Como parte de un fenómeno de alcance mundial, la sociedad argentina asiste al crecimiento de una alternativa de ultraderecha. Una incógnita es hasta dónde podrá llegar en el mapa político nacional.
Ya se vuelve asunto de rutina encontrarse con sondeos de opinión o análisis políticos que hablan de un electorado dividido en “tres tercios” y en función de ello sitúan a Javier Milei como un candidato con posibilidades de obtener una elevada votación a escala nacional.
Más allá de la credibilidad de esas evaluaciones, lo que aparece claro es que el economista “libertario” ha excedido el rol que tenía asignado al comienzo. El de llevar a la escena mediática discusiones propias de una visión radical de la economía de “libre mercado”.
Hoy se especula que podría obtener una veintena de diputados propios en los próximos comicios. Y hay quien se atreve a vaticinar que puede ingresar al balotaje, dejando al Frente de Todos (FdT) en un desairado tercer lugar, lindante con la humillación política.
El giro derechista en ascenso.
Un efecto ya notorio de la presencia de “La libertad avanza” en la escena política es que forma parte de, y a la vez impulsa, una secuencia de radicalización hacia la derecha. Al principio de su actuación pública él y el hoy disminuido José Luis Espert parecían no cumplir otra función que colocar ciertos temas en la agenda pública, inclinando la balanza en dirección a las creencias más radicalizadas en el libre mercado.
El crecimiento de su partido, ya manifiesto en las elecciones de 2021 y en aparente alza con posterioridad, adquirió otro efecto: Incidir en la interna de “Juntos por el Cambio” (JxC) de modo que se difuminen los límites entre derecha “moderada” y extrema.
Tanto Mauricio Macri como Patricia Bullrich parecieron encontrar hace un tiempo a través de Milei, el verdadero rostro que antes no se atrevían a mostrar. Ambos dirigentes de PRO se aprestan en público para emprender una batalla a muerte contra todo lo que resta en Argentina de conquistas democráticas, derechos de los trabajadores y regulación estatal de la economía.
Reivindican el itinerario de la década de 1990, adecuado a las circunstancias presentes y presentes. Lo que va acompañado con la exhibición pública de la disposición plena a reprimir cualquier protesta frente a políticas destructivas.
Macri aclaró, ante una pregunta periodística que está dispuesto a “bancarse muertos”. Patricia Bullrich mantiene y extrema su habitual preferencia por la “solución” mediante el uso de la fuerza de cualquier conflicto social o problema político.
Incluso Horacio Rodríguez Larreta abandonó en su momento sus matices de hombre “de consenso” para librarse a los manotazos de cualquier adherencia de los adjetivos de “socialista” y “zurdo” que el líder de “La libertad avanza” tuvo a bien asestarle. Ahora parece haber vuelto sobre sus pasos.
Ninguno de los dirigentes de la coalición opositora puede hoy eludir la incidencia del economista “libertario”. Sea para diferenciarse, o bien para explorar caminos de convergencia hacia la derecha. Mientras tanto, el dirigente ultraliberal ataca a muchos de ellos, tildándolos de integrantes de “la casta política”, término que ha hecho fortuna y está en el centro de su discurso.
Las infaustas alianzas y la antipolítica.
El dirigente de “La libertad avanza” acaba de mostrarse proclive a ir a una interna con figuras de la coalición opositora: “Estamos a tiempo de crear un partido e ir a una interna con Patricia Bullrich”, afirmó en una entrevista radial. “Soy de Juntos por el Cambio, punto final” contestó con rapidez la presidenta de PRO. De todos modos esto remarca una tendencia del economista a buscar alianzas más amplias, a la búsqueda de los respaldos que le permitan un despliegue nacional en vasta escala.
El ultraderechista está dedicado a un armado político nacional que reúne a políticos locales de diversas procedencias, en general muy distantes de la pureza del ideario “libertario”. Tales como Ricardo Bussi en Tucumán, Martín Menem en La Rioja, Alfredo Olmedo en Salta. Se le suman dirigentes sin significación nacional pero sí extensas carreras políticas en sus respectivos ámbitos provinciales.
Entretanto las dos coaliciones dominantes están sujetas a internas inacabables, desordenadas y ventiladas en público en malos términos. Frente a eso, “La libertad avanza” disfruta de un liderazgo personalizado, que si bien sufrió un par de embates internos (Carlos Maslatón, algunos militantes juveniles) no ve amenazada su conducción ni admite líneas internas.
Ante la expansión del sentimiento “antipolítica”, Milei aparece como alguien no tocado por la propensión a disputar poder de espaldas a los problemas e inquietudes de la sociedad que aqueja a otros políticos. Él estaría realmente ocupado todo el tiempo en el combate contra los privilegios y la injusticia que aquejan al ciudadano común, en forma de inflación, impuestos al consumo, gastos de la “casta” en su propio beneficio.
La línea discursiva del candidato de la ultraderecha conecta muy bien con el impulso del individualismo exacerbado, del desencanto hacia la política. También con la tendencia a buscar los enemigos “abajo” y no “arriba” de la propia posición en la sociedad.
Además adopta una dicotomía “la sociedad vs. el Estado” como eje central de su pensamiento. En una sociedad como la argentina, que padece una administración pública ineficiente, que día a día empeora la calidad de los servicios que brinda, el discurso “antiestatal” gana adeptos. El discurso “libertario” usufructúa parte de ese apoyo, con su promesa de un ajuste radical del aparato estatal. Y de desarrollar una versión extrema de las políticas privatizadoras y desreguladoras.
En ese cuadro gana eficacia la denuncia contra los privilegios de la dirigencia política y la sordera que padece esa dirigencia frente a los reclamos de la sociedad. El fracaso ostensible de la actual gestión presidencial y de la anterior da pábulo a los denuestos en un momento en que casi todos los dirigentes tienen imagen negativa en a la población.
Que crezca pero no tanto.
Varios columnistas ilustres de los grandes medios expresan ahora cierta desconfianza hacia la figura del conductor de “La libertad avanza”. Han contribuido a engendrar una criatura que llegó bastante más lejos de lo que pensaban al principio.
Lo imaginaron como un cruzado del liberalismo más extremo que presionara a favor de los intereses del gran capital desde la jefatura de un bloque parlamentario de minoría. Y ahora se encuentran con un aspirante a la presidencia que parece a punto de entrar en la disputa por el premio mayor de la política argentina.
Una parte del ideario de Milei puede no ser agradable para el empresariado y explica parte de esas prevenciones. Incomodan sus vilipendios contra los “empresaurios” que no arriesgan y hacen negocios con el Estado. Así esto sea mera retórica, va en desmedro de una enorme proporción de la burguesía argentina. La que tiene en la obra pública, los contratos con empresas estatales o la provisión de servicios públicos mediante subsidios, cuando no el centro, al menos una rama importante de sus actividades.
Incluso embiste al sistema financiero, al que acusa de dedicarse también a hacer negocios con el sector público en lugar de otorgarle préstamos a los emprendedores que lo requieren.
Y agita una propuesta de dolarización de la economía que no convence a buena parte de las empresas más concentradas, que tienen en las periódicas devaluaciones una fuente de realización de sus ganancias.
Otro reparo hacia el postulante “libertario” por parte del establishment tiene origen en que su discurso y sus gestos desmienten el andamiaje del “republicanismo” que se articula en el discurso hoy dominante. El economista ultraliberal no muestra respeto por ninguna regla, salvo las que se supone son las del mercado. Cualquier semejanza con un defensor del “Estado de Derecho” le queda en exceso lejana.
Su prédica en favor de la mercantilización universal de las relaciones sociales le gana simpatías del empresariado en términos de doctrina. Pero no supera las dudas sobre la factibilidad de un programa tan extremo, en manos de una fuerza política sin experiencia de gobierno y con estructuras frágiles, apenas en formación. Tampoco lo ayuda la posibilidad de que tales planteos desaten una conflictividad social inmanejable.
Esto no lleva aparejado que no consideren a Milei un hombre de su propio espacio. Sólo que aún no lo ven maduro como para tomar la dirección del aparato estatal. Tal vez verían con menos prevención que se produzca algún modo de convergencia con el ala más “dura” de Juntos por el Cambio, que le dé un rol importante, pero por ahora no protagónico, en la disputa política nacional.
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Desde el punto de vista de los intereses populares y de la preservación de las conquistas democráticas la “alternativa Milei” es la peor entre las hoy posibles. No sólo en el campo de la economía, sino en el ámbito sociocultural. Las posiciones del candidato de la ultraderecha quedan expuestas cuando se manifiesta contra el aborto legal o bien hace alianzas con portadores de ideas ultraconservadoras enfrentadas a cualquier posición progresiva.
Eso no le impide penetrar, a golpes de desencanto e incluso de desesperación, en ámbitos populares acosados por una crisis sin término, que devora sus salarios, precariza sus empleos y arroja a la pobreza a cada vez mayor número de argentinxs.
La pregunta que queda en pie es cómo hacer para dar mayor visibilidad y consenso a la perspectiva crítica desde la izquierda. Que por cierto no incluirá dinamitar el Banco Central, como proponen los “libertarios”, pero sí hacer saltar por los aires la explotación de los trabajadores, el saqueo de los recursos y la pérdida de soberanía a manos de los organismos internacionales.
Fuente: https://tramas.ar/2023/04/21/milei-cuando-ruge-el-leon/