Con el reconocimiento por parte de Estados Unidos del triunfo de González Urrutia, el intento del golpe de Estado contra el gobierno de Maduro entra en una nueva fase, que repite el escenario de los últimos años. La maniobra para un cambio de gobierno está muy fuerte en el exterior, pero está débil en el interior de Venezuela.
Imagen: La Iguana TV.
La fase 1 fue instalar en Venezuela y en el exterior, antes de las elecciones, que el triunfo de la oposición estaría asegurado, y que iba a ser muy amplio. No menos de un 20%. En caso contrario se habría producido un fraude.
La fase 2 fue hackear el sistema electoral, cuando advirtieron que los números no le eran favorables.
La fase 3 fue promover una rebelión popular exigiendo las actas de votación y denunciando fraude.
La fase 4 es reconocer a Gonzalez Urrutía como ganador de las elecciones. Un nuevo Guaidó. Y desde allí, tratar de reanimar las protestas callejeras de la oposición.
Durante la primera fase, se instaló en la opinión publica latinoamericana y mundial la idea que el triunfo de la oposición era inevitable, pero no consiguieron convencer a los chavistas, ni consiguieron convencer a una parte de los votantes opositores, que un gobierno de María Corina Machado sería más favorable que “salir de Maduro”. El chavismo conservó sus votos históricos y una parte de los disgustados con el gobierno prefirieron quedarse en casa. Votó el 59% del padrón y con esa participación electoral la derecha no podía ganar la elección.
La segunda fase generó confusión, no solo porque el gobierno fue sorprendido, sino porque interpretó que era una muestra de debilidad aceptar, de entrada, que el CNE tenía números, pero no actas porque le hackearon el sistema. En ese intervalo hubo un reclamo que puede considerarse genuino de sectores populares, que exigieron la aparición de las actas de votación (aunque en ningún otro país se exigen y menos de inmediato). Con el correr de los días, el mismo Maduro comunicó lo que había pasado y realizó una muy buena jugada comprometiendo a la Justicia en la investigación de lo ocurrido en las elecciones, y como receptora de las copias de las actas que tienen todos los partidos políticos.
La tercera fase fue montarse en esa protesta espontánea “elevando los niveles de violencia” y dando rienda suelta a las prácticas guarimberas, quemando farmacias populares, centros deportivos, medios de transporte y locales del CNE. Esto provocó un repliegue de los más ingenuos y confirmó en muchos disconformes con el gobierno, que “menos mal que no la votamos a María Corina”. Estas tropelías de la derecha contribuyeron a blindar a las Fuerzas armadas y a la policía, que en los primeros días tuvieron varios heridos de bala.
La cuarta fase empezó con el intento de sacar un pronunciamiento en la OEA, donde el gobierno de Milei y el Secretario Almagro, que actuaron como voceros de Estados Unidos, quedaron en minoría. Ahora, continua con la declaración de Estados Unidos que reconoce a Gonzalez Urrutia como ganador de las elecciones.
Que el presidente de un país extranjero determine quien será el nuevo presidente en otro país, es una torpeza colonialista, que ya cometieron apoyando al “autoproclamado” Juan Guaidó con los resultados conocidos. Decisiones como esta solo pueden fortalecer reacciones antimperialistas en Venezuela y otros países del continente.
Es evidente que el golpe de Estado en Venezuela ha sido la gran apuesta que hizo el gobierno de Biden, para mejorar su posicionamiento ante las elecciones de noviembre, y dejar atrás la derrota de Afganistán y la penosa guerra de Ucrania que promovieron y están perdiendo. La historia dirá, pero da la impresión de que se volvieron a equivocar.
Con el posicionamiento de Estados Unidos desaparece la oposición venezolana. En términos políticos vuelve a repetirse que en lo inmediato la disputa es gobierno chavista vs imperio. Maduro o Biden. Y frente a esa opción se van a repensar todo los alineamientos.
Quienes denunciaron “fraude”, y promovieron terminar con la “dictadura de Maduro”, ya tienen un jefe estratégico, Joe Biden, un pretendido presidente venezolano impuesto por el dedo del imperio, con antecedentes de criminal de guerra, y una delegada “en la clandestinidad”, María Corina Machado.
Nota del Autor: Eduardo Gonzalez Urrutia fue el segundo de la embajada de Venezuela entre 1979 y 1985, en El Salvador. El embajador era Jorge Castillo conocido como “el mata curas”. En ese período la embajada venezolana estuvo muy activa en el apoyo a grupos paramilitares que asesinaron a dirigentes políticos de izquierda, militantes sociales y curas progresistas o de la teología de la liberación. Documentos desclasificados de la CIA informan que la embajada de Venezuela estuvo directamente implicada en la operación Centauro, destinada a eliminar las comunidades religiosas. En ese período se asesinó a Monseñor Romero, las cuatro monjas Maryknoll, que eran norteamericanas, los sacerdotes Rafael Palacios, Alirio Macías, Francisco Cosme, Jesus Caceres y Manuel Reyes. No estando Gonzalez Urrutia en la embajada, pero continuando en funciones como asesor de inteligencia (del Pentagonito) se asesinaron 6 jesuitas y 2 trabajadoras el 16 de noviembre de 1989. Los crímenes de Castillo y sus colaboradores, entre ellos Gonzalez Urrutia son de “lesa humanidad”, y siendo imprescriptibles, están a la espera de que algún día puedan ser juzgados. (Fuente de la N. del A. : Testimonio de Nadia Diaz, fundadora del Frente Farabundo Marti y de sacerdotes como Ramiro Arango que vivieron en esa época en el Salvador.)
Fuente: https://tramas.ar/2024/08/02/fase-4-del-intento-de-golpe-de-estado-en-venezuela/