El tiempo corre hacia las elecciones en medio de instituciones democráticas que parecen marchar hacia su ocaso. Las razones para la esperanza son pocas. Salvo que se decida encaminarla en una dirección distinta a la que marcan el hábito o la indiferencia.
Una línea de análisis en cuanto a los posibles resultados de las elecciones legislativas de este año es la de si el oficialismo logrará la proporción de legisladores suficientes (un tercio de cada cámara) como para bloquear posibles insistencias del congreso nacional frente a vetos presidenciales.
Que la cuestión esté planteada denota parte de la deriva antidemocrática que ha tomado el ejercicio del poder político-institucional en Argentina. El poder ejecutivo necesita diputades y senadores para invalidar con libertad cualquier ley que apruebe el parlamento.
Lo anterior va aunado con los números necesarios para conseguir que al menos una de las cámaras apruebe los decretos de necesidad y urgencia (DNU) con los que se decida usurpar las facultades parlamentarias. Es sabido que la generalidad de los DNU no son necesarios ni urgentes, por lo que constituyen avances indebidos sobre las facultades de quienes se supone son “representantes del pueblo”.
“Vetocracia” y “decretismo” son dos dimensiones del predominio del ejecutivo cuya ratificación se busca por la vía electoral. El presidente Javier Milei ha manifestado más de una vez que no le interesa la popularidad. Su objetivo sería hacer realidad “las ideas de la libertad”.
La preocupación centrada en impedir que le trunquen el intento de reestructuración regresiva de la sociedad argentina se halla conteste con sus prioridades: No importa tanto la cantidad de votos, no es decisivo el grado de consenso popular. Lo definitorio es que el gran capital pueda tener sus reformas laboral, previsional y tributaria que (en principio) requieren ser aprobadas con fuerza de ley.
Como es sabido, el gobierno juega contra reloj. Necesita mantener el precio del dólar, el mantra del equilibrio fiscal y la contención de la inflación hasta la ya cercana fecha de elecciones. Hay indicios de que puede perder alguna de esas batallas, o todas a la vez. Las recientes votaciones del senado le trazan un itinerario de posible fracaso, remitiéndolo al recurso del veto, con riesgo de no poder sustentarlo.
El talante despectivo y prepotente que es marca de fábrica del presidente ha contribuido a llevarlo a una situación peligrosa. Pero la cuestión de fondo es la inconsistencia de sus políticas. Allí es mucho lo que se improvisa. Y bastante lo que está sometido a continuos ensayos de prueba y error. Lo que no es repentista es la vocación desreguladora, privatizadora. Y destructora de cualquier política estatal con sentido social.
El avance entre retrocesos.
Ya es un tópico referirse a que La Libertad Avanza (LLA) no tiene nada sólido a su frente en términos electorales.
Con el peronismo desleído y sin aspirantes consolidados a ser “tercera fuerza”, LLA puede contar con ser beneficiaria del ausentismo masivo y del voto por descarte de quienes antes preferían a PRO y sus aliados. Más aún si se tiene en cuenta el virtual archipiélago de situaciones provinciales parcialmente disociadas en el que se ha convertido la política argentina.
La capitulación del macrismo ante la arrogancia de los “libertarios” y la pérdida por los radicales de toda referencia que no sea la conservación de espacios de poder resultan elocuentes.
En el costado opositor el peronismo parece haber perdido ya el paradójico impulso que le dio la prisión de Cristina Fernández de Kirchner. No está en los planes de su algo enmohecida dirigencia emprender una lucha en toda regla contra la proscripción. Y en cuanto a las “nuevas canciones” que ha prometido Axel Kicillof, es difícil encontrar partituras novedosas. Sobre todo cuando no hay otra perspectiva que reconquistar el aparato del Estado para administrar lo que hay.
¿Otra vez lo de siempre?
Así las cosas no hay elementos para que la población albergue esperanzas de que puede cambiar algo por medio de los políticos realmente existentes. Los cruzados “anticasta” organizan su partido con jubilados del menemismo y punteros de cualquier procedencia. Los “nacionales y populares” tienen cada vez menos fuerza y argumentos para hacer creíble su amor por el pueblo y la nación.
Ya no se trata de la crítica a la democracia formal en nombre de un gobierno del pueblo en sentido sustantivo. Las mismas formalidades han decaído sin que ni siquiera se lo lamente mucho, más allá del micromundo de los columnistas de grandes diarios. Los muy ricos son los únicos beneficiarios claros de este arrastrarse por el piso de la democracia.
Sería deseable que consiguieran mayor visibilidad y articulación aquellos que realmente no forman parte de ninguna “casta”. Los que, todos lo saben, jamás se llevaron al bolsillo ni un centavo de “la nuestra”, como ahora se dice. Eso depende en gran parte de la militancia incansable y la comunicación acertada, es cierto.
También se necesita que cierta parte de nuestro pueblo decida hacer algo concreto con el respeto y la simpatía que le profesa a quienes no comen de la mano de los poderosos. Y les ponen el cuerpo a todas las luchas. Cada vez hay menos razones para seguir votando a los de siempre.
Y mayores motivos para darle un contenido constructivo a las iras acumuladas durante todo tiempo. Los resultados de hacerlo hacia la derecha ya están bien a la vista.
Fuente: https://huelladelsur.ar/2025/07/20/elecciones-persistencias-y-alternativa/