¿Acaso las propiedades de los bribones (ricos)
serían algo más sagrado que la vida del hombre?
Jacques Roux
(Especial para Sumario Noticias) El 14 de julio se cumplió un nuevo aniversario de la Toma de la Bastilla, punto de referencia de la Gran Revolución Francesa, que junto a la industrial dio nacimiento al capitalismo, una nueva forma de ordenar la producción y distribución de bienes de la sociedad. Interesa aquí recordar que fue justamente en ese hito histórico cuando surgieron dos conceptos que han regresado -luego de ser condenadas a “categorías políticas obsoletas”- a la primera página de los diarios: izquierda y derecha.
Cada vez que El Orden tiende a estabilizarse, la hegemonía del capital anuncia “un mundo feliz”, e irrumpe como sentencia definitiva que “las ideologías han muerto” y plantean la superación de aquellos clivajes obsoletos: el fin de la historia.
Pero cuando las crisis recrudecen y el futuro aparece incierto, vuelven los viejos conceptos, brújulas que permiten ubicar/ explicar el proceso, detectar las coordenadas, pensar a donde se quiere ir.
En Argentina los partidos mayoritarios -hasta el arribo de Javier Milei- se habían olvidado de clivajes claros y optaron por oscurecerse en acuerdos electorales, vaciados de programas, reducidos a organizaciones “atrapa todo”, pragmáticos carente de principio rector alguno, aunque siempre acobijados bajo una única sentencia, foránea: “no hay alternativa al capitalismo” (Margaret Tatcher) o la mas nativa y elogiosa: “el capitalismo es el sistema productivo más eficiente que se conoce” (CFK, 27 de abril de 2024). La expresidenta considera anacrónico a Milei por su “discurso ideologizado, de guerra fría” para la defensa del capitalismo y de la propiedad privada, en lugar de hacer como los europeos que son técnicos administrando al capital tal cual es, sin estridencias.
Sin embargo, estos tiempos recrudecidos por las guerras en curso, la carrera armamentística, destrucción del medio ambiente, precarización laboral e incluso el paso de la “sociedad de vigilancia” a la “sociedad de control” (con sus bancos de datos personales controlados por monopolios y procesados por inteligencia artificial) generan intranquilidad, incertidumbre, crisis. Crece un clima a veces de desconcierto, introspección, alienación, impotencia y parálisis. También de ira, indignación, acción directa… búsqueda.
Y es en esos momentos que renacen como necesidad subjetiva las ideologías explicativas: reaparecen los conceptos brújulas que permiten orientar hacia dónde va este mundo y las “novedades” (populismo, neoliberalismo, etc.) quedan subsumidos en los conceptos madres, didácticos, primarios pero claros: derecha e izquierda.
De zurdos y fachos: del 14 de julio de 1789 al Golpe del 8 Termidor de 1794
Derecha e izquierda son dos términos antitéticos que tuvieron su origen histórico en las jornadas de la Gran Revolución Francesa. Al sentarse en la Asamblea Nacional los sectores más radicalizados, los jacobinos, se sentaron a la izquierda y los más moderados y conservadores, los girondinos, a la derecha. A partir de allí se utilizaron esos conceptos para describir dos formas de concebir el pensamiento y la acción política. Ambos expresan –según dice Norberto Bobbio– “programas contrapuestos respecto a problemas cuya solución depende de la acción política”. Se podría adelantar que la izquierda se condensa en las palabras «Igualdad y libertad» y la derecha en las de «Propiedad y Libertad».
No fue en la “foto” sino en la “película” cuando la izquierda y la derecha se disputaron el contenido de las palabras mágicas: libertad, igualdad y fraternidad. Fue en el proceso histórico abierto en julio de 1789 y la ascendente oleada del movimiento insurreccional que estableció la “República democrática y popular” cuando se construyó una primera respuesta a qué es la izquierda. Y luego, con el golpe termidoriano (26 de julio) de 1794 y el “terror blanco”, la burguesía logró estabilizar su nuevo poder y definir qué es la derecha: la “República de los propietarios”.
Porque aquellas palabras mágicas fueron precisadas por la acción política. Ya en la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano su artículo primero dice que “los hombres nacen libres e iguales en derechos” aunque esos derechos naturales e imprescriptibles pasan a ser en su artículo segundo –nos recuerda el historiador Albert Soboul– únicamente la “libertad y propiedad”.
Sin embargo, la revolución abrió una caja de pandora. Con temor y claridad el pro monárquico Maulet advirtió el peligro de proclamar al pueblo llano que “vosotros sois libres e iguales” en un país en donde reinaba la desigualdad y la subordinación.
Es que la libertad para la burguesía era de opinión, de prensa, de presunción de inocencia, de prohibición de arrestos arbitrarios, de asociación y… ahí terminaba. A tal punto que la ley Le Chapelier (14.06.1791) prohibió expresamente el derecho a que los trabajadores tengan organizaciones profesionales (léase gremiales, sindicales) para peticionar y reclamar colectivamente. Es decir, la Libertad es individual, burguesa y la igualdad, jurídica. En palabras de los propios girondinos: “dar un paso más en el camino de la libertad y terminaremos con la realeza, y uno en el de la igualdad, terminaremos con la propiedad”.
En el período que va de 1789 a 1793 el movimiento revolucionario fue conformando instancias organizativas y deliberativas, crearon los clubes (protopartidos) y nacieron en el seno del jacobinismo tendencias radicalizadas como los igualitarios o los implacables (enragés) que buscaron llenar de contenido a las palabras mágicas: Libertad, igualdad y fraternidad. De esas tendencias surge un planteo central de la izquierda: solo la igualdad de medios permite garantizar la igualdad de disfrute, la igualdad real. El abate Dolivier afirma “representa una broma cruel prometer al pobre unos derechos que no puede ejercer” y para superar ese problema propone la destrucción de las fortunas.
Democracia directa a través de procesos asamblearios, protagonismo popular, igualdad de medios para garantizar el derecho a disfrute de todos: esa es la libertad real. Así queda plasmado un primer clivaje de izquierda. Para quienes la palabra libertad sin igualdad de medios no es sino un privilegio para algunos. Y sin el protagonismo del pueblo -no solo en las barricadas sino en la toma de decisiones- no es democracia.
El otro posicionamiento frente al proceso que abre la revolución francesa se expresará con claridad luego del golpe termidoriano de 1794. El liberalismo reivindica para sí la lucha contra los privilegios feudales y aceptó el protagonismo popular, los ajusticiamientos impulsados por los campesinos pero –conquistado el poder– la burguesía se propuso ser el correctivo a los “excesos” de la revolución francesa, se transformó en una clase conservadora.
Frente al legado de la enciclopedia y sobre todo el democratismo de Rousseau, aquellos burgueses repudiaron la tradición de asambleas directas de la democracia popular para limitar la “democracia” a la ejercida por los representantes sin mandato imperativo y proclamando a la propiedad como la “clave de bóveda” de los principios. La Nueva constitución -sancionada en 1795- instituyó un ejecutivo fuerte llamado Directorio, estableció el sistema bicameral, anuló el derecho a la insurrección. No terminó allí. La burguesía necesitaba garantizar sus derechos adquiridos y proclamó que la “propiedad hace al ciudadano” para concluir que quienes no tienen propiedad deben quedar excluidos de los derechos políticos. El voto censitario (votan acorde a la riqueza de cada cual) anuló el sufragio universal. Condorcet fue más preciso aún: “aquellos que por su pobreza se ven condenados a una dependencia constante, o al trabajo a jornal no poseen más inteligencia que los niños, ni están más interesados que los extranjeros en el bienestar nacional”. Asimismo, frente al “poderoso Estado omnipresente”, establecieron que la producción y distribución de bienes la realice la “mano invisible del mercado”. Eso sí, le dieron a ese mismo Estado todo el poder de policía y coacción para proteger al “orden y la propiedad”.
En ese sentido, los liberales –entendidos genéricamente como derecha– irrumpe como una corrección conservadora a las tendencias democráticas de la revolución francesa, considerando como su principio central la Propiedad Privada y es de ese derecho que se desprenden los otros como la libertad individual de hacer y decir o la propia igualdad jurídica. Ese es el hilo conductor que explica porque frente al cuestionamiento al derecho de propiedad en acciones insurreccional los liberales no vacilaron en “ceder” el voto de sus representantes para encargarles el gobierno a “antiliberales” como Benito Mussolini o Adolff Hitler.
A aquella pregunta fundante de Jaques Roux -sobre si es más importante la vida de un ser humano o la propiedad- la derecha respondió -sin dudar- que lo único sagrado es la propiedad y si un ser humano no tiene medios de vida es porque –siendo formalmente libre e igual–no se esforzó o no es lo suficientemente inteligente.
Parafraseando a Norberto Bobbio se puede afirmar entonces que la izquierda sería la tendencia política que sostiene transformaciones profundas en el orden social existente y el principio que estructura su campo es la igualdad. Igualdad no solo jurídica sino social. Remite finalmente a una posición contraria a la propiedad, como punto clave de aquella desigualdad, acompañada muchas veces de otras críticas a otras desigualdades: entre pueblos, hombre y mujeres o trabajo manual e intelectual. En tanto la derecha es la tendencia que tiende a la conservación del orden social existente concibiendo la desigualdad como producto de mayores o menores desméritos individuales.
En el proceso histórico que va de la “República popular y democrática” a su derrota y triunfo de la República de los propietarios, los conceptos izquierda y derecha fueron adquiriendo forma, fueron tensionados. Y fue como balance de ese devenir que nació una nueva tendencia que observó ciertas limitaciones programáticas del movimiento y profundizó utópicamente lo que sería la perspectiva de izquierda. Gacus Babeuf ((1760 -1797): impulsó una República de iguales: dijeron en su Manifiesto “Nos proponemos algo más sublime y más igualitario: el bien común, la comunidad de bienes”. Leyeron la derrota como consecuencia de no avanzar en la radicalización del programa por la igualdad: avanzar contra la propiedad. Y llamaban al pueblo para arrasar con los tiranos de la propiedad y la riqueza. Más allá del tono utópico, aportaba un punto nuevo a la comprensión de un problema de de esta época.
Por eso derecha e izquierda es una diada explicativa potente, didáctica que permite orientar –si bien no explicar toda la complejidad del proceso social- respecto a qué tipo de orden social se pretende.
La disolución de las palabras/ la recuperación de las palabras.
Derrumbado el campo socialista surgió una aparente evidencia: la guerra fría tenía un vencedor y era el capitalismo que marcaba –como aventuró el historiador Frankis Fukuyama– el fin de la historia. Y esa sentencia claramente ideológica determinó que los viejos conceptos – brújulas perdieran sentido, dejasen de ser puntos de identificación para ver hacia dónde se dirigía la humanidad. El fin de las ideologías era la ideología, la naturalización del orden capitalista.
En Argentina antes de la Dictadura de 1976 existieron perspectivas políticas, programáticas e ideológicas incluso dentro de los propios partidos, siempre hubo alas izquierdas y derechas que se reconocían como tales. El Partido Socialista –pese a su nombre- en sus múltiples escisiones tuvo su ala derecha en Américo Ghioldi y de izquierda por ejemplo en Enrique Del valle Iberlucea. La Unión Cívica Radical tuvo su referente de derecha en Ricardo Balbín y sus alas izquierdas en Raúl Alfonsín o en sus inicios más radicalizados la joven Coordinadora. La experiencia histórica más evidente es la del peronismo, con sus alas revolucionarias, socialistas, de izquierda referenciadas en John Williams Cooke, Raymundo Villaflor o el Peronismo de Base, Montoneros junto a sus alas derechas de la burocracia sindical, y sus Doctores (Italo Luder, Antonio Cafiero, Carlos Rouckauf, Abal Medina etc) o el lopezreguismo, para mencionar algunos casos. Y en esa etapa la derecha necesitó ocultarse detrás de la palabra centro: Unión del Centro Democrático se llamó el partido de derecha de Alvaro Alsogaray. En esta referencia histórica no se pretende decir –que salvo el último caso mencionado explícitamente fuesen tendencias revolucionarias- pero sí que requerían precisión respecto a cierto horizonte, cierta definición programática e identitaria.
Ya con la restauración democrática y el surgimiento de las viejas identidades en forma de partidos, frentes o movimientos “atrapatodo”, desideologizados (o con la ideología de la naturalización del orden) fueron parte determinante del perfil de esta nueva democracia estable “de baja intensidad”. En Europa la Caída del Muro de Berlín coincidió con el abandono por parte de los partidos socialdemócratas de sus propio proyectos para abrazar terceras vías, terceras posiciones entre el capitalismo y el socialismo apostando a un estado mas contenedor de los “perdedores” del orden pero encorsetadas estructuralmente en proyectos neoliberales, de derecha. Fueron las “terceras vías”: socialdemócratas en Europa, neoliberalismo progresista (en la feliz definición de Nancy Fraser) en la mayor parte de América Latina.
El historiador Enzo Traverso reconoce dos grandes etapas de la Historia reciente: la primera que nació con la Revolución francesa en 1789 y concluyó con el derrumbe del campo socialista en 1989/91 cuyo clima estuvo marcado por lo que él denomina principio esperanza, la corriente calidad de la emancipación social. La segunda, que se inició con la Caída del Muro de Berlín la denomina el fin de la ilusión, la corriente fría de los principios de responsabilidad, consumismo y privatización.
Sin embargo, esa segunda etapa está siendo corroída “por este tiempo de guerra, este tiempo sin sol”. A la crisis algunos autores la definen justamente como un momento de decisión, de “condensación del presente” en que se corta la continuidad temporal. No tenemos pasado y no podemos proyectar el futuro.
En ese sentido, Milei no es anacrónico. Al contrario. Percibió la crisis y la necesidad de orientar y proyectar futuro en estos tiempos de incertidumbre. Recuperó la lucha ideológica, las palabras fuerza. No se ocultó detrás del insulso “no soy de izquierda ni de derecha”. Porque como señala el propio Bobbio “según las temporadas y latitudes, el crepúsculo puede ser más o menos largo, por la mayor o menor duración no alterna en absoluto el hecho de que su definición dependa del día y de la noche.”
Y Milei denunció, confrontó y alternativizó a este orden “fofo”. Se posicionó del lado de la propiedad, primer punto del Pacto de Mayo y de la libertad de mercado. Incluso las libertades individuales fueron suplantadas por las de seguridad. En los diez puntos no se encuentran ni mencionada la palabra Igualdad.
Su inteligencia política (o de quienes lo asesoraron) fue incluir como si fuese “izquierda” a partidos que lideraron proceso políticos críticos del neoliberalismo pero que aceptaron reformas limitadas a las estructuras de ese régimen de acumulación, neoliberalismo progresista. Obsérvese como ejemplo que si se asume como principios de derecha liberal la defensa del capitalismo y la propiedad, justamente CFK abraza el clima de época señalado por Traverso como “Fin de la ilusión” y por eso cita a F. Jamenson “es más fácil imaginar el fin del mundo que el del capitalismo”. Y completa con “la razón económica” cuando afirma que “el capitalismo ha dejado de ser una ideología: es un método más eficiente para producir bienes y servicios hasta la actualidad.” Esa definición, conceptualmente, no es de izquierda ni de zurdos. Al contrario.
Para ellos el capitalismo fue un sistema eficaz para el desarrollo productivo, tecnológico y comercial olvidan -como lo hicieron desde CFK a Milei- que pasados casi 250 años de su estructuración lo central a remarcar hoy es ser –como señaló Juan Azcoaga- el sistema más derrochador y destructor de recursos naturales y humanos de todas las sociedades antes conocidas.
Finamente resulta interesante observar como en el “sentido común” irrumpen refranes, frases que ingresaron en el inconsciente colectivo: “hacer las cosas por derecha” es hacerla legalmente, hacerlas «por izquierda» es fuera de la ley, “dame la derecha” es dar la mano verdadera, en tanto dar la izquierda es de falso, “darte la derecha” es darte la razón en tanto la izquierda es la siniestra. Siniestro –según el diccionario de la real academia- significa avieso y malintencionado. A veces, evitar la utilización de los conceptos implica en si una derrota político cultural. Cabría aplicar para quienes se sienten cómodos “sin etiquetas” ideológica aquel dicho irlandés: «Yo se que usted fue neutral es esta lucha, pero ¿con respecto a qué bando fue usted imparcial?«
Una vieja película de Lita Statnic llamada “Un muro de silencio”, contiene una escena en que un estudiante explica la crítica de Horkheimer al pragmatismo. En el pragmatismo -dice– «la dimensión del pasado queda absorbido por el futuro y por lo tanto se ve expulsado de toda lógica (…) Refleja una sociedad que no tiene tiempo de recordar, de reflexionar”. Por eso el pragmatismo siempre es de derecha.
Las ideologías han vuelto y exigen a la realidad precisiones de izquierda y derecha acorde a su tradición: Propiedad y libertad o Igualdad y Libertad de disfrute. Es histórica y políticamente un buen punto de partida, nunca de llegada, pero sean bienvenidas las tozudas palabras – ilusión.
Fuente: https://diariosumario.com.ar/contenido/43186/de-zurdos-y-fachos