La llegada al poder del fascismo. Por Daniel Campione.

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A la hora en que adquiere más que comprensible relieve la discusión sobre las experiencias reaccionarias de los siglos XX y XXI reflexionar acerca del ascenso y auge del fascismo italiano resulta no sólo pertinente sino indispensable.

El fascismo italiano fue la primera de varias expresiones políticas que modificaron la relación entre Estado y capital al tiempo que generaron un nuevo régimen político que daba garantías más satisfactorias para la organización capitalista de la sociedad que las que proporcionaban hasta entonces los sistemas políticos liberales y más o menos democráticos.

 El nuevo sistema se mantendría en vigencia hasta su derrumbe en 1945, después de su derrota en una guerra en la que murieron muchos millones de personas y del mayor genocidio cometido hasta ese momento.

Milán, 1919 y más tarde…

El 23 de marzo de 1919 en una plaza de Milán, en el norte de Italia, se fundaron unas agrupaciones con rasgos paramilitares y discurso nacionalista y belicista. Y definición fuerte contra el internacionalismo marxista y en general contra todas las corrientes del socialismo. Se llamaban “fascios de combate” .

Las comandaba un maestro y periodista que había sido director del órgano oficial de Partido Socialista Italiano, alineado con el ala más de izquierda de esa fuerza política. Se llamaba Benito Mussolini.

Ante la “gran guerra” se había colocado en contra del internacionalismo predominante en el socialismo italiano. Virado a posiciones belicistas, ese fue el inicio de un giro a la derecha no destinado a detenerse.

Los fascios se presentaban como “revolucionarios”, portadores de la promesa de un mundo nuevo. Sus militantes eran pocos, parecían la encarnación misma de la marginalidad, en un país con variadas razones para la desesperanza y la ira.

Un par de años después ese movimiento antiizquierdista que al inicio conservaba rasgos contestatarios iba en dirección a convertirse en una fuerza de choque a favor de los intereses de grandes capitalistas y terratenientes contra el movimiento obrero y socialista.

Reemplazó el republicanismo inicial por la aceptación de la monarquía, el anticlericalismo por la coexistencia pacífica con la Iglesia. Ya no eran confrontativos con el ejército y la policía sino sus frecuentes colaboradores.

Ponían su organización en forma de milicias y su culto a la fuerza física al servicio de la represión de las huelgas y las manifestaciones obreras. Para lo cual eran financiados por fuerzas patronales de la ciudad y el campo.

Se dedicaban al ataque sistemático de municipios, casas del pueblo, cooperativas y sindicatos. Todo lo que tuviera orientación socialista, comunista o de alguna otra corriente de izquierda.

En 1921 se allanaron a ciertas formalidades y se organizaron como partido político, adoptando el nombre “fascista”.  Irían a elecciones y se encontrarían con el gobierno mucho antes de lo pensado. Habían incorporado el discurso del “orden”. Y se ofrecían como garantes de su implantación.

O custodios de su mantenimiento para todos aquellos sectores conservadores, asustados a lo lejos por la revolución rusa. Y más cerca en la propia Italia por las grandes movilizaciones del “bienio rojo” (1919-1920).

Mantenían ciertos rasgos de apariencia contestataria: El culto al riesgo (“vivir peligrosamente”) y a la juventud. Asimismo la pretensión de instaurar cierta justicia social frente a las apetencias más egoístas de “la burguesía”, con el reclamo de una legislación social y laboral más justa.

Las secuelas de la guerra y el fascismo en el gobierno.

El fascismo hizo su aparición después de un conflicto devastador, la entonces llamada “gran guerra”, entre 1914 y 1918. De una escala y grado de letalidad desconocidos hasta ese momento en la historia de la humanidad. Con sus secuelas de muertos, heridos y mutilados, así como prisioneros de guerra por largos períodos.

 Los veteranos, que sumaban millones, se encontraban sin trabajo o con malos empleos. Experimentaban el sentimiento de que su sacrificio por la patria no estaba recompensado y que el futuro era oscuro. El descalabro económico iba acompañado por la creciente parálisis de las instituciones políticas y la consiguiente atmósfera de crisis final del parlamentarismo.

El resentimiento por las consecuencias de la guerra alcanzaba a la mayoría de los italianos e italianas. Se hablaba todo el tiempo de la “victoria mutilada”. El país itálico no había recibido la ciudad de Fiume, ni la costa dálmata ni otras zonas de población de habla italiana. Había guerreado tres años, hasta el final del conflicto, del lado de Gran Bretaña y Francia. Y en Versalles se los había retribuido con “un puntapié en el trasero”.

Los veteranos de guerra fueron una de las fuentes de reclutamiento del fascismo temprano. El furor nacionalista en algunos aspectos exacerbaba y en otros mitigaba la sensación de desamparo, de ingratitud, de falta de futuro, Su sombrío e irritado estado de ánimo, junto con sus violentas experiencias de combate los ponían en buena predisposición para dar palizas y romper cabezas.

Las “escuadras” fascistas les proporcionaban la disciplina y el encuadramiento militar que añoraban.

Tan pronto como en 1922, a pocos años de su creación, el líder fascista, Benito Mussolini, llegó al gobierno en un proceso que conjugó un éxito electoral parcial, la parodia de un golpe de Estado (la “marcha sobre Roma”), el respaldo del rey de Italia y un amplio arco de complicidades.

En un proceso que llevó hasta 1927 y aún más allá, el régimen parlamentario fue bastardeado y al final suprimido. Había nacido un nuevo tipo de Estado, autoproclamado “totalitario”.

Pasado  y presente.

Las distintas oposiciones no habían acertado en un modo eficaz de enfrentar el ascenso del fascismo. O peor, sobre todo las más conservadoras, se habían debatido entre la resignación y la complicidad. Intentaron resistirse desde el parlamento sin mucha convicción y la derrota fue total.

Para la izquierda más radical la entronización del fascismo entrañó un anticlímax tremendo. Tras creer que tocaban el poder con las manos, experimentaron  un revés estratégico que se desencadenó en poco tiempo.

El Partido Comunista sufrió el exilio o el encarcelamiento de sus dirigentes. El más talentoso de todos ellos, Antonio Gramsci, dedicó lo que le quedaba de vida a reflexionar y escribir desde la cárcel. El examen de las diversas aristas del revés sufrido fue un eje fundamental de sus escritos, muy útiles aún hoy, a casi un siglo de distancia.

Aquella llegada al poder de una fuerza de extrema derecha y las razones y alcances de los intentos de contrarrestarla nos llaman a la reflexión incluso hoy.

Sin equiparaciones excesivas ni paralelismos poco rigurosos existen buenas razones para entender dos momentos históricos que tienen en común, entre otros elementos, que en ambas instancias el gran capital pateó el tablero del liberalismo político y el sistema representativo.

Se plantea una vez más, en un nuevo siglo, una situación crítica y peligrosa. Una etapa que entre otros contenidos tiene el de la profundización de la lucha de clases. Y plantea una vez más la incompatibilidad sustancial del capitalismo con la democracia.

Daniel Campione.

Fuente: https://tramas.ar/2025/02/19/la-llegada-al-poder-del-fascismo/


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