Comunicadores autopercibidos como progresistas, o nacionales y populares hoy pagan el tributo por continuar siendo parte del sistema político, criticando implacablemente al gobierno venezolano. Desde Ernesto Tenembaum a Roberto Navarro, desde Romina Mangel a Alejandro Bercovich, todos pagan la pertenencia al club apelando a la cuota que les sale más barata.
El sistema capitalista argentino tiene políticas de consenso que actúan como alambres divisorios entre los que están afuera y los que están adentro. Hace un par de años, cuando los movimientos sociales, y en particular el movimiento piquetero se había convertido en una piedra en el zapato para el gobierno de Alberto Fernández, pero también para todas los gobiernos provinciales, declarar que había que eliminar a “los intermediarios” entre el Estado y las victimas de la exclusión social, se convirtió en un comentario imprescindible para quedar dentro del sistema. Se podían criticar las cifras de pobreza e indigencia, lamentarse por la desigualdad de los ingresos, elogiar a los comedores populares y hasta incluso, reclamar mayores impuestos a los que más tienen, pero defender a las organizaciones que movilizaban a los de abajo, era quedarse afuera, ponerse el traje de la marginalidad política. La sopa de criticar a “los intermediarios” se la tomaron desde Milei y el Pro hasta los radicales, y desde los gobernadores masistas, hasta la propia Cristina Fernández.
En tiempos más remotos, en los años posteriores al golpe de 55, el sistema político aceptaba hablar de la redistribución de la riqueza, definirse socialista o aprobar un articulo constitucional tan progresista como el 14 bis. Pero a quien se le ocurría reivindicar a Perón o a Eva, o a los logros de los dos primeros gobiernos peronistas, quedaba inmediatamente en orsay. Afuera.
Cuando se produjo la revolución cubana, medios oligárquicos la celebraron suponiendo que Estados Unidos controlaría el desplazamiento de Batista. Pero cuando se advirtió que los barbudos iban más allá de restaurar la democracia formal, la vinculación con Cuba entró en el territorio de lo marginal y lo prohibido. El propio Perón lo confirmó, estando en el exilio, cuando desestimó una invitación a visitar la Isla y a poder radicarse allí, que le trasmitió John William Cooke. El gobierno de Arturo Frondizi le hizo los deberes al imperio y a las clases oligárquicas argentinas. Reprimió a los trabajadores con el Plan Conintes, y con su anunciada política petrolera dio un giro de 180 grados, habilitando el ingreso de compañías extranjeras. Pero cometió el error de cálculo de reunirse con el Che Guevara, el 18 de agosto de 1961, y los militares nunca se lo perdonaron.
Las criticas de los comunicadores progres al proceso bolivariano, no son nuevas. Estando vivo Chávez, algunos comunicadores, como Lanata en su etapa progresista, ya se preocupaban por diferenciarse de ese “gobierno de milicos golpistas”. Cuando asumió Maduro y se cerró el cerco imperial contra ese país, promovido por “el progresista” Barack Obama, esas críticas arreciaron.
En los peores momentos, cuando el bloqueo, la proliferación de sanciones y la caída de los precios del petróleo, sometieron al pueblo venezolano a una presión infernal, que se descomprimió en parte por la emigración masiva, los alambrados del sistema político, incluían afirmar que: “en nada, queremos parecernos a Venezuela”.
Cualquier referencia que advirtiera que ese país tenía la ley de trabajo y la ley de semillas más avanzada del mundo, o que reconociera que se habían construido y entregado 3 millones de viviendas, y que había sacado a millones de personas del analfabetismo y la invisibilidad política, transitaba por la marginalidad. Cualquier análisis que considerara que la Revolución bolivariana tuvo que afrontar el mismo cerco que padecieron Rusia, China y Cuba, con la diferencia que esos países tenían una clase campesina capaz de alimentar a su población y Venezuela importaba el 80% de sus alimentos, no mereció siquiera un comentario. Tampoco se dio importancia a advertir que, cuando a un país se lo somete a una situación de guerra, inevitablemente se concentran decisiones, se verticalizan las instituciones y se impone el secretismo, con todos los costos que imponen el achicamiento de los espacios democráticos y la recuperación del peso del viejo Estado.
No se trata de desconocer errores y horrores cometidos por los gobiernos que por su pretensión de soberanía, fueron sometidos a una presión insoportable. Se trata del lugar donde se paran los comunicadores para juzgar procesos políticos populares con vocación transformadora, a los que los grandes poderes capitalistas les hacen pagar el costo de su audacia y su dignidad política. El problema es, desde qué lugar juzgar, como enseñaba Walsh, los esfuerzos populares, aún los maltrechos o derrotados.
Con la celebración de las últimas elecciones en Venezuela, donde la victoria de Maduro ha sido aceptada por los cinco poderes del Estado, pero ha sido cuestionada por no presentar actas mesa por mesa, han recrudecido los ataques contra el proceso bolivariano. Y en ese contexto, podemos escuchar decir a Tenembaum que Maduro es igual a Milei, a Navarro despotricar contra la dictadura chavista, a Romina Mangel asegurar que ella prefiere a Milei antes que a Maduro o a Alejandro Bercovich, afirmar que Milei es Ortega y Maduro.
Con estas afirmaciones, ponen en el mismo plano un proceso anti-imperialista que en algún momento intentó transitar hacia el socialismo, con un gobierno que se presenta a sí mismo como vanguardia de la avanzada ultraderechista mundial. Convierten los errores, y también los horrores, que han sido comunes en los primeros años de otros procesos con vocación transformadora como el de Rusia, China o Cuba, en algo tan pesado como la decisión de Milei de destruir todo tipo de protección estatal para agrandarle el bolsillo a los empresarios.
El problema de estos comunicadores es que no son brutos, son personas inteligentes, algunos con formación económica o política. La única explicación es que no quiere caerse del sistema político, y apelan al recurso barato de hacerle guiños a la derecha, para sacar status de “creibles y sensatos”. Hacen lo mismo que los presidentes Gustavo Petro y Lula da Silva, que en nombre de preocuparse por hacer respetar la voluntad electoral del pueblo venezolano, hacen declaraciones que suenan muy bien al oído de sus aliados empresarios y del gobierno de Estados Unidos.
Para el sistema capitalista mundial Venezuela no molesta por los errores cometidos tratando de romper con su condición colonial o tratando de construir una sociedad emancipada. El gobierno bolivariano se hizo insoportable y se la quiere castigar, por el mérito de defender su soberanía y por sus intenciones de construír una sociedad más justa, volviendo a poner en agenda la cuestión del socialismo. Nadie está libre de la crítica por tener buenas intenciones, o haberlas tenido, pero resulta repugnante que quienes cuestionan un proceso político porque a su entender tropieza demasiado o perdió el rumbo, se asocien y hagan coro con quienes quieren desterrar toda utopía liberadora.
Algunos de estos comunicadores ya no tienen retorno. Sus posturas sobre lo que actualmente ocurre en Venezuela no hacen más que coronar una trayectoria que recorre un camino que antes ya transitó Nelson Castro, o Alfredo Leuco. Una pena lo de Alejandro Bercovich, que pintaba para mucho más. ¿Quien sabe? ‘A lo mejor entrevistar al coordinador de la campaña de Maria Corina Machada o a Natanson, fue una imposición del otrora progresista C5N.
Los que somos optimistas, tratamos de evitar los juicios apresurados. “Berco” es jóven y tiene derecho a equivocarse. A quienes durante mucho tiempo fuimos sus oyentes, siempre nos impactó su frescura. El problema es que se crea que ser fresco es una virtud en sí misma. También se puede ser fresco por derecha.
Fuente: https://tramas.ar/2024/09/04/comunicadores-progresistas-y-venezuela-el-precio-de-pertenecer/