Desde hace aproximadamente dos meses, el presidente de la Nación afirma como modelo de construcción de la sociedad argentina, el capitalismo de principio del siglo XX. Muchas voces se alzaron, polemizando con esta posición. Con acierto Enrique Elorza[1] señala, en su artículo sobre “La privatización en el diseño de la política económica. Nueva etapa de dependencia y dominación en la política económica en la Argentina”:
Que los fundamentos de la política económica que se busca implementar nos quieran retrotraer para pensar el “modelo de país” a fines de 1800, inicio de 1900 como el espejo para referenciarnos y considerar que para esa época “éramos el faro de luz de Occidente, sería recomendable revisar Informe de Juan Bialet Massé, que explique cómo era la Argentina de oro para las minorías.
Nos parece pertinente, que el público conozca los rasgos principales del sistema capitalista construidos en esa época.
Hablar de la cuestión social es abordar al mismo tiempo la situación real, es decir las condiciones de vida, las acciones, y las ideas, como asimismo las relaciones establecidas con la “cuestión de la mujer” y la cuestión social.
Desde fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX, la cuestión social abarcó distintas perspectivas: las de los socialistas, la iglesia católica, las sociedades de beneficencia y los médicos higienistas. A unos les preocupaba en la salud de los niños, la maternidad, las condiciones de trabajo. Había quienes tenían como enemigo a las patronales, otros a los socialistas y anarquistas, como sucedió con la iglesia católica.
La sociedad desigual que se estaba construyendo, dirigida por una burguesía agroexportadora, enfocaba las políticas públicas a favor del sometimiento, exigiendo a los/as trabajadores/as jornadas laborales extensas, y extrayendo plusvalía absoluta.
La resistencia fue constante y continua en distintos planos para oponerse a la explotación y a la opresión, desde el movimiento obrero organizado, la vía parlamentaria y movimientos sociales de mujeres por los derechos civiles y cívicos, por la educación pública y gratuita y contra la pobreza, especialmente de la niñez, que asolaba, por ejemplo, las calles de esta capital.
¿Qué es el capitalismo?
Según E. Hobsbawm (1975)[2] “en la década de 1860 entra una nueva palabra en el vocabulario económico y político del mundo: “capitalismo” (…)
Esta palabra estaba acompañada por varias palabras claves: propiedad privada, modelo institucional para garantizar el orden social, que caracterizaba a la sociedad naciente de este modo:
“Era el triunfo de una sociedad que creía que el desarrollo económico radicaba en la empresa privada competitiva y en el éxito de comprarlo todo en el mercado más barato (incluida la mano de obra) para venderlo luego en el más caro. Se consideraba que una economía de tal fundamento y por lo mismo descansando de modo natural en las sólidas bases de una burguesía compuesta de aquellos a quienes la energía, el mérito y la inteligencia habían aupado y mantenido en su actual posición, no sólo crearía un mundo de abundancia convenientemente distribuida, sino de ilustración, razonamiento y oportunidad humana siempre crecientes, un progreso de las ciencias y las artes, en resumen: un mundo de continuo y acelerado avance material y moral.”
El modelo institucional fue el “estado-nación”, con una constitución que garantizara la propiedad y los derechos civiles, el desarrollo de parlamentos con representantes elegidos y participación popular, dentro de los límites del orden burgués.
Asimismo se impuso un modelo de familia, que perfilaba a la nueva mujer y la obrera.[3] Desde posiciones distintas, estas mujeres eran objeto de la cultura de la sumisión al hombre y coartadas en sus derechos civiles y cívicos, aún cuando el sometimiento, ya existiera desde siglos anteriores.
La trama estatal, como la llaman desde ciertos ámbitos académicos o en otros términos el aparato estatal se fue conformando con la división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), sostenido por un sistema represivo como la policía y el ejército.
Nuestro abordaje, al analizar la relación clase-género, nos diferencia de ciertas apreciaciones sobre los sectores dirigentes[4], que efectivamente son criticables no sólo por la concepción que tenían sobre la mujer, sino también por su desprecio para resolver las necesidades populares.
Las estrategias para aborda y las articulaciones para favorecer el progreso de la sociedad, fue un campo de disputas de distintos intereses, ponencias y acciones. Sobre la necesidad de protección en el ámbito laboral, ya nos hemos explayado extensamente en nuestra publicación: “Ley de trabajo de mujeres –Un siglo de su sanción –La doble opresión: reconocimiento tácito” (2008). No podemos por lo tanto descalificar en bloque las intervenciones y sí criticar lo ineficiente que eran aquellos dirigentes para solucionar los problemas de los/as trabajadores/as.
¿De qué había que proteger a las mujeres? A la abundante información que ya hemos publicado, podemos agregar de la conferencia de Gabriela Laperriere de Coni: “Causas de tuberculosis en la mujer y el niño obreros”[5] sobre las denuncias por las condiciones de trabajo (jornadas prolongadas, la doble jornada de la mujer y esfuerzo por el trabajo a destajo) y la alimentación deficiente.
El efecto en la salud fue ejemplificado con la situación de las tejedoras, las sombrereras, las que fabrican bolsas de arpillera y las prenseras:
“los polvos industriales, de yute, algodón, lana, tabaco, aserrín, pelos diversos de conejo, liebre y cerdo, etc. que forma la atmósfera habitual de gran cantidad de nuestras obreras (…)
De su primer informe como inspectora de fábrica surge que: Había quedado sumamente impresionada al ver a estas mujeres, a estas niñas, cubiertas de filamentos color de oro, semejantes por lo livianos a barbas de cardo seco, cubriendo el suelo y levantándose al menor movimiento (…)
Los sombreros confeccionados con pelos de liebre y conejo preparados al arsénico y mercurio, bañados en agua adicionada de ácido sulfúrico, se alisan como los sombreros de lana encima de ventiladores-aspiradores, que atraen inmediatamente el polvo formado por partículas de pelos desprendidos. Esto sucede en las fábricas más modernas. En otras, jóvenes obreras sentadas, afeitan o pulen los sombreros a mano sobre las rodillas, con instrumento cortante (…)
Bajo la designación de prenseras, las obreras ocupadas en las fábricas de alpargatas deben alzar por lo menos tres veces en dos minutos, a pulso, moldes de hierro que comprimen en el medio la alpargata y cuyo peso no es menor de 4 a 5 kilos. Por consiguiente, en nueve horas de trabajo han levantado más de 4.000 kilos (…)
La legislación fabril sancionada primero en Inglaterra y luego exigida en otros países como el nuestro, la podemos considerar según Carlos Marx, “primera reacción conciente y sistemática de la sociedad contra la marcha elemental de su proceso de producción es, como hemos visto, un producto necesario de la gran industria, tan necesario como la hebra de algodón, el self-actor y el telégrafo eléctrico.”[6]
Los documentos que presentamos, con la voz de los protagonistas dan cuenta de la complejidad del tema y de los distintos aspectos abordados, de las denuncias y las luchas para transformar las injusticias.
Es así como destacamos a los médicos higienistas, a los/as militantes socialistas, a las organizaciones obreras, quienes también tuvieron la influencia de los movimientos internacionales que se ocupaban de la desprotección de la infancia y de la inserción laboral de las mujeres y sus condiciones de vida.
Organización de la protección de la primera infancia desvalida
El Dr. Emilio Coni (1918) desde la perspectiva de la higiene social, realiza una propuesta de asistencia y provisional social: “En 1892 con motivo de la creación del Patronato de la Infancia, la comisión de médicos y demógrafos que me ocupo el honor de presidir, trazó un plan completo de protección y asistencia de la infancia, que gradualmente se ha ido desarrollando, merced al concurso decidido de los poderes públicos y de las numerosas asociaciones de beneficencia que funcionan en la capital”. [7]
Se crearon dispensarios de lactantes, institutos de puericultura, cocinas de lactantes y una oficina de inspección de nodrizas.
Estos planes surgieron ante la estadística sobre mortalidad infantil[8], fueron reducidas debido “a la acción educativa y protectora que desarrollan las referidas instituciones juntamente con las de la Casa de Expósitos, Hospital de Niños y otras sostenidas por diversas asociaciones de la capital.
La acción benéfica de una sociedad de damas que llevaba el nombre de Club de Madres, imitando el ejemplo de los Estados Unidos de América, desarrolló un sinnúmero de actividades que apuntaban al cuidado de los niños, organizando reuniones familiares, conferencias y promoviendo actividades educativas y recreativas. Otra organización que actuaba era la Sociedad Damas de Caridad, que sostenían también en sus Asilos Maternales, consultorios médicos gratuitos con sus respectivas farmacias.
El día de los niños pobres
El día 2 de octubre se celebra el día de los niños pobres, la falsa piedad de “los hombres que amasaron fortuna y las mujeres de nuestra plutocracia” al conmemorar este día, rezaba la columna de La Vanguardia del 3 de octubre de 1913.
El Congreso Nacional del niño
En el mes de octubre de 1913 se organizó el Congreso Nacional del Niño, presidido por la doctora Lanteri Renshaw. La Vanguardia [9] publicó el programa, todas las actividades, así como algunas ponencias, especialmente de los/as militantes socialistas, como Alfredo Palacios, Carolina Muzzilli, Alicia Moreau, Sara Justo, E. del Valle Iberlucea. Los temas abordados: la asistencia a la madre y la carencia legislativa, la niñez abandonada, la escuela laica, sobre el sistema de coeducación, el analfabetismo en la república,[10] sus causas y medios para combatirlo, la salubridad en la escuela, la psicopatología de los niños retardados, los nuevos métodos de gimnasia, mutualidades maternas municipales.
El trabajo presentado por el Profesor Berrutti sobre el analfabetismo, fue destacado por el análisis minucioso y crítico sobre el tema, resumido del siguiente modo:
“ ¿cuántas escuelas tienen talleres, gabinetes, laboratorios, bibliotecas y mesas de lectura para niños y adultos? ¿En cuántas hay huertas escolare? ¿En cuántas se enseña a las niñas, de preferencia, a cocinar, a dirigir una casa, a remendar, zurcir y componer la ropa vieja?. Búsquense esos trabajos, que son los indispensables en todo hogar ordenado, en las exposiciones de las escuelas, y se verá con dolor que sólo brillan por excepción. (…) Pero aquí conviene decir que para conseguir esto, es indispensable que el obrero de la escuela tenga libertad de iniciativa, fe en la justicia de sus superiores y que esté, por otra parte, al abrigo de las necesidades de la vida, pues el también tiene estómago como los demás mortales. (…) Es acaso humano pedirle al maestro que viva en la miseria en medio de la opulencia de los demás (…)
En las consideraciones, de fundamento para el Congreso figura que faltan 4000 escuelas, no se cumple el mínimo de educación obligatoria (…)
La propuesta de la escuela laica y democrática del pueblo, de los militantes socialistas debatida con los representantes anarquistas. Entre ellos el funcionario público Julio R. Barcos quien atacó a la escuela del estado y la iglesia.
En la conferencia que pronunció Carolina Muzzilli se refirió al comité Pro reglamentación del trabajo de la mujer y del niño y pidió un voto de aplauso para esos modestos obreros, mucho más eficaces que los inspectores oficiales en lo que respecta a la vigilancia de la ley (5291), en especial a Enrique Barca nuestro inspector voluntario y desinteresado (…)
Las conclusiones votadas por la sección “Asistencia a la madre y al niño”, que tuve el honor de proponer, son las siguientes:
1.-Considerando los graves trastornos que ocasionan en la mujer, en épocas determinadas, ciertos desarreglos fisiológicos:
El primer Congreso Nacional del niño aboga por que se conceda a la mujer obrera, empleada y maestra tres días por mes, de inasistencia al trabajo, con goce de sueldo, son obligación de justificar su inasistencia.
2.- Considerando que el surmenage y las malas condiciones en que realiza su labor las mujeres obreras, constituyen un factor especialísimo de degeneración de la raza. (…)
Se solicita:
a) Que se reglamente el trabajo a domicilio.
b) Que se establezca como obligatoria la jornada máxima de ocho horas.
3.-. El primer Congreso Nacional del Niño reclama de las cámaras la pronta sanción de una ley que conceda el reposo de la mujer obrera, empleada y maestra, embarazadas y puérperas en esta forma: 20 días antes y 40 días después del parto con goce íntegro de sueldo.
4.- El primer congreso Nacional del niño de acuerdo con la advertencia de la asistencia pública, de que la leche de la madre pertenece al hijo, reclama la pronta sanción de una ley que establezca como obligatoria las salas cunas anexas a las fábricas y talleres.”
1915 –Mortalidad infantil en Tucumán
La Vanguardia el 24 de marzo publica cifras alarmantes, recogiendo los datos difundidos por la dirección de registro civil, sobre 650 defunciones ocurridas en dicho mes, exceptuando el departamento de la capital, 476 corresponden a menores de cinco años, es decir, un 73 %. En el departamento de la capital, sobre 361 nacimientos habidos en el mes de enero se produjeron 275 defunciones.
Preguntándose por las causas denuncia que “la totalidad de los niños que mueren son hijos de familias obreras. ¿Cómo pueden vivir los niños de esos trabajadores si habitan en infectas pocilgas alrededor de los ingenios? ¿Cómo pueden crecer sanos y robustos los hijos de los trabajadores explotados miserablemente, con irrisorios salarios”
Recuerda la obra negativa del departamento nacional de higiene, concluyendo que “se ha cuidado mucho de las ganancias de los industriales oligarcas y se ha descuidado al extremo la salud y la vida de los trabajadores explotados por aquéllos.”
El salario obrero y la mortalidad infantil
La Vanguardia del 23 de mayo de 1915 publica una investigación sobre la relación que existe entre el porcentaje de ganancias obreras y la mortalidad infantil.
Entradas anuales en dólares Porcentaje de mortalidad infantil
625………………………………………………… ..157.6
625 a 899…………………………………………….122.1
900 a 1199……………………………………… …101.4
1200 o más……………………………………………83.3
Altos índices de trabajo infantil en EE.UU.
En unaconferencia el Dr. Edgard Clopper[11], secretario del comité nacional del trabajo de los niños, plantea la necesidad de uniformar en todo el país la legislación protectora del trabajo de los menores. En las estadísticas que presentó se observa que el índice más alto del trabajo de niños de 10 a 13 años se registra en la agricultura y en menor medida en fábricas, fundiciones y talleres, servicio doméstico, comercio, trabajo de construcción y manuales, transporte, canteras, minas y pozos de petróleo y servicios profesionales y del gobierno.
Protección del trabajo de las mujeres y menores
El 24 de agosto de 1901, el Intendente Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, A. Bullrich, emite un decreto donde propone “una recolección de datos que han de servir al Honorable congreso para establecer la legislación respectiva y dictar las leyes protectoras para el trabajo de las mujeres y niños en los establecimientos industriales.” El fundamento es “velar sobre la salud y bienestar de las clases trabajadoras, contribuyendo al mejoramiento higiénico de su habitación y demás condiciones de vida.”
Para realizar esta tarea, en su artículo primero nombra, ad honores, inspectora de los establecimientos industriales del municipio que ocupan mujeres y niños, a la Señora Gabriela L de Coni. Esta designación se realiza sobre la base de un reconocimiento: “marcado interés que usted dispensa a las cuestiones sobre protección de las clases trabajadoras”.
Sobre la intensa tarea, hicimos referencia especial en el libro dedicado a la Ley 5291, pero incorporamos la apreciación del Dr. Coni: “fue la primera que entre nosotros abordó de manera práctica la legislación del trabajo, o en otros términos la que plantó el primer jalón en tan transcendental cuestión que dio origen más tarde a la creación del Departamento Nacional del Trabajo y demás leyes obreras sancionadas por el Congreso Nacional.”
El 18 de noviembre de 1903, un artículo en La Nación condensa sus ideas sobre la situación imperante y la actitud de los funcionarios y patrones, acerca de los inspectores de fábricas y la necesidad de una ley. La autora revela los argumentos tanto del ministro Dr. González como del Departamento de Higiene, en cuanto a la falta de datos sobre las condiciones de trabajo industrial en la Argentina, a fin de legislar al efecto.
Acerca de la vulnerabilidad
¿Por qué se afirma que los niños son una población vulnerable? ¿cuándo? ¿cómo? ¿con quién?
Tanto en la asistencia como las investigaciones sobre esa población encuentran déficit en la alimentación de la primera infancia. Cientos de los niños pobres incorporados a los talleres y fábricas realizaban tareas inapropiadas para su desarrollo físico y en ese sentido influía su alimentación.
La legislación protectora de las mujeres, desde las primeras leyes fabriles hasta final del siglo XIX, en los países con desarrollo industrial, concibió a las mujeres como inevitablemente dependientes y a las mujeres asalariadas como un grupo insólito y vulnerable, necesariamente limitado a ciertos tipos de empleo.
En el transcurso del siglo XIX, EEUU y los países del Occidente europeo intervinieron cada vez más para regular las prácticas de empleo de los empresarios fabriles. Los legisladores respondieron a lapresión de diversos distritos electorales, que, por diferentes razones (y a veces antitéticas), procuraban reformar las condiciones de trabajo. La mayor atención se concentró en las mujeres y los niños. Aunque ambos grupos habían trabajado durante larguísimas jornadas en el pasado, la preocupación por su explotación parece haber guardado relación con el surgimiento fabril.
Lavulnerabilidad de las mujeresse describía de muchas maneras: su cuerpo era más débil que el de los hombres, y por tanto, no debían trabajar tantas horas; el trabajo “pervertía” los órganos reproductores y afectaba la capacidad de las mujeres para procrear y criar hijos saludables; el empleo las distraía de sus quehaceres domésticos; los empleos nocturnos las exponían al peligro sexual en el taller, así como en el camino hacia y desde el lugar de trabajo; trabajar junto con hombres o bajo supervisión masculina entrañaba la posibilidad de corrupción moral. A la demanda de las feministas que sostenían que las mujeres no necesitaban protección ajena, sino acción colectiva por sí mismas,los legisladores, que representaban tanto a los trabajadores como a las trabajadoras, contestaron que, puesto que las mujeres estaban excluidas de la mayoría de los sindicatos y parecían incapaces de crear organizaciones propias, necesitaban de una poderosa fuerzaque interviniera en su nombre.
En la conferencia Internacional sobre Legislación Laboral, celebrada en Berlín en 1890 Jules Simón sostuvo que los permisos por maternidad para las trabajadoras debían ordenarse “en nombre del evidente y superior interés de la raza humana”. Era, decía Simón, la protección debida a “persona cuya salud y seguridad sólo el Estado puede salvaguardar”.Todas estas justificaciones – ya físicas, ya morales, ya prácticas, ya políticas –hicieron de las trabajadoras un grupo especial cuyo trabajo asalariado creaba problemas de diferente tipo, clásicamente asociados a la fuerza de trabajo masculina.
Desde su primera aparición en las diversas leyes fabriles en la Inglaterra de la tercer y cuarta década del siglo XIX, a través de la organización de conferencias internacionales proyectadas para propagar y coordinar las leyes nacionales en los años noventa, la legislación protectorano se puso en práctica para dar remedio a las condiciones del trabajo industrial en general, sino como una solución específica al problema de la mujer (y del niño) en el trabajo.
Si bien sus impulsores hablaban en términos generales acerca de las mujeres (y los niños), la legislación que se aprobó fue muy limitada. Las leyes que reducían la jornada de trabajo femenino y prohibían por completo el trabajo nocturno a las mujeres sólo se aplicaron en general al trabajo fabril y aquellas actividades con predominio masculino. Quedaron completamente excluidas muchas áreas de trabajo, entre ellas la agricultura, el servicio doméstico, los establecimientos minoristas, tiendas familiares y talleres domésticos. Estas áreas constituían en general las principales fuentes de trabajo para las mujeres.
La caracterización del trabajo femenino conjugaba aspectos históricos preexistentes al desarrollo de la gran industria: su dependencia del hombre; la convicción de que la mujer no era merecedora de los derechos de ciudadanía y por consiguiente de no acceder a cuestiones de política y que su misión era la procreación y las tareas domésticas. El análisis biologista de la maternidad en ámbitos laborales donde los peligros existían para ambos sexos (productos químicos, máquinas) promovían su exclusión del seno de las fábricas. A ello se agregaban pautas morales sobre el peligro sexual, dado que era considerada un objeto y parecía natural someterla. El derecho de pernada era común en los inicios de la revolución industrial.
Dentro del Partido Socialista también se consideraban “débiles” a las “esposas, hermanas e hijas”, pero a diferencia de otros sectores, luchaban para modificar las condiciones adversas y se pudo acceder al debate público sobre el ingreso de la mujer a las empresas y talleres.
La vulnerabilidad, es decir la posibilidad de ser lesionado en su desarrollo, surgía de condiciones materiales. Algo similar sucedía con el sexo femenino, cuando se lo equipara con la niñez; presentándose la dupla madre-hijo, con rasgos similares, se ocultaba el desgaste producido por la doble jornada de trabajo.
Esta asimilación fue plasmada y rotulada como fija e inamovible.
Desde ya que este argumento fue sostenido con firmeza por los que defendían el rol asignado para la mujer, de madre y ama de casa y pretendiendo que ésta no realizara actividades en la esfera pública.
El desarrollo de la gran industria replanteó las condiciones de trabajo de hombres y mujeres. Sólo el trabajo fuera del ámbito doméstico permitió desentrañar las condiciones de explotación y opresión por medio de la denuncia de las organizaciones gremiales y del Centro Socialista Femenino.
La inserción laboral de la mujer en nuestro país, con el desarrollo del sistema capitalista, a diferencia de otras épocas, cobró significación especial, que su ubicación residía fuera del ámbito doméstico, en establecimientos donde se cumplían jornadas de 10 a 14 horas, además de las tareas de crianza y domésticas. Un reflejo de ello eran las innumerables referencias que se hacían en torno a su labor: informes, denuncias y propuestas legislativas.
El debate legislativo sobre el trabajo de mujeres y niños desnudó la significación que tenía para los patrones de fábricas y talleres, al defender la explotación primando el argumento de la rentabilidad. Es así como con acuerdo estatal se negaron a la limitación de la jornada laboral.
Las referencias a la “pobre obrerita” no era sólo una idea, sino que había una base objetiva, denunciada por las organizaciones sindicales, como parte de la crueldad del sistema capitalista. También eran dentro de una realidad las descripciones de su estado físico, del que se ocupaban los médicos higienistas.
La inserción laboral se instaló dentro de un patrón de desigualdad, justificaba la discriminación sosteniendo como natural su misión de mujer, ligándola con una caracterización de ser vulnerable.
Desde ya en el sistema educativo y cultural en general, se trabajó para formar y deformar con estas ideas.
Es sorprendentemente cruel que desde el ámbito académico (Lobato, 2007) se denomine “carga de dramatismo” a la situación de explotación y un “tema clásico” las noticias sobre el trabajo de mujeres y niños.
No compartimos la simplificación de algunos estudios cuando dicen que “La legislación laboral y social que comienza a gestarse en 1900 se dirige a la minoría de obreras (es decir, no se ocupa del grueso de las trabajadoras) y expresa claramente la prioridad de defender la maternidad como meta específica y fundamental de todas las mujeres, desalentando su ocupación laboral; las mujeres y los niños eran vistos como seres débiles e incompletos (los últimos llegarían a convertirse en adultos, mientras que las primeras no lo lograrían nunca).” G. Malgesini (1990).[12] La legislación en sí no desalentaba el trabajo, toda la documentación que poseemos apuntaba a otro objetivo, desarrollado extensamente en nuestra publicación. La iniciativa del reconocimiento de la licencia por maternidad, considerada en aquella época como abandono, no fue incorporada con pago, lo cual dejaba en la mayor desprotección a las que se acogían. Los niños de siete a once años de edad que trabajan y se alimentaban deficientemente, efectivamente eran niños débiles.
El trabajo de las mujeres fue un tema de debate, ya que ponía en cuestión un modelo de relación, el familiar, dónde ésta tenía un rol adjudicado que, durante siglos, en general, se asumió sin cuestionamientos.
Las jornadas extenuantes y los salarios bajísimos fueron una característica de las condiciones de trabajo a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
Sobre el trabajo de mujeres y niños, el sociólogo Héctor Recalde (1981)[13] decía, que su incorporación de éstas y éstos “al trabajo asalariado es una de las consecuencias más interesantes del proceso de diversificación económica operado en el país desde las últimas décadas del siglo pasado. En el caso de las mujeres, su creciente inserción laboral está reflejada en los censos, comenzando por el de 1869, en el que leemos:
“De las 61.424 viudas, 247.602 solteras y más 25.000 huérfanas, que tiene la república, resulta que unas 140.000 son costureras, lavanderas, planchadoras, cigarreras, amasadoras, etc., esto es, tenemos que la mitad de la población mujeril adulta espera con incertidumbre el sustento del jornal, muchas veces difícil y precario. Tales cifras representan otras que no se ven, y que, sin embargo, no son menos verídicas.” Según los registros de ubicación de varones y mujeres, éstas se ubicaban en lugares donde había poca concentración de personal, como el servicio doméstico modistas, aunque también se empleaban en fábricas textiles y oficinas de telefonistas.
Las actividades femeninas registradas en el censo de la Capital Federal en 1904 eran: amas de llave, amas de leche, niñeras y “trabajos domésticos. Le siguen en importancia “industria y actividades manuales” del total de cuyo personal un 27% son mujeres. Se incluye aquí un grupo importante de actividades específicamente femeninas, tales como costureras, modistas, chalequeras, corseteras, camiseras, corbateras, guanteras, lenceras, pasamaneras, pantaloneras, vainilladoras y zurcidoras, en muchos casos estas tareas se llevaban a cabo bajo la modalidad de trabajo a domicilio o en talleres anexos a las grandes tiendas, mezcla de comercio e industria. Héctor Recalde, sintetiza: “en total, la mano de obra femenina, está presente en 61 de las 127 actividades “industriales”.
Desde fines del siglo XIX se lucha principalmente para acotar la jornada de trabajo a ocho horas. Las otras reivindicaciones eran: salario, organización, legalidad sindical y otros.
La lucha salarial ocupaba el primer lugar entre las causas de las huelgas en el período 1891 -1896[14]. En cambio, en el período de mayo de 1901 – agosto 1902, se registran 13 por aumento salarial y 16 por horario (modificación, disminución). Se mantiene como tendencia la lucha por la jornada de trabajo. También se incorpora a las movilizaciones la exigencia del reconocimiento patronal de las asociaciones obreras y el derecho al descanso del 1º de mayo. No hay peticiones al Estado, al estilo del año 1890. Según Julio Godio (2000) esta actitud “implica una fuerte dosis del economismo anarquista. Pero al mismo tiempo expresa una tendencia objetiva signada por la reducción del enfrentamiento de clases a la pareja obrero-patrón. Tal proceso era reforzado por la presencia anarquista, que ideologiza esta tendencia haciendo lo posible para eludir la cuestión del reconocimiento legal.” Predominaban dos oficios en el conjunto del proceso huelguístico: estibadores y panaderos, dirigidos por los anarquistas y proyectaban su línea al conjunto del movimiento sindical.
Se destaca también la huelga de obreros rurales en San Pedro, siendo los más activos los maquinistas. Se extienden los movimientos huelguísticos de la Capital Federal, a la Provincia de Buenos Aires, Rosario, Provincia de Santa Fe.
Se conforman nuevas sociedades por oficio y también se reconstituyen otras.
La lucha reivindicativa, permite establecer una relación entre ocupaciones, concentración de trabajadores/as y organización gremial. Entre las organizaciones surgieron primero las sociedades de resistencia, luego las agrupaciones por oficios[15] y la coordinación intersindical.
Si bien en la Argentina, esta concepción también primaba, la legislación sancionada (Ley 5291) no fue un regalo, ni de la patronal, ni del Estado. En nuestro estudio[16] exponemos diversos documentos que testimonian el doble discurso que mantenían sobre la situación de las mujeres y los niños en las fábricas y talleres, por parte de muchos diputados y de los representantes gubernamentales. El texto original presentado por el diputado Alfredo Palacios fue vaciado y primó la opinión de la Unión Industrial, fundamentalmente a través del diputado Seguí, cuyo objetivo era la obtención de plusvalía absoluta.
En la síntesis sostuvimos que la ley, concebida como un instrumento para regular las relaciones laborales, fue el resultado de la correlación de fuerzas en el seno del Congreso, entre representantes de distintos intereses (de los patrones y de los/as trabajadoras). También otros debates atravesaban las corrientes del movimiento obrero (anarquistas y socialistas), así como en las del seno del socialismo.
Desde estas corrientes sindicales también se impulsaba la lucha de las mujeres en los lugares de producción y aunque con distintas tácticas, muchas de ellas se oponían a las injusticias. Un papel destacado lo jugó el Centro Socialista Femenino.
El análisis del contexto y el posicionamiento de los actores, permite hacer un recorrido para encontrarnos con sus condiciones de vida, las organizaciones obreras y sus propuestas.
La problematización del trabajo de la mujer puso en discusión su propio sentido y propuestas para abordar las condiciones adversas en que se realizaba el trabajo fabril. La creación de la Unión Gremial Femenina fue una de las iniciativas para intentar organizar e incorporar a las mujeres a la actividad gremial.
Gabriela Laperriere de Coni cumplió un papel importante, primero como inspectora de fábricas y luego en la elaboración de un proyecto sobre el trabajo de mujeres y menores. Su acercamiento, primero y su integración posterior al Partido Socialista, fue un aporte en la formación y en el desarrollo de la organización. En la nota necrológica del 10 de enero de 1907, de La Vanguardia, leemos: “la clase trabajadora pierde una amiga sincera y el socialismo una entusiasta propagandista.”
También estaba en discusión en menor medida, el lugar de la mujer, su sometimiento. Así podemos leer a María Caminos quien firma una nota en La Vanguardia del 25 de junio de 1909, titulada “Por la mujer”, donde reflexiona sobre la esclavitud en que está sumida: “esta perenne esclavitud nos ha marcado con el estigma de una aparente inferioridad intelectual y digo ‘aparente’, porque no es efecto de la naturaleza sino de las costumbres que ejercen una influencia casi tan poderosa como la naturaleza misma.”
En el análisis del debate parlamentario, que, en nuestra publicación, damos cuenta de sus términos cómo hiciéramos tuvieron una significación mayor, en tanto en la Argentina las relaciones laborales se regían por el Código Civil.
El análisis de hechos y discursos, nos parece el camino apropiado para evaluar un siglo de política de legislación protectoria. Pero debemos reconocer que en el mismo inciden otros estudios y miradas y en este sentido los consideramos con una mirada crítica. Joan Scott (1990) [17]señala: “en el transcurso del siglo XIX, Estados Unidos y los estados del Occidente europeo intervinieron cada vez más para regular las prácticas de empleo de los empresarios fabriles. Los legisladores respondieron a la presión de diversos distritos electorales, que, por diferentes razones (y a veces antitéticas), procuraban reformar las condiciones de trabajo. La mayor atención se concentró en las mujeres y los niños. Aunque ambos grupos habían trabajado durante larguísimas jornadas en el pasado, la preocupación por su explotación parece haber guardado relación con el surgimiento del sistema fabril. Los reformadores, a quienes repugnaba interferir ‘la libertad individual de los ciudadanos (varones)’, no experimentaban ninguna dificultad al respecto cuando se trataba de mujeres y de niños. Puesto que no eran ciudadanos y no tenían acceso directo al poder político, se los consideraba vulnerables y dependientes y, en consecuencia, con necesidad de protección” (p.454).
Queda fuera de este análisis el protagonismo de las organizaciones sindicales y de las mujeres que activamente luchaban por cambiar las condiciones de trabajo y el debate parlamentario que hemos mencionado, aunque muchas de ellas, consideraban que el lugar de la mujer era la casa. Este último está íntimamente vinculado con aquél, ya que, entre las resoluciones de sus congresos, proponían la legislación protectoria para varones y mujeres. En esta dirección, es un aporte el relato que realiza Mirta Henault (1983) conversando con Alicia Moreau de Justo sobre el papel de las mujeres y la formación del Centro Socialista Femenino en 1902, a raíz de una fiesta de 1º de Mayo organizada para los hijos de los trabajadores: cita a Fenia Chertkoff, una de sus fundadoras: “el Centro Socialista Femenino es la única agrupación donde las mujeres, sin prejuicios de ninguna clase, y con un programa claro y definido, llenan su existencia no solamente con las tareas del hogar y del trabajo sino que amplían sus horizontes con la obra fecunda por la emancipación económica, política y social de la clase proletaria y, por consiguiente, de la misma mujer.” Continúa diciendo que “pronto el Centro Femenino se presenta en las luchas de los trabajadores: participó de huelgas –alpargateras, tejedoras y telefónicas-, obtuvo el descanso dominical para las sombrereras, intervino en la redacción de proyectos de ley. Su acción, por otra parte, se destacó especialmente por la preocupación demostrada con respecto al trabajo desarrollado por los niños que permanecían horas interminables en talleres y en fábricas, en ambientes insalubres y hasta afrontando tareas nocturnas. Las mujeres del nucleamiento eran incansables y lograban hacerse escuchar: organizaban mítines, preparaban leyes, redactaban folletos, repartían volantes, lideraban actos públicos y en ellos se animaban a defender la Ley de Divorcio que Carlos Olivera había presentado en forma de proyecto ante las Cámaras. Estas acciones desmentían la tan publicitada –por parte de la sociedad patriarcal- pasividad de la mujer.
Podemos afirmar que la división social del trabajo en el sistema capitalista tenía como objetivo extraer plusvalía absoluta y a la vez concebía la división sexual del trabajo segregando a las mujeres al mercado de trabajos secundarios y con bajos niveles de remuneración. Este sistema incorporó las relaciones patriarcales observadas, preexistentes desde siglos anteriores.
Las relaciones de clases instituidas desde el aparato estatal generaban permanentemente una lucha contra las injusticias y las desigualdades.
La iglesia católica tuvo una participación muy activa en la disputa por dirigir la educación, el movimiento obrero y las mujeres en particular. Sobre esto, ya hicimos referencia en el artículo –“1910- La cuestión social y la lucha de las mujeres.”
En el siglo XXI el sistema capitalista continúa sostenido por la exclusión social, la precariedad laboral y un sector de la población infantil sin perspectiva, entre la calle, la prostitución, la muerte por abortos clandestinos y la droga.
La doble opresión de la mujer se expresa directa e indirectamente. La carencia de políticas públicas para la asistencia y educación de la primera infancia, como la carencia de jardines maternales, siguen atando a muchas mujeres, para su crianza, al ser las únicas responsables de sus hijos/as.
Aunque la “moral” del siglo pasado ha sido superada en muchos aspectos, las mujeres padecen acoso sexual en los ámbitos laborales, violencia familiar, con total desamparo a pesar de la legislación existente.
Los obstáculos para acceder a puestos de mayor jerarquía son un indicador de la discriminación. Un estudio basado en datos oficiales, concluye que “a la mujer se le hace más difícil que al hombre seguir estudiando.[18] Entre los principales problemas están el embarazo adolescente y cuestiones culturales.
Este texto fue elaborado la década pasada, pero ante las expresiones actuales, me parece pertinente dar a conocer cuáles eran las condiciones sociales de principios del siglo XX.
Lo importante en la actualidad es el alzamiento de las voces en las calles repudiando la política de hambre y sometimiento a los dictados internacionales, como el FMI, obligándonos a pagar una deuda odiosa e ilegal.
Febrero de 2024
*Autora: División sexual del trabajo –ayer y hoy- Una aproximación al tema., Editorial Dunken, 2006. Ley de Trabajo de Mujeres y Menores –Un siglo de su sanción- La doble opresión: reconocimiento tácito, Dunken, 2008.
[1] Boletín Transiciones, Nº 39, 2024
[2] Hobsbawm, Eric, (1975), La era del capital -1848-1875, Paidós/Crítica, 2007.
[3] Kandel, Ester, De las grandes tiendas a los shopping: La industria y el comercio mirando a las mujeres, Argenpress, miércoles 21 de abril de 2010.
[4] La diferencia que sostenemos es con la afirmación realizada por las historiadoras F. Gil Lozano, Valeria Pita y M. Gabriela Ini en la Introducción al tomo II, Historia de las mujeres en la Argentina, Ediciones Taurus, 2000.
[5] Conferencia dada el 22 de julio de 1904 en el Salón de la “Unione Operal Italiani” publicada por Héctor Recalde en Vida popular y salud en Buenos Aires (1900-1930) /, Centro Editor de América Latina, 1994.
[6] Marx, Carlos, El Capita, Capítulo XIII, Editorial Cartago, 1956.
[7] En 1904 el Dr. Forster crea un dispensario de lactantes y gota de leche con el concurso de la Municipalidad. En 1908 el director de la Asistencia Pública Dr. José Penna crea la sección de la primera infancia.
[8] En 1907 murieron en Buenos Aires por cada 1000 nacimientos viables, 116 niños menores de un año y 220 por cada 1000 defunciones generales. Se observan los trastornos del aparato digestivo como causas predominantes, “ocasionadas comúnmente por la ignorancia de las madres acerca de los preceptos de la higiene alimenticia de sus hijos, por la escasez, por regímenes dietéticos defectuosos, etc.”
[9] La Vanguardia de 9, 15,.16, 17, 18 y 19 de octubre de 1913.
[10] Se calculaba 700.000 niños analfabetos de una población infantil 1.500.664.
[11] La Vanguardia, 22 de julio de 1916.
[12] Malgesini, Graciela. Las mujeres en la construcción de argentina en el siglo XIX en Historia de las mujeres. 4. El siglo XIX. Bajo la dirección de Georges Duby y Michelle Perrot. Grupo Santillana de Ediciones, S.A., 2000.
[13] Recalde, Héctor. La higiene y el trabajo/2 (1870 – 1930). Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1981.
[14] Godio, Julio. Fuente: estimativos cuadros anteriores. Historia del movimiento obrero argentino 1870-2000. Ediciones Corregidor, 2000.
[15] La denominación de Oficios Varios responde a agrupamientos de activistas socialistas, pero es necesario hacer una distinción: la Sociedad Oficios Varios de la Capital Federal Surgió directamente vinculada a la necesidad de obreros socialistas de nuclearse para la acción política y por eso su posterior actividad –como hemos relatado- estuvo subordinada a la necesidad de fundar el partido político; en cambio, estos mismos nucleamientos de oficios en ciudades del interior, si bien también estuvieron motivados centralmente por la necesidad de nuclearse de los socialistas, respondían a las dificultades para organizar sociedades por oficio principalmente por el poco peso numérico de los asalariados. De allí que simultáneamente jugasen como embriones de futuras sociedades de resistencia, diferenciadas luego por oficios y que en su propio seno se conformasen corrientes ideológicas de distinto signo. Julio Godio, Idem, página 109
[16] Kandel, Ester, Ley de trabajo de mujeres y menores –Un siglo de su sanción- La doble opresión, reconocimiento tácito, Dunken, 2008.
[17] Scout, Joan, La mujer trabajadora en el siglo XIX, en Historia de las mujeres- 4. el siglo XIX –Bajo la dirección de Georges Dubby y Michelle Perrot.
[18] Clarín, 29 de junio de 2010