Más allá de las cifras oficiales y opositoras acerca de su nivel de cumplimiento, el paro del jueves 9 de mayo se hizo notar, y mucho. Fábricas sin actividad, estaciones ferroviarias paralizadas, colectivos escasos y con muy pocos pasajeros, taxis “yirando” por las calles sin que nadie subiera.
La modalidad de la medida de fuerza fue “dominguera” (sin movilización) a escala nacional.
Así la declaró la Confederación General del Trabajo (CGT). Las dos CTA no se diferenciaron fuerte en ese aspecto. Pese a esa convocatoria a la pasividad, no en Buenos Aires pero sí en importantes ciudades del resto del país hubo manifestaciones callejeras de adhesión al paro. De nada desdeñable envergadura.
“Parazo” fue la palabra de sucinto balance que enarbolaron en el transcurso del día los sectores más críticos y la propia CGT. Segunda medida de fuerza en cinco meses de ejercicio de la presidencia por Javier Milei. Una significativa frecuencia de esa acción de protesta, no muchas veces igualada a lo largo de la historia reciente del país.
Ahora queda esbozada con más fuerza la posibilidad de trazar un verdadero plan de lucha, con asambleas y concentraciones “desde abajo”, en diferentes lugares de trabajo. Y con un cariz activo, que cuando derive en medidas de acción directa de alcance nacional, ponga la protesta en la calle y con un alto nivel de masividad.
Los límites.
Sin desmedro de la evaluación precedente, quien esto escribe considera que más allá de sus efectos contundentes, la huelga no tuvo una masividad arrasadora, necesaria para que “no vuele una mosca”. Y entonces las patronales y el gobierno se queden sin posibilidad verosímil de relativizar el alcance de la no concurrencia al trabajo.
En el comercio, como suele suceder, el paro fue parcial. En el transporte, la mayor empresa de “colectivos” presionó y amenazó a sus chóferes para que fueran a trabajar y al menos en parte lo logró.
El miedo al desempleo en un escenario de aguda caída de la actividad económica hizo lo suyo para que una porción de asalariados y cuentapropistas concurrieran a sus puestos de trabajo. En otros casos pesó la resistencia a sufrir descuentos o para los cuentapropistas, perder el pago de las tareas del día. Todo potenciado por una situación de aprietos económicos generalizados.
Otro factor que incidió sobre una parte de las trabajadoras y trabajadores es el rechazo que suscita el grueso de la dirigencia sindical. La gran mayoría de la población, asalariados incluidos, profesa justificada antipatía hacia los sindicalistas con camionetas o autos de lujo y residencias de muy alto precio.
Hay conciencia generalizada que es más que frecuente que se entrelacen los intereses de dirigentes y patrones y haya un “sindicalismo de negocios” que en la confrontación de clases apunta del lado contrario al de los intereses de a quienes se supone representan. El mismo gremialismo que a menudo reemplazó el “golpear para después negociar” por la negociación permanente.
Y no es menos amplia la percepción de que las conducciones sindicales se perpetúan en sus cargos, combaten el menor atisbo de oposición. Y generan un “toma y daca” que les permite la construcción de una estructura de apoyo por medio del otorgamiento de prebendas y la participación en alguna actividad lucrativa en los márgenes de la legalidad.
Y no cabe mirar para otro lado ante la extensión de una mirada situada entre la resignación y la rabia mal enfocada, que lleva a la inacción a muchxs trabajadores y pobres. “Hay que trabajar, no queda otra” es una frase bastante escuchada. Incluso la idea de que “es necesario sacrificarse, se acabó la fiesta” suele oírse. A menudo en boca de quienes es evidente que no participaron de ninguna opulenta celebración cuyos efectos dañinos habría que reparar.
Algunas conclusiones provisorias.
La clase dominante y los políticos de derecha han hecho mella en la conciencia y la propensión a la organización y la lucha de una parte de los explotados o marginados. Una cultura de supervivencia egoísta, de competencia y desconfianza entre pares o hacia abajo se ha inficionado en una parte de las clases populares.
El “enemigo” pueden ser los perceptores de planes sociales que cortan calles, los migrantes o quienes sostienen cualquier actitud de disidencia.
Lo que no quita que se perciban fuerte los padecimientos crecientes. Cada vez la realidad de ingresos en caída vertical y la amenaza del desempleo, la precarización y la pobreza atañe a sectores más amplios. Agresiones y provocaciones se sienten, al menos en algunos sectores de la sociedad, más allá de que otros opten por ignorarlas. O hasta justificarlas o acompañarlas en algunos casos, por qué negarlo.
Sin desmedro de lo anterior, son millones quienes mantienen o añoran una cultura de lucha, de defensa de las conquistas alcanzadas, de repudio a los ataques contra ingresos y condiciones de trabajo. Que no comulgan con desregulaciones y privatizaciones. Y en consecuencia se movilizaron, se movilizan o tal vez se movilizarán contra el decreto 70/2023 y el proyecto de ley “bases” que se debate en estos días.
Quienes no se equivocan de enemigos. Y tienen claro que, si se le permite, el gran capital arrasa con todo, desde los bienes comunes a las libertades públicas. Y que llega al éxtasis si se le facilita el disciplinamiento de trabajadores y desheredados y el control más pleno de las unidades productivas.
Ellos pueden ser la base de una contestación que articule las reivindicaciones económicas con el avance en una concepción distinta de la sociedad. Que crea en que se puede alcanzar un verdadero gobierno del pueblo.
En ese campo destaca la numerosa y multiforme militancia social, política y cultural que alberga nuestro país. Allí están quienes enfrentan a empresarios y burocracias cómplices a todo riesgo, y los que cuestionan de modo activo las políticas públicas regresivas. Pruebas al canto de esto último fue la descomunal y reciente movilización en defensa de la universidad pública.
Se incluyen también quienes despliegan acciones generosas en los barrios, poniendo su trabajo sin retribución económica o una muy reducida. Se organizan, impulsan o acompañan la defensa o la obtención de los derechos más básicos.
Y en la misma dirección van quienes pelean por los pueblos indígenas, la defensa del ambiente, los combates antipatriarcales, la preservación y promoción de la comunidad LGBT+.
Sin olvidar la tarea de esxs diputadxs que “son cinco y parecen 100”, que se mezclan con las movilizaciones que a menudo rodean al congreso nacional. Y traspiran cada lucha fuera del campo institucional, llevando solidaridad y ampliando la visibilidad pública allí donde es necesario.
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A todxs esos colectivxs les esperan desafíos crecientes: Revertir los avances de la “batalla cultural” de las diversas variantes de los sectores reaccionarios. Hacer sentir a los capitalistas que no son dueños de la situación. El señalamiento cotidiano de que esta sociedad desigual, injusta y excluyente puede ser reemplazada por un orden sin explotación, depredación ni sufrimiento generalizado.
Suele decirse que “la Argentina da para todo”. En parte es cierto. Los imprevistos están a veces a la vuelta de la esquina. No sería la primera ocasión en que las tensiones crecientes desembocan en la protesta generalizada y hasta la rebelión. Eso no acarrea certidumbres. Se necesita de muchas y muchos que tomen una apuesta activa por una sociedad diferente.
Es hora de que las sorpresas no vengan de la derecha sino de la izquierda. Y que no se limiten a un “susto” para los poderosos sino a una capacidad de cambio que les sea difícil de revertir a los de arriba, a la pequeña minoría de privilegiados. Puede ser verdad que “no la vimos venir”, ahora es necesario no sólo “verla” sino combatirla con espíritu sí, de resistencia, fecundada por la disposición militante a la contraofensiva…
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Fuente: https://tramas.ar/2024/05/10/un-dia-de-paro-y-la-necesaria-reflexion/