LA MIRADA POLÍTICA DE EL CAPITAL

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ELVIRA CONCHEIRO BÓRQUEZ

Publicado en el Boletín Nº 12 del GT de CLACSO CRISIS Y ECONOMÍA MUNDIAL
https://fisyp.org.ar/wp-content/uploads/media/uploads/regular_files/boletin-12.pdf

“El silencio en torno a mi libro comienza a ser
inquietante – escribe Marx a su amigo Friedrich Engels, un par de meses después de
que el libro salió a la circulación —. No oigo ni veo nada. Los alemanes son unos buenos muchachos. Sus servicios como lacayos de los ingleses, de los franceses y hasta de los italianos en esta ciencia les autorizan naturalmente a ignorar mi libro. Nuestros amigos de allá no saben moverse.” (“Carta de Marx a
Engels”, 2 de noviembre de 1867, en Marx, Carlos y Federico Engels, Cartas sobre El capital, Editora Política, La Habana, 1983, p. 188.)

Marx tiene claro la fuerte batalla que habrán de dar para lograr que el libro circule y sea conocido, de lo cual depende, en lo inmediato, el poder sacar el segundo libro. Recurre, por esto, a sus amistades, la mayoría de las cuales lo han acompañado en las batallas dadas durante las revoluciones iniciadas en 1848 y están involucradas en la Asociación Internacional de los Trabajadores, agrupamiento que servirá a Marx, precisamente, de foro para presentar, primero, sus avances y luego, el propio libro.

Por otra parte, despertó el optimismo de Marx el que, en contraste, su obra hubiese sido recibida con entusiasmo y comprensión en los medios del movimiento obrero alemán, tal como lo expresa en el Postfacio a la segunda edición: “No podía apetecer mejor recompensa para mi trabajo – leemos —que la rápida comprensión que El capital ha encontrado en amplios sectores de la clase obrera alemana.” Y en seguida afirma, a través de lo dicho por una persona ajena a ese movimiento, que las “llamadas clases cultas alemanas habían perdido por completo el gran sentido teórico considerado como patrimonio tradicional de Alemania, el cual revive, en cambio, en su clase obrera.” Idea ésta que resulta importante en lo que aquí queremos comentar.

Es conocida la preocupación de Marx por que la obra fuese conocida en particular por los trabajadores. Sabemos, por ejemplo, que aceptó que El capital se publicara en Francia por entregas con la idea de que eso haría a la obra más asequible a los obreros, lo cual – según expresó — era para él razón más importante que cualquier otra (“Carta de Marx a Lachâtre”, 18 marzo de 1872, en Op.cit., p. 272).

A partir de lo anterior, lo más frecuente es que se resalte, en forma un tanto mistificada, el gran servicio que Marx proporcionó a los trabajadores no sólo con sus escritos sino con su propia acción política, actividad que fue de gran intensidad en varias coyunturas importantes, pero la cual se analiza con poco
cuidado y, sobre todo, sin extraer las consecuencias teóricas que esas experiencias políticas significaron.

Aparejada a esa incomprensión, nos topamos recurrentemente con la escisión que se
hace del aporte de Marx, sobre todo a partir del cientificismo con el cual ha sido leído en no pocas interpretaciones. Desde Bernstein hasta nuestros días, es habitual encontrar separado, y hasta contrapuesto, el aporte científico de Marx respecto de su actividad política.

Sin embargo, si partimos de la perspectiva del autor de El capital, tenemos que entender al propio Marx y su obra como integrante de ese movimiento de trabajadores que no sólo lo involucra directamente en la lucha política de su tiempo, sino le proporciona el horizonte desde el que elabora su obra.

Marx se convierte en parte componente de ese movimiento, que entonces adquiere
propia fisonomía y creciente organicidad y fuerza, lo que le permite intervenir de manera enérgica para que sus organizaciones se desprendan de su primera forma y desplieguen nuevas maneras políticas en correspondencia con la condición colectiva y los propósitos emancipadores de quienes las constituyen.

En buena medida, es por esa motivación por lo que Marx se detiene con tanta precisión y detalle en el proceso de constitución de la clase obrera industrial y, en particular, en el momento que se refiere a la madre del antagonismo, como llama a la gran industria, en el que esta clase adquiere plena forma como sujeto colectivo.

A su vez, es desde la perspectiva que proporciona un movimiento social de la envergadura y relevancia que comienza a tomar el de los trabajadores, un movimiento que en el curso mismo de su experiencia de lucha rebasa la mera transformación política y se adentra en la transformación social de raíz, que Marx puede explotar la visión de totalidad que proporciona el propio capitalismo.

Perspectiva que permite que su obra trascienda la mirada disciplinar de la economía, o la filosofía, o la historia, para proponernos no sólo una perspectiva epistemológica nueva, ni tampoco sólo un método de investigación diferente, sino la comprensión de lo que es una estrategia política encaminada a la transformación
radical de la sociedad.

Desde la mirada abierta por el movimiento que representa la posibilidad más avanzada y audaz de la transformación social (iniciada la Conjura de los iguales hasta la Comuna de París de 1871, pasando por la insurrección de junio de 1848), Marx engarza la experiencia política que él mismo tiene a partir de esos acontecimientos, con su investigación teórica.

Para Marx, todos éstos momentos perfilan en los hechos una nueva perspectiva
que trasciende los términos consagrados de la lucha política y del programa de transformaciones sociales, trastocando los términos mismos de la participación de la polis que inauguró la revolución francesa de 1789, al constituir la autoemancipación como el nuevo sentido de los combates por la justicia, la
igualdad y la libertad.

Lo que da a El capital tal potencia y vida es el hecho de que su autor abreve de ese manantial. Es en este sentido que puede entenderse la expresión de Marx cuando sostiene que El Capital es una “victoria científica de nuestro partido” (Cfe. Cartas a Kugelman”,abril de 1871, en K. Marx, Cartas a Kugelman, p. 208).

Tal como lo explica el propio Marx es, también, la razón por la que en el primer libro de El capital estén desarrollados puntualmente ciertos temas, como el de la legislación fabril; pero, sobre todo, por lo que resulta tan extraordinaria su explicación sobre el origen de la clase obrera industrial, su conversión en parte de este sistema, engranaje de la propia maquinaria productora sin fin de mercancías; una clase a la que, a su vez, su condición mutilada la convierte en parte sustancial de un ser colectivo que puede encontrar el sentido de lo común a partir de su quehacer productivo y ser la negación del sistema que lo engendra.

Hay en El Capital, por tanto, una manera diferente de entender lo político a partir del estudio del conflicto puntual del que deviene la relación de lo político, proceso que no puede ocurrir de manera mecánica sino compleja y en una esfera diferente que llega a adquirir cierta autonomía. Entender el Estado como
garante de la norma que nace de la violencia del conflicto entre segmentos de la sociedad, es para Marx pista a seguir para articular el análisis y adentrarse en la comprensión de las interconexiones internas de la totalidad social. Tal es la razón por la que, en efecto, no encontraremos una teoría separada sobre el Estado, lo cual está muy lejos de la idea althusseriana de que se trata de un faltante en la obra de Marx.

El autor de El capital parte de una visión histórica que no admite formas políticas universales e inmutables, ni tampoco, por tanto, concepciones sobre las organizaciones políticas y los programas para todo tiempo y lugar, pues se trata de expresiones del movimiento político real y del desarrollo incesante de la praxis que se realiza siempre a partir de una ubicación temporal y geográfica específica.

No es casual, en consecuencia, que en vida de Marx los primeros y más acuciosos
lectores de El capital estuviesen en Rusia, pese a que la expectativa mayor de su autor y, sobre todo de Engels, estuviese en otra parte. Es éste el país del que se espera la próxima gran revolución contra la monarquía zarista, que se ha convertido en un flagelo para la Europa liberal.

El Capital en Rusia

Los primeros traductores de El capital son rusos, que comienzan a trabajar a la par de la traducción al francés que realiza el propio Marx. La primera intención fue iniciativa de Bakunin, pero quien mantiene un intenso diálogo con Marx y termina haciendo la escrupulosa traducción al ruso fue Nicolái F. Danielson (Karl Marx, Nikolái F. Danielson y Friedrich Engels, Correspondencia 1868-1895, Compilación de José Aricó, Siglo XXI, México, 1981), quien estudia las aceleradas
transformaciones que sufría entonces Rusia a raíz de la reforma agraria que liberó a los siervos y se convierte en un entusiasta seguidor de las ideas de Marx.

Pero hay que mencionar en particular el intercambio que tuvieron con el revolucionario alemán algunos otros representantes del populismo ruso, quienes a partir de su acción política se convierten en atentos lectores y cuyas interrogantes, como hoy sabemos, llevaron a Marx a una extensa investigación sobre
aquel país y a una revisión de lo que en su obra pudiera provocar lecturas equivocadas (K. Marx y F. Engels, “Escritos sobre Rusia. II. El porvenir de la comuna rural rusa”, en Cuadernos de Pasado y Presente, num. 90,
México, 1980, p. 64).

Particular importancia tiene al respecto la respuesta de Marx a la redacción de la revista rusa Anales de la patria, de tendencia populista, en la que expresa que en El capital lo que puede encontrase es un “esbozo histórico sobre los orígenes del capitalismo en Europa occidental” y no “una teoría filosófico-histórica sobre la trayectoria general a que se hayan sometidos fatalmente todos los pueblos, cualquiera que sean las circunstancias históricas que en ellos concurran…”, como pretende su crítico ruso.

La nueva generación de lectores de El Capital que se despliega en el imperio de los zares hacia el cambio de siglo, no sólo abreva de acuciosas lecturas que interrogan la obra de Marx desde su propia realidad. El decadente régimen los impele a contrastar la experiencia política europea con sus propias circunstancias como un asunto práctico y urgente. Es una lectura que se desprende pronto del marxismo dominante instalado tras la muerte de Engels, razón que llevó a Antonio Gramsci a saludar la revolución rusa como una revolución contra El Capital. En realidad, era la domesticada lectura positivista de la obra del revolucionario alemán la que caía en desgracia. Surgía, tanto de la mano de los revolucionarios rusos como de los espartaquistas alemanes, la posibilidad de su rescate en los dramáticos momentos de la primera guerra mundial.

En octubre de 1917, con la revolución en Rusia emerge así un insólito escenario que da nueva y potente dimensión a la obra de Marx, al mismo tiempo que se abre paso a una diferente historia del marxismo, en buena medida más compleja y contradictoria.

México, coordinadora del GT Herencias y perspectivas del marxismo latinoamericano, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM.


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