“La mala alimentación, la mala educación, la enfermedad y la industria farmacéutica no son casualidades: son parte de un mismo negocio”. Dialógo con Luisa Andreoli.

Compartí esta entrada!

Por Marcelo Lopardo

Excelente reseña en diálogo con LA RAZON de la investigadora y divulgadora científica Luisa Andreoli sobre una situación mundial que se agrava


En un mundo donde la salud se deteriora a pesar del avance médico, cada vez más voces se animan a cuestionar el sistema que nos alimenta, nos educa y nos “cura”. En esta entrevista, Luisa Andreoli —investigadora y divulgadora científica— revela cómo la industria alimentaria, farmacéutica, médica y educativa no funcionan como eslabones aislados, sino como engranajes perfectamente aceitados de un mismo modelo: uno que enferma, medica y domestica a las sociedades bajo la apariencia de progreso, donde lo último que importa es el bienestar de las personas. Alimentación tóxica, educación obediente, enfermedades crónicas y una población adicta a fármacos: ¿y si todo esto no fuera casual, sino un diseño deliberado?

-Luisa, según lo que venís advirtiendo desde hace años, ¿cómo se vinculan la industria alimentaria, la farmacéutica y la médica? ¿Y qué impacto tiene ese entramado en la salud global y en la forma en que estamos educando a los niños?

-Se vinculan de forma estratégica y directa con un único objetivo: sostener la enfermedad como modelo de negocio. Hoy comemos alimentos que nos enferman silenciosamente desde la infancia. La mayoría de los productos que consumimos, están diseñados para ser adictivos, rentables, duraderos, poco nutritivos y que no generen saciedad. No están pensados para sostener la vida ni la salud. Y lo que no mata de inmediato, te enferma con el tiempo; conservantes, colorantes, jarabes de maíz de alta fructosa, potenciadores del sabor.

Así, el alimento se convierte en el primer escalón del negocio de la enfermedad; inflamación crónica, disbiosis intestinal,  trastornos del ánimo, déficit de atención, resistencia a la insulina, sobrepeso o hiperactividad… todo empieza muchas veces en el plato.

Luego pasamos al sistema médico, que en lugar de preguntarse por qué enfermamos, directamente nos diagnostica y nos prescribe medicación.

-¿Y qué hace la educación frente a este escenario?

-Lo más perverso es que desde las escuelas jamás nos enseña a prevenir nada de eso: no sabemos distinguir alimentos reales de los tóxicos, ni cuidar nuestro cuerpo, ni pensar con criterio o autonomía. Así se sostiene un modelo redondo: nos educan para obedecer, nos alimentan para enfermarnos y luego nos medican pero sin resolver las causas.

El origen del modelo

¿Cuál fue el origen de este entramado alimentos, medicina, educación?

Este trinomio fue estratégicamente diseñado y tiene un origen claro, llamado John Rockefeller. A principios del siglo XX, este magnate petrolero descubrió que podía ampliar sus negocios fabricando medicamentos sintéticos, pero para eso necesitaba algo más: cambiar todo el sistema médico.

-¿Y cómo lo hizo?

-Financió universidades, hospitales, escuelas y centros de investigación con una condición: eliminar la medicina natural y reemplazarla por una medicina químico-farmacológica.

Se quemaron manuales, se desprestigiaron prácticas milenarias, y se expulsó del sistema a todo aquel que no siguiera el nuevo paradigma: enfermedad igual a síntoma, síntoma igual a medicamento. Así orquestó la eliminación sistemática de la medicina ancestral, reemplazándola por una medicina supuestamente “moderna”, basada en compuestos químicos de origen sintético, artificiales, que no son reconocidos por el cuerpo como propios, lo que muchas veces genera una respuesta tóxica o inflamatoria, los llamados efectos secundarios.

-¿Qué pasó con las universidades y los médicos a partir de ahí?

-Se reformularon los planes de estudio para que los médicos aprendan principalmente a diagnosticar y recetar medicamentos. Lo que antes era curación integral pasó a ser: diagnóstico, disminución de síntomas y medicación, pero no curación. Te silencian un síntoma pero luego te aparecen otros.  Lo empujan a que se exprese en otro lugar del cuerpo.

Y así se creó una cultura médica donde cada síntoma debe tener una etiqueta, cada etiqueta un remedio, y cada remedio, un paciente fidelizado.

Las carreras de medicina fueron e incluso hoy son financiadas por grandes laboratorios que luego se convierten en los empleadores, auspiciantes y proveedores de insumos para esos mismos profesionales.  La independencia científica es, en muchos casos, solo una ilusión.

Consecuencias actuales

-¿Qué consecuencias concretas tuvo esta transformación?

-Un cambio de paradigma total. La medicina dejó de enfocarse en la prevención y el bienestar, y pasó a centrarse en detectar enfermedades y prescribir remedios. Se formaron generaciones de médicos que, en lugar de indagar en los pilares fundamentales de la salud -como el estilo de vida,  la calidad del sueño, la alimentación, el entorno emocional, el nivel de estrés, el acceso a la naturaleza o la calidad del aire y del agua- (factores esenciales para restaurar la homeostasis y prevenir enfermedades), se centran en identificar síntomas y prescribir un tratamiento estandarizado. El cuerpo dejó de ser interpretado como un sistema en busca de equilibrio, para convertirse en una máquina que hay que intervenir.

-¿Entonces la medicina actual no busca la salud?

-Busca el control del síntoma, no la resolución del origen. El principio médico más básico, primum non nocere —“primero, no hacer daño”—  ni siquiera se respeta. Muchos tratamientos y vacunas se aplican masivamente sin estudios independientes, sin seguimiento de efectos adversos reales y sin transparencia.

La medicina se ha convertido muchas veces en una maquinaria de intervención apresurada, basada en protocolos rígidos y regulaciones dictadas por los mismos actores que se benefician económicamente con la enfermedad. De hecho la sobremedicación, hoy es la tercera causa de muerte en el mundo.

Por supuesto, también hay excelentes médicos con fuerte vocación de servicio; pero muchos de ellos han tenido que realizar sus propias investigaciones al darse cuenta de muchos engaños. El mayor error es estudiar solo lo que los laboratorios quieren que aprendan.

Un plan coordinado

-¿O sea que lo que estamos viviendo no es un accidente del desarrollo?

-Exacto. Es un plan perfectamente ensamblado: unos te enferman desde el “alimento”, otros te diagnostican, los mismos —desde otro holding financiero— te venden la pastilla, y a la vez esos mismos diseñan gran parte de las currículas universitarias.   No hay contradicción, hay coordinación.

-¿Quién formó entonces a los médicos que sostienen este paradigma?

-Las universidades que Rockefeller y su red financiaban. Allí nacieron los planes de estudio que aún hoy rigen en medicina: centrados en farmacología. La prevención real: la nutrición funcional, la salud emocional, la exposición solar, la microbiota intestinal, la necesidad del contacto con la naturaleza casi ni se enseñan.

Enseñan principalmente a recetar, no a sanar. A identificar enfermedades, no a prevenirlas. A silenciar síntomas, no a escuchar al cuerpo. Por eso los médicos salen de la universidad sabiendo más de medicamentos que de salud. Si se observa su estado físico y emocional, lo denuncia. Muchos están con obesidad, ansiedad, úlceras, hipermercados. Además estamos en un sistema que no para de maltratarlos. Da vergüenza, escuchar decir que junto con los maestros son los actores mas importante de un país. Todo una gran hipocresía.

-¿Y todo esto sigue vigente hoy?

 -Más que nunca. Las universidades médicas siguen financiadas por laboratorios. Los programas escolares siguen sin abordar salud real. Los alimentos ultraprocesados dominan el mercado. Y las farmacéuticas baten récords de ganancias año tras año. Las personas desconectadas de su poder, ponen toda su fe en una pastilla, sin incluirse dentro de la ecuación para trabajar activamente en recuperar su salud a través de nuevos hábitos y estímulos epigenéticos.

Las enfermedades crónicas, los trastornos mentales, la infertilidad, el cáncer, la diabetes, el autismo, y la obesidad están en su punto mas alto, todo a la orden del día.

Nunca hubo tanta tecnología médica y  nunca estuvimos tan enfermos.

El médico ya no se forma para acompañar procesos de salud integral, el tiempo dedicado a una consulta y el seguimiento lo demuestra.

Y no es casualidad, las carreras están influenciadas, directa o indirectamente, por laboratorios, organismos internacionales y lógicas de mercado; crear el problema, ofrecer la solución, y formar al profesional que la recetará. Todo desde el mismo origen financiero. ¿Resultado? Una sociedad enferma que cree que está siendo cuidada.

-¿Qué laboratorios pertenecen hoy a esta estructura?

-Pfizer, Bayer,  Johnson & Johnson, Merck, Roche, GlaxoSmithKline, entre otros. Todos están ligados a fondos de inversión que operan en la bolsa bursátil  como BlackRock, Vanguard o Blackstone… que a su vez son accionistas de gigantes alimentarios como Nestlé, Coca-Cola, PepsiCo, Unilever.

 Es decir: los mismos que producen alimentos que enferman, producen también los medicamentos para tratar sus consecuencias. Y además, financian las universidades que forman a los profesionales que los recetarán. Es un ecosistema cerrado de enfermedad y dependencia.

 La medicina que no cura y cronifica.

-¿Entonces esta crisis de salud pública era de esperar?

-Si. Lo que muchos ven como una “crisis de salud pública” es, en realidad, un modelo de negocio en funcionamiento. El sistema fue diseñado para que comas lo que te daña, te enfermes, y luego necesites depender  crónicamente de productos que ellos también te venden.

Es una estrategia de integración vertical: controlan todas las etapas del ciclo de la enfermedad. El resultado está a la vista: un modelo que estuvo deteriorando nuestra salud sistemáticamente.

¿La educación escolar?

-¿Cómo entra en este engranaje la educación escolar?

-Es el pegamento del modelo. Las escuelas fueron estructuradas no para potenciar el bienestar, la conciencia o el pensamiento, sino para formar piezas para un sistema. Rara vez abordan temas sobre cómo escuchar al cuerpo, cómo distinguir entre lo natural y lo tóxico, cómo cuidar la mente, cómo potenciar talentos únicos o cómo emprender proyectos propios.

-¿Qué se enseña entonces en lugar de eso?

-A memorizar, a competir y a adaptarse.  A crecer con sensación de miedo e insuficiencia. Lo que sí importaba es que aprendieran: a seguir instrucciones, a cumplir horarios, a no cuestionar la autoridad,  y a reproducir procesos mecánicos. De hecho las estructura de las escuelas, son bastante similares con las de una cárcel.  Lejos de ser espacios de expansión, muchas escuelas funcionan como entornos de contención y domesticación. El objetivo es mantener a los niños ocupados pero dormidos.

Así se garantiza una población funcional: consumidores, fáciles de manipular pero incapaces de autogestionar su salud o su libertad.

-¿Cuál es el peligro de eso?

-Una sociedad que no sabe prevenir, que no entiende su biología, y que acepta como común vivir cansada, inflamada, medicada y desconectada. ¿Por qué? Porque un niño consciente, informado y libre se vuelve inmanejable para un sistema que vive de su adicción y su desconexión.

-¿No te asusta hablar de esto, siendo que son corporaciones tan poderosas? No. El silencio es complicidad y es lo que perpetúa este sistemas que enferma. Miedo me daría creer en esta mentira que pretenden montar llamándola civilización y creer que el sistema funciona para cuidarnos.

-¿Hay alguna rama de la medicina que sí considerarías confiable al 100%? 

-Si. Es importante hacer una distinción: cuando hablamos críticamente del modelo médico actual, no nos referimos a toda la medicina. Hay especialidades que funcionan de forma efectiva y concreta, especialmente aquellas vinculadas a lo estructural o mecánico del cuerpo -como la traumatología, la cirugía de urgencia o la medicina de emergencias.

Estas ramas cumplen un rol muy valioso y real en situaciones puntuales como fracturas, accidentes o intervenciones quirúrgicas. Ahí, la medicina actúa con precisión y resultados inmediatos. El problema aparece cuando ese mismo enfoque mecanicista se aplica a procesos complejos del cuerpo y la mente, como las enfermedades crónicas, los desequilibrios emocionales o los trastornos mentales, donde se necesita una mirada mucho más integradora y profunda.

-¿Cómo salir de este modelo?  Qué podríamos hacer?

-Reconocer que muchas de nuestras instituciones más queridas, por mucho que duela —la escuela, el hospital, el supermercado—no fueron diseñadas para nuestro bienestar. El segundo paso recuperar el control: Educar para la vida y el pensamiento crítico. Volver a lo natural, romper con la dependencia del fármaco, del ultra procesado y recuperar el criterio propio. Entender que la verdadera salud es preventiva, consciente y natural, no farmacológica. La salud real no se vende. Se construye.

Sobre todo implica una decisión: dejar de delegar, no entregar más nuestro cuerpo, mente y biología a un sistema que vive de mantenernos enfermos. La revolución no será decretada desde arriba. Será el resultado de millones de decisiones cotidianas: qué comemos, qué enseñamos, cómo nos curamos y cómo criamos.

Fuente: https://www.larazondechivilcoy.com.ar/locales/2025/5/28/la-mala-alimentacion-la-mala-educacion-la-enfermedad-la-industria-farmaceutica-no-son-casualidades-son-parte-de-un-mismo-negocio-184775.html


Compartí esta entrada!

Dejar una respuesta