La culpa no es del caballo, ni de la claridad que se demora.
Un poco de historia
El 28 de junio de 1966, el general Julio Alsogaray y los coroneles Luis Prémoli y Luis Perlinger, ingresaron a la casa Rosada y comunicaron al presidente constitucional Arturo Humberto Illía, que había cesado en sus funciones. El presidente cordobés había asumido con un débil respaldo político, producto de la proscripción del peronismo y siendo un hombre honesto había intentado atemperar la ofensiva gorila desatada después del golpe del 55. El fracaso del intento del vandorismo de dividir al peronismo obrero, que seguía eligiendo el camino de la resistencia, y la aprobación de la Ley de Medicamentos que intentaba controlar la producción, comercialización e importación para las empresas farmacéuticas, fueron dos hechos decisivos que determinaron su derrocamiento como presidente. El general Juan Carlos Onganía asumió con el apoyo de la UIA, la Sociedad Rural, la embajada de Estados Unidos y los principales dirigentes de la CGT: Vandor y Alonso.
Perón, que desde el exilio venía agitando la resistencia contra Illía no condenó el golpe de Estado y pocos días después escribió la famosa frase: “Desensillar hasta que aclare”.
Las expectativas de Perón en que Onganía abriera alguna puerta hacia la legalización del peronismo, no duraron más de 6 meses. El nombramiento de Adalbert Krieguer Vasena, un hombre de las multinacionales, al frente del Ministerio de Economía. confirmó los peores presagios. Pero el “desensillar hasta que aclare” siguió siendo la consigna para muchos sindicalistas que se integraron al gobierno militar como el dirigente de la UOCRA, Rogelio Coria, o para quienes mantuvieron tironeos, pero nunca rupturas con los militares, como el textil José Alonso y el metalúrgico Vandor. En la vereda de enfrente, el sindicalismo combativo y revolucionario siguió resistiendo y posteriormente organizó la CGT de los Argentinos, en marzo de 1968.
“Desensillar hasta que aclare” en tiempos de Milei
A diferencia de Carlos Menem, que prometió “la revolución productiva” y “el salariazo”, Milei ha propuesto un ajuste feroz a la “clase política” y la reducción de la inflación, ante el supuesto que se dispare a más del 15.000%. A poco de andar se están tomando medidas que ajustan a las mayorías, incluida la clase media, y la inflación que dejó Massa del 120% anual, ahora está trepando al 900 % anual.
De todas maneras, considerando que las personas no cambian rápidamente de forma de pensar, podríamos caracterizar que en el país se mantienen tres tercios de opinión. Por un lado, una parte de la población es consciente de que quienes van a ser ajustados son las mayorías, y que los beneficiados serán, otra vez, los dueños del país. Otra parte de nuestro pueblo está confusa, porque si bien sigue pensando que hay que tomar medidas de fondo para acabar con el saqueo y la corrupción, ya no está tan segura de que Milei vaya a hacerlo. En consecuencia pide tiempo “hasta que aclare” el rumbo del gobierno. Por último, hay otra tercera parte de la población, que está convencida de que la mejor forma de salir adelante es que los pobres ganen menos y tengan menos derechos.
La idea que, para empezar a resistir, hay que esperar que un 50% de la población esté convencida de que este gobierno es un desastre, no se corresponde con nuestra experiencia histórica. No es cierto que durante la dictadura militar salieron todos a enfrentarla en sus primeros años. Las madres y organismos de derechos humanos, que empezaron a marchar exigiendo aparición con vida de los desaparecidos, eran grupos pequeños. Las fábricas donde se empezaron a expresar protestas salariales o reclamos por despidos eran muy pocas. Siempre alguien empezó y no fue fácil al principio. Eran tiempos muy adversos para la resistencia. No faltaron las recomendaciones de cuidarse o las admoniciones porque nuestra militancia ponía en peligro a nuestras familias u a otros compas. La única prevención que, en aquel momento y ahora, me parece necesaria es que no se debe presionar a movilizarse o a ser solidario a quienes no están dispuestos. El único examen a rendir es con la propia conciencia, y de la misma forma que se exige el derecho a que se respete la decisión de movilizarse, se debe respetar la decisión de no hacerlo.
Después están los cuentos, las justificaciones, las grandes estrategias que se trazan en mesas de arena, las cartas esclarecedoras que nunca son cotejadas con los resultados obtenidos, las grandes declaraciones que emiten los tuiteros sociales, disfrazados de dirigentes sociales. También estan las declaraciones de los ”dirigentes combativos” abonados a Perfil o Página 12, que tienen más procesiones que luchas en la calle.
Ojalá, el nuevo ciclo de luchas que recién empieza, corte el vínculo con los charlatanes. Ojalá surjan nuevos liderazgos y nuevas vanguardias capaces de empatizar con el buen sentido de las mayorías, y se animen a proponer alternativas políticas transformadoras, que destierren el posibilismo, pero también el sectarismo.
“Desensillar hasta que aclare” puede ser un buen consejo para un criollo que anda solo recorriendo la pampa y que se va a dormir disfrutando las estrellas. Pero desensillar entre malas compañías, puede ser fatal. La culpa no es del caballo, ni de la claridad que se demora. La culpa es del jinete que no quiere volver a galopar.
Fuente: https://tramas.ar/2023/12/19/desensillar-hasta-que-aclare/