Lo que más resalta del actual gobierno argentino es su crueldad y su desprecio hacia el pueblo, rasgos que no provocan el repudio de las principales cámaras empresariales, el FMI y los funcionarios yanquis que peregrinan a la Argentina, sino su eufórico aplauso.
Salivan ante nuestros innumerables bienes agrarios, energéticos y minerales que podrán saquear a piacere y ante la destrucción de derechos conquistados por el pueblo a través de los años. Aplauden y abrazan a quienes tildan a los derechos populares como “negocio de la política” para justificar su aniquilación. Desde los derechos laborales a la legislación ambiental, desde la urbanización de barrios populares al derecho a la jubilación o a la educación. A veces llegando al ridículo, como considerar “negocio de la política” al lenguaje inclusivo. Ridículo que enmascara el mandato de disciplinar pero que no oculta la misoginia y el odio despertado por las luchas y conquistas feministas de los últimos años.
Las únicas críticas esbozadas desde arriba no fueron por tanta inmisericordia sino por el temor a la reacción popular. El recuerdo de la rebelión de fines del 2001 aún los despierta a veces durante la noche.
Resalta también la compulsión por enemistarse con quienes no califiquen como “gente de bien”, es decir, todos quienes no acuerden hasta la última coma con un programa que pone al país al servicio de los “verdaderos héroes” (como servilmente denomina al empresariado corporativo global). Como así también la apuesta por ir más allá de las “relaciones carnales” que el menemismo estableció con los Estados Unidos, al punto que, de tener éxito, más que el patio trasero del imperio seríamos apenas su cuartito de servicio.
Todos estos resultan rasgos que abren interrogantes sobre la salida a la crisis argentina que, si bien no es nueva, con Milei adquiere nuevas especificidades. Y, por sobre todo, nos interpelan sobre el rumbo de la resistencia y de la lucha popular.
Un gobierno carente de empatía, ¿patología o sintonía con el viraje global del capital hacia el necroliberalismo?
En uno de los episodios de la excelente serie distópica Black Mirror, los soldados tienen colocado un chip por el que ven a la gente como si fueran repugnantes cucarachas, para masacrarlas sin escrúpulos. El gobierno que encabeza Milei ha dado muestras de una carencia absoluta de empatía hacia el dolor ajeno y aún sin necesidad de un chip, han demostrado que consideran al pueblo poco menos que cucarachas. Desde convocar a quienes tengan hambre al ministerio y luego no atenderlos; o dejar sin medicamentos oncológicos a quienes no pueden pagarlos; no enviar alimentos a los comedores populares, hasta festejar un superávit financiero que consiguen al costo de la caída del consumo de alimentos del 37%, de medicamentos del 45%, de una pobreza del 57,4% y de una indigencia de un 14,2% –aquellos a quienes no les alcanza siquiera para comer-. Ante esto, lejos de entristecerse o siquiera preocuparse, Milei festejó con un “vamos, Toto”. Sin dudas, ninguno de estos males comenzó bajo el gobierno “libertario”, pero éste augura su pavorosa multiplicación.
Como a veces las frías cifras enmascaran más que revelan, me resulta más elocuente la trágica muerte de Ezequiel, un joven de 21 años que falleció en Rosario tras una horrible agonía por las quemaduras que le provocó su intento de llevarse un cable de alta tensión para vender el cobre y poder comer. El kilo de cobre se paga a $6.000, exigua cifra por la que perdió la vida. Su maestra lo recordaba como un muchacho muy dulce que siempre sonreía. ¿Cuántas de esas sonrisas estamos perdiendo en Argentina?
A esta falta absoluta de empatía se suma la “filosofía” que comparte el conjunto del gobierno que interpreta la “libertad” como el derecho de los capitales de acumular ganancias, así sea a costa de condenar a jubiladxs, trabajadores y niñeces a una muerte lenta pero inexorable. “Filosofía” sintetizada en los 10 puntos del “Pacto del 25 de mayo” que Milei ordenó firmar a los gobernadores a cambio de acuerdos fiscales y que le permite reflotar su intento fallido de meter la Ley Ómnibus resistida por el pueblo en la calle y frenada por el Congreso. Resulta una ironía de mal gusto que, en una fecha tan cara a los ideales de independencia, se pretenda firmar un pacto que bien podría haber sido redactado en Washington.
Una “filosofía” que, no podemos obviar, hecha raíces hacia abajo, en el terreno fértil de la desconfianza hacia un Estado ya no más “protector” y de la desmoralización provocada por quienes domesticaron rebeldías y permitieron el avance estructural de pobrezas y precarización de la vida para las mayorías, pero se llenaban la boca de “justicia social” para todos, todas y todes. Terreno fértil donde las derechas sembraron odio y subjetividades individualistas, que imaginan proveerse a sí mismas, que odian a quienes reciben alguna ayuda porque, suponen que eso les da ventaja en la guerra de todos contra todos en la que creen estar inmersos. Sintiéndose amenazados, se aferran al único madero de quien –sagazmente- no prometió la defensa del “orden instituido” sino romper y cambiar todo y que declaró una guerra que nunca emprendió a la “casta”, mientras incorporaba a gran número de integrantes del clan Menem a las funciones de gobierno, entre otra “gente de bien” de ambos lados de la antigua “grieta”.
Es posible conjeturar que difícilmente esas raíces devengan en un masivo y activo apoyo al gobierno ultraderechista siendo que Milei -inspirado en la historia bíblica de Moisés- sigue lanzando contra el pueblo las 10 plagas que asolaron Egipto.
Es muy posible que Javier Milei sea un “loco” o un sociópata que goza con el poder de hacer sufrir al otro. Pero en todo caso, se trata de una locura coincidente con el funcionamiento del capitalismo global. ¿Cómo calificar si no a un sistema cuyas crisis lo impulsan a acelerar la carrera hacia la debacle y barbarie planetaria?
La insistencia de Milei en citar viejos textos de la escuela austríaca de economía no oculta que su programa responde integralmente a las demandas que exige el gran capital global, que vira velozmente del neoliberalismo al “necroliberalismo” (necro = muerte), con rasgos cada vez más autoritarios y ecocidas.
Muy atrás quedó el capitalismo que huía de sus crisis a través de un Estado “mediador”, que intercambiaba beneficios sociales por estabilidad política y una tasa de ganancia asegurada. Y resulta un mito que se pretenda un Estado “mínimo”, sino que hoy requiere un Estado que intervenga lo que sea necesario para crear condiciones económicas y sociales que los capitales consideren suficientemente seductoras y que garantice la sumisión de las clases populares, a través de su fragmentación, individualización y endeudamiento masivo. Y, si las instituciones de la democracia formal no resultan suficientes para ello, mediante el autoritarismo y la represión, conservando una cáscara institucional que cada vez menos se confunde con una real democracia.
Un ómnibus destartalado en una “democracia” más destartalada aún
Estos pocos pero interminables meses del gobierno de Milei pusieron en evidencia la falsedad de una democracia entendida como gobierno del pueblo. Lo que se confunde con ella, en especial desde la dictadura, es la existencia de derechos constitucionales que fueron nombrados como “democracia”, a los que pretende anular Milei, porque proveen al pueblo de instrumentos para luchar contra la desigualdad y la injusticia. Si las intenciones del gobierno se consolidan, perdurarán los aspectos más regresivos de las instituciones, mientras se enterrará lo que pueda servir como soporte para la lucha y resistencia popular. Si desde el pueblo no inventamos y recreamos una nueva y real democracia –y en esta lucha el pueblo se recrea a sí mismo-, la democracia será indistinguible de una app dependiente de Tik Tok o Twitter.
Milei constituye el sector más decidido del rumbo adoptado por las clases dominantes. Su mensaje en la apertura de las sesiones del Congreso no admite segundas interpretaciones: o las provincias se avienen al conjunto de las transformaciones expresadas en la Ley Ómnibus y el DNU y se abren a los capitales extractivistas, o no habrá un peso más.
El freno en el Congreso a la Ley Ómnibus y el posible rechazo que pueda tener el DNU no implica que la “oposición” parlamentaria no avale este rumbo, sino que no hubo acuerdo sobre dónde apretar las tuercas del ajuste. Incluso Cristina Fernández, en su documento, ha mostrado su acuerdo con puntos centrales de la ley, abriendo la puerta a la reforma laboral, la apertura de las empresas públicas a los capitales privados o la limitación del derecho a la huelga y la protesta. Si hay algo de lo que siempre se jactó Cristina, con razón, es el saber leer las necesidades del capital global.
Milei compensa su debilidad institucional con saberse en el rumbo que exige el capital y la certeza de que gran parte de la oposición política no esboza siquiera una alternativa. En este marco, se gestan dos grandes coaliciones contra el pueblo, sin fronteras precisas aún. Una de ultraderecha, con varios pretendientes a encabezarla, como Milei, Mauricio Macri o Victoria Villarruel. Y otra, de una derecha “prolija”, en la que vienen alistándose figuras como Miguel Ángel Pichetto, Horacio Rodríguez Larreta, Sergio Massa… y sigue la lista, mientras por el momento cada cual atiende su juego y no resultará raro que quien hoy esté de un lado, mañana aparezca en el otro.
De patio trasero yanqui a piecita de servicio
Milei sabe que el rumbo económico no se define en el país. Su apuesta pasa por potenciar la dependencia y sumisión a los EE.UU. Consecuentemente, viajó a Palestina para apoyar el genocidio de decenas de miles destrozados por las bombas sionistas y anunció el traslado de la embajada a la ocupada Jerusalén. Asimismo, se sacó la remera de “no hay plata” para destinar 600 millones de dólares a la compra de aviones de combate F16 yanquis, regaló tres helicópteros a Ucrania (quizás con la secreta esperanza de que no quede ninguno esperándolo en el país), se comprometió a ajustes más extremos que los exigidos por el FMI, se prestó a maniobras conjuntas con tropas de EE.UU. en la Triple frontera y en el Mar Argentino, se distanció de mandatarios de América Latina como Lula, Arce o Petro, entregó ilegalmente el retenido avión venezolano a los EE.UU. y sacó a la Argentina de los BRICs.
Su carta fuerte económica –incluida en la Ley Ómnibus- es el “Régimen de incentivo a las grandes inversiones”, con exenciones impositivas en inversiones en minería y energía, en sintonía con Antony Blinken, secretario de estado yanqui, que en su reciente encuentro con Milei expresó que “Argentina está preparada para desempeñar un papel fundamental en la construcción de cadenas de suministro seguras para los minerales crítico”.
Pero es muy posible que el nombre de una vieja película de Woody Allen, “sueños de seductor” -que retrata a un patético y fallido galán- se aplique, más temprano que tarde, a Javier Milei. Porque es sabido, que los Estados Unidos no tienen amistades, sólo intereses. Pero principalmente, porque más allá de algunas migajas ocasionales, la dependencia con los Estados Unidos profundizará la crisis. Crisis que en la Argentina se expresa -dado el carácter dependiente de la economía-, en la escasez periódica de dólares. Producto del cuello de botella entre las exportaciones agropecuarias y los dólares requeridos para la importación de bienes industriales, la sangría permanente de la fuga de capitales, las remesas de ganancias de las transnacionales y los millonarios pagos de la fraudulenta deuda externa. Deuda que asimismo cumple el rol disciplinador de someter a la Argentina al rol de proveedora de recursos como la soja, gas, petróleo, litio y minerales. El resultado buscado por este proyecto, es una Nación que devenga en un rompecabezas mal armado entre focos prósperos y zonas de sacrificio, al tiempo que sobrarán 20 millones de argentinos.
Unidad de los trabajadores y al que no le gusta, se jode, se jode
Hasta ahora, Milei ha logrado bajar brutalmente el nivel de vida. Pero también ha dado lugar a que, tras dos décadas de priorizar la intervención en la política institucional, nuevamente, de forma embrionaria, las calles volvieran a imponerse por sobre el palacio. Si bien en una fase inicial pero importante, decenas de asambleas barriales se distinguen cualitativamente de las que, tras la asunción de Macri en el 2015, se reunían en las plazas sólo para escuchar a sus referentes. La acción directa y la democracia de base han vuelto a decir presente en la lucha popular. La masividad que -se puede pronosticar- adquirirá la indignación en los próximos meses, junto a la vocación asamblearia de articular con otros sectores y de territorializar los reclamos, augura mayor potencialidad e incidencia.
Reapropiarnos de las calles habilita a reapropiarnos de palabras que nos han sido expropiadas: libertad, empoderamiento, autonomía, dignidad, revolución, soberanía popular, pueden volver a cobrar su significado colectivo y su potencia perdida. Resultan necesarias para la construcción de alternativas populares rebeldes y solidarias, que ya no se conformen con la defensa de lo instituido, sino sean soporte de nuevas subjetividades e identidades colectivas.
Sin embargo, no resulta fácil retomar con fuerza las calles. Gran parte de la dirigencia peronista oscila entre priorizar la disputa por la conducción orgánica del PJ y el darle tiempo a Milei para que se queme y “volver” en las elecciones del 2027. Se ve que no están acuciados por la situación de la misma manera que los peronistas de a pie, a muchos de los cuales se los encuentra en las luchas populares. Quizás sea hora, al pensar alternativas, en mirar más a los sujetos colectivos que a los jetones y políticos profesionales que nos han conducido hasta aquí.
La CGT, tras el paro y la gran movilización del 24 de enero, deshoja la margarita entre convocar o no a nuevas medidas de lucha. Su vocación de eterna negociadora le plantea un desafío a los trabajadores a quienes agrupa. Se logre o no que asuman la exigencia de nuevas medidas de fuerza, una nueva generación de “flacos” –con vocación democrática y de clase- necesitará enfrentar a los eternos “gordos”, dispuestos sólo a defender sus privilegios.
También los movimientos piqueteros se enfrentan a nuevos desafíos. Sin planes y con mayor autonomía del Estado, habrá quienes no sabrán o no querrán encontrar un nuevo rumbo, pero muchxs ya constatan que resultan indispensables para reconstruir las relaciones sociales y la comunidad en los barrios, en la lucha contra el hambre y por las múltiples necesidades y carencias agravadas.
Tras años de ausencia, comienza nuevamente a aparecer la juventud estudiantil en algunas luchas, como en el salto de molinetes, mientras miles de jóvenes -estudiantes o no- van mostrando que no es cierto que todos sean libertarios.
Colectivos de cultura, artísticos, de comunicación, vienen mostrando importante protagonismo y capacidad de intervención.
Los movimientos socio-ambientales, los colectivos por la agroecología, organizaciones de trabajadores rurales, los movimientos de derechos humanos y las colectivas feministas y de género serán grandes protagonistas de los enfrentamientos por venir. Y seguramente, como es tradición en nuestro pueblo, brotarán nuevas formas de lucha desde los múltiples sectores de nuestro pueblo agredidos, como los y las migrantes, lxs jubilados, lxs inquilinos, lxs trabajadores uberizadxs, entre otros.
Este 8 M y el 24 M serán importantes oportunidades para la lucha unitaria.
No hay manera de resistir que no sea la de asumir la tensión entre la imprescindible pelea por cada derecho avasallado, por cada necesidad no resuelta, y la de no caer en un encapsulamiento corporativo, que impida la construcción de una comunidad de los de abajo, para pelear por una transformación global diametralmente opuesta a la que impulsa el capital. No hay tiempo para corporativismos, para adoradores de las relaciones de fuerzas -que se conforman con “lo menos malo” porque ya no creen en nada-, ni para salvadores desde arriba que no generan comunidad ni organización, sino aislados aplaudidores. Para aplaudidores, alcanza y sobra con los que Milei llevó a las gradas del Congreso. Los pueblos preferimos sujetos colectivos de transformación.
Hace poco, el historiador Gustavo Guevara tiró la interesante propuesta de que, en contraposición al Pacto del 25 de mayo de las clases dominantes, hagamos un “Pacto del 1ro de Mayo”. Que “en cada localidad y en cada provincia: sindicatos, movimientos sociales, asambleas barriales, colectivos de artistas, asociaciones de jubilados, científicos precarizados, organismos de Derechos Humanos, expresiones del feminismo, el LGBTQ+, entre otrxs, debemos construir un pliego común para ser firmado en cada una de las plazas de todo el territorio de la República”. (https://tramas.ar/2024/03/03/pacto-del-primero-de-mayo/). Y sostuvo que, a diferencia del pacto de Milei, cuyo primer punto es la defensa de la propiedad privada, no es esta “la que satisface las necesidades humanas, sino el trabajo que transforma la naturaleza y provee de los valores de uso imprescindibles para la vida”.
Marca las trazas de un rumbo necesario.