Carlos Marx indica que los obreros para ser una clase en sentido estricto tienen que realizar el pasaje de una “clase en sí” a una “clase para sí”, es decir, avanzar de las reivindicaciones salariales y sectoriales a plantear un proyecto revolucionario a la nación en su conjunto.
Extrapolando este principio a una sociedad de capitalismo atrasado y dependiente como el nuestro, los movimientos sociales de las clases subalternas tienen que elevar su lucha por mejores condiciones de vida a la toma de poder y establecer un plan revolucionario para Bolivia y su conjunto.
En los cortos procesos nacional–populares de Bolivia contemporánea, son paradigmáticos el Plan Decenal del MNR, truncado por el golpe de Estado en 1964, el de la Estrategia de Desarrollo Nacional, postergado por el golpe de Estado de 1971, y el actual en vigencia, Plan de Desarrollo Económico y Social 2021–2025 (concordante con el Modelo Económico Social Comunitario Productivo establecido desde el año 2006, el Plan Económico Social 2016–2020 y la Agenda Patriótica 2025). Esto quiere decir que estamos frente al más largo proceso nacional–popular, que compromete a las organizaciones sociales de las clases subalternas y al propio gobierno (interrumpido un año por el gobierno de Jeanine Añez).
El Modelo Económico Social Comunitario Productivo, desde el mismo momento que el MAS toma el poder tiene detractores. Internamente, el sistema de partidos de la democracia pactada, derrocado después de 20 años de ejercicio del Modelo Económico Neoliberal, opta por descalificar al gobierno por su inexperiencia burocrática, boicotea el desarrollo de la Asamblea Constituyente y mediáticamente infunde el miedo al retorno de la crisis ocurrida durante el corto periodo de la UDP (1982–1984).
Externamente, Estado Unidos y su influencia decisiva sobre la Unión Europea y los Organismos de Cooperación Internacional, directa e indirectamente siembran el temor de que el Proceso de Cambio Boliviano conduzca al bloqueo económico, como al que están sujetos Cuba, Venezuela y Nicaragua. La oposición, que tiene el mismo plan neoliberal de antes, pero no puede presentarlo por su desgaste a nivel continental, crea una narrativa de miedo basada en la tergiversación y las noticias falsas.
A partir del extemporáneo Referendo del 21 de febrero de 2016, la oposición profundiza su estrategia de distorsión de los hechos. Las plataformas 21F, los Comités Cívicos de Santa Cruz y Potosí, el falso CONADE y los opinólogos de oficio y rentados, aparecen irónicamente defendiendo la democracia, la libertad y la lucha contra el autoritarismo. Comunidad Ciudadana y la propia jerarquía de la Iglesia borran de su discurso los genocidios de Sacaba y Senkata, y al final, con un silencio cómplice y después abiertamente, justifican el accionar fascista de CREEMOS, los grupos paramilitares de la Unión Juvenil Cruceñista, la Resistencia Juvenil Cochala y los bloqueos de Santa Cruz impuestos por el Comité Cívico Pro-Santa Cruz, marcados por el separatismo, discriminación, violencia y quema de bienes públicos.
No es necesario entrar en una cronología detallada de los hechos polarizantes a lo largo del establecimiento del Modelo Económico Social Comunitario Productivo, para explicar la psicología de la oposición frente al Proceso de Cambio. Sergio Almaraz Paz a propósito de la psicología de la nueva rosca decía que esta era alienada: Humilde con los yanquis y arrogante con los bolivianos. Ahora podríamos señalar que la oposición, siempre representada por la clase media profesional, que vive de sus conocimientos, muy distinta a la clase media pequeña burguesa, que vive de su economía (distinción realizada por Pierre Bourdieu), tiene entre otros tres complejos o síndromes que explican su accionar paradójico consciente y subconsciente también.
Hablando de la clase media profesional, la que no se representa así misma, sino a los extremos de las clases dominantes o de las clases subalternas (intelectuales orgánicos según Antonio Gramsci), durante la década y media del Proceso de Cambio, en su mayoría fueron disminuidos en su poder de influencia política, social y económica o simplemente ignorados. En esta situación es natural que hayan llegado a la conclusión perversa de que el neoliberalismo y la dependencia les da una mayor certidumbre de trabajo y poder, como la que tuvieron durante las dos décadas de la democracia pactada. Este síndrome es el creer que solo podemos progresar dentro los márgenes que nos permite el dominio imperial e instituir una democracia formal avalada por Estados Unidos.
Durante el periodo neoliberal, esa clase media ciertamente estuvo cómoda con su participación en el poder legislativo y ejecutivo, pero sobre todo en las ONGs, Fundaciones, Consultoras, y medios de comunicación, incluso los “revolucionarios” y “progresistas” hallaron un justificativo en la aplicación de la Ley de Participación Popular. En su conjunto esta clase media a la que nos referimos se autoconvenció que el camino era dar mayor participación a los indígenas, preservar el medio ambiente y procurar la equidad de género, y ellos los facilitadores de esta ruta. Pero cuando los sindicatos, las confederaciones y federaciones de las clases subalternas se empoderan y son afines al MAS, para ellos se transforman en organizaciones prebendalmente cooptadas por el gobierno. Mientras eran “protegidos” y beneficiarios de las ONGs, estaba bien, ahora resulta que son corporativistas sin independencia, manipulables y hasta capaces de autoatentados. Este y no otro es el complejo del colonialismo interno que cree que los sectores subalternos no pueden representarse a sí mismos y en consecuencia deben ser representados por esa clase media profesional paternalista.
Mas oculto en el subconsciente esta siempre presente el temor al cerco, el bloqueo, la huelga y las marchas de los indígenas a las ciudades. De la memoria no se borran las rebeliones del Tupac Katari en la colonia y Zarate Willka en la república, los Congresos Indígnales en el gobierno de Villarroel y las milicias campesinas de Cochabamba en el primer gobierno de Paz Estenssoro. Hechos que se los asimila al presente, sin considerar que ahora dos tercios de la población boliviana vive en las ciudades, es decir, que los indígenas y de origen campesino en una gran mayoría radican en las ciudades, y es ahí donde se decide hoy por hoy la suerte del proceso nacional–popular. De esta manera el miedo al cerco indígena es en realidad el síndrome de temor (de la clase media profesional y con mayor razón de la oligarquía económicamente dominante) a ser rebasados por las organizaciones sociales de las clases subalternas, siempre dispuestas a profundizar el Proceso.
Danilo Paz Ballivián. Investigador Asociado CESU – UMS
Fuente: https://rebelion.org/psicologia-de-la-clase-media-de-oposicion/