El día cuatro de febrero se cumplen 50 años de vida de uno de los documentos políticos más importantes en la historia del movimiento revolucionario latinoamericano y caribeño: la Segunda Declaración de La Habana. Sus palabras tuvieron – y aún tienen – un valor profético de alcance sólo comparable a las volcadas por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista. Pero no sólo profético: también como palabras que despertaron la conciencia de nuestros pueblos e inspiraron, en lo concreto e inmediato, el comienzo de grandes luchas por la justicia, la dignidad, la democracia; palabras que movilizaron masas y que, de una forma u otra, por los más diversos (y a veces impensables) caminos cambiaron la fisonomía de Nuestra América. Si hoy esta región no es la misma que hace medio siglo atrás; si aquí se ha derrotado al ALCA, si hay gobiernos y pueblos que resisten y luchan contra el imperialismo, si el centro de gravedad de la política latinoamericana se ha corrido hacia la izquierda todo eso se lo debemos, en una medida mucho mayor de lo que habitualmente se reconoce, a ese grito lanzado por Fidel desde La Habana, plantando una semilla que germinaría en mil flores. Un texto de enorme valor histórico y de también rigurosa actualidad que las nuevas generaciones de luchadores anti-imperialistas y anticapitalistas deben leer, estudiar y, lo más importante, llevarlo a la práctica. Las líneas que siguen a continuación pretenden ser una breve guía, y a la vez una enfática invitación, para recorrer las venerables páginas de ese documento.
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