balanza del poder dentro del “bloque de Abril” se ha ido inclinando – en desmedro de los plantadores cafeteros y de los agricultores modernizados e incluso de la burguesía industrial – a favor de la oligarquía financiera, en medio de una serie de otros momentos de quiebra de la situación, que no el caso estudiar aquí. Pero el estilo iniciado en abril del 48ha persistido presentándose la paradoja de que la “modernización” capitalista ha mantenido por dentro el meollo reaccionario y violento, de raíz agraria atrasada.
“LA PATRIA POR ENCIMA DE LOS PARTIDOS”
Hay que destacar el ensayo de la “unión nacional”. El conocido pasaje de Echan- día de “el poder para qué?” refleja precisamente ese tipo de cobardía de la gran burguesía liberal que, ante el peligro de cambio de su dominación (evidentemente exagerado por el síndrome conocido), no sólo prefirió pactar con los sectores más reaccionarios y consolidar una fusión con los intereses norteamericanos, sino que asumió los estilos y las formas de dirección de éstos. Aplicando un pragmatismo primitivo, la clase dirigente se integró en el sistema de la ultraderecha política.
La lección bien destacada por Marx de que ante la amenaza de pérdida de sus privilegios, las pugnas interburguesas ceden el paso a la hermandad del poder, aquí tuvo uno de sus brillantes ejemplos. Toda la acre pelea anterior, que había iniciado la etapa de la violencia partidista, desapareció tan pronto la dirección liberal, en su recorrido desde El Tiempo al palacio de la Carrera, se dio cuenta de la magnitud de la protesta de masas y la fraternización de importantes núcleos de la policía con los amotinados, a los cuales estaba suministrando armamento. La amenaza tuvo la virtud de unir en un solo bloque todas las alas de la política capitalista, pro yanqui y terrateniente.
El mismo fenómeno se repitió en el 57, cuando se creó el “frente nacional” para dar paso a un gobierno que sustituyera pausada y pacíficamente la dictadura militar de Rojas Pinilla. Con la diferencia de que en este último caso la gran burguesía logró poner en marcha un importante movimiento de opinión favorable a sus intereses. Lo que no pudo hacer con motivo de la crisis del gobierno de Samper, cuando Echavarría Olózaga y sus congéneres trataron de atraer a su propósito a los trabajadores.
Se ha hablado de la traición de los jefes liberales al pueblo cuando pactaron con Ospina para salvar los intereses de la burguesía. La historia posterior ha demostrado que esta película de la traición se ha repetido en muchas ocasiones. En realidad, la oligarquía liberal fue consecuente con sus intereses de clase. El error mas bien reside en las ilusiones de sectores populares que en aquel lejano abril confiaban en los jefes liberales y depositaban en manos de Echandía y compañía la defensa de sus esperanzas.
Claro que por aquel entonces no se había captado por la conciencia popular, el relevo de los núcleos intelectuales y cuadros dentro de la estructura partidaria y del ejercicio del poder. En Abril del 48 se hizo patente el cambio del equipo que había acompañado a López Pumarejo, un grupo intelectual de la burguesía en desarrollo, que luego había puesto sus esperanzas de cambios en la figura de Gaitán, cuyo asesinato precisamente dio razón al alzamiento de abril.
Ese relevo, tanto de los cuadros dirigentes de la oligarquía liberal como de los conservadores (éste último culminó con la dictadura de Rojas Pinilla) abrió el camino hacia un nuevo núcleo dirigente y permitió la creación de un bloque que le ha dado su perfil al sistema colombiano. Cuyos rasgos por cierto, tanto en sus aspectos estructurales de poder económico monopolista, su sistema excluyente de alianzas con el dominio norteamericano y con la persistencia de los terratenientes, beneficiados por la absoluta ausencia de una verdadera reforma agraria, como en sus facetas culturales, políticas e intelectuales tan marcadas por un rezago de brutalidad y de parroquialismo, deben ser motivos de un análisis que sobrepasa las posibilidades de este artículo.
Lo cierto es que después de Abril desaparecen del escenario todos los representantes de la llamada “izquierda” liberal para dar paso a núcleos mucho más a la derecha que han ido conformando una capa reaccionaria, atrasada y descompuesta, producto tanto de la corrupción generalizada como de la consolidación de los grupos financieros transnacionalizados, con el acompañamiento de la burguesía emergente del narcotráfico, al mismo tiempo imbricada en el poder terrateniente.
Los dos procesos que le han dado su fisonomía al “bloque histórico del poder” en Colombia, y a la integración de una hegemonía cuya vertebración está determinando el curso seguido por las clases dominantes a partir de abril del 48, se resumen en la aceleración del tránsito de la burguesía industrial a la oligarquía financiera como núcleo principal del sistema, así como a su inserción en la alianza con las fuerzas más retardatarias de la sociedad (los señores de la tierra y los lugartenientes del imperialismo norteamericano). Esta estructuración ha podido producirse tanto por la aceleración del proceso de monopolización en todos los frentes como por la experiencia de la burguesía en la crisis de abril que la llevó a utilizar prácticas de violencia como forma ordinaria de ejercicio de poder.
La marcha de este proceso en esa forma, que incorpora la violencia al plan político de la burguesía, no era absolutamente inevitable. Se podría afirmar que la continuidad de la alianza de la burguesía industrial con el movimiento popular de la década 35-45 hubiera impreso a la historia política colombiana otro derrotero y otras metas, no las que trágicamente ha seguido en medio de esta larga y sangrienta crisis de la lucha por encontrar otros caminos. Analizando las rutas que transita la burguesía en la consolidación de su poder, Palmiro Togliatti, glosando el análisis de Gramsci, señala acerca de la vía rusa de desarrollo capitalista: “El camino escogido por las clases dirigentes rusas fue la expresión de un determinado bloque histórico en el que tuvo primacía – y hubiera podido no tenerla- el grupo social de la aristocracia terrateniente, aliado en modo particular – y también esta alianza hubiera podido ser distinta – con la clase capitalista”. (Gramsci y el marxismo, pág. 23).
“UNA GOTA DE AGUA…”
Pero es en esa escena política en que tiene que actuar el movimiento obrero y popular en Colombia a partir de la derrota de las movilizaciones democráticas del 45 y del intento fallido de Gaitán por recomponer el bloque popular, y es claro que el momento culminante vuelve a ser las jornadas de abril.
A propósito hemos prescindido hasta aquí de la consideración del papel revolucionario en ese cruento episodio. El movimiento sindical, bajo la dirección de la CTC, al igual que el Partido Comunista, decretaron la huelga general, que fue atendida en todo el país. Sinembargo, la poderosa influencia liberal en la CTC determinó en la marcha de los sucesos, la división de la Central y el paso de un grupo oportunista a las tesis de la unión nacional
Mismo que fue a todas partes a proclamar el fin de la alianza porque el “liberalismo había triunfado”. La vergüenza de esta actitud, que luego se repetirá a lo largo de la lucha obrera, realimentando el oportunismo de derecha en la organización social, aisló a los grupos liberales de izquierda y de comunistas, que en esa forma no pudieron jugar un papel relevante en los acontecimientos. .
El núcleo comunista, que venía de una profunda división en 1947, corroído por la peste “browderista”, no pudo hacer otra cosa que tratar de darle organización y encauce a un levantamiento donde la influencia principal es liberal. El escaso papel comunista de ese momento lo resumió Gilberto Vieira en el mismo análisis que hemos citado antes con estas palabras: “decir que el 9 de abril (el partido comunista) no era más que una gota de agua en medio de un mar embravecido, es definir exactamente las cosas”.
LA ENCRUCIJADA DE LA LUCHA ARMADA
Debe hacerse notar que en fin de cuentas los hechos de Abril son, mirados desde el ángulo del accionar popular, una mezcla de huelga general (que ahora llamaríamos paro cívico) con acciones armadas dispersas y desorganizadas. Esta experiencia fue definitiva tanto para la burguesía como para el pueblo. En cada campo se sacaron conclusiones.
La violencia de la clase dominante y la respuesta de las masas encierran un preanuncio de lo que vendría después: una etapa de defensa de las masas contra la violencia de las fuerzas militares unidas a las bandas de “pájaros”, una lenta y dolorosa configuración de organizaciones armadas sobre todo agrarias, hasta la formación de los actuales grupos guerrilleros.
Aquí también en este surgimiento de la respuesta armada del pueblo, puede decirse que Abril del 48 es el punto de partida, la prueba de fuego de un pueblo acosado por los métodos brutales que entonces se utilizaron y que dejaron un oscuro reguero de sangre y de muertes, cuya huella se fue ensanchando casi sin interrupción.
A MANERA DE CONCLUSION
Podríamos intentar resumir el significado de abril del 48.
Se trató de un alzamiento espontáneo de masas urbanas contra la reacción política y sus métodos sanguinarios contra los dirigentes populares.
Llegó hasta el punto de armar a las masas, decretar un paro general, combatir en las calles contra las fuerzas oficiales y sacrificar a miles de luchadores que murieron sin alcanzar a percibir el significado de su derrota.
Las lecciones de abril tuvieron profundas repercusiones sociales y políticas. Dictaron enseñanzas y dejaron lecciones que aún hoy están presentes en la lucha colombiana.
Y sobre todo, abril es el suceso más decisivo de los enfrentamientos entre el pueblo y sus depredadores, hasta el punto de que dieron inicio a las líneas fundamentales y peculiares del desarrollo colombiano de este siglo.