Buscan aplastar al desafío bolivariano. Por Daniel Campione.

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La acción “antifraude” desplegada sobre Venezuela es una tentativa más de dar un cierre retrógrado al transcurso iniciado a fines del siglo XX con la llegada de Hugo Chávez al gobierno.

El mundo sufre al menos desde hace mucho tiempo el papel de Estados Unidos como autoproclamado defensor de la libertad y la democracia a escala mundial. Para evaluar la veracidad de esa cruzada puede pensarse en qué definición práctica aplica la superpotencia al respecto. Se la ha sintetizado así: “Gobierno democrático es aquel que es aliado de EE.UU”. “Dictadura” es todo gobierno que se le opone o siquiera pretende un margen importante de autonomía frente a su predominio.

Venezuela no sería entonces un país democrático porque no es aliado de EE.UU. Con un agravante definitorio: El país caribeño fue sede de la emergencia del “socialismo del siglo XXI”. Más allá del cruce con intereses materiales, con el petróleo como eje, este es el agravio ilevantable.

La rebelión contra el “fin de la historia” y su castigo.

En la primera década del nuevo siglo, la situación internacional del ideal socialista remitía a dos elementos: En primer lugar al todavía reciente derrumbe inmisericorde del llamado “bloque soviético”. Proceso que había cerrado el siglo anterior con la extendida creencia de que una perspectiva no capitalista constituía siempre una promesa trágicamente incumplida, que en nombre de la liberación humana llevaba de modo inexorable al “totalitarismo”.

El socialismo representaba “El pasado de una ilusión”, como tituló Francois Furet un libro de singular éxito sobre el tema. La otra versión de entonces a    la apelación socialista era la deriva hacia un neoliberalismo “de izquierda” de la socialdemocracia histórica. En Francia, en España y en variadas latitudes partidos llamados socialistas encabezaron reformas cuya orientación sustantiva era a favor del gran capital local e internacional y en contra de los trabajadores.

La irrupción y radicalización del proceso bolivariano vino a recuperar el sentido progresivo y liberador del socialismo, lo ponía de nuevo en boca de millones de personas. Y eso ocurría en Nuestra América, en las cercanías del imperio. El poderío norteamericano se proyectó para doblegarlo, para terminar con la “insolencia” de que, a despecho del supuesto “fin de la historia” se proclamara el antiimperialismo y una vía diferente de organización social

A partir de entonces la patria de Simón Bolívar es proclamada, con pretensión de sentencia inapelable, como una “dictadura”, a despecho de la existencia de elecciones periódicas, algunas perdidas por el gobierno.

Cualquiera sea la opinión que se tenga sobre el desarrollo del proceso bolivariano en los últimos años lo indudable es que el “antichavismo” inconmovible de las derechas latinoamericanas y de los sectores hegemónicos de Estados Unidos no responde a ese devenir interior.

Lo que prima allí es la búsqueda del aplastamiento, material y simbólico, de una experiencia que supo asumirse como socialista, antiimperialista, liberadora de las etnias sometidas y heredera activa del legado de emancipación americana de los libertadores del siglo XIX.

Terminar con la república bolivariana significaría también dar fin a propuestas de integración de América Latina y el Caribe que dejan al margen al “coloso del Norte”. Las que fueron impulsadas desde la nación del Caribe, previo desecho de la propuesta continental de George W. Bush, el ALCA, en 2005, una afrenta difícil de perdonar

La derecha venezolana y sus socios continentales lo han intentado casi todo, desde el rudimentario golpe de 2002, derrotado con rapidez, hasta el patético “presidente encargado”, Juan Guaidó. Más todo tipo de hostigamientos económicos, políticos y comunicacionales, desde adentro y afuera del país.

Ahora se pronuncian por el reconocimiento como presidente del candidato que aparece como derrotado en las últimas elecciones, Edmundo González Urrutia. Sin mediar ninguna comprobación empírica, sólo en base a una inefable “certidumbre” de que hubo fraude. Casi una iluminación extraterrena.

Antes de eso se apeló sin remilgos, con el gobierno argentino en lugar destacado, a que militares y policías se comprometieran en una acción golpista en contra de los resultados electorales, sin hallar eco en esas fuerzas.

Solía decirse que de varios golpes fracasados se termina haciendo un golpe triunfante. El caso caraqueño no parece corroborar esa secuencia. Pasan los años y hasta las décadas, y las frustraciones golpistas se suceden en ese país sin que arribe la instancia triunfante.

Las clases dominantes latinoamericanas, el poder económico, político y comunicacional al sur del río Grande y el establishment del norte del continente siguen al acecho de la destrucción final de la estela de la revolución bolivariana.

Ello implicaría una gigantesca revancha contra el grueso de los trabajadores y pobres que apoyaron el proceso bolivariano. Incluso de aquellos que ya no respaldan a quienes hoy se consideran herederos de Hugo Chávez.

Sería sin duda una drástica dictadura de clase, con alineamiento férreo con EE.UU y acogida ilimitada al gran capital norteamericano. Una vez más entre las tantas en que se han impuesto regímenes despóticos en nombre de la democracia y la libertad. Luego del desplazamiento más o menos violento de “dictaduras” que tenían un componente de respaldo popular del que prescindieron por completo sus “democráticos” reemplazantes.

La izquierda.

La apuesta desde la izquierda no puede ser otra que la defensa de Venezuela frente al asedio local e internacional, renovado y reforzado hoy a partir del fraude incomprobable y anunciado de antemano. Esa opción necesita ser acompañada por alternativas de revitalización de la perspectiva socialista y anticapitalista en nuestro continente.

Se reitera el error de esa parte del progresismo que se permite críticas al orden socioeconómico imperante, pero presta ilimitada veneración al modelo “liberal” de democracia manufacturado y administrado a pura conveniencia de la potencia hegemónica. Ahora repiten la prédica “antidictadura”.

Hoy se busca el aislamiento del país venezolano, como se procura desde siempre el de Cuba, paso previo a reinstaurar la obediencia. El acto solidario más efectivo y potente sería el surgimiento de nuevas experiencias de prospectiva socialista, producto del alzamiento desde abajo contra los usufructuarios de la explotación, la desigualdad y la injusticia.

Otro componente definitorio frente a las acciones de la reacción local y el imperialismo podría ser el reencauzamiento popular y radicalmente revolucionario del propio proceso venezolano. Nunca ha sido la “moderación” la que permitió romper por largo tiempo los cercos a los procesos populares. Fueron las revoluciones sostenidas como tales las que hicieron entre muy difícil e imposible una completa vuelta atrás.

Daniel Campione en Facebook.

Fuente: https://tramas.ar/2024/08/14/buscan-aplastar-al-desafio-bolivariano/


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