Un reciente libro del filósofo Pierre Dardot se titula “La opción por la guerra civil”, en el que analiza la relación entre neoliberalismo y violencia política.
Nuestro amo juega al esclavo
De esta tierra que es una herida
Que se abre todos los días
A pura muerte, a todo gramo
Violencia es mentir
Indio Solari.
El concepto de guerra civil que utiliza para el abordaje es el de Foucault (“La sociedad punitiva”, 1973) para quien la violencia es propia del ejercicio del poder y no remite necesariamente a un enfrentamiento armado entre dos bandos o ejércitos. Pero al utilizarlo Dardot recupera y pretende visibilizar esa práctica de violencia/naturalización como política actual contra las clases subalternas, oprimidas.
El aporte enfatizado en el nombre del libro está dado porque considera que en esta etapa la larga contrarevolución conservadora iniciada a mediados de los setenta del siglo anterior ingresó con la crisis del 2008 en una nueva etapa. Y el concepto que la define es el de guerra total. Dice Pierre Dardot en el magnífico reportaje que le hizo Jorge Fontevechia: “las guerras civiles del neoliberalismo son guerras totales. Es decir, son guerras que son al mismo tiempo guerras culturales, guerras económicas, guerras sociales, guerras jurídicas (…), guerras contra las minorías, guerras contra el feminismo, guerras contra la naturaleza y contra el medioambiente.”
Y en esa guerra considera que Milei se puso a la vanguardia de las políticas de ultraderecha que cuentan para eso – dice – con el Estado y enfatiza “que no es neutral: está completamente involucrado en la lucha y el conflicto.” i
Observar los recurrentes viajes del Comandante del Comando Sur de EEUU al país y la excelente recepción de que son objetos (antes CFK, ahora Milei!) o el nuevo vínculo de Argentina con Israel (Alberto Fernández viajó antes, Javier Milei ahora) habla de políticas de Estado.
Suma un salto de calidad observar el engrosamiento del presupuesto para los Servicios de Inteligencia del Estado (SIDE) y sus nuevas funciones, denunciadas por Alconada Mon. El ejercicio de la represión directa contra por ejemplo jubilados, fotoperiodistas y verbal contra periodistas y hasta contra chiques. “Mandriles, pedófilos, pedazo de mierda, violadores seriales, ensobrados, zurdos de mierda, imbéciles, idiotas, torres de estiércol, hijos de puta” son parte del sofisticado léxico que utiliza el presidente para su “batalla cultural” (sic).
Tal vez, a partir de esa reaparición en el escenario político de las fuerzas represivas y la tendencia mundial –y continental!– del establecimiento de gobiernos protofascistas que han optado por impulsar la guerra civil (Pierra Dardot dixit) sea hora de repensar viejas categorías, como “aparato burocrático militar del Estado”. También reelaborar el tema organizativo, para ver cómo compaginar los nuevos hábitos culturales con instancias que estén efectivamente en condiciones de resistir a posibles ofensivas del capital.
I
En 1919 se fundó La Tercera Internacional Comunista: fue concebida como el “Partido Internacional de la clase trabajadora” y por lo tanto con el atributo de fijar línea política y organizativa en las diferentes “secciones” nacionales de los partidos allí encuadrados.
La historia y los ejes políticos de la IC fueron divididos en períodos por Nicolai Bujarin cuando fue presidente de la misma. Cada uno de ellos poseedores de determinadas características propias: “… el primer periodo fue el periodo de agudas crisis revolucionarias especialmente en los países europeos. Fue el periodo en que los desarrollos revolucionarios alcanzaron su más alto estadio, cuando una enorme ola revolucionaria se abatió sobre Europa. El punto culminante de ese periodo se alcanzó en los años 20-21 (…) La derrota del proletariado en Europa occidental sirvió a la burguesía como punto de partida para nuevos desarrollos. Esas derrotas, y particularmente la derrota del proletariado alemán, señalaron el comienzo del segundo periodo de desarrollo en Europa central y en toda Europa. Fue el periodo de la ofensiva capitalista, el periodo de las luchas defensivas del proletariado en general, de huelgas defensivas en particular. Fue el periodo de la estabilización parcial del capitalismo…”
Fue durante el primer período, en su II Congreso de 1920 cuando se votaron las famosas 21 Condiciones de cumplimiento para todos las Secciones. Allí se estableció que todos los partidos debían denominarse comunista y el modelo organizativo debía ser el del centralismo democrático y se planteó la necesidad de la propaganda antiburguesa, entre otras tantas definiciones taxativas.
Aquí interesa señalar que dentro de esas 21 condiciones se dispuso en su punto 3 la obligatoriedad para los partidos comunistas –y esto incluso luego de la disolución de la IC– de crear en todas partes “una organización clandestina paralela que en el momento decisivo ayudará al partido a cumplir su deber con la revolución”. Finalizada la Segunda Guerra Mundial y derrotado el nazifascismo esta condición mantuvo su vigencia pero en la práctica se sostuvo más en los países del “Tercer Mundo” que en los partidos del occidente capitalista desarrollado. En América Latina los PCs y las otras organizaciones revolucionarias estuvieron condenados a la clandestinidad, a la ilegalidad o semilegalidad salvo algunos casos excepcionales como los de Uruguay y Chile. Un dato que anuncia el problema: cuando se produjo la ofensiva contrarevolucionaria en el continente durante los setenta tanto el Secretario General del Partido Comunista de Chile, Luis Corvalán, como el del Partido Comunista de Uruguay, Rodney Arismendi fueron secuestrados y encarcelados.
II
En los ochenta con las restauraciones democráticas, los hábitos y la musculatura de la clandestinidad, y la necesidad de preservar el “aparato paralelo” en las organizaciones autodefinidas como revolucionarias se fueron disolviendo en el clima de las democracias estables y “sin adjetivos”. Incluso en los nuevos movimientos o partidos de las izquierdas con aspiraciones políticas (y no de “putchistas”) ni siquiera –parecería– fueron sistemáticamente creadas.
Las nuevas ideas claves de esas nacientes democracias fueron en sus análisis obviando mencionar las contradicciones que remitían a un anclaje objetivo, estructural como lo de clase o los nuevos como patriarcado. Sustituyeron las contradicciones objetivas por conflictos subjetivos en el que son los propios sujetos quienes los definen – o no – como importantes. Y dichos conflictos – aceptados por el Orden como ciertos – siempre pueden resolverse por el camino institucional de la negociación. Y es ese el territorio “puro y santo” de la política y no aquella consabida mirada de Von Clausewtz de que la guerra es la continuidad de la política (o dicho más clásicamente: la política es lucha de clases).
Paralelamente durante esos años ochenta en el plano teórico surgieron nuevas lecturas de los Quaderni del dirigente comunista Antonio Gramsci (aunque quienes lo citaban preferían olvidar esa pertenencia) y destacaron su original conceptualización del Estado ampliado. Allí Gramsci observa que el Estado moderno es un aparato de alta complejidad y que no será conquistado de un golpe, dado que extendió su poder al seno de la sociedad civil conformando un complejo conjunto de “casamatas” (sufragio universal, sindicatos obreros, instituciones intermedias, más la Escuela y la Iglesia) que hacen de trincheras del propio Estado. Y de ese aporte para el combate anticapitalista sus nuevos intérpretes de la “democracia sin adjetivos” dedujeron –más siguiendo a Foucault que a Gramsci– que la lucha no era por el poder sino un proceso de transformación jalonado por numerosas rupturas sin precisar un objetivo socialista.
Gramsci señaló que “la unidad histórica de las clases dirigentes se da en el Estado (…) Pero –dice– (…) no se debe creer que esa unidad sea puramente jurídica y política (…): la unidad histórica fundamental, por su concreción es el resultado de las relaciones orgánicas entre estado y sociedad política y sociedad civil”. Efectivamente no reduce el Estado a su carácter represivo, ni a ser meramente un instrumento de la clase dominante pero tampoco desconoce que es el Estado el poder centralizado de dicha clase dominante y en donde se unifican las diferentes fracciones de la burguesía en pos de su objetivo estratégico: ser garante del orden social capitalista.
En su desenvolvimiento, estas nacientes democracias que se mostraron parcialmente estabilizadas desde aquellos ya lejanos ochenta crearon un escenario en donde se impuso “la guerra de posición” y las izquierdas básicamente lo comprendieron. Dicho proceso parecería que fue acompañado por cierta subestimación del “aparato burocrático militar del estado”, y de pérdida de perspectiva de lucha por el poder.
Para no caer en la simplificación instrumentalista del Estado en América Latina y contemplar su “ampliación” junto a la nueva estrategia se llegó a dejar concebir al Estado como ese lugar de “unificación de las clases dominantes” para mutar en un aparato neutral “en disponibilidad”. Esta nueva matriz ideológica penetró los cuerpos de buena parte de las tendencias de las izquierdas. El retiro –parcial– de las FFAA del centro del escenario político –o su aparición con carácter progresivo en Venezuela por razones que escapan a este artículo– fueron tomados como indicadores de esas nuevas expectativas sobre ese aparente actor secundario del proceso político. Y cuando llegó la oleada de gobiernos progresistas o de centroizquierda en el continente –la década rosa– las propias organizaciones políticas de las izquierdas tendieron a autoconvencerse en su práctica que gobierno era sinónimo de poder y como tal, el gobernante era el titiritero que determinaba el movimiento de la marioneta Estado, incluso la de su aparato burocrático militar. La denuncia de las izquierdas que acompañaron más de cerca esas experiencias “progresistas” fue –en su mayoría– contra los excesos del poder represivo y no el análisis de sus articulaciones estratégicas. La variante centroizquierdista llegó incluso a pensar que las FFAA eran realmente re-educables para esta “democracia sin adjetivos”. Incluso que ellas podían acompañar con buenos ojos cierta pérdida de “privilegios” de la propia burguesía si no adoptaban una política extremista, maximalista.
Sin embargo, recuerdo una sentencia del casi olvidado Vladimir Ilich Ulianov, conocido como Lenin: el viejo aparato represivo del estado nunca se integrará (ni aún a través de las más pacífica de las vías) en el socialismo. Referimos aquí no a hombres o mujeres participantes de la maquinaria militar sino a la estructura o aparato del estado como tal. La inevitable pregunta que vuelve es: ¿el aparato del estado puede ser reformado? Incluso en caso de darse esa tarea reformista, como se propusieron Evo Morales y García Linera hacia las FFAA a través de las “Escuelas antiimperialistas”, asignándoles funciones de dirección dentro del aparato político estatal, reequipándolas, ¿Pueden simultáneamente no dotar de recursos técnicos militares a las masas, verdadero sujeto real –y garante– del proceso de transformación político social hacia la igualdad?
III
Gramsci en su siempre sugerente trabajo sobre situación y relación de fuerzas distinguía diferentes momentos o “grados” para el análisis:
1. Carácter de la sociedad a transformar y el carácter del estado a destruir. Esas descripciones o caracterizaciones remiten a lo estático, a las contradicciones “objetivas” “independientes de la voluntad de los hombres, y que puede medirse [¡exagera!] con los sistemas de las ciencias exactas o físicas.”
2. Tiene en cuenta que en la dinámica las contradicciones que se observan en ese plano social no concurren simultáneamente en el plano político. Este último remite a la construcción y las relaciones de fuerzas políticas: grado de homogeneidad y organicidad de los grupos. Para su análisis Gramsci distingue diferentes niveles. Primero el económico corporativo que refiere a los intereses de grupos evidentemente homogéneos, para en un segundo momento conquistar “la solidaridad de todos los miembros del grupo” pero aún limitado al plano corporativo; finalmente se pasa a la fase más estrictamente política, “cuando las ideologías antes germinadas se hacen “partido”, y la lucha hierve “no ya en un plano corporativo, sino en un plano universal”.
Ese proceso debe estar anudado en el análisis y en la política con las relaciones de fuerzas internacional pero determinadas por lo nacional y tiene que contemplar tanto el recorte horizontal (de clases) como vertical (de regiones).
3. El tercer momento es el “olvidado” de estos tiempos: la relación de fuerzas militares “que es el inmediatamente decisivo en cada caso”, tanto en la esfera técnico militar como político militar. Es necesario tener siempre en cuenta el párrafo final del artículo de Gramsci:
“El elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanentemente organizada y predispuesta desde mucho tiempo antes, la cual puede ser lanzada hacia delante cuando se juzga que una situación es favorable (y será favorable sólo en la medida en que exista una fuerza así y esté llena de ardor combativo); por eso la tarea esencial consiste en ocuparse sistemática y pacientemente de formar, desarrollar, tornar cada vez más homogénea, compacta y consciente de sí misma a esa fuerza. (…) Los grandes estados han sido preparados para intervenir eficazmente en las coyunturas internacionales favorables, y estas eran favorables para ellos porque los grandes estados tenían la posibilidad concreta de insertarse eficazmente en ellas”.
IV
Este repaso por “viejos dogmas” remite a la preocupación por la acción, por la construcción, por los enfrentamientos que se viven hoy en nuestro continente, cuyo uno de sus vértices es la ofensiva protofascista y su política de guerra civil.
Es posible que cualquier balance serio acerca del accionar de las organizaciones revolucionarias durante el siglo XX reconozca que hubo reduccionismo, economicismo, vanguardias autoproclamadas, sectarismo, hegemonismo, mirada de los sujetos de la historia como si fuesen masa de maniobra, etc.
Pero también las experiencias de este siglo XXI hoy están mostrando que algunas de estas viejas reflexiones repasadas y repensadas permiten inicialmente observar que “rascaban sabiendo donde picaba”. Tal vez formados en la guerra de clases (zarismo, fascismo, dictaduras y democraduras latinoamericanas…) no pecaban de ingenuidad. Ingenuidad que nunca tuvieron ni tienen los de “arriba”.
Hoy las organizaciones centralizadas quedaron en desuso. Los nuevos hábitos culturales establecieron coordenadas que están en movimiento: sacrifico vs deseo, inmediatez vs paciencia, 140 caracteres vs artículos, pantallas vs libro, vertiginosidad vs reflexión, ocurrencia vs formación, autonomía vs organización, individuo vs colectivo, consumismo vs buen vivir y también las más prometedoras horizontalidad vs verticalismo, hegemonía vs hegemonismo, flexibilidad vs sectarismo, feminismo vs patriarcado, bienes de uso vs bienes de cambio y un cúmulo de díadas que no logran aún sintetizarse y objetivamente parecen a veces atentar –y otras alentar– la construcción del “elemento decisivo” gramsciano.
En esta tensión y aquella crítica que aún no muta en autocrítica plena se olvidan –“sin beneficio de inventario” – algunas certezas como el carácter del Estado “a destruir” y algunas tendencias consideran –parafraseando a aquel Gramsci “socialdemócrata” de los ochenta– que al insertarse en él son más astutos y políticamente más eficaces: la trasformación (¡no hablemos de revolución!) encierra una convicción: es “desde arriba.”
La evidencia del accionar del aparato burocrático militar del Estado tal cual es, el fracaso de quienes pretendieron “adecuarlo profesionalmente” a la democracia sin adjetivos (en un “toma y daca” como con otras estructuras cuasimafiosas) y las dificultades que enfrentan hoy multitudes –más que masa/fuerza– en las calles para siquiera saber cómo defenderse y mucho menos comprender el fenómeno reduciéndolo a Bullrich, obligan a poner aquellos clásicos de nuevo en agenda de debate para que aquellas y otras díadas puedan comenzar a sintetizarse y crear condiciones para “nuevos posibles”, sin el posibilismos objetivista de la realpolitik.
Universidad de Charcas, Junio de 2025
Imagen de portada: Rocambole. ¡Bang! ¡Bang!. Estás liquidado!.1989
Entrevista a Pierre Dardot en Perfil