Walsh y la revolución posible. Por Astor Vitali

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“Para hablar de intelectuales en este país, para hablar en serio de intelectuales en este país, tenemos que empezar nombrando a Rodolfo Walsh”, decía David Viñas en su clase pública de retórica, que registró un canal de televisión, dictada en medio de un debate que se suponía que versaba acerca de la relación entre intelectuales y política en Argentina. Memorable.

El viejo Viñas también decía: “desde ya, con sus contradicciones, viejo. No para ingresarlo a la comunidad de los santos”.

Con sus contradicciones. Viejo.

Digamos: la materia del aprendizaje -esto es aquello que nos permite aprender- está justamente hecha del sustrato que constituye la línea que determina una cosa de otra, la argamasa que delimita, el contorno de los fenómenos que analizamos y de cuyo análisis aprendemos (o asumimos que aprendemos, dado que sacamos conclusiones).

La línea que determina una cosa de otra, nuevamente, es lo que nos permite identificar, enunciar: esto es esto, esto es lo otro; va de allí y hasta aquí.

En el paso de una cosa a otra cosa, hay un punto de inflexión que se vuelve punto de partida: para Rodolfo Walsh los fusilamientos de José León Suárez resultan esa línea que delimita el contorno que nos permite pasar de un Walsh a otro Walsh: del antiperonista que se emociona y aplaude las jornadas “heroicas”[1] de los militares alzados contra Juan Domingo Perón –en rigor, contra un proceso parido del seno de lo popular, es decir, contra lo popular– al  periodista que progresivamente comprende que todas las promesas provenientes del peculiar liberalismo argentino (república, democracia, etc.) no serían más que postulados vacíos sobre los que sus defensores y perpetradores irían acumulando cadáveres uno a uno. Y Walsh cambia, pasa entonces, de Perón a Fidel Castro, de los cafés liberales de La Plata y Buenos Aires a la clandestinidad y el bulto armado en la cintura; de la literatura policial de inspiración inglesa a la Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar Argentina.

Paréntesis: la columna de hoy versa acerca de una obsesión que, confieso, me asecha diariamente. “Hay que hablar de Rodolfo Walsh, viejo”, resuena en mi cabeza, cuando tiene huecos; sensación que padezco con frecuencia.

Pero ¿por qué hay que hablar de Rodolfo Walsh? ¿Y por qué hay que hablar de Rodolfo Walsh centrándonos en sus contradicciones?

La primera conclusión es: hay que hacerlo porque el giro de Walsh a Walsh nos acerca a todos los seres capaces de pasear conciencias hacia la posibilidad de la redención humana y nos quita del ámbito inaccesible de los héroes. Pasamos del firmamento de las estrellas muertas e inaccesibles al orden terrenal hecho de barro e intemperie.

Dicho de otra forma: la operación que hizo Rodolfo para pasar de ser un Walsh a ser otro es una operación posible. En cambio, la operación que debe hacer un ser x para pasar de no-ser-un-héroe a ser-un-héroe es una operación, si no imposible, imbuida de una dificultad casi inaccesible, como se suele decir: “sobre humana”. Y ahí nos metemos en todos los problemas de los superhombres que se plantearon en la filosofía y el pensamiento político del siglo pasado.

Se sabe que, como modelo inspirador, no permanecen operativos esos esquemas idílicos y moralistas. Fueron diluidos en cómodas cuotas por el mercado político neoliberal que aprendió a hacer de todo, materia para sus góndolas existenciales.

Seguimos pensando: si esa operación (la de pasar de no ser a ser héroe) está por encima de la capacidad de un ser humano, entonces no hay ser humano que pueda con ella. Y si hay, deben ser muy pocos y, digamos, excepcionales.

Repasamos entonces, para subrayar: lo que señala Viñas en una charla cualquiera e insistentemente hasta sus últimos días (quería fundar una revista que se llamara Rodolfo) cuando hace referencia a Rodolfo Walsh es la operación posible para cualquiera que consiste en pasar, a partir de un suceso político (humano) contra el que se topa, de una estadía de indiferencia de la suerte comunitaria a otra de progresiva toma de consciencia política hasta llegar a la instancia radical de la conciencia total puesta en juego en el cuerpo que combate contra sus perseguidores.

Rescates

Volvamos a Viñas para pedirle prestado, por un momento, alguna de sus herramientas conceptuales, a ver si podemos ajustar tuercas de este dilema y de estas dilaciones de ser por fuera de las lógicas de la servidumbre.

En el artículo Moreno. Entre la máscara y el don[2], en el que se “rescata” a Moreno de 1810, Viñas propone considerar al prócer como “quien sintetiza a los intelectuales revolucionarios en su primera emisión”.

Reponiendo, propone no evaluar sus principales textos “como productos individuales, sino como el resultado de una producción social a la que Moreno, entendido como <emergente grupal>, logra condensar con mayor eficacia”.

Se pregunta: “¿Y en su carozo qué? El núcleo ideológico de la burguesía porteña en progresiva articulación y puesta en superficie”.

No viene al caso ahora mencionar ninguno de los debates historiográficos acerca de la legitimidad documental de los textos que incluía Viñas en el raconto del acervo moreniano (estaba incluido el Plan de Operaciones): se trata simplemente de un problema de interpretación crítica de la cosa. Diríamos: un asunto hermenéutico, ante la mirada policíaca, sobre el uso de la lengua, en situación de coloquio.

Nos centramos en la herramienta conceptual interpretativa, entonces.

Tenemos un hecho y los posteriores intentos de elaboración mítica: la muerte-asesinato de Moreno y luego el debate acerca de qué representa ese suceso ¿un límite ontológico en las posibilidades de acción política del programa patrio o una posible actitud que fue abortada por circunstancias históricas concretas? ¿Un final de paredón estampando el hasta aquí del decurso histórico o un posible derrotero que no pudo ser?

Viñas “rescata”, Viñas quiere rescatar a Moreno porque lo considera el mejor de los nuestros de esa generación. Cuando digo nuestros digo aquellos que nos reconocemos en el legado de las luchas contra las opresiones de todo tipo.

El mejor de los nuestros es el mejor de todos nosotros en el marco de un proceso histórico. Mientras pensaba en este tema, me quedé un rato indagando internamente en por qué me resonaba la frase: el mejor de todos nosotros.

Estirando los últimos rastros de yerba, casi una sombra, sobre el fondo de un tarrito que se disfraza de mate, no tardé mucho en recordar que así se refería Osvaldo Bayer cuando recordaba a Rodolfo Walsh: “era el mejor de todos nosotros”.

Demoliendo altares

Volvamos a la pregunta inicial. Dándole vueltas a la insistencia de Viñas de no ingresar la figura de Rodolfo Walsh a la comunión de los santos, poco a poco voy comprendiendo las fundamentales y necesarias razones que hay en esa demanda, urgentes razones, para reconstruir un programa popular -inexistente hoy-. Se trata de esto: quien ubica una referencia vital en el altar de los mitos muertos, de las figuritas inofensivas y autocompasivas, -como el cristianismo a la mujer a través de la operación simbólica de virginalizar a la madre de su Cristo[3]-, le quita todo lo sensual, todo lo que tiene de posible, toda latencia de hacer inmanente en nuestro diario vivir la potencia revolucionaria de la que carece el camino del santo.

“Con sus contradicciones”; defendía y repetía hasta el cansancio Viñas, acerca de los nuestros, acerca de los mejores de nosotros.

Repetía esa solicitud con el Che Guevara, con Mariátegui, y así siguiendo, como diría el viejo, para no abundar.

¿Qué pensaba Walsh de sus contradicciones? Podemos tomar un momento mediato antes de la concreción del destino heroico: notas tomadas el 19 de diciembre de 1968[4], en las que Rodolfo dice:

“Es posible que, al fin, me convierta en un revolucionario. Pero eso tiene un comienzo muy poco loable, casi grosero. Es fácil trazar el proyecto de un arte agitativo, virulento, sin concesiones. Pero es duro llevarlo a cabo. Exige una capacidad de trabajo que todavía no poseo.

”Me refiero principalmente a métodos de trabajo. Hace años que vengo luchando por eliminar cosas que formaban parte de una <infraestructura> errónea, la bebida el cigarrillo, los malos horarios, la pereza y las postergaciones consiguientes, la autolástima, el desorden, la falta de disciplina, la consiguiente falta de alegría y de confianza; todo eso ensamblado en una estructura mental que seguía siendo burguesa”.

Este Rodolfo que todavía no es Walsh es, a su vez, quien lleva de la mano de sus propias contradicciones y luchas internas a Rodolfo forzosamente a ser Walsh, el mejor de todos nosotros.

Hablamos de Moreno, una época. Hablamos de Walsh, otra época.

¿Hablamos de quién para referirnos a nuestra época?

La pregunta que nos queda entonces, a la luz de nuestra realidad política y cultural actual, es: ¿cuáles son los referentes que dan, en nuestro tiempo, cierta esperanza redentoria? ¿Quiénes son aquellos que, con sus contradicciones, viejo, caminan rumbo a un ser humano posible que se transforme en el cuerpo de su consciencia?

Viñas señala que hay que hablar de este asunto porque nos permite reabrir la puerta revolucionaria, que los opresores victoriosos hasta el momento, suponen cerrada para siempre.

Y se llama a esa puerta con una simple pero dolorosa pregunta, o serie de preguntas: ¿yo soporto este mundo así cómo está? ¿Qué estoy haciendo yo para que permanezca en esta situación de injusticia crónica y, más importante, qué estoy dispuesto a hacer para cambiar las cosas?

Con las contradicciones de cada quién, estas preguntas se nos hacen posible a la luz de la memoria de Walsh en la que insiste Viñas.

Y se nos hacen posible a todos y a cualquiera.

[1] Rodolfo Walsh. 2-0-12 no vuelve. LeoplánBuenos Aires 21/12/1955

[2] David Viñas. Trastornos en la sobremesa literaria. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. 2003.

[3] León Rozitchner. La cosa y la cruz. Ediciones Biblioteca Nacional. Buenos Aires. 2015.

[4] Martín Caparrós, Eduardo Anguita. La Voluntad 1. Literatura Random House. Buenos Aires. 2021.

Fuente: https://delacalle.org/walsh-y-la-revolucion-posible/


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