Las consecuencias del genocidio israelí en Gaza serán terribles. Un acontecimiento de este grado de barbarie, sostenido por una conspiración internacional de inercia moral y silencio, no será relegado en la historia como un “conflicto” más o una mera tragedia.
El genocidio de Gaza es un catalizador de grandes acontecimientos por venir. Israel y sus valedores son plenamente conscientes de esta realidad histórica. Precisamente por eso el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, libra una carrera contrarreloj, intentando desesperadamente garantizar que su país siga siendo relevante, si no en pie, en la era que viene. Persigue este objetivo mediante la expansión territorial en Siria, la agresión implacable contra el Líbano y, por supuesto, el deseo de anexionar todos los territorios palestinos ocupados.
Pero la historia no puede controlarse con tanta precisión. Por muy astuto que se crea, Netanyahu ya ha perdido la capacidad de influir en el desenlace. No ha logrado fijar una agenda clara en Gaza, y mucho menos alcanzar objetivos estratégicos en una extensión de 365 kilómetros cuadrados de hormigón destruido y cenizas. Los gazatíes han demostrado que el sumud colectivo puede derrotar a uno de los ejércitos modernos mejor equipados.
De hecho, la historia misma nos ha enseñado que los cambios de gran magnitud son inevitables. La verdadera desolación es que ese cambio no se produce con la rapidez suficiente como para salvar a una población hambrienta, y que el creciente sentimiento pro-palestino no se está expandiendo al ritmo necesario para lograr un desenlace político decisivo.
Nuestra confianza en este cambio inevitable está arraigada en la historia. La Primera Guerra Mundial no fue solo una “Gran Guerra”, sino un acontecimiento cataclísmico que hizo añicos por completo el orden geopolítico de su tiempo. Cuatro imperios se reordenaron profundamente; algunos, como el austrohúngaro y el otomano, desaparecieron.
El nuevo orden mundial resultante de la Primera Guerra Mundial fue efímero. El sistema internacional moderno que tenemos hoy es un resultado directo de la Segunda Guerra Mundial. Esto incluye a las Naciones Unidas y todas las nuevas instituciones económicas, jurídicas y políticas de sesgo occidental que se forjaron con el Acuerdo de Bretton Woods de 1944. Esto incluye el Banco Mundial, el FMI y, en última instancia, la OTAN, sembrando así las semillas de más conflictos globales.
La caída del Muro de Berlín fue anunciada como el acontecimiento singular y definitorio que resolvió los conflictos persistentes de la pugna geopolítica posterior a la Segunda Guerra Mundial, supuestamente inaugurando un nuevo realineamiento global permanente o, para algunos, el “fin de la historia”.
La historia, sin embargo, tenía otros planes. Ni siquiera los horrendos atentados del 11 de septiembre y las posteriores guerras lideradas por Estados Unidos pudieron reinventar el orden global de una manera coherente con los intereses y prioridades de Estados Unidos y de Occidente.
Gaza es infinitamente pequeña si se la juzga por su geografía, su valor económico o su importancia política. Sin embargo, ha demostrado ser el acontecimiento global más significativo que define la conciencia política de esta generación.
El hecho de que los autoproclamados guardianes del orden posterior a la Segunda Guerra Mundial sean precisamente quienes violan, de manera violenta y descarada, todas las leyes internacionales y humanitarias basta para alterar de forma fundamental nuestra relación con el “orden basado en reglas” defendido por Occidente.
Puede que esto no parezca significativo ahora, pero tendrá profundas consecuencias a largo plazo. Ha comprometido en gran medida y, de hecho, deslegitimado la autoridad moral impuesta, a menudo mediante la violencia, por Occidente sobre el resto del mundo durante décadas, especialmente en el Sur Global.
Esta deslegitimación autoimpuesta también afectará a la propia idea de democracia, que lleva tiempo bajo asedio en muchos países, incluidas las democracias occidentales. Es algo natural, si se considera que la mayor parte del planeta siente firmemente que Israel debe poner fin a su genocidio y que sus dirigentes deben rendir cuentas. Sin embargo, apenas se actúa en consecuencia.
El cambio de la opinión pública occidental a favor de los palestinos es asombroso si se tiene en cuenta el telón de fondo de la deshumanización total del pueblo palestino por parte de los medios occidentales y la lealtad ciega de los gobiernos occidentales a Israel. Más llamativo aún es que este giro sea en gran medida resultado del trabajo de gente común en las redes sociales, activistas movilizados en las calles y periodistas independientes, en su mayoría en Gaza, que trabajan bajo una presión extrema y con recursos mínimos.
Una conclusión central es el fracaso de las naciones árabes y musulmanas a la hora de tener un papel determinante ante esta tragedia que aqueja a sus propios hermanos en Palestina. Mientras algunos se dedican a la retórica vacía o a la autoflagelación, otros subsisten en un estado de inercia, como si el genocidio en Gaza fuera un tema ajeno, como las guerras en Ucrania o en el Congo.
Este hecho por sí solo pondrá en cuestión nuestra propia auto-definición colectiva: qué significa ser árabe o musulmán, y si tales definiciones conllevan identidades suprapolíticas. El tiempo lo dirá.
La izquierda también es problemática a su manera. Aunque no es un bloque monolítico, y aunque muchos en la izquierda han encabezado las protestas globales contra el genocidio, otros siguen fragmentados e incapaces de formar un frente unificado, siquiera temporalmente.
Algunos izquierdistas siguen dando vueltas sobre sí mismos, paralizados por la preocupación de que ser antisionistas les valga la etiqueta de antisemitismo. Para este grupo, la auto-vigilancia y la autocensura les impiden tomar medidas decisivas.
La historia no toma sus pautas de Israel ni de las potencias occidentales. Gaza dará lugar, sin duda, a los tipos de cambios globales que nos afectarán a todos, mucho más allá de Oriente Medio. Por ahora, sin embargo, lo más urgente es que usemos nuestra voluntad y acción colectivas para influir en un único hecho histórico: poner fin al genocidio y a la hambruna en Gaza.
El resto quedará en manos de la historia y de quienes deseen ser relevantes cuando el mundo vuelva a cambiar.
El Dr. Ramzy Baroud es periodista, autor y editor de The Palestine Chronicle. Es autor de seis libros. Su próximo libro, «Before the Flood», será publicado por Seven Stories Press. Entre sus otros libros se encuentran «Our Vision for Liberation», «My Father was a Freedom Fighter» y «The Last Earth». Baroud es investigador sénior no residente en el Center for Islam and Global Affairs (CIGA). Su página web es www.ramzybaroud.net.