Perú. ¿Es de izquierda el gobierno del profesor Castillo? Por Rodrigo Montoya Rojas.

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«¿Qué posibilidades tenemos en Perú para renovar la izquierda y convertirla en una esperanza seria para cambiar el país?  Admitir la necesidad de plantearnos esa pregunta podría dar lugar a un debate a fondo, para, luego, intentar responderla. Entonces, intentaría responderla a partir de mi experiencia personal como intelectual de izquierda, a pesar de todo».  

Después de varias lunas, vuelvo a escribir cuando la tercera ola de la pandemia se acaba, la vacunación desciende en un 55% que nos evitaría problemas con la cuarta, por directa responsabilidad del gobierno y su ministro de salud; cuando por la invasión de Ucrania, los precios suben muchísimo, y cuando el ejecutivo y el congreso expresan sus odios y, probablemente, llegan a algunos acuerdos bajo la mesa. En este artículo, trato de responder a la pregunta ¿es de izquierda el gobierno del profesor Castillo?, resulta inevitable apelar a la memoria histórica y examinar el principio de división que tiene la izquierda desde que nació en el siglo XIX europeo y llegó a Perú, a comienzos del siglo XX. 

Tercera esperanza electoral que parece esfumarse para la izquierda peruana con el gobierno Castillo-Cerrón  

De Cajamarca llegó un candidato, profesor-campesino, de sombrero con amplia sombra, con un castellano rural plenamente entendible, pero nada limeño ni convencional; su promotor sostén político partidario fue y sigue siendo el huancaíno Vladimir Cerrón, neurocirujano formado en Cuba, quien gracias a su fama de buen médico y médico-humano, entró a la política, se convirtió en gobernador de la región Junín y es secretario general de su partido Perú libre. Por problemas en su gestión como gobernador, fue condenado sin ir a prisión y por esto no pudo competir como candidato presidencial de su partido. En su plan de gobierno reaparecieron viejas ideas del Partido Comunista peruano pro-soviético que corresponden a la segunda mitad del siglo XX, antes del naufragio de la URSS (1991), sin examen alguno de su validez y pertinencia para un país como el nuestro, 40 años después. La sorpresa mayor fue que el partido Perú Libre fundado en Huancayo ha sido el primero en atreverse a competir por la presidencia, ese coto de caza de los partidos y candidatos de la limeñitud: limeños propiamente y provincianos incluidos dentro de esa visión política de privilegio. 

Luego de una ajustada y legítima victoria electoral, chotanos de Cajamarca y huancaínos de Junín pasaron a ser los nuevos ocupantes del gobierno; quedó fuera de juego el grueso de la clase política, aunque unas pocas figuras mediáticas querían ser tomadas en cuenta por sus favores ofrecidos en la fase final de la competencia. Después de la tercera gran derrota de su candidata Madame Keiko -señora K-, las fracciones de la derecha se unieron por el dolor y rabia de su derrota y por la cólera de no ver a nadie de los suyos en el gobierno. Como no saben perder, se negaron a reconocer la victoria del profesor. Sus líderes como el reaccionario creyente Rafael López Aliaga y el ultraderechista almirante en retiro Jorge Montoya, continuaron insultando al profesor y su compañeros, despreciándolos, midiendo sus palabras porque gracias a la conquista de algunos derechos en Perú, ya no es posible decirles impunemente como antes, “indios”, “cholos”, “auquénidos”, “cholos de mierda”, aunque sigan calificándolos mentalmente con esas categorías, heredadas del viejo racismo colonial y multiplicadas en los últimos 200 años de “vida republicana”. 

Por los rostros del color de la tierra de los primeros funcionarios, su evidente procedencia andina, sus deseos de cambio y aquella consigna “No más pobres en un país rico”, el gobierno fue inmediatamente considerado como si fuera de izquierda. Parecía, pero habría que preguntarse si es de izquierda y -más aún- por qué pudo ser y no fue, ni es.

–¿Con quiénes gobernar? Se preguntaron Pedro Castillo y Vladimir Cerrón.– Con gente como nosotros, no con derechistas ni caviares disfrazados de izquierdistas; somos nosotros los izquierdistas porque somos el pueblo y lo representamos, dijeron, muy seguros de sí mismos.

No esperaban la victoria; su horizonte terminaba en 5 o 6 congresistas para que el partido provinciano Perú Libre tenga presencia nacional en el congreso. Nada más. Pero los símbolos usados (sombrero, el lápiz, hablar un castellano andino urbano, aparecer a caballo) y su condición de campesino-sindicalista-profesor, despertaron en sus pares y en las comunidades andinas y nativas, en los pueblos jóvenes, cerros, y en las capas populares urbanas, principalmenrte, una gran simpatía y complicidad, suficientes para ganar votos, llegar a la presidencia y contar con 37 de los 130 congresistas, la minoría nacional más importante. El Jurado Nacional de Elecciones los declaró ganadores un día antes de la juramentación. Era suya la responsabilidad de gobernar y no tenían idea de cómo hacerlo. ¿Con quiénes? Para responder a estas preguntas, tenemos la obligación de conocer uno de los cambios más importantes en el país que fue anunciado alrededor de 1995: en la guía telefónica de Lima, el apellido Quispe pasó a ser el más numeroso; quedaron atrás los García, Pérez, o Rodríguez. Para los migrantes recién llegados a Lima o de primera segunda o tercera generación, acceder a tener un teléfono propio era imposible. También para muchos de los García y los Pérez. Todo empezó a cambiar cuando la empresa española de teléfonos recibió un maravilloso regalo del sr. Fujimori, la Compañía Peruana de Teléfonos, vendida a precio de remate. Para ganar más dinero, los españoles masificaron la posibilidad de tener un teléfono, entonces fue posible que los Quispe, Sayre o Mamani aparezcan en la guía de Lima. Para eso, los Quispe, Sayre o Mamani eran ya hijos de andinos de segunda o tercera generación, con el castellano como lengua materna, una profesión, un negocio exitoso o ser en los mercados mayoristas eso que se llama “rey de la papa”, “rey del camote” o “rey de los costales”, o simples dueños de puestos en los mercados, llevados familiarmente y con eficiencia; también como nuevos empresarios en los parques industriales como el de Villa el Salvador, por ejemplo. Estos migrantes con una profesión de comerciantes o diplomados de universidades, quechua o aymara hablantes en un número reducido, guardan sin embargo el color de la tierra y las facciones indígenas o campesinas andinas de zonas de habla castellana como Cajamarca. Por eso, para los chotanos y huancaínos, ellos son las gentes como ellos, “gente como nosotros” o “gentes que se parecen a nosotros”. 

La primera ola de ministros y de altos jefes en ministerios comparten las mismas características: rostros cajamarquinos, andinos del centro y sur, profesionales con diplomas universitarios, apellidos indígenas de preferencia, salvo excepciones de gentes diferentes en los ministerios de Economía y Relaciones exteriores que se parecen a los llamados caviares considerados y tratados como enemigos. Otra vez las provincias contra Lima, en una especie de tardía venganza. Parece evidente que hablar quechua o aymara no fue un requisito y es una excepción el caso del ex primer ministro y congresista Guido Bellido, ingeniero cusqueño chumbivilcano de madre monolingüe que tiene un dominio del quechua y expresa su orgullo de pertenencia al pueblo quechua y de hablar su lengua. 

Yendo a un nivel más profundo de la compleja realidad del Perú, es posible observar que los profesionales nacidos en provincias andinas que hablan quechua o aymara pero tienen caras que se parecen más a Pizarro que a Huáscar, han sido excluidos de esa primera fase de selección gubernamental de altas autoridades. 

¿Con quienes gobernar? En el caso Castillo-Cerrón, con personas que inspiran confianza: familiares cercanos, amigos, paisanos, recomendados por los amigos. En la primera fase, que probablemente ya está terminando, no hubo pedidos de curriculums, y menos documentados. Por el carácter provinciano del presidente y su mentor y aliado principal, los millares de candidatos a puestos en los niveles importantes de gobierno, sobre todo varones-limeños o no, pero todos dentro de la lógica limeña de acceso al poder- no fueron tomados en cuenta; no tanto por el espíritu oficial anti-limeño y anti caviar sino por el hecho real del poco o nulo conocimiento de la existencia misma de esos millares de candidatos. Si el gobierno resiste las arremetidas de las derechas en el congreso tienen la consigna de vacarlo y logra gobernar hasta 2026, tendrá que recurrir a parte de esos millares disponibles -de derecha, centro y también de técnicos y políticos de izquierda en busca de trabajo-, y hasta pedir curriculums y recomendaciones de esas personas a las que no conocen.  

Con la victoria de Pedro Castillo, Perú volvió al reino de la improvisación ya conocida en el pasado, tanto para encontrar ministros y altos y medianos cargos, como para ir tomando decisiones que no forman parte de programa alguno y que, por eso, el color rojo del arco iris político parece lejano, sin que les importe la cuestión ética de con quien se alían o no. Entretanto, el curso de la vida continúa, el gobierno se inserta con rapidez en la inercia dejada por el gobierno anterior y el profesor Castillo en su “discurso a la nación” del 15 de marzo presentó un interminable listado de obras como si hubieran sido de su gobierno, sin tener la generosidad y honradez de agradecer lo que de bueno le dejó el gobierno anterior.  

Como Fujimori en 1990 y Toledo en 2001, Castillo y Cerrón no tenían los cuadros suficientes ni para ocupar los ministerios 

No estaban dadas las condiciones de contar con lo que se llamó un “equipo técnico” que preparase los planes de gobierno en cada ministerio; no tenían propuestas ni podían discutirlas con quienes aceptaron formar parte de ese inexistente equipo técnico, pero que sí se comprometieron con el gobierno en la primera aparición ante la prensa. Fue inevitable que buscasen personas conocidas en el mundo de la izquierda, de preferencia no caviares- o respetables, profesionales sin partido que se comprometiesen a dar sus nombres para aparecer en los dos debates de campaña en la televisión, sin tener la menor idea de lo que el gobierno quería hacer. Como Fujimori en 1990 y Toledo en 2001, Castillo y Cerrón no tenían los cuadros suficientes ni para ocupar los ministerios, por eso tuvieron que buscar cuadros de izquierda para ser ministros, con la seguridad de que en el camino sabrían para qué. Sin duda tiene su encanto eso de ser ministro, aunque ese alto cargo sirva después para figurar en una tarjeta profesional o de visita como exministros o exministras. Por todo lo dicho, en casi ocho meses, el gobierno ha tenido ya cuatro gabinetes y los ministros duran aproximadamente menos de dos meses cada uno o una. Lo más probable es que no les preguntaron si tuvieron antecedentes policiales, civiles o penales y si alguna vez los escogidos golpearon a sus mujeres y/o hijas o hijos. Es probable que muchos de esos ministros no hablaron de sus trapos sucios porque esperaban y esperan que como en los quinientos años de historia del poder colonial y republicano, el poder amigo les ayude a esconder el pasado o desaparecerlo. No pensaron en que, en los últimos tiempos, en la policía y en el poder judicial hay servicios dispuestos a entregar a los medios de comunicación, sobre todo a los programas dominicales, los datos precisos que sirven para derrumbar a ministros y altos cargos acusados por el momento de algunos hechos delictivos o de posible corrupción, porque eso de presentarlos como “comunistas” no convence a nadie. Después veremos si esos portadores de las malas nuevas para los adversarios servirán con el mismo empeño a ministros y altos cargos de las derechas. En el pasado, los gobiernos de derecha escogían como ministros y altos cargos a sus hombres de confianza sin preguntarles nada ni averiguar los trapos sucios que tenían. 

Unos días ante de la juramentación del presidente Castillo, se presentó al local político en la casa del maestro en Lima un grupo de manifestantes con una banderola sostenida por una “Asociación peruana de profesionales provincianos”, formada seguramente unas horas antes, para que su “hermano Pedro Castillo” los tome en cuenta para gobernar. Por esa vía y por el contingente de ex funcionarios provincianos en la región de Junín conocimos a las personas con grados universitarios, rostros andinos-color de la tierra y apellidos indígenas en el espacio llamado nacional de la política peruana; es decir, Lima y sus imágenes reproducidas en provincias del país porque en Perú nada puede ser nacional sino comienza en Lima. 

¿Son suficientes los títulos universitarios, rostros andinos y los apellidos indígenas para hacer una buena gestión de gobierno?, No. Tampoco para suponer que esos rasgos bastan para ser “de izquierda”. No se les preguntó ni tuvieron tiempo de averiguar si son buenos profesionales y honrados para asumir las nuevas responsabilidades. La fórmula salvadora en casos como esos solo es, “lo nuevo se aprende, hermano”. No llegó aún a esos predios aquel célebre verso No hay camino, camino se hace al andar del poeta republicano español Antonio Machado.

El nuevo personal escogido solo cuenta con lo que aprendió y tiene; carece de una dirección que el gobierno aparentemente de izquierda no puede ofrecer porque tampoco la tiene. Para los profesionales provincianos de ayer y de hoy como para todos los profesionales del país, de lo que se trata es de ganar más dinero, tener una buena casa, un auto y buscar una buena jubilación. Estas aspiraciones gruesas no son las mismas si los profesionales salen de una universidad privada en la que se pagan pensiones como las de universidades norteamericanas o si salen de universidades nacionales de bajo prestigio o si egresan de la clausurada universidad Alas Peruanas. No es lo mismo formarse para irse a trabajar y vivir en Estados Unidos, para encontrar un empleo y tener una casa en Villa María del Triunfo, o para salir de San Juan de Lurigancho e irse a vivir en un barrio de capas medias en Lima. En buena parte de estos procesos de transformación de migrantes en proceso de ascenso social, aparece el componente estructural de la peruanísima corrupción, por eso de las pequeñas coimas para lograr un puesto, la influencia de alguien más o menos bien situado en las argollas grandes, medias o pequeñas que crecen como la mala hierba, en todas partes. Cuentan que el ministro de salud Condori había preguntado al ocupar su alto puesto: cuánto dinero hay en caja para gastar. Por una pregunta como esa, salen a la superficie las ganas que pueden terminar en reproducir la eterna corrupción. 

¿Vuelve la corrupción a la Casa de Pizarro como un fantasma vivo desde hace casi quinientos años?  

Entre muchas grandes y pequeñas responsabilidades, gobernar significar firmar contratos para la ejecución de proyectos que las empresas presentan por iniciativa propia o a pedido de funcionarios de un gobierno que se sienten seguros de la importancia y urgencia de realizarlos. Una novedad mediática de los últimos gobiernos es la aparición de dos lobistas mujeres encargadas de mediar entre los beneficiarios de los proyectos y quienes firman los contratos. En muy poco tiempo, el gobierno del profesor Castillo está ya envuelto en escándalos mediáticos que decepcionan a sus votantes, para el regocijo de las derechas.  

En pocas semanas, los lobistas y empresarios trataron y tratan de llegar al presidente. Aumenta el número de casos, se multiplican los indicios, parecen comprometidos los sobrinos; al sr. Pacheco, secretario de la presidencia, lo pillaron con 20 mil dólares en el baño de su oficina. Sin confesar culpas ni pedir ser “colaboradores eficaces”, sino declarándose solo “colaboradores de la justicia”, anuncian que han recibido amenazas de muerte y piden protección oficial. En su “discurso a la nación” del 15 de marzo, el presidente Castillo respondió afirmando su plena inocencia de todos los cargos de corrupción contra él, que no ha recibido un solo centavo, que basta ya con la campaña para vacarlo y tendió la mano a los congresistas para que el ejecutivo y el congreso trabajen juntos y encuentren soluciones a los problemas urgentes del país. El presidente Castillo podría ganar la segunda batalla para evitar su vacancia, si de aquí al 28 de marzo no apareciese una bombita del sr. Pacheco, por ejemplo, contándole a un fiscal o al programa Panorama del canal 5 de TV, que los 20 mil dólares del baño de su oficina en el palacio sería la cantidad que recibió por su mediación para que el gobierno acuerde atribuir algunas decenas de millones de soles a una expresa constructora y que una cantidad muy superior podría haber correspondido al presidente Castillo. Podría tener el mismo resultado alguna otra denuncia de parecido calibre que aparezca por sorpresa. (Dos detalles que cuentan: al terminar su discurso, el presidente Castillo saludó a la bancada fujimorista; y, en una sesión del congreso el 8 de marzo, uno de los congresistas del partido Perú libre, al terminar su intervención, le dijo a la presidenta del Congreso, “le envío un besito”; turbada la señora Alva le respondió: si su beso es por el día de la mujer, lo acepto”. ¿Besitos a la señora Alva que no oculta su deseo de ser presidenta cuando Castillo caiga?), ¿no habrá ya un acuerdo bajo la mesa para que el gobierno y los congresistas se queden hasta 2026, cesen las amenazas, y la señora Alva posponga su deseo?    

¿Es de izquierda el gobierno del sr. Castillo? 

Aparentemente sí, por cuarto razones: una, porque Castillo representó desde su sorpresiva aparición, una esperanza del pueblo andino amazónico y popular costeño tanto de migrantes en pueblos jóvenes de lima y las ciudades del interior como de los barrios limeños de vieja tradición popular. Dos, porque el partido Perú libre se definió como marxista leninista. Tres, porque diversas agrupaciones de la izquierda electoral peruana habrían estado comprometidas desde el comienzo como, probablemente, Patria Roja; y porque otras, como Juntos por el Perú y Nuevo Perú declararon su apoyo en la segunda vuelta y luego, Nuevo Perú, ofreció dos ministros como parte de un evidente entendimiento, que terminó con su retiro del gobierno. Finalmente, cuatro, porque la derecha dura y sus aliadas calificaron al gobierno de “comunista” por la amenaza que significaría un presidente terrorista-senderista para que el nuevo gobierno quite a los peruanos sus propiedades, casas, dinero, cuyes y demás bienes, y produzca la desaparición del Perú. ¿serían suficientes las cuatro razones para creer que el Perú tiene hoy un gobierno de izquierda?

En ocho meses, el gobierno no ha tomado una sola medida seria, que pueda ser calificada de izquierda 

Para saber si se trata de un gobierno de izquierda o no, me detendré particularmente en las decisiones tomadas por el gobierno. Un buen punto de partida, es la confesión del presidente Pedro Castillo en su discurso del 15 de marzo, para ganar la voluntad de las derechas. Sin decir nada serio y de fondo sobre el problema de la desigualdad en Perú por responsabilidad central de las clases capitalistas y aristócratas serviles de los tiempos coloniales y el primer siglo después de la independencia, Pedro castillo dijo lo que sus adversarios enemigos querían oír: creemos en la economía social de mercado, en la propiedad e inversión privada que el Perú necesita, en la libre competencia. Solo eso, sin siquiera alguna objeción o novedad sobre ese programa enteramente burgués. ¡Vaya programa comunista que tiene el gobierno en nombre del pueblo y de la izquierda!  No dijo una palabra sobre el gravísimo problema de las señoras de todos los segmentos que la categoría de pueblo encierra, al ir a los mercados y constatar cómo los precios suben a gran velocidad. No les dijo a esos segmentos del pueblo nada de lo que quieren y esperan de un gobierno del pueblo. En ocho meses, el gobierno no ha tomado una sola medida seria, que pueda ser calificada de izquierda, se limitó a continuar con la inercia en el manejo de la economía, seguir con las obras del gobierno anterior y, en extraordinaria unidad con las derechas, acordaron leyes que recortan más las reglas del juego democrático y favorecen a los burgueses de la educación superior para salvar sus universidades clausuradas, por ejemplo.     

No forma parte de la conciencia popular, una clara distinción entre gobiernos de izquierda o de derecha porque en ella se registran convicciones como las siguientes: “todos los gobiernos hacen lo mismo”, en el congreso “todos los congresistas son iguales” porque tienen los mismos privilegios; lo que les interesa es “aprovechar todo lo que puedan hasta que se vayan”. Sin influencia de una izquierda partidaria alguna, los más críticos concluyen de modo lapidario: “todos los gobiernos roban, lo primero que hacen es robar”. Nos guste o no, ese es el nivel de lo que se llama conciencia política en la parte más numerosa de la población peruana. En otras palabras, las izquierdas no han sabido llegar hasta ese primer piso de la conciencia de los segmentos mayoritarios de la categoría pueblo porque solo han tenido ojos y oídos para ver y oír sus ambiciones de llegar al congreso; con excepciones, es cierto. Como todo el arco iris político está en lo mismo, los grupos constituyen lo que en Perú se llama una “clase política”, categoría ajena a los análisis serios de las estructuras de clases en las sociedades, pero que ilustra muy bien la atención que se presta a un hecho cierto e inobjetable, los congresistas comparten los mismos privilegios y es también común el olvido del pueblo entre una elección y otra. La frase, “todos los gobiernos entran para robar”, de un taxista del Callao, y “hasta ahora el gobierno no nos ha dado nada a los que votamos por el candidato del sombrero”, de una señora, empleada del hogar que vive en San Juan de Miraflores, ilustran, tanto su percepción política como una conclusión certera y una frustración de quien por su voto tenía derecho a esperar algo bueno a cambio. Sin el ejercicio del principio de reciprocidad, no hay en Perú un voto duradero para ningún partido político. 

Histórica división, graves y gruesos errores por eso de “fuera de las curules, el poder es ilusión”     

Hubo en la historia electoral la izquierda peruana dos grandes momentos en los que pudo crecer y afianzarse como una seria opción electoral. El primero, fue con la candidatura de la Alianza Revolucionaria de Izquierda, ARI, simbólicamente, SÍ, en quechua. Hugo Blanco era entonces el líder salido del pueblo, con una trayectoria política de primer orden: a la cabeza de un movimiento poderoso de reivindicación de la tierra (“Cusco, tierra o muerte”, 1962-1967) junto con los arrendires de La Convención hicieron la primera reforma agraria en Perú; por su atrevimiento y la muerte de un policía estuvo a punto de ser condenado a muerte, pero fue salvado por un poderoso movimiento político internacional en defensa de su vida; luego de 8 años en El Frontón, fue liberado por el gobierno del general Juan Velasco Alvarado; una vez libre volvió a hacer el trabajo sindical y político y por eso fue dos veces enviado al exilio; finalmente, fue el líder de izquierda más votado en las elecciones para la Constituyente de 1978. Con esa trayectoria habría sido un excelente candidato de la izquierda no para ganar las elecciones de 1980 sino para que la izquierda se convirtiese en una nueva fuerza política, capaz de ganar la presidencia 10 o 15 años después. La posibilidad terminó con la ruptura de ARI: las fuerzas de los partidos comunistas por soviético y pro chino junto con Alfonso Barrantes, se opusieron frontalmente al candidato, descalificado por “trotskista”. Vanguardia Revolucionaria (VR) y otras organizaciones sostuvieron hasta el final la candidatura de Blanco a la presidencia, porque la posibilidad de contar con una candidatura socialista era de un gran potencial para la izquierda; todo terminó cuando el propio Hugo Blanco y su Partido de los Trabajadores, PRT, decidieron salir de ARI para ir con una candidatura propia porque consideraban que la segura victoria del líder trotskista mundial más importante de ese momento no debía ser compartida con los pro soviéticos y pro chinos. Trasladada al Perú, la vieja división europea entre socialdemócratas versus comunistas, comunistas versus trotskistas; luego, la profunda división entre pro chinos, pro soviéticos y trotskistas, la realidad peruana fue vista con ojos europeos y asiáticos, olvidando aquella tesis de Mariátegui: “El socialismo en el Perú no será calco ni copia sino creación heroica”. Después del desastre de ARI se formó Izquierda Unida, IU, la que estalló en pedazos porque se formó como una alianza electoral, con una consigna nunca escrita pero sí vivida y sentida: “salvo una curul el resto es ilusión”. La definición como mariateguistas, compartida por todos sus miembros, fue solo un uso político del amauta para fines ajenos a su pensamiento y a su modo amplio y en nada sectario su acción. 

El segundo momento llegó en 2011, cincuenta años después, con la posibilidad de una candidatura de Alberto Pizango, el líder que junto a los pueblos indígenas amazónicos se enfrentó y derrotó al gobierno aprista de Alan García en una dura batalla para defender la vida y culturas de los pueblos amazónicos. García dio muchos decretos para que las tierras de las comunidades nativas se dividan entre sus miembros y luego, sean vendidas a particulares y a empresas dispuestas a sacar el máximo provecho de los recursos escondidos en los montes: petróleo, gas, oro, madera, conocimientos. Los pueblos indígenas dijeron no; se pintaron las caras y tomaron simbólicamente sus flechas; el limeño García que nunca entendió el Perú, los menospreció llamándolos en El Comercio, “perros del hortelano” y “ciudadanos de segunda categoría”, y envió al ejército a reprimirlos.

En la “curva del diablo”, cerca de Bagua, volvió la muerte, como siempre, desde tiempos coloniales y republicanos. La solidaridad con Alberto Pizango fue enorme: “Todos somos indígenas” y “Cristo también fue un indígena”, fueron dos de las más profundas pancartas en Lima y en Iquitos. Los jueces ordenaron apresar a Pizango. Él se escondió. Lo que quedaba de la izquierda electoral peruana en ese momento, en vez de convertir a Pizango en candidato a la presidencia porque era un indígena profesor bilingüe, victorioso en una gran batalla política, comparable en parte a la de Hugo Blanco, 50 años antes, prefirió ayudarlo en la clandestinidad y convencerlo que partiera al exilio en Nicaragua; en dos palabras, que desapareciera. Parte de los dirigentes, de los pocos que quedaban de la izquierda, buscaron con qué aliados llegar al parlamento o para ser asesores, una especie de oficio nuevo para intelectuales de izquierda sin horizonte colectivo ni individual: el escogido fue un comandante retirado del ejército Ollanta Humala, cuyo mayor mérito fue convertirse en una figura mediática gracias a una espectacular e imposible rebelión preparada solo para unos pocos días, contra la corrupción del presidente Alberto Fujimori que lo sacó del ejército, al que volvió por decisión del congreso, y que fue retirado por segunda y última vez, luego de haber sido agregado militar en Francia y en Corea. El ex comandante candidato se habría acercado a Pizango para ofrecerle una candidatura provincial con el número 3, de imposible triunfo. Mi fuente sostiene que Pizango no aceptó. Ya sabemos que ese gobierno se vistió de rojo y de izquierda para ganar; luego, cambió de casaquilla para servir a la derecha y para tratar de conseguir, a dúo con su esposa, algunas propiedades con un dinero indebido, razón suficiente para ser procesado y condenado a 20 años si las pruebas del fiscal son admitidas por los jueces. Hasta ahí llegaron los últimos segmentos de izquierda unida, desprendidos en 1980.  Otra vez, la izquierda veía el Perú solo con ojos electorales. No estaban preparados para darse cuenta que son los pueblos indígenas los únicos defensores reales de los bosques y de las cuencas se agua, ambas fuentes de vida en grave peligro como todo el planeta y de la especie humana. 

Otra vez, la izquierda veía el Perú solo con ojos electorales. 

La tercera oportunidad para un gobierno de izquierda apareció con la sorpresa del profesor Castillo y su aliado y sostén partidario, con Vladimir Cerrón, pero se desvaneció rápidamente porque chotanos y huancaínos traían un hambre de poder muy grande; no quisieron compartir con el resto de la izquierda la oportunidad de gobernar juntos, sintieron que ellos eran “el pueblo” y los caviares no. No pensaron que tenían necesidad de las izquierdas, porque para gobernar un país de 33 millones de habitantes con un proyecto político de izquierda, se requeriría de por lo menos dos mil personas, cuadros competentes y honrados para ofrecer una dirección comenzando por ocupar los ministerios y sus múltiples niveles de responsabilidad en Lima como en las regiones, provincias y distritos; además en las empresas e instituciones públicas, etc. Los marxistas leninistas y huancaínos deberían haber recordado una vieja sentencia de Lenin al comienzo de la revolución rusa cuando los bolcheviques trataban de formular un programa de una nueva política económica en 1923 y no tenían cuadros políticos suficientes y menos los técnicos que hacían falta para cruzar ese inmenso país con carreteras y trenes y montar hidroeléctricas en todas partes: “para lo que nos hace falta, a los técnicos tendríamos que pagarles en oro lo que pesan”. No se trata solo de técnicos, por supuesto, también son necesarios profesionales bien formados en cada una de las ramas del conocimiento.  

En ocho meses, el gobierno del profesor Castillo ha vivido intensamente la división en su frente interno, con rupturas en su “bancada” entre partidarios de Cerrón y del profesor-presidente y la continuidad por inercia con lo dejado por el gobierno anterior. 

Aunque duela volver a mirar el pasado, es inevitable hacerlo para recordar que la izquierda nació en el siglo XIX europeo con el germen de su división:

1, comenzó con el Partido Social democracia y sus primeros desprendimientos con el Partido Comunista ruso, luego, la aparición de los Partidos Comunistas, chino, italiano, etc;

2, abierta oposición entre partidos comunistas y partidos socialistas;

3, oposición frontal entre el Partido Comunista soviético y Trotski y los sucesivos partidos trotskistas, igualmente divididos;

4, PC pro-soviéticos y pro-chinos, y subdivisiones entre ambos bloques, menos entre los primeros y más entre los segundos; subdivisión del PC prochino Bandera Roja, de la que se desprendió en 1971 el Partido Comunista-Sendero Luminoso;

5, desprendimientos de los partidos Movimiento de izquierda revolucionaria, MIR, Mir I…. MIR IV; Vanguardia revolucionaria desmembrada entre nuevos partidos trotskistas y maoístas de varios tipos);

6, formación de la Alianza Revolucionaria de Izquierda, ARI, luego de Izquierda Unida y su estallido en numerosos fragmentos;

7, surgimiento del Movimiento Revolucionario Socialista (MRS) fundado y disuelto por Aníbal Quijano, lo mismo que la revista Sociedad y Política. Esta fue la única organización política de toda la izquierda que no se dividió porque no tenía en su seno a caudillos que quisiesen reemplazar a Aníbal Quijano;

8, concluido el ciclo de 50 años de las izquierdas (1960-2010), surgió un nuevo bloque con el Frente Amplio, FA, que renovó la esperanza en la izquierda con sus 20 congresistas pero esa pequeña ilusión duró muy poco porque en menos de dos meses se dividió en dos bloques, el núcleo original del FA y los Partidos Juntos por el Perú y Nuevo Perú;

9; hoy, nos encontramos con la ruptura de la alianza del Partido Nuevo Perú y el partido Perú Libre, PL, luego de un tiempo muy corto;

10, ruptura en el Partido Perú Libre por la separación de la bancada del profesor Castillo, con casa propia, lejos de la bancada de PL. Aquí termina este desolador recuento que “es tan cierto que hasta parece mentira”, como dice un verso de una canción boliviana.  

las derechas y las izquierdas tienen muy poco que ofrecer para cambiar el país porque lo conocen muy poco y lo entienden menos 

Grave situación del Perú de hoy: las derechas y las izquierdas tienen muy poco que ofrecer para cambiar el país porque lo conocen muy poco y lo entienden menos y; lo que es peor, hacen muy poco por investigar la cambiante realidad en que vivimos. Los partidos se han convertido en maquinarias electorales, en vientres de alquiler para diversos postores o en pequeños aparatos también electorales para satisfacer los deseos de “personalidades independientes”, que se ofrecen como candidatos presidenciales (un ejemplo es Hernando Soto o de Soto). Las derechas de hoy han olvidado a sus intelectuales del siglo XX como José de la Riva Agüero o Víctor Andrés Belaunde. En la orilla del frente, José Carlos Mariátegui y José María Arguedas están presentes, la obra de Aníbal Quijano está aún por ser leída y está vivo, aunque trunco el legado de Alberto Flores Galindo por su temprana partida.  

Los partidos que se reclaman de la izquierda tienen el deber de permanente de investigar la realidad. Lamento que hoy los investigadores y/o intelectuales y los dirigentes políticos lleguen al extremo de ni siquiera conocerse. No se discute en el congreso nada de los problemas centrales del Perú y el mundo: el grave peligro del planeta que llamamos Tierra, el drama de la Amazonía que al perder sus bosques dejará de ser fuente de vida, las muertes anunciadas de mares y ríos, y el desolador impacto que la minería en todas sus variantes (multinacional o nacional, grande o pequeña, formal o informal, legal o ilegal) así como la riqueza y degradación humana que los narcotraficantes productores e intermediarios de muchas banderas nacionales, producen tanto en la Amazonía, como en los Andes y en la Costa. ¿Cuándo entenderán las izquierdas que los pueblos indígenas del Perú y de toda la cuenca amazónica son los mayores defensores de esa cuenca y del planeta? Sus guardianes de los bosques son las primeras y más numerosas víctimas: muertos, heridos y perseguidos por defender sus fuentes de vida, que son también las nuestras, aunque no queramos darnos cuenta de eso. Ayer fue asesinado en Madre de Dios Juan Julio Fernández.  

Mientras las derechas y las izquierdas pelean, se abrazan y se envían besitos volados en el Congreso, el planeta sigue muriendo, y los pueblos de diversos colores y los trabajadores peruanos y peruanas sufren el drama de eso que la burguesía llama informalidad para esconder la responsabilidad capitalista, tienen poco o nada que comer porque sus salarios y pequeñas ganancias son exiguas y alcanzan para menos. Se ensombrece más el horizonte, luego de la guerra que el sr Putin inició invadiendo Ucrania, sintiéndose una especie de emperador como Pedro el Grande para recuperar el espacio, el esplendor y la lengua rusa, que empezaban a perderse después del naufragio de la URSS en 1991. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, desapareció, se desvaneció en 1991. No existe más, ni volverá. El arreglo de cuentas es hoy entre bloques capitalistas: Putin representa al capitalismo en Rusia y quiere convertir a su país en una potencia, después de China. Estados Unidos siente que se le mueve el piso.  

Otra vez, la izquierda veía el Perú solo con ojos electorales. No estaban preparados para darse cuenta que son los pueblos indígenas los únicos defensores reales de los bosques y de las cuencas se agua, ambas fuentes de vida en grave peligro como todo el planeta y la especie humana. No basta hacer declaraciones denunciando esos peligros; importa más, convertir a los pueblos indígenas en actores sujetos no solo de sus historias propias sino de la política del país entero en franca y necesaria alianza con todas las fuerzas políticas que tienen aún el sentimiento-corazón de izquierda a pesar de sus decepciones que no tienen aun cuándo detenerse. 

una conclusión parece inevitable: las izquierdas llevan en su seno el germen de su propia destrucción. ¿Hasta cuándo? 

Después de dibujar este sombrío panorama de división en la izquierda, una conclusión parece inevitable: las izquierdas llevan en su seno el germen de su propia destrucción. ¿Hasta cuándo? Habrá que pensar en otro camino que afirme el terreno de la unidad, si aún es posible.

Sin en el esfuerzo por entender la historia, corremos el riesgo de perdernos en los múltiples y pequeños senderos de las disputas entre líderes de las izquierdas por mejores cuotas para ocupar más curules en el Congreso, que sería el único espacio posible para la política. Como no debemos creer el cuento de que los congresistas son los verdaderos representantes del pueblo olvidando que lo que cuenta más son los intereses particulares y propios que ellos representan y defienden, habría que recordar algo muy simple: el pueblo está en otra parte, allí donde los representantes vuelven para ver si los reeligen, porque más allá del congreso todo parece una ilusión. De allí hay que partir para formar otra izquierda. 

En cuanto a la unidad de la izquierda, desde que tengo memoria política (1960), siempre oí el llamado a la unidad de todos sus bloques o segmentos. Solo en los últimos 12 años, luego de la ruptura del Frente Amplio, surgió una nueva manera de mirarla: Como no sería posible la unidad de todas las izquierdas, a cada organización le correspondería ir por su propio camino con los aliados que pueda convocar y convencer (no cito un texto preciso, sino resumo en pocas palabras lo oído y leído en periódicos y declaraciones de dirigentes como Verónika Mendoza en algunos medios de comunicación). Esta posición que parece realista en su percepción de la división conocía y vivida, no es, sin embargo, suficiente para avanzar y crecer como lo demuestra la ruptura de la cortísima colaboración del Partido Nuevo Perú con el gobierno de Castillo. Si las izquierdas siguen presentándose divididas a elecciones presidenciales y congresales no ganarán nunca; consolarse con unas pocas curules será una vía corta hacia la desaparición. 

En una semana más, el 28 de marzo, debería presentarse el presidente Castillo o su abogado a una sesión del congreso para responder a preguntas para reemplazarlo en el gobierno y así lograr el record perfecto: seis presidentes en seis años, dentro de un régimen al que los propios liberales o los románticos republicanos que quedan no deberían llamar democracia. Si los cambios en el ministerio de Justicia y en la dirección de la empresa estatal Petro-Perú son suficientes para el entendimiento entre el gobierno de Castillo y las derechas del congreso, no habría vacancia. Si antes del 28 cayera el ministro de Salud, este sería un golpe duro más contra Cerrón y el camino estaría empedrado como un Qapaq ñan, para que se queden todos. Como escribí en un artículo anterior, más de 15 privilegios de congresistas son poderosas razones para no perder sus preciosas curules.     

Ultima reflexión: si como creo, el panorama para las izquierdas parece sombrío, la pregunta pertinente es ¿Qué posibilidades tenemos en Perú para renovar la izquierda y convertirla en una esperanza seria para cambiar el país?  Admitir la necesidad de plantearnos esa pregunta podría dar lugar a un debate a fondo, para, luego, intentar responderla. Entonces, intentaría responderla a partir de mi experiencia personal como intelectual de izquierda, a pesar de todo.                


Fuente: https://www.resumenlatinoamericano.org/2022/03/27/peru-es-de-izquierda-el-gobierno-del-profesor-castillo/

Rodrigo Montoya Rojas

Es antropólogo y escritor peruano, nacido en Puquio, Ayacucho. Profesor Emérito de la Universidad de San Marcos, de Lima, por la que se doctoró en 1970. También obtuvo un doctorado en Sociología en la Universidad de París, y es profesor visitante en varias universidades de Europa y América.


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