Este artículo argumenta, en cambio, que la transición del keynesianismo a la economía neoliberal tiene raíces mucho más profundas que la pura ideología; que la transición comenzó mucho antes de que Reagan fuera elegido presidente; que la confianza keynesiana en la capacidad del gobierno para re-regular y revitalizar la economía mediante políticas de gestión de la demanda descansa en la percepción esperanzada de que el estado puede controlar el capitalismo; y que, al contrario de esas percepciones desiderativas, las políticas públicas son algo más que simples decisiones administrativas o técnicas; son, sobre todo, políticas de clase.
El artículo sostiene además que la teoría marxista del empleo y el desempleo, basada en la teoría del ejército industrial de reserva, proporciona una explicación más sólida de los prolongados y elevados niveles de desempleo que la visión keynesiana, la cual atribuye la plaga del paro a las “políticas equivocadas del neoliberalismo”. Del mismo modo, la explicación que ofrece la teoría marxista de cómo y porqué los niveles salariales de miseria y el predominio generalizado de la pobreza pueden ir acompañados de grandes beneficios y una mayor concentración de la riqueza, resulta mucho más convincente que la que aportan las ideas keynesianas, según las cuales las altas tasas de empleo y los elevados salarios serían condiciones necesarias para un ciclo económico expansionista [1].