Resultará bastante fácil coincidir en que la epidemia de Covid, mostró los límites del proyecto civilizatorio del capitalismo. La anunciada revancha de la naturaleza frente a la agresión de un sistema politico y modelos productivos cuyo único interes es la ganancia, se tomó su tiempo pero se hizo presente.
El modelo de monocultivo que propone la agricultura industrial, la ganadería en confinamiento, la deforestación, la perdida de la biodiversidad, el ataque contra los glaciares o los humedales, los costos ambientales del fraking y la minería a cielo abierto, el aumento de la desertificación y el calentamiento global, quedan expuestos como causales de una pandemia que no sólo paralizó la economía mundial, aumentó la pobreza y dejó el saldo de cientos de miles de muertos, sino que parece anticipar un nuevo tiempo de catastrofes sanitarias.
Seguramente resultará mas polémico afirmar que la epidemia de Covid ha sido tambien un examen civilizatorio sobre los niveles de barbarie que anida en los distintos países, gobiernos y pueblos. Personalmente me cuesta utilizar la palabra barbarie por la connotación que tuvo la utilización de este sustantivo en la historia argentina, por personajes como Sarmiento. Pero no encontrando otro mejor, propongo retomarlo disputando su sentido político. Asocio barbarie a la ignorancia y a la ausencia de toda apropiación de la experimentación que nos precede como humanidad en el camino de la justicia, el bienestar, la solidaridad y la emancipación humana.
Corriendo todos los límites y remitiéndonos al mundo animal donde se valora la capacidad de los adultos de proteger a sus propias crías, y de los líderes de proteger a su manada. Mirados en ese espejo, el tránsito de la humanidad por la pandemia muestra ejemplos inquietantes.
Estados Unidos, el país con mayores recursos económicos y supuestamente con el más alto nivel científico, tiene el record de contagiados y fallecidos. La barbarie del pueblo estadounidense se expresa en haber votado y apoyado a un Presidente como Donald Trump, en haberle creído cuando decía que era «una gripecita que pasaría pronto», pero también en estadísticas que demuestran que casi el 50% de la población se niega a vacunarse. El pueblo que creyó en las virtudes curativas del dióxido de cloro, es el mismo pueblo que apoyó la invasión a Irak porque supuestamente tenía armas químicas. No deberíamos sorprendernos.
En otro rincón del mundo resalta el ejemplo de China, un país con una economía diversa, con grandes inversiones de multinacionales capitalistas, pero también con un Estado que controla resortes estratégicos como el transporte, la energía, las telecomunicaciones y el crédito. Es un país con fuertes contradicciones, donde no es difícil identificar aspectos negativos, sin embargo frente a la epidemia ha demostrado capacidad de responder a la conducción unica del partido gobernante. El gobierno de China acompañado por su pueblo, protegió a su población, y va a ser el único país en el mundo donde seguirá creciendo la economía y disminuyendo la pobreza.
Europa que ha podido presentar con orgullo la ampliación de derechos individuales, quedó expuesta por el desmantelamiento de sus sistemas de salud pública, que obligó a los médicos a elegir a qué paciente destinaban las únicas camas disponibles. Su hipocresía quedó consagrada con la sanción al futbolista Nelson Cavani por saludar a un compañero diciéndole «Gracias negrito», en el mismo país que ha vendido armas y ha participado en casi todas las agresiones militares a Africa.
Apelando a estos ejemplos podríamos decir que la pandemia ha tomado examen a los gobiernos, a los establishment políticos y también a los pueblos dejando expuestas los desniveles culturales. Quienes no nos identificamos con el giro reformista y pro capitalista de la Revolución China con posterioridad al fallecimiento de Mao Zedong, sin embargo no podemos menos que reconocer que el acumulado político, histórico y científico del PC que gobierna China, es abrumadoramente superior al de quienes detentan los poderes permanentes en Estados Unidos. Por eso China será la primera potencia mundial y al imperio estadounidense sólo le queda la carta de la guerra para detener su declive inexorable.
Siguiendo esta línea de análisis al referirme a Nuestramérica resulta inevitable hablar de Cuba. La epidemia golpeó a toda la economía mundial, pero no igual en todos los sectores de la economía. Uno de los rubros más afectados fue el turismo que es el principal aportante de divisas a la economía cubana, que además venía sufriendo un recrudecimiento del bloqueo economico por iniciativa del presidente Trump.
Hoy la gran noticia que nos llega de Cuba es que el país se prepara para garantizar vacunas gratuitas para distintos países latinoamericanos, empezando por los más pobres, en el primer trimestre de 2001. Cuba está experimentando con tres vacunas. La más adelantada es La Soberana. Después vendrán la Mambisa y la Abdala. Todas están producidas por el Centro de Ingeniería Genetica y Biotecnología.
El milagro de Cuba es la continuidad de un acumulado histórico, político y científico que empezó a expresarse desde los primeros años de la Revolución. En 1960 al recibir al fisiólogo frances Andre Voisin, creador del pastoreo racional, Fidel Castro le expresaba su coincidencia en su valoración de la vinculación de la salud de los suelos y los procesos productivos con la salud humana. Fidel ya sabía, hace 60 años, que si hablamos de salud el foco debe ponerse en los suelos y los procesos tecnologicos con que se producen los alimentos.
En los años 70 del siglo pasado se asociaba a la causa del socialismo y a la izquierda en general, con las luchas de la clase obrera y con la inteligencia. Alguna vez Julio Cortazar afirmó que la condición de intelectual era sólo compatible con una posición de izquierda. Los mejores poetas, escritores, muralistas, científicos, periodistas y sindicalistas no sólo eran de izquierda sino que la mayoría de ellos militaban en organizaciones revolucionarias. Basta mencionar algunos nombres: Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Alicia Eguren, Haroldo Conti, Oscar Varsavsky, Ricardo Carpani, Dora Coledesky, Carlos Olmedo, Roberto Carri, Juan Gelman, Agustin Tosco, etc.
En los últimos años y como saldo de la fuerte influencia neoliberal que dejó el macrismo, se ha desarrollado en nuestro país, una variante postmoderna de izquierda, que reniega de toda vinculación con el acumulado histórico y político de la propia izquierda. Esta variante tiene más preocupación por la perfomance, el pasilleo, o la sanata, que por el estudio, la escritura y la formación ideológica. Cuando se repasan sus fuentes abundan youtuber, académicos aéreos e influencer que promueven la provocación y el sectarismo desde las redes sociales. Sus coincidencias con la derecha en las posiciones anticuarentena o antivacunas, no son casuales. Suponen que el mundo empezó cuando ellos llegaron y, en nombre de la novedad, reivindican la ignorancia.
La reivindicación de la ignorancia, no es exclusivo patrimonio de la izquierda postmoderna. También la promueve el corporativismo que reduce la política a la obtención de recursos del Estado. Allí no se suprime el pasado sino que se lo banaliza. No se lo reivindica para promover el pensamiento crítico ni la acción revolucionaria, sino que se lo rebaja a la invocación folklórica.
En la izquierda como en la derecha el liderazgo de la barbarie no hace más que reproducirla. La reaparición de nuevos fundamentalismos con el consiguiente acompañamiento de tribunales inquisidores, la reivindicación de nuevas esencialidades que garantizan la verdad y la pureza, la gestación de nuevas burocracias que denostan a los liderazgos pero que cabezonean las decisiones, la obturación del debate político y su reemplazo por la agresión política o la amenaza de escrache, son expresiones de esa barbarie. En la izquierda como en la derecha si alguien gana prestigio promoviendo que no hay que vacunarse o no respetar el distanciamiento social, se deberían revisar los liderazgos, pero también trabajar sobre la conciencia de quienes adhieren a esas consignas.
La epidemia de Covid está tomando examen civilizatorio. Para los que gobiernan, los buenos o malos resultados son más que evidentes. Para los que no somos gobierno, queda pendiente el interrogante de qué hubiera sucedido si lo fuéramos.