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Hace años denuncio que la Comisión y la Corte Interamericana de la OEA quieren desconocer nuestros tribunales, para decidir en lugar de ellos cuestiones relativas a la soberanía de Venezuela, como la legitimidad de las elecciones. Así, el primero en cuestionar los comicios del 14 de abril es Insulza, presidente de la OEA, quien exige “realizar una auditoría y un recuento completo de la votación” y pone “a disposición de Venezuela el equipo de expertos electorales de la OEA”. Vale decir, expertos extranjeros, y no el Consejo Nacional Electoral, deben declarar quién ganó nuestras elecciones.
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Para escoger al Presidente de Venezuela también se ofrecen voluntarios el gobierno de Estados Unidos y el canciller de España, García Maspero, ambos demandando recuento de votos al sistema electoral que Carter calificó como el “más perfecto del mundo”. Por no contradecirlos, el candidato perdedor reclama asimismo recuento manual de votos y en lugar de exigirlo por vías de derecho, convoca motines que en dos días incendian o destruyen doce Centros de Diagnóstico Integral, arrasan cuatro casas del PSUV y varios mercados solidarios y radios comunitarias, acosan medios de comunicación de servicio público y residencias de miembros del Poder Electoral, asesinan a 8 compatriotas –uno de ellos quemado vivo- y dejan 124 heridos. Es una pequeña muestra de lo que harían si llegaran a tomar al poder. Desaparecerían los derechos a la atención médica gratuita, a alimentos subsidiados, a la información alternativa, a la militancia progresista, al sufragio y a la vida.
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La Historia se repite, los guiones se remedan. Las elecciones que dieron el triunfo a Ajmadineyah fueron desconocidas por una oposición que intentó algaradas y motines para legitimar una intervención imperialista. Durante las elecciones una agresión informática seguramente imperial hackea las cuentas de twitter de Nicolás Maduro, del presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello y de Teresa Maniglia, jefa de Prensa de Miraflores, inhabilita la página web del Consejo Nacional Electoral y fuerza a interrumpir Internet durante minutos para impedir la expansión del virus. No son tecnologías al alcance de un candidato cuyo promedio académico apenas remonta el diez.
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¿Tiene la más mínima sostenibilidad la hipótesis de fraude? La lógica indica que cualquiera dispuesto a perpetrar una superchería simularía millones de sufragios de ventaja, y no una modesta mayoría de 262.473 votos. Por otra parte, el Consejo Nacional Electoral por su propia cuenta ha recontado 54% de los sufragios sin encontrar irregularidades, proporción más que suficiente para descartar cualquier infracción. Y si la oposición de todos modos desconoce al árbitro electoral, también está desconociendo el incremento de los sufragios del cual se ufana, y los votos que llevaron a sus diputados a la Asamblea, y cerrándose el camino para la participación en todas las elecciones venideras y para convocar referendos revocatorios, pues sería contradictorio que se sometiera a una institución a la cual deslegitima.
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¿Cómo en sólo seis meses pudo el bolivarianismo perder 685.794 votos y la oposición neoliberal ganar 679.099? ¿En verdad esos electores detestan que uno de cada tres venezolanos esté estudiando, y en forma gratuita? ¿Aborrecen el servicio médico sin costo de Barrio Adentro? ¿Les amarga que los patronos deban pagarles prestaciones sociales? ¿Les subleva que seamos el país más feliz y con menor desigualdad social en América Latina? ¿Odian tener pensión para su vejez? ¿Les repugna que la Misión Milagro devuelva la vista? ¿Les duele que el gobierno construya para los sin techo quinientas viviendas por día? Si tantas ventajas los molestan, nada les impide rechazarlas ¿Pero tienen que votar para que sus compatriotas también las pierdan? ¿Y cuánto tiempo conservará la oposición estos votos volubles?
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Mas no son estos logros del bolivarianismo los culpables de la declinación de sufragios. Por todo programa, el candidato opositor se limitó a prometer obsesivamente que mantendría las misiones sociales del gobierno, las mismas que sus partidarios incendiaron o demolieron al conocer los resultados. También copió meticulosamente los colores, los emblemas, las consignas, las gorras, las chaquetas, los gallardetes del chavismo. Algo bueno deben de tener para que los adversarios se disfracen con ellos.
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¿Qué ha cambiado en esos seis meses? Examinemos la coyuntura. Perdimos un dirigente incomparable, pero su obra está ante nosotros exigiendo que la completemos. Arreciaron los sabotajes eléctricos. Se volvieron sistemáticos los cortes de agua. Pocas semanas antes de las elecciones hubo una inoportuna devaluación del 47%, y los capitalistas acapararon, especularon, provocaron desabastecimientos y dispararon la inflación sin sufrir sanciones ejemplares.
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Analicemos las tendencias constantes. Reconozcamos el desgaste que aflige a toda obra humana. Luego, la perduración del burocratismo matavotos, la eternización de trámites innecesarios y repetitivos, la proliferación de procedimientos que sólo pueden ser iniciados cn una página web que no abre nunca, que sólo pueden ser concluidos personalmente y que engendran gestores y corrupción. Tengamos en cuenta la incapacidad del capitalismo de ocupar el 7,6% de desempleo y el 40,9% del empleo informal. El centenar de periódicos, la centena de televisoras, el millar y medio largo de radios de la oposición continuó mintiendo, desinformando, calumniando sin que ninguna medida les pusiera coto.
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La oposición sembró el pánico valiéndose de una Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de Seguridad Ciudadana 2009 del Instituto Nacional de Estadística, según la cual ese año habrían fallecido 19.133 víctimas de la violencia. Las últimas elecciones enseñaron que las encuestas no son confiables. Pero con ésta el especialista en Guerra Sucia J.J.Rendón y el candidato perdedor insuflaron en el electorado una paranoia que casi se vuelve victoria. Las autoridades competentes no mostraron datos reales para desvirtuar esta percepción terrorífica. Tampoco hubo medidas para detener el paramilitarismo y el sicariato, responsables de más de tres centenares de asesinatos de dirigentes sociales, y de innumerables crímenes horrendos y sin sentido que parecerían perpetrados con el exclusivo propósito de difundir la alarma y el sentimiento de indefensión. No se hizo valer el hecho de que las gobernaciones manejadas por la oposición muestran el más alto índice delictivo. El miedo es un proceso del cerebro sauriano, que no obedece a la lógica ni atiende a la razón.
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El bolivarianismo rescató de la pobreza grandes sectores a los cuales los medios opositores engañan predicándoles que pueden volverse oligarquía. Entre los recursos desesperados de la oposición estuvo una oferta por twitter de un aumento de salario de 45% y hasta de 50% contra el 40% ofrecido por el gobierno. Poco vale ese electorado de 5%. Siempre digo que revolución sin ideología es piñata ante la cual la gente se arrodilla hasta que se acaban los caramelos. El problema es cultural. Quizá el proceso debería emplear a fondo a sus intelectuales. Más valen ideas que dádivas. La tarea es formar revolucionarios y no consumistas, culminar una revolución y no competir en una subasta de votos. El bolivarianismo puede recuperar sus contundentes mayorías aceptándolo así y obrando en consecuencia. Todo tiene remedio, salvo la muerte.
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