De la crisis a la casta. Por Julio Bulacio.

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El 11 de junio el periodista Carlos Pagni en el diario La Nación señaló que la grieta actual ya no era kirchnerismo – antikirchnerismo sino “otra más poderosa que Milei detecta en la gente y le da palabras y etiquetas: pueblo contra casta.”

En ese esquema, Milei expresaría al pueblo, la voz de los que no tienen voz y sería quien enfrenta a la casta de los políticos, que viven del Estado, y se enriquecen “con la tuya”.  

Hace más de dos décadas, “minutos” antes de la crisis del 2001, José Nun publicó un libro con el sugerente título Democracia ¿gobierno del pueblo o de los políticos? (Buenos Aires, FCE, 2000), detectando en su pregunta algo que comenzó a instalarse en el “sentido común” de los ciudadanos frente al  “desencanto” de la democracia y la dirigencia política. 

La distancia entre lo sucedido en el 2001 y en 2023 es mucha pero hay algo en común, observable: una crisis- indignación que a veces parece quedar entre paréntesis y regresa. Hasta puede recordarse la misma liturgia: “que se vayan todos” o la canción que cantaba la Bersuit “Se viene el estallido”. Y sin embargo la diferencia parece también profunda. 

Ayer fue una pueblada popular, ocupando calles, hostigando cara a cara a los políticos responsables, recuperando empresas junto al florecimiento de asambleas en donde “los nadies” tomaban la palabra. Hoy la ira frente “la casta” se expresa solamente en las redes y el voto…Ambas acciones parecerían hablar de dos sociedades diferentes con el mismo telón de fondo de una decadencia sin fin, que a veces toma la forma de crisis, ese momento de condensación del presente en que se debe decidir: no tenemos pasado y no podemos proyectar el futuro sin actuar.   

Guillermo O ´Donell reconoció 5 diferentes tipos de Crisis (El estado burocrático autoritario – 1966 – 1973) pero aquí utilizaremos solo dos de ellas como disparadores: la crisis del régimen y la política.  

El autor define al régimen como los canales que tienen los habitantes para acceder al ejercicio del gobierno, participar, disputar o influir en él. Actualmente sería vía ciudadanos / partidos, pero podría ser corporativa (fascismo) o por medio de un golpe de estado u otras conjunciones. Se habla de crisis de régimen cuando algún grupo plantea la pretensión de instaurar criterios de representación y canales de acceso a ese lugar diferentes a los existentes, cuestionando a las “elites/representantes” que compiten habitualmente dentro de ese régimen generando cierta inestabilidad política aunque sin cuestionar la dominación de clases preexistente en esa sociedad. La otra que nos interesa señalar es la crisis política – que suele superponerse con la anterior – y se produce cuando grupos, partidos o movimientos logran interpelar a clases o sectores sociales portadores de identidades que entran en conflicto con las clases o sectores ya establecidos en la escena política. Por ejemplo, el nuevo sujeto pueblo frente a la oligarquía, o la clase obrera con un proyecto de un “Nuevo Orden socialista”. Es decir, se proponen, en este caso, transformaciones estructurales que el régimen existente no podría integrar, pretendiendo disputar el poder a la clase dominante. 

El triunfo electoral de Milei fue el indicador de esas crisis superpuestas, quien logró instalar un concepto para poner en una palabra a dicha crisis con una notable eficacia comunicativa: denunciar y confrontar contra la casta. Pero ¿qué es para la ciencia social una casta? Una definición de diccionario diría que es la existencia de un grupo social cerrado, endogámico, cuya posición social está predeterminada por pertenecer a una estirpe, las más de las veces con funciones específicas y hereditarias dentro de la sociedad. No parece inicialmente un concepto que pueda referir a los representantes políticos elegidos, votados por los ciudadanos pero es indudable que para el “sentido común” de buena parte del pueblo resultó pertinente y efectivo.  Y eso despierta la pregunta ¿por qué? 

De la barbarie a la civilización. De la igualdad comunitaria a la Sociedad de Castas. 

La “revolución neolítica”, esa gran revolución productiva que le permitió al ser humano cultivar y domesticar animales, dio comienzo al período histórico que Lewis Morgan llamó “barbarie”.  ¿Por qué? El aprendizaje era insuficiente, no se sabía refertilizar la tierra y al  agotarse el suelo en que estaban asentados, cada grupo debía buscar otro lugar para cultivar y esos llevó a guerras de supervivencias permanentes entre esos diferentes grupos.  

Ya con la “revolución urbana” nació – siguiendo esa misma tipología – la “civilización”, las primeras aldeas o urbes, observable a orillas del río Nilo en el Egipto de las pirámides,  o de los ríos Tigris y Eúfrates o del Indo. Allí la fertilidad que dejaba la bajante de esos ríos generó un excedente productivo, y el mismo posibilitó la primera división del trabajo, ya no todos los integrantes del grupo debían realizar el trabajo manual: hubo quienes se “especializaron” en pensar/ mandar y otros en el hacer/obedecer. Con esas primeras civilizaciones nació la sociedad de castas en cuyo vértice de la pirámide social se ubicaba una casta guerrera y clerical y debajo una mayoría de agricultores que producían el excedente que aquella casta distribuía de manera desigual para garantizar sus propios privilegios y gastos “faraónicos”. La pregunta sería ¿por qué esa injusta distribución era aceptada por los productores directos? Por la ideología impuesta y transformada en el “sentido común” o “lo natural,””las cosas son así”… Aquellos especialistas en pensar, en producir sentido explicaron el origen del mundo y cómo los dioses se adueñaron del mismo y finalmente se lo legaron a esa casta dominante… Y había que aceptarlo porque ese era el Orden Sagrado decidido por los dioses y como tal inamovible e incuestionable. En caso de que alguno dudara de la palabra sagrada y se rebelara, se ejercía la coacción directa a través de duros castigos, produciendo incluso la muerte. 

Es decir que la sociedad de castas era estática, regida por un orden sagrado inamovible fundado en la coacción, y en la cual la casta dominante vivía del excedente productivo generado por la mayoría que sufría la escasez. Lujos “asiáticos” para los de arriba, “los superiores”; miseria y hambre para “los de abajo” que era quienes generaban “el excedente”, la riqueza. 

En ese sentido, la visión de una casta parasitaria que vive de quienes realmente trabajan, fue algo que pareció observar parte de nuestro pueblo en los políticos: siempre bien vestidos, sonrientes, sin problemas de sueldo (se los suben solos), ni de vivienda, ni de salud o educación. Y se indignó al descubrir que la mayoría de ellos, que administran los recursos públicos para escuelas u hospitales a los que va el “ciudadano de a pie” suelen enviar a sus hijos a institutos privados y se atienden en clínicas pagas (¡hasta los presidentes!!).

Y en eso llegó el mercado y la propiedad

Sin embargo, fue con el surgimiento de la “Polis” (ciudad – estado) en Atenas que la vieja sociedad de castas fue esmerilada hasta su extinción por el surgimiento del comercio y el capital mercantil. En definitiva, con el nacimiento de la propiedad: en Atenas hubo propiedad sobre el esclavo – cosa, sobre la tierra o el comercio… se compraba y se vendía, todo se movía y eso conmovió a aquel orden sagrado, estático.  

En ese proceso la antigua casta nobiliaria debió convivir con las nuevas clases: mercaderes que incluso eran más ricos que ellos, campesinos libres, trabajadores urbanos y así comenzó la lucha de clases, intereses contrapuestos que no podían ser frenados por los viejos dioses. Los campesinos frente a la presión de los nobles por la tierra y de los mercaderes-prestamistas se rebelaban, defendían, actuaban. Eso llevó a que la vieja casta hereditaria y los mercaderes se unieran para impulsar la conformación de un Estado que mediara en los conflicto: ya no servían los dioses ni el miedo! Para ordenar la alta conflictividad social y política propusieron una primera Constitución, que le encargaron a Solón, considerado uno de los siete sabios de Grecia. En ella se estableció que todos los ciudadanos (no los esclavos) debían estar representados políticamente así como tener derechos y obligaciones pero sería acorde a la renta de cada cual: a mayor riqueza, mayores derechos y a menor cantidad de bienes, menos derechos. Por eso se la denominó plutocracia, gobierno de los ricos  (pluto= ricos, cracia= gobierno)  

Es decir, al desaparecer la sociedad de castas, sobrevivieron castas pero articuladas con los mercaderes, con los nuevos ricos. Si existe propiedad, el poder ya no lo da la herencia sino la riqueza.    

¿Por qué hablar de casta resultó tan potente en una sociedad de mercado? 

Eso que suele llamarse “sentido común”, muchas veces contiene afirmaciones, conceptos   que al no ser sistematizados aparecen de manera contradictoria o disgregada. Sin embargo acusar de casta a quienes consideran que viven muy bien gracias al trabajo ajeno podría ser considerado parte de una intuición interesante, de “buen sentido”. 

En realidad, la palabra casta apareció en medio de la crisis española expresada simbólicamente como el 15 M (el 15 de mayo de 2011 surgió el llamado Movimiento de los indignados), y fue impuesta por un novedoso movimiento de izquierda llamado Podemos, que más allá de su errático itinerario, utilizó el concepto de Casta para denunciar y confrontar contra los partidos tradicionales de derecha (Partido Popular) y de “centroizquierda” (PSOE). Y también lo hizo con notable éxito. 

Pero la definición que dio su máximo referente Pablo Iglesias se contrapone con la disociación que hizo Milei entre poder económico y  casta política.  El dirigente español lo expresó así: “Lo que pasa es que estamos gobernados por los mayordomos de los ricos. Y lo que hace falta es un gobierno de carteros de los ciudadanos. El 15-M  cambió la agenda política de nuestro país, se vio que la soberanía no podía estar en manos de poderes que no había elegido nadie: bancos y poderes financieros que nos han llevado al desastre.” (El Mundo, 27 de mayo 2014). Es decir, relacionó casta política con ricos, como en la antigua Atenas de Solón con la plutocracia.  

Entonces la pregunta es por qué en Argentina Milei logró encapsular a la casta entre políticos “de manos porosas” y periodistas “ensobrados” por fuera de la obvia relación entre ellos y las clases dominantes, los propietarios, el mercado. Qué ocurrió en la Historia para que aquí el “sentido común” no relacione “casta política” con aquel viejo concepto muy propio de Latinoamérica como  la oligarquía “que maneja al estado como si fuese sus estancias”. No digamos el preciso término de plutocracia, como expresión de un gobierno de Grandes Empresarios beneficiados por aquella casta política (solo el recordado periodista Marcelo Zlotowiazda utilizaba esa articulación para referirse a esta Democracia). Y esto en un país en donde los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez más pobres, y más aún, donde se sancionaron  leyes para que los pobres paguen más impuestos y los ricos menos. 

El historiador Sergió Bagú  señala que es el concepto de clase social el nombre de una realidad genérica que incluye al de casta, estamento, burguesía o a cualquier “otro grupo social que en la historia haya desempeñado funciones estrechamente conectadas con un mecanismo de dominación”. Ahora bien, lo que sabemos es que al irrumpir la sociedad mercantil hasta hoy, bajo el modo de producción capitalista la sociedad de castas desapareció (salvo en la India), pero si perviven sociedades con castas que están plenamente articuladas con los dueños del poder económico real. Y no podrían existir sin él. Y aquí otra vez podría leerse un buen punto de partida para que el “sentido común” mute en “buen sentido”. Sin embargo, esa evidente relación entre Milei – Casta – Poder económico- por ahora no está presente.  

Más allá del carácter de la crisis en la tipología de O´Donell (de inestabilidad, política o de régimen) sí es cierto que para él las mismas no implican necesariamente un colapso del régimen o gobierno,  pero siempre cuestionaron en un punto la dominación de “los que mandan” y podrían llevar a una crisis de acumulación, en la cual las clases dominantes se atemoricen por su propia supervivencia. Paradójicamente parecería que hoy son las propias clases dominantes quienes impulsan “desde arriba” – a diferencia del ciclo analizado por O Donell –una transformación profunda, que dé una victoria -que sueñan definitiva- al proyecto iniciado en el Rodrigazo de 1975 y la última dictadura, pero que no terminan de consolidar (hegemonía imposible diría Fernando Rosso). En ese sentido es pertinente preguntarse – como lo hizo Martín Ogando en su programa radial La cola del diablo – si hoy no estarían dispuestas a acompañar a Milei en un cambio de régimen, que incluso modifique los canales de participación propios de esta democracia timorata, tal como la conocimos en estos últimos 41 años. Es decir, volver a una Sociedad Jerárquica, inamovible, represiva pero en la cual quienes ejercen la coacción ya no lo hacen por herencia sino simplemente porque las riquezas y el poder en unos pocos están ya concentrados y solo requerirían alguna  ayuda para que “haya garantía jurídica” de los “mayordomos del poder económico”: la casta, los viejos partidos políticos de este orden junto a sus nuevos actores,  Milei, la inteligencia artificial y las redes. Financistas, “unicornios” tecnológicos y extractivistas junto  a los asiduos visitantes del Pentágono y la CIA se sienten por ahora bien atendidos. 

Boedo, 27 de junio 2024. 


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