La mirada social predominante considera a la corrupción como un tema de los políticos, como una “casta”” cuyas raíces de clase no son reconocibles contraponiéndolos a los empresarios quienes “benefician” a la sociedad poniendo en riesgo su dinero y aportando su inteligencia y astucia.
La detención en Paraguay del senador nacional Edgardo Kueider con cientos de miles de dólares no declarados es más que una mera anécdota. Constituye un mojón entre tantos en el hundimiento de la dirigencia política argentina.
Un suceso adicional entre los que, demasiado a menudo, muestran a los dirigentes sólo movidos por su interés personal, a ambos lados de la legalidad. Y alejados y en el más completo desinterés de los agravados problemas de los ciudadanos y ciudadanas.
No hay en ese campo mayores distingos entre fuerzas políticas del sistema. Sólo la minoritaria izquierda no aparece jamás involucrada en oscuros negociados y sonoros pases de bando. Lo que hay que decirlo, no repercute en un crecimiento significativo de su potencial.
La oposición no queda eximida. ¿Qué pueden pensar ciudadanas y ciudadanos de a pie cuando se enteran de que CFK cobra por jubilación y pensión un importe que centuplica al de una jubilación mínima? Que no es su único ingreso sino que vino a acoplarse a una fortuna ya considerable.
Están ya hace tiempo a la vista las complejas aristas que estos episodios tienen para la conciencia popular. El repudio por la corrupción de “la casta” ha sido un pilar en el encumbramiento de Javier Milei. Y aún mantiene su eficacia, así empiecen a percibirse las agachadas en materia de comportamiento “anticasta” en las que incurre el gobierno actual.
Cunde todavía la mirada que sólo critica la riqueza extrema y la desigualdad cuando favorecen a los políticos, indignada ante los dólares tangibles en bolsos y valijas. Y que no presta atención a los miles de millones que grandes empresarios y financistas manejan y fugan por debajo de cualquier radar. Claro que todo el poder cultural y comunicacional está al servicio de esa mirada “tuerta”.
El poder económico más allá de los políticos.
Eso sesga el sentido común. La plata de la política es “la nuestra” (fondos públicos) y por eso hay que recuperarla o al menos castigar su robo. La de los grandes empresarios es “la suya” (aunque tenga origen en dineros o favores estatales), Y está hasta bien visto que la disfruten. Así sea derrochándola en bienes suntuarios o en diversiones carísimas mientras una parte sustancial de la población no llega a fin de mes.
Pasear con una acompañante profesional en un yate de costos prohibitivos es un gran pecado en un político advenedizo como Martín Insaurralde. Casi nadie repara en prácticas similares si el beneficiario es un magnate de las finanzas.
Una parte sustantiva de la sociedad argentina parece dar respaldo a un giro regresivo generalizado. Y hasta cierto punto lo hace de la mano de los grandes empresarios. Que serían benefactores o “héroes” como predica el presidente, ¿o acaso no son quiénes “invierten y así dan trabajo”?
Puede predecirse con facilidad el subsiguiente desengaño, no puede preverse hoy el ritmo o las modalidades en los que el desencanto se produzca y las consecuencias que tenga.
Los empresarios incorporan como propios los temas de la derecha radical, a modo de vehículo para promover su concepción del libre mercado y su ofensiva sobre el trabajo. Los más lúcidos entre ellos la ven como refuerzo del propósito estratégico de conseguir el disciplinamiento de largo aliento de las clases dominadas. En medio de un empobrecimiento generalizado.
Pobreza no sólo material, también educativa, cultural, sanitaria. Y reducción a una miseria espiritual manifestada en forma de declive de cualquier acción solidaria. Del espíritu de comunidad, de las tradiciones de organización y conciencia popular, de los símbolos arraigados en fervores masivos.
Hoy el gran capital también respalda a una dirigencia joven, “novedosa”, disruptiva, a la que parecen festejarle o al menos tolerarle las ocurrencias más autoritarias y primitivas. A comenzar por “El Javo”, en quien donde otros perciben espíritu autocrático, intolerancia deshumanizante y manipulación, muchos grandes empresarios encuentran “autenticidad”, “convicciones firmes” e “ideas nuevas”.
Así lo han mostrado en el lanzamiento de la Fundación Faro, al que aportaron dinero, presencia física y sonoros aplausos. La agenda ultraconservadora no les pertenece del todo. Sí la perciben como cobertura para una operación más amplia de viraje duradero de las correlaciones de fuerzas. Por eso la alientan.
Para ello quieren coerción y consenso en las proporciones que el tiempo y las circunstancias indiquen. Y la reconfiguración del Estado para destruir políticas que vayan en el sentido de la igualdad y la libertad reales.
Y al servicio de la entronización de los mecanismos por los cuales los organismos públicos pueden promover los intereses del gran capital. Y encargarse del “desmalezar” y ampliar el sendero de la acumulación y la concentración.
¿Hasta cuándo?
Si no aparece en tiempos próximos una alternativa de verdad innovadora, nuestro país puede estar destinado a un largo predominio “libertario”. O bien a algún trabajoso reciclado del peronismo. El que podría imponerse por descarte ante la inexistencia de otra opción más que por reales o supuestos rasgos valorables. La vertiente de moralismo abstracto y asimétrico contribuye a esa perspectiva sombría.
Lo que aparece como muy probable es que la pérdida de legitimidad de la democracia representativa y el deterioro del régimen constitucional sigan su camino. Por lo menos si no hay propuestas revulsivas con arrastre de masas Esa ausencia puede facilitar el paso a opciones autoritarias cuyas derivaciones últimas no son todavía del todo previsibles. Su traducción en padecimientos de las mayorías sí es segura.
Queda ya claro que Argentina no cuenta ni con supuestos “pactos” informales, ni con instancias institucionales eficaces a la hora de protegerse contra la distorsión o incluso anulación del régimen inaugurado en diciembre de 1983.
Tampoco puede esperarse ese resguardo por parte de fuerzas de oposición cuya “utopía” se remite a volver al aparato del Estado nacional. Para gozar del poder, convertido en fin en sí mismo.
Es hora de que outsider no sea sinónimo de liderazgos de derecha. Aquellos cuyo aspecto extravagante va acompañado de un programa concentrador y excluyente de contornos nada exóticos en nuestras latitudes. El que hoy regresa con un grado de radicalidad y velocidad que no se viera antes.
Desde otro “afuera” bien diferente debería incubarse y materializarse un proyecto alternativo que encuentre las vías para pasar de “minoría intensa” a espacios masivos. Orientados hacia una transformación desde la base. Que no se detengan en “castas” sino que vayan contra el núcleo del poder económico, social, político y cultural.
Daniel Campione en Facebook.
@DanielCampione5 en X.
Fuente: https://tramas.ar/2024/12/08/de-payasos-y-duenos-del-circo/