Por una democracia española sin duques. Por Daniel Campione.

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El 23 de marzo de 2014 murió quien suele ser homenajeado como padre de la democracia española. Unos días antes del aniversario resulta oportuno el recuerdo de las razones para dejar de reverenciarlo.

“Duque de Suárez”. Es probable que casi nadie en nuestro país sepa a quien se asocia ese apelativo. El referido duque no es otro que Adolfo Suárez González, Le confirió ese título el monarca Juan Carlos de Borbón, titular de la corona por obra y gracia del dictador Francisco Franco.

Don Adolfo fue protagonista en la legitimación de un orden político que tiene lazos inescindibles con la sangrienta dictadura de cuatro décadas. España había vuelto a ser una monarquía por la voluntad incuestionada del dictador.

 Lo que tuvo como presupuesto histórico insoslayable la destrucción del sistema republicano por un golpe de Estado civil, militar y eclesiástico. Que luego daría origen a tres años de guerra civil que incluyeron la comisión de un genocidio. La muerte violenta de la segunda república fua la condición necesaria para la entronización de un rey a la muerte de Franco.

El líder de la “transición”.

Suárez ofició como jefe de gobierno de España, “presidente” como se dice allí, entre 1977 y 1981. Lideró un partido político, la Unión de Centro Democrático. Lo formaban sobre todo franquistas pasados al campo constitucional después de la muerte del llamado Caudillo de España por la gracia de Dios, el 20 de noviembre de 1975.

La “transición española” descansó en el acatamiento de la forma de Estado implantada por los descendientes del fascismo y en la impunidad y el olvido para la masacre cometida sobre muchos millares de españoles. Esto último lo dispuso una ley de amnistía que pretendió ser eterna.

Para mediados de la década de 1970 a los poderosos de España ya no les convenía un régimen dictatorial, ineficiente. Tan corrupto como para ser disfuncional hasta a ojos de la rapiña capitalista. Se necesitaba un “blanqueo” en forma de salida negociada, que mantuviera al poder económico local en el lugar de siempre y a los capitales extranjeros con las puertas más abiertas que nunca.

Pretendían un Estado que promoviera e internacionalizara sus intereses, con un “reino” que adhiriera a la OTAN y en camino a integrarse en la entonces Comunidad Económica Europea.

Que permitiera dejar de lado los resabios “estatistas” del franquismo para desplazarse hacia una modernidad trasnacionalizada y en consonancia con el propósito de que ya no hubiera dictaduras abiertas en Europa Occidental. Un camino paralelo fue emprendido por Portugal y Grecia, las otras dos autocracias que habían llegado a la década de 1970 en tierras del oeste europeo.

Suárez llega a la jefatura de gobierno por nombramiento del soberano, en reemplazo del último primer ministro designado por el Generalísimo, Carlos Arias Navarro, sólo dispuesto a una titubeante continuidad de la herencia franquista.

Se sostiene una chocante peculiaridad: Se erige en héroe de la democracia a quien fue secretario general de lo más parecido que ha existido en España a un partido fascista, Falange Tradicionalista Española. Ese cargo fue el trampolín para su posterior designación como jefe de gobierno.

Uno de sus momentos más recordados ocurrió cuando mantuvo una actitud firme frente a la toma del parlamento hispano por fascistas recalcitrantes. Se negó a tirarse en el piso y aguantó de pie el chubaso. Mientras casi todos los parlamentarios sí lo hicieron. Ese instante de coraje no lo redime de sus faltas.

La mirada hacia el futuro.

Ha transcurrido tiempo más que suficiente para que se revise el sentido de aquella “transición”. Hoy se conoce mucho más sobre los crímenes que se cometieron a lo largo de las décadas de dictadura. Y también en los primeros años de transición, hasta prolongarse en ominosas bandas parapoliciales apañadas por el “socialista” Felipe González.

Hoy en España sigue la lucha por la recuperación de la memoria, la reparación a las víctimas del franquismo, la anulación de las condenas y el juzgamiento de los represores que siguen vivos. Ese combate es inescindible del reclamo por el advenimiento de la tercera república, única vía para revertir de modo definitivo la herencia del franquismo y construir una auténtica democracia.

La amnistía a la que ya nos referimos estaba diseñada para ique nada de todo eso sucediera. Suárez participaba en el perdón de quienes habían sido dignatarios del mismo régimen a cuya dirigencia él pertenecía.

 La finalización del culto hipócrita a la “transición española” en general y al “duque de Suárez” en particular será un paso más para llegar a un mejor lugar en la comprensión de la historia española del siglo XX. Y reafirmar los valores republicanos que se pretendió dejar en el olvido.

Fuente: https://tramas.ar/2025/03/14/por-una-democracia-espanola-sin-duques/


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