Heráclito
Con los triunfos para evitar el riesgo de envanecerse y, eventualmente, acomodarse a las nuevas circunstancias, arriando las banderas. Con los fracasos, que serán muchos, para reunir las fuerzas suficientes para seguir luchando.
Debe entenderse que una tarea de tal naturaleza implicará ir casi siempre a contracorriente o, como diría Walter Benjamin, a contrapelo de la historia, teniendo que lidiar con un sentido común hecho a la medida del orden de cosas que se pretende cambiar radicalmente. Supone, además, estar dispuesto a asumir las consecuencias que se derivan de enfrentar poderes criminales, movidos fundamentalmente por el afán de lucro, y que están dispuestos a todo con tal de no retroceder un milímetro.
Retroceden, por supuesto, en esos momentos luminosos de la historia en que los pueblos consiguen avanzar a través de la lucha, episodios fulgurantes en que el tiempo parece detenerse, para luego dar un salto de décadas o de siglos en cuestión de días o años. Pero cuando estos poderes logran recuperar la iniciativa, retomar parte del terreno perdido, incluso ir hacia adelante, atropellando todo a su paso, los pueblos padecen la espesura de tiempos que parecen interminables, laberínticos, sin salida.
Ahora que la revolución bolivariana atraviesa por un difícil y fatigoso momento, es oportuno recordar uno de tantos episodios en que Hugo Chávez estuvo punto de darse por vencido y hacerse a un lado.
En 1997, tanto Chávez como una pequeña parte del Movimiento Bolivariano Revolucionario Doscientos (MBR-200) estaban convencidos de la inviabilidad de la toma del poder por la vía armada, por lo que había que comenzar a considerar la idea de participar en las elecciones presidenciales de 1998.
Tras salir de la cárcel, en 1994, y mientras recorría varias veces el país, relata Chávez, “me dediqué a hacer contactos con nuestros cuadros militares que seguían en la Fuerza Armada. Estaban muy vigilados, y habían sido muy dispersados hacia la frontera. Conversando y analizando con ellos, llegué a la conclusión de que un nuevo movimiento militar no era viable. Carecíamos de verdadera fuerza militar, y el factor sorpresa había desaparecido” (1). En contraste, “yo percibía directamente en la calle, después de haber recorrido pueblos y ciudades, que el impacto del 4-F seguía vivo y que tenía un respaldo sólido en el país” (2).
Chávez narra lo que sucedió la primera vez que planteó la posibilidad de elegir la vía electoral, en una reunión en Cumaná, con la dirección del MBR-200 del estado Sucre: “Cuando llegamos después al sitio de descanso, mis propios escoltas, que andaban con una pistola o un fusil viejo de la época de la guerrilla, vinieron a hablar conmigo, eran como ocho. Me dijeron: ‘Comandante, lo queremos mucho, pero para elecciones no cuente con nosotros’” (3).
En el estado Zulia ocurrió algo similar: “Recuerdo una noche, en Maracaibo, cuando hice el planteamiento de que íbamos a empezar a discutir el tema… Se pararon, y no recuerdo a nadie que me haya apoyado. Le estoy hablando de los cuadros regionales… A nivel de la dirección nacional había una composición más o menos paritaria de opiniones, pero en la mayoría de las regiones opinaban que eso era traicionar al movimiento y al pueblo” (4).
El cuadro general era realmente desalentador: “Muchos compañeros me acusaban de traicionar el MBR-200, de dejarme llevar por el electoralismo. Afirmaban que el sistema nos iba a tragar… Me sentía como en el banquillo de los acusados. Pasé unos días muy amargos, porque, después de haber creado aquel MBR-200 y de haber ayudado a arraigarlo por todo el país, el movimiento se fue radicalizando hacia la no-participación en elecciones. Surgieron voces de mucho prestigio apuntalando aquello. Esa corriente fue tomando fuerza, repetían que ir a elecciones era traicionar al pueblo, hundir el movimiento y defraudar las esperanzas de la gente” (5).
Luego de reunirse con la dirección del movimiento en el estado Táchira, Chávez sintió que no podía más: “Fuimos a San Cristóbal a otra reunión, y el veredicto fue peor para mí. Estaba cansado, golpeado duro, desalentado. Me dije: ‘Bueno, si es así, me retiro’ […] Recuerdo que al finalizar esa reunión en San Cristóbal, ya muy de noche, hablé con dos compañeros, fundadores del movimiento […] Les pedí: ‘Por favor, llévenme a la finca de mi padre’. Barinas queda como a tres horas. Aceptaron. Me acosté en el carro, tenía sueño, estaba cansado, cansado del alma. Me preguntaba: ‘¿Qué hemos creado? ¿Qué quiere esta gente? ¿Otro levantamiento militar? ¿Con qué? ¿Para qué?’. Ninguna posibilidad de éxito. ¡Y yo no era capaz de convencerlos! […] Estaba sobre todo cansado. Sentía una inmensa fatiga. Necesitaba una cura de soledad… Pasé como una semana allí meditando, paseando a orillas del río… Me quedé solo. Como Jesús en el desierto. No acepté que fuera más nadie” (6).
Allí, en aquel remoto paraje, “en aquella semana de soledad y de meditación llegué a la conclusión de que mi análisis era correcto. Una voz interior me decía de cumplir con mi deber y asumir esa misión. Me convencí de que debía liderar el país si quería cambiarlo. Y mi primera tarea consistía en persuadir a mis compañeros. Volví a la batalla. No soy de los que se rinden ante la primera dificultad […] Decía Heráclito: ‘El carácter es para el hombre su destino’” (7).
Acto seguido, relata Chávez, “convoqué a un congreso nacional del MBR-200 para debatir durante varios días. Fueron debates duros. Les recordé que, a veces, si no se quiere que la política sea peor de lo que es, se tiene que actuar. Y eso, en algunos casos, implica – como decía Max Weber – vender el alma al diablo. La política no siempre es para los puros. Es humana en el sentido más terrible de la palabra. Los únicos que creen que la perfección es posible en política, son los fanáticos. Al final, se tomó la decisión de hacer una gran consulta. Algunos […] no la aceptaron y se fueron. Pero bueno, lo que nos importaba, más allá de los sentimientos de los cuadros, era la opinión del pueblo […] Y al fin, en Valencia, el 19 de abril de 1997, se tomaron dos decisiones: primero, crear un instrumento político electoral; y segundo, lanzar mi precandidatura” (8).
La pregunta dista mucho de carecer de sentido: ¿qué hubiera ocurrido si Chávez no era capaz de sobreponerse a la inmensa fatiga, si optaba definitivamente por renunciar?
Hoy día resulta relativamente sencillo hacer balance histórico, y trazar la línea de continuidad entre la revolución teórica que protagonizaron los bolivarianos, con Chávez a la cabeza, cuando descubrieron la idea-fuerza de democracia participativa protagónica, a comienzo de los 90; la irrupción del chavismo como sujeto político, una vez que los militares rebeldes se fundieron en una misma fuerza con las clases populares, sobre todo después de 1994; la victoria electoral de 1998; las sucesivas victorias populares en los primeros años del siglo XXI; y la desaparición física del comandante en 2013, tras haber liderado una revolución que significó para las mayorías populares el mejor momento de toda su historia. Pero esa trayectoria ha podido verse truncada tan temprano como en 1997, como deja ver el relato del mismo Chávez.
Las derrotas pueden ser también combustible para las victorias por venir. Ellas pueden arrastrarnos incluso a la soledad. Forjar el carácter consiste, entre otras cosas, en descubrir que, incluso en las peores circunstancias, cuando se lucha por la causa de los pueblos, no estamos realmente solos.
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(1) Ignacio Ramonet. Hugo Chávez. Mi primera vida. Vadell Hermanos Editores. Caracas, Venezuela. Pág. 684.
(2) Ignacio Ramonet. Hugo Chávez. Mi primera vida. Pág. 685.
(3) Ignacio Ramonet. Hugo Chávez. Mi primera vida. Pág. 687.
(4) Ignacio Ramonet. Hugo Chávez. Mi primera vida. Pág. 686.
(5) Ignacio Ramonet. Hugo Chávez. Mi primera vida. Pág. 687.
(6) Ignacio Ramonet. Hugo Chávez. Mi primera vida. Págs. 687-688.
(7) Ignacio Ramonet. Hugo Chávez. Mi primera vida. Pág. 688.
(8) Ignacio Ramonet. Hugo Chávez. Mi primera vida. Pág. 690