Sí, la crisis climática, o cambio climático, como aún le llaman, es un hecho. “Qué tiempos son estos en los que tenemos que defender lo obvio”, diría Bertolt Brecht. No solo nos toca luchar por denunciar que lo que vive Gaza es un repugnante genocidio y no un “conflicto armado”, sino que también toca rescatar a la evidencia científica de la categoría de “creencia”. Y sí, pese a lo que puedan decir Milei, Trump, Bolsonaro o cualquier otro reaccionario personaje, la crisis climática está amenazando la vida como la conocemos. Este es un hecho verificable y ya asimilado como preocupación por una importante parte de la población humana con suficiente información y sensibilidad. Ahora las preguntas a poner sobre la mesa son otras, fundamentalmente dos: ¿cuáles son sus causas profundas? Y entonces, ¿cómo se les hace frente? Porque, como decía Martí: “conocer es resolver”. El cómo comprendemos un problema es fundamental para plantear cómo resolverlo. Aquí quiero hablar sobre la utilidad de repensar la relación “ser humano” y “naturaleza”, utilizando algunas ideas desde el marxismo.
Hoy le llamamos “crisis ecológica” a la pérdida de funcionalidad de los ecosistemas[i]. O, dicho de otra forma, a la pérdida de capacidad de mantener y promover la vida. La crisis climática y de la biodiversidad son sus dos componentes principales. Una crisis puede comprenderse como la ruptura de un equilibrio; como un momento en que una perturbación amenaza la funcionalidad de un sistema y que requiere atención inmediata. La crisis climática es la ruptura del equilibrio climático planetario, es decir, de las condiciones atmosféricas que permitían la funcionalidad de los ecosistemas. Esta crisis es el resultado, fundamentalmente, de alteraciones rápidas y significativas en la composición de la atmósfera. Diferentes líneas de evidencia muestran que a partir de mediados del siglo XIX las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono, y de otros gases que retienen el calor del sol, fueron aumentando significativamente a causa de la actividad humana[ii]. La rápida acumulación de estos gases generó un incremento en la temperatura de la superficie terrestre, alterando las condiciones necesarias para la vida. De igual manera, el siglo XIX marcó el inicio de una acelerada pérdida de formas de vida (biodiversidad), que acompañó la transformación de bosques, pastizales, pantanos y un sinfín de ecosistemas en campos agrícolas o centros urbanos[iii] [iv]. Entonces, es en este momento de la historia donde hay que escudriñar las causas de la crisis.
En el siglo XIX Humboldt describe la relación entre actividad humana y cambios en el clima local y concluye algo interesante: “en esta gran cadena de causas y efectos, no puede estudiarse ningún hecho aisladamente”[v]. Este prusiano había andado por las Américas observando minuciosamente plantas, animales y rocas, midiendo distancias, altitud, humedad y temperatura y aprendiendo de quien podía. Humboldt llegó a hablar fluidamente el quechua y sabía algo de náhuatl y otros idiomas de la cuenca del Orinoco. Estando en Venezuela describió cómo la deforestación para instalar monocultivos causaba una notable disminución en las lluvias que alimentaban al Lago Maracaibo. Esta actitud de “todólogo”, de estudiarlo todo, le permitió comprender la complejidad. El ciclo hidrológico local y el nivel del agua en el Maracaibo eran el resultado de las múltiples interacciones entre personas, plantas y atmósfera. El proceso de colonización había sometido y expulsado a los grupos étnicos que habitaban el lago e interactuaban con él. En cambio y, en lugar de sus formas de producir, se habían establecido cultivos para el consumo europeo (tabaco, caña de azúcar y cacao), trabajados por personas africanas, afrodescendientes e indígenas, esclavizadas. Esto desató múltiples procesos ecológicos que terminaron por reducir la cantidad de lluvia anual, lo que afectó negativamente la misma producción colonial.
Humboldt, tras viajar el mundo, relacionando lo que estudiaba y nutriéndose de comprensiones indígenas, construyó esta noción de naturaleza como un todo interconectado y dinámico; algo que llamó “cosmos”y que se asemeja a las ideas de la “pacha” o la “mapu”. Esta misma noción acompañó a Darwin, quien propuso un mecanismo para la evolución biológica y sacó a la especie humana de su peldaño religioso para convertirla en una rama más del árbol de la evolución. Y, si bien es cierto que nuestra historia está inmersa en la gran Historia Natural, también lo es que hay un abismo de diferencia entre la especie humana y cualquier otra forma de vida. Hay algo excepcional con nuestra especie y con nuestra capacidad de comprender y transformar el entorno.
La teoría del metabolismo sociedad-naturaleza es un aporte central del marxismo para la comprensión de la crisis ecológica planetaria y en su núcleo está el análisis de la relación especie humana-naturaleza. Marx y Engels eran otros “todólogos”: estudiaron teología, filosofía, economía, biología, antropología, agronomía y todo aquello que consideraban útil para comprender y transformar la sociedad. Esta gran idea de la filosofía de la praxis “los filósofos solo han interpretado el mundo de diversas formas; la cuestión, sin embargo, es cambiarlo”[vi], plantea ese rasgo característico y esencial de nuestra especie: la transformación de la realidad, mediada por las ideas y el trabajo. Todo organismo modifica su entorno con el simple hecho de vivir. Sin embargo, algunas especies, como la nuestra, modifican su entorno de manera consciente para elaborar productos que satisfagan deseos y necesidades. Esto es el trabajo, un proceso mediante el cual se humaniza la naturaleza y se naturaliza la humanidad. Mediante el trabajo y la imaginación humanas la naturaleza continúa su proceso de creación[vii]. Al respecto, la etnoecología ha aportado cientos de estudios que muestran cómo el trabajo humano puede incluso promover la biodiversidad y asegurar la funcionalidad de los ecosistemas en la búsqueda de su bienestar[viii].
La transformación de ecosistemas para la satisfacción de necesidades y deseos es, además, un proceso colectivo. La alimentación, la construcción de refugio y ropaje son procesos que requieren trabajo colectivo. Diferentes sociedades organizarían su trabajo colectivo (producción) y sus instituciones de formas diferentes. Marx veía las sociedades como unidades que intercambiaban materia y energía con su entorno para asegurar su funcionamiento interno. Comprendía que cada forma de organizar la producción generaba una relación diferente con el entorno ecológico, con la naturaleza. A este intercambio orgánico le llamó “metabolismo social”. En este sentido, un metabolismo equilibrado y equitativo entre sociedad y naturaleza sería aquel en que la extracción de recursos y la devolución de residuos no rompan el equilibrio ecológico, es decir, las condiciones que permiten mantener e impulsar las distintas formas de vida, incluyendo la humana. El capitalismo es un sistema que persigue el lucro como principal objetivo y donde las personas que producen no son dueñas, ni deciden sobre el futuro de los ecosistemas; o de las formas y propósitos de su transformación. Al alienar a las personas del trabajo y de la producción, también se las aliena de la naturaleza. De esta manera, el capitalismo obtiene el poder de expandirse sin fronteras y de producir a tasas que destruyen los ecosistemas de donde extrae materia y energía, a la vez que destruye los ecosistemas donde deposita sus desechos. Marx concluyó que la lógica misma de la acumulación de capital implicaba una ruptura de este estado de equilibrio, una “fractura metabólica”[ix] [x].
Este análisis fue llevado un paso más allá por autores como Murray Bookchin, planteando que toda estructura de dominación entre personas genera dominación sobre la naturaleza[xi]. Que cualquier estructura social construida sobre la opresión o explotación (i.e. colonialismo y patriarcado) produce alienación entre las personas y los ecosistemas (naturaleza), causando algún grado de ruptura en el equilibrio ecológico. Y si bien algunos procesos asociados a estructuras sociales de dominación han causado rupturas climáticas locales o regionales, el capitalismo es el primer sistema que, subsumiendo el colonialismo y el patriarcado, amenaza el equilibrio ecológico global y con él la vida como la conocemos.
Bajo este enfoque, la pugna por el equilibrio ecológico, es decir, por las condiciones que sostienen y promueven la vida, es una pugna por la propiedad y el control de los ecosistemas y los medios para su transformación. Es una pugna por la democratización de la producción. Así, la lucha de clases, la lucha por los medios de producción (territorio, conocimiento y otros), adquiere un rol central en la lucha ecologista. Mientras los ecosistemas estén bajo control de una minoría que persigue el lucro por encima del bienestar humano y la funcionalidad ecológica este planeta seguirá su rumbo seguro a la catástrofe.
En el Abya Yala esta lucha es contra el extractivismo, por el control de la producción en manos de organizaciones obreras, indígenas, campesinas y populares; y por la construcción de una nueva forma de producir, partiendo de los conocimientos y saberes locales y tradicionales de nuestros pueblos. Pero es también una lucha inevitablemente internacional. El capitalismo ha parido un sistema global de opresiones y, sin quererlo, un sistema global de liberaciones. La lucha contra la destrucción ecológica que protagonizan Tesla y otras transnacionales se manifestó en una protesta masiva en Berlín, como en la resistencia a la reforma extractivista y privatizante en Jujuy.
Ahora toca, pues, imaginar otra relación sociedad-naturaleza y entonces imaginar otras relaciones dentro de la sociedad. Sin transformar las relaciones sociales de producción no podremos transformar el metabolismo sociedad-naturaleza. Alguien dijo que nos resulta más fácil imaginar el fin del mundo, que el fin del capitalismo. Toca imaginar y construir el ecosocialismo, una sociedad donde trabajemos menos, trabajemos todes, produzcamos lo necesario en sintonía con los ciclos ecológicos y redistribuyamos todo. Toca poner la imaginación y el trabajo humanos al servicio de la vida, poner, en palabras de Sahito, a la naturaleza contra el capital.
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Sebastián Moscoso Paz Boliviano, biólogo
[i] Moore, J.W. (2017). The Capitalocene, Part I: on the nature and origins of our ecological crisis. The journal of Peasant Studies.
[ii] IPCC (2023). Climate Change 2023: Synthesis Report. Contribution of working groups I, II, and III to the Sixth Assessment Report of the Intergovernmental Panel on Climate Change.
[iii] Li, H., Xiang-Yu, J., Dai, G. & Y. Zang (2016). Large numbers of vertebrates began rapid population decline in the late 19th century, PNAS.
[iv] Groombridge, B. & M. Jenkins (2000). Global Biodiversity: Status of the earth’s living resources, PNUMA, pp. 320-343.
[v] Wulf, A. (2015). La invención de la Naturaleza: El nuevo mundo de Alexander Von Humboldt, Taurus, p. 28.
[vi] Marx, K. “Tesis sobre Feuerbach” (Tesis XI). En: Engels, F. (Ed.) (1845). Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Marx & Engels: Obras escogidas. Ediciones del Progreso.
[vii] Schmidt, A. (1983). El concepto de Naturaleza en Marx, Siglo XXI Editores, p. 84.
[viii] Winter, K. & W. McClatchey (2008). Quantifying evolution of cultural interactions with plants: Implications for managing diversity for resilience in social-ecological systems. Functional Ecosystems and Communities.
[ix] Foster, J. B. (2022). “El metabolismo de la Naturaleza y la sociedad”. En: La ecología de Marx: Materialismo y Naturaleza, Ediciones IPS.
[x] Saito, K. (2023). “El capital como teoría del metabolismo”. En: La Naturaleza contra el Capital, Ediciones IPS.
[xi] Bookchin, M (1999). La Ecología de la Libertad. El surgimiento y la disolución de la jerarquía, Nossa y Jara Editores, Colectivo Los Arenalejos.