Elogio de la clase obrera. Por Fernando Rosso.

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Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista”, escribió Paul Lafargue en su provocador folleto “El derecho a la pereza”. Esta locura trae como resultado las miserias individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos. En vez de reaccionar contra esta aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas han sacralizado el trabajo”.

El memorable texto del luchador socialista franco-cubano fue publicado apenas unos años antes de que tuvieran lugar los acontecimientos por los cuales hasta hoy recordamos a los “Mártires de Chicago”. Las manifestaciones por la reducción de la jornada laboral y por mejores condiciones de trabajo en las que terminaron condenados a muerte los obreros anarquistas en uno de los juicios más infames de la historia.

Sobre los motivos de aquellas movilizaciones, otro cubano, José Martí, escribió una monumental crónica como corresponsal del diario La Nación, de Argentina: “Cree el obrero tener derecho a cierta seguridad para lo porvenir –explicó Martí en Un drama terrible–, a cierta holgura y limpieza para su casa, a alimentar sin ansiedad los hijos que engendra, a una parte más equitativa en los productos del trabajo de que es factor indispensable, alguna hora de sol en que ayudar a su mujer a sembrar un rosal en el patio de la casa, a algún rincón para vivir que no sea un tugurio fétido donde, como en las ciudades de Nueva York, no se puede entrar sin bascas. Y cada vez que en alguna forma esto pedían en Chicago los obreros, combinábanse los capitalistas, castigábanlos negándoles el trabajo que para ellos es la carne, el fuego y la luz; echábanles encima la policía, ganas siempre de cebar sus porras en cabezas de gente mal vestida; mataba la policía a veces a algún osado que le resistía con piedras, o a algún niño; reducíanlos al fin por hambre a volver a su trabajo, con el alma torva, con la miseria enconada, con el decoro ofendido, rumiando venganza”.

Si se toma como referencia el momento en el que el movimiento obrero aparece por primera vez como sujeto histórico independiente (las revoluciones europeas de 1848) dentro de un cuarto de siglo estará cumpliendo 200 años de historia, de marchas y contramarchas, de victorias gloriosas y derrotas colosales.

Durante ese itinerario, la clase obrera murió, fue al paraíso, fue empujada al infierno, volvió a nacer para desaparecer de nuevo. Nunca antes un sujeto social subalterno llegó a generar tantas expectativas. Su característica esencial, la que la constituye como tal, es la expropiación de los medios de producción y, a diferencia de la burguesía que construyó un poder económico-social voluminoso en las entrañas del régimen feudal (que luego simplemente precipitó sobre el viejo orden), la clase trabajadora debió empoderarse “desde cero”; suplantar esa carencia con organización. Así fue como construyó sindicatos, federaciones y partidos (de vanguardia o de masas); fundó cooperativas, bibliotecas y sociedades públicas o secretas. Fue columna vertebral y cabeza dirigente. Encabezó insurrecciones trágicamente derrotadas (¡La Comuna de París!) y revoluciones triunfantes (la epopeya rusa en su mejor versión). Tiró abajo dictadores (¡Cordobazo!) y fue rebelde en la Patagonia en la que fueron asesinados 1.500 de sus mejores hombres. Destruyó estados y edificó otros. Peleó en guerras civiles como la gesta de España y luchó con heroísmo en huelgas interminables como los mineros ingleses contra Margaret Thatcher. Fundó internacionales para poner de pie a los pobres del mundo y organizarlos hacia la lucha final. Ganó para su causa a las mentes más lúcidas de varias generaciones e inspiró a la teoría con (y contra) la cual siguen discutiendo los dueños de todas las cosas. Infundió su espíritu a grandes poetas: desde Luisa Michel a Vladimir Maiakovsky. Tuvo su propia banda sonora: Working Class Hero de Lennon (versionada por cantantes o bandas tan disímiles como Marilyn Manson, David Bowie o Green Day); A la huelga, compuesta por Chicho Sánchez Ferlosio en la España franquista (“A la huelga compañero / no vayas a trabajar / deja quieta la herramienta / que es la hora de luchar”); “Pobrecito, el obrero” de La Polla Records u Homero de nuestro gran Pity Álvarez y sus Viejas Locas.

La magnitud de algunas desilusiones fue directamente proporcional al tamaño de su esperanza. Ernesto Laclau arregló cuentas con su conciencia filosófica anterior despidiendo a la clase obrera por ser demasiado “esencialista” y la cambió por las más gaseosas “posiciones de sujeto”; André Gorz dijo “Adiós al proletariado” en el preciso momento en que se estaba extendiendo por el mundo como nunca antes en la historia y Jeremy Rifkin decretó el fin del trabajo y acá estamos, trabajando más que nunca. Robert Castel o Alain Touraine recorrieron itinerarios similares: siempre es más fácil culpar a la clase obrera por no estar a la altura de algunas ilusiones que balancear los propios errores teóricos o políticos.

La gran confusión siempre fue la misma: identificar los cambios profundos en la composición de la clase obrera (el retroceso del componente industrial, el avance de los servicios y la generalización de la informalidad) con su desaparición. Y confundir la crisis de subjetividad con la extinción del sujeto.

Pese a todo y en pleno siglo XXI cuando nos despertamos (como el dinosaurio de Monterrosso), la clase obrera todavía está allí.

¿Por qué lucha? Con mayor o menor conciencia, por lo mismo que Schwab, Lingg, Fisher, Fielden, Parsons, Spies, Neebe y Engel (aquellos héroes de Chicago) y por lo que sintetizó provocativamente Lafargue. Por y contra el trabajo, por liberar al trabajo de su forma de esclavitud moderna. Instaurar y consolidar su orden (hoy decadente) le llevó a la burguesía 300 o 400 años; la clase obrera lleva “apenas” un siglo y pico de intentos. Mirada con perspectiva histórica, la lucha recién comienza.

Fuente: https://www.perfil.com/noticias/columnistas/elogio-de-la-clase-obrera-por-fernando-rosso.phtml


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