El gobierno de Javier Milei ha sufrido una serie de situaciones negativas en las últimas semanas. La supuesta “marcha hacia el éxito” de la política económica, la política a secas y lo electoral parece quedar en entredicho.
Desde la vasta manifestación de protesta del 1 de febrero por las declaraciones homofóbicas y antifeministas en la conferencia de Davos se suceden los hechos que alteran el protagonismo impune que el gobierno sustenta a diario.
La reiterada represión a las manifestaciones de todos los miércoles a organizaciones de jubiladas y jubilados parecen provocar una irritación en ascenso, más allá del sector afectado de modo directo, de por sí integrado por millones de personas. Protagonistas de otras luchas se acercan a la marcha y poco a poco se amplía la composición de quienes van a solidarizarse con las viejas y viejos.
Es cierto que algunos de estos temas son vistos como cuestiones que sólo merecen la atención de minorías militantes o muy politizadas. No incidirían en la apreciación del proceso en curso por las grandes mayorías, preocupadas sobre todo por su subsistencia y por el logro de un mínimo de estabilidad en la economía que les permita una respiración más aliviada.
Convendría en toco caso no dar valor absoluto a la exclusiva preocupación por “el propio metro cuadrado” y la supuesta desatención hacia causas más amplias. Hay asuntos que pueden ser al mismo tiempo objeto de atención especial por ciertas minorías y tema de preocupación para grandes masas.
Las criptomonedas y otros padecimientos “libertarios”.
Un ejemplo es el llamado kryptogate. Transita el escándalo y el New York Times o el Wall Street Journal destacan el dudoso comportamiento del presidente argentino y su entorno. Al mismo tiempo que en Argentina se propaga la sensación de que la apelación a la propia honestidad por parte de Milei puede ser sólo un artilugio discursivo compatible con la comisión de actos ilegales.
La corrupción sí es un tema popular, incluso al punto de sobreestimar su influencia e incurrir en un “honestismo” que relega otros parámetros gravitantes para juzgar a un dirigente o a un gobierno entero.
Se afirma a menudo que cuando la situación económica es percibida por buena parte de la sociedad como favorable, los episodios de corrupción son pasados por alto y no afectan la popularidad del gobierno. El ejemplo clásico es la primera presidencia de Carlos Menem.
Existe una diferencia que no hay que menoscabar: El riojano no había construido parte de su legitimidad desde la prédica de la propia honestidad y la denuncia de las prácticas ilegales del resto de los políticos. Se llegó a hacer gala casi explícita del enriquecimiento por medios ilegales o por lo menos muy dudosos de los gobernantes de entonces.
Milei en cambio se abanderó al frente de los “argentinos de bien” frente a los corruptos de la “casta política”. Y no está claro que cuente con licencia social para sumergirse sin disimulos en las prácticas que él mismo vilipendió como propias de “la casta” a la hora de juntar votos. Y luego obtener el aval inicial para su gobierno.
Lo que no generan los titulares en medios estadounidenses y europeos, de repercusión minoritaria en nuestro país, lo hacen las redes sociales, en las que el gobierno perdió la batalla de memes, videos y posts incendiarios a propósito del affaire $Libra.
La deuda externa y los condicionamientos del Fondo Monetario Internacional (FMI) a la política económica es otro tema que se supone no llega a las mayorías y sólo golpea la conciencia de quienes ya responden a unos parámetros ideológicos enfrentados con el neoliberalismo y los organismos financieros internacionales.
Sin embargo la prestidigitación argumental puesta en marcha para mostrar que no es nueva deuda porque los dólares estarán abocados al pago de deuda en el interior del sector público (de la Tesorería al Banco Central) que se renueva de modo automático, es un adefesio muy fácil de refutar. Una vez develado, es posible que la mancha crítica se extienda junto con la disposición popular a protestar contra una manipulación por demás evidente.
El único objetivo cumplido a los ojos de buena parte de la población es la baja de la inflación desde un nivel altísimo, impulsado por la gestión “libertaria” al comienzo de este período presidencial.
Los aumentos de precios igual se sostienen en un nivel destructivo de los ingresos populares, hoy subvalorado en las estadísticas que no reflejan del todo el precio de los servicios. La recuperación de salarios y jubilaciones es dificultada de modo activo por el gobierno, que evita “excesos” en los convenios salariales y mantiene “pisadas” a las jubilaciones.
Sólo es merced al control del tipo de cambio, hoy en jaque, que se puede alardear de la recuperación de los salarios en dólares. Un problema es que los gastos de los asalariados se hacen en pesos.
¿Poner límites?
El gobierno no parece, al menos por el momento, ser consciente de sus propios límites. Es cierto que funge como abanderado de las causas históricas del gran capital y eso le confiere un sustento hasta ahora incontrastable. Lo que no indica que la suya sea una modalidad de conducción predilecta de los ámbitos empresariales. Si se excediera en algunas audacias podrían buscarle reemplazante.
Se suma que el grupo gobernante incurre cada vez más seguido en ofensas gratuitas a ámbitos del poder real o vinculados a ellos. Una muestra son los continuos ataques a periodistas de variados medios, sin excluir a los de La Nación o Clarín.
En la misma línea de manifiesto escarnio de los valores del liberalismo político se situó el poderoso asesor presidencial Santiago Caputo. Protagonizó un apriete en los pasillos del Congreso, a Facundo Manes, un diputado nacional bien ponderado en ámbitos conservadores. El asesor recibió recriminaciones desde diversos ámbitos. Sólo lo defendieron aquellos bastiones mediáticos que están decididos a sostener al gobierno a cualquier costo.
La amenaza de intervención federal a la provincia de Buenos Aires fue otro embate indefendible. La extinción de la práctica de las intervenciones a provincias con dudosa o ninguna justificación constituye uno de los no muchos puntos a favor en cuanto al funcionamiento institucional del país en las últimas décadas.
Agravaría el retroceso el que estuviera dirigido contra la provincia más poblada y de mayor significación económica del país.
El advenimiento de Donald Trump a la presidencia de EE.UU le agrega a Milei un impulso favorable. Lo que comprende la autopercepción. como el “segundo hombre” de las derechas a escala mundial.
Es muy problemático cuando lo interpreta como una vía libre para acompañar el rumbo del país del norte en cualquier dirección, incluidas las que no gozan de simpatías en el establishment local y contrarían sus declaraciones de hasta ayer nomás.
Pasar en horas de ser un ferviente defensor de Ucrania a ponerse junto con Trump del lado de Rusia es algo poco digerible para ciertos sectores con poder, interesados en preservar los vínculos con Europa y menos fanatizados en su pronorteamericanismo.
Que el gobierno no sea consciente de sus límites no indica que el pueblo argentino no pueda llegar más temprano que tarde a la convicción de que hay que ponérselos. Poco a poco prolifera el rechazo hacia ciertos atropellos, mucho más allá de las “minorías intensas”.
El ya mencionado apaleamiento semanal de jubiladas y jubilados podría ser uno de ellos. Y si prenden consignas como “en toda familia hay jubilados” y “en el futuro somos todos jubilados” lo que hasta hoy aparece como una causa sectorial podría convertirse en una protesta transversal. Y el “con los viejos no” transformarse en “Con nosotres no”.
Fuente: https://tramas.ar/2025/03/10/de-minorias-intensas-a-mayorias-hastiadas/