Este 5 de marzo se cumplen 10 años de la muerte de Hugo Chávez, referencia ineludible de las luchas emancipatorias de nuestro continente y nuestro tiempo. Desde los colectivos de comunicación ContrahegemoníaWeb y Tramas.ar buscamos mantener viva su memoria no solo porque todo luchador y luchadora debe permanecer en la inteligencia colectiva de nuestro pueblo, sino porque creemos que la Revolución Bolivariana, aun en la fase de retroceso en la que se encuentra, posee un legado vigente y de gran potencialidad para los procesos de lucha, liberación y transición sistémica tan necesaria para superar la crisis estructural que vivimos. Y es por ello justamente que los medios y voceros del poder hegemónico occidental realizan tan ingentes esfuerzos en denostar al comandante venezolano. En tiempos donde pocos están dispuestos a valorar su legado públicamente, entendemos que un objetivo de la militancia y la comunicación desde abajo consiste en reivindicar el rol de Chávez como una de las piezas fundamentales del engranaje de la rica historia de organización, articulación y disputa popular de Nuestraamérica. Publicamos así una serie de notas en ambos portales que esperamos aporten nuestro granito de arena para tan urgente y necesaria tarea.
10 años sin Chávez, un manual de disputa por la hegemonía
Por: Mauro Berengan.
Este domingo 5 de marzo se cumple una década del fallecimiento del ex presidente venezolano Hugo Chávez Frías. Las aristas con la que podría recordarse a uno de los liderazgos transformadores más populares -en todo el sentido del término- del continente son inagotables. Hoy denostado por quienes esgrimen las penurias que errores de gobierno posteriores, sabotajes, robos, expropiaciones de capital internacional, bloqueos y sanciones han generado, escondiendo que eran ya profundamente “antichavistas” cuando Venezuela mostraba sus mejores índices en décadas, cuando a los nadies les había renacido la voz; reivindicar la acción revolucionaria, la acción de justicia de uno de los de abajo en el poder, es una tarea crucial que pocas corrientes, organizaciones y personalidades políticas parecen dispuestas a hacer.
Pero en esta nota no haremos un repaso de su gobierno, de sus medidas, de sus transformaciones. Nos centraremos en analizar a Chávez y quienes lo acompañaron como el despliegue de un “manual” de disputa de la hegemonía. Los casos de luchas que lograron arrebatar el poder a los bloques constituidos desde el capital sistémico para intentar un proceso de transición al socialismo son muy pocos en la historia; de ellos debemos extraer entonces estrategias que nos permitan superar izquierdas incapaces de realizar disputas exitosas que transformen la realidad y progresismos capaces de dar disputas que resultan estériles, continuistas, absorbidas por la lógica de reproducción del capital, al fin y al cabo dominantes ¿Cómo, con qué estrategias, logró el MBR200 (Movimiento Bolivariano Revolucionario 200) de Chávez vencer entonces las “trincheras de la hegemonía”, hacerse con el poder político y sostenerse en él realizando trasformaciones de justicia para los de abajo en búsqueda de una transición sistémica?[1]
No hay disputa de la hegemónica posible si el poder constituido por un bloque dominante no se agrieta y entra en crisis. Antonio Gramsci ha realizado una serie de distinciones sobre las crisis hoy muy estudiadas, pero quizás la categorización elaborada por Goran Therbon –en base a Gramsci- resulte más dinámica para este ensayo[2]. Therbon trabaja en tres planos, o tres trincheras de defensa de la hegemonía: lo que existe (o no), lo que es bueno (o malo, deseable o no deseable) y lo que es posible (o imposible). Una hegemonía en sentido estricto, gramsciano, implicaría la percepción de un orden social existente como universal y natural, como una única forma de vida y organización humana, o más bien su no percepción: el dominio es invisible, la vida es y será como es. Esto lleva a una tarea de disputa de la hegemonía que “desnaturalice” el dominio, que logre hacer percibir que esto que vivimos es solo una forma, injusta por cierto, de vida. Chávez y el MBR200, desde su irrupción pública a partir del intento de golpe del 4 de febrero de 1992, dedicaron cada intervención y documento a nominar y denostar el “puntofijismo”, el modelo sistémico nacido a mediados de siglo en base a la exportación petrolera sustentado en un armado político de alternancia de gobierno entre dos partidos mayoritarios con anuencia de la iglesia, las Fuerzas Armadas, los sindicatos, las corporaciones empresarias y los Estados Unidos: un bloque hegemónico. Con la crisis económica generada por el agotamiento del pacto en buena medida impulsado por las medidas neoliberales de los años 80, y un discurso articulado por Chávez que nomine “esto” que está en crisis con nombre y apellido, comenzó a caer la primera trinchera.
La segunda trinchera, en este caso, se derribó con el alcance de los escombros de la primera. Se trata de construir desde el poder que, si bien este orden es una construcción social y podría haber otros, este es el mejor de los órdenes posibles; impulsar desde el discurso una visión valorable al sistema. Pero el Caracazo de 1989 echó por tierra toda posibilidad de valoración positiva de un sistema que crujía. De tal modo cayeron estas dos trincheras que en las elecciones de 1993 Rafal Caldera, ciertamente un exponente originario del Pacto de Punto Fijo, tuvo que romper con su partido, crear uno nuevo, elaborar un discurso crítico a su propio pacto y a (algunas) medidas neoliberales, reivindicar el Caracazo que era visto desde el establishment como el accionar de una turba iracunda irracional, dar cierta razón a los comandantes sublevados en 1992, prometer su liberación, realizar alianzas con la izquierda que incluyeron al Movimiento al Socialismo y a Teodoro Petkoff (ex guerrillero y figura reconocida de las luchas sociales reclutándolo como funcionario) y en fin buscar una “revolución pasiva” que detenga la crisis sistémica. Un dato más del derrumbe de las trincheras hegemónicas: mientras que en las elecciones de 1989 los dos partidos mayoritarios y puntofijistas sumados, AD y COPEI, obtuvieron el 93% de los votos; en las del 2000 Chávez y su contrincante y ex compañero del MBR200 Arias Cárdenas (dos sublevados contra el puntofijismo) obtuvieron el 97% de apoyo; tal fue el estallido del pacto.
Pero volvamos: ante la estrategia de Caldera, Chávez continuó la impugnación sistémica mediante la abstención electoral englobando a todo el aparato estatal y al modelo económico como adversario, lo que implicaba cuestionar como una “izquierda de Washington” a quienes se sumaron al “Chiripero” de Caldera y atrás opciones “de absorción” como el mencionado Arias Cárdenas de candidato a gobernador por el partido también de “izquierda de Washington” Causa R.
Con esta impugnación se abre paso, camino a derribar la tercera trinchera, otro elemento de la estrategia: la agonalidad. Desde distintas conceptualizaciones (tomamos los términos y orientaciones de Javier Balsa [3] que reelabora las nociones de Laclau), dos grandes estrategias políticas pueden diferenciarse a la hora de articular las demandas dispersas, y a los sujetos y organizaciones que las encarnan, para construir hegemonía. La lógica “administrativista” consiste en asimilar los reclamos y deseos de quienes demandan/protestan de forma aislada y vaciadas de su contenido impugnador, separadas entre sí, de manera tal que no formen nuevas identidades políticas contrarias sino que el sistema las absorba mediante concesiones sin afectar el dominio. “Todos estamos en el mismo barco”, “administrar un país es como administrar una familia”, y demás frases similares, esconden el conflicto, lo niegan, buscan generar un todo bajo un dominio que invisibiliza la explotación de unos sobre otros. El progresismo no es tampoco ajeno a esta estrategia, los discursos de Lula y de Boric tienen mucho de ella. La estrategia contraria, la agonal, consiste en mantener el conflicto, en delimitar enemigos de modo tal que se genere pertenencia frente a una otredad, a una determinada articulación de ideas y sectores. Las distintas demandas de los sometidos (por trabajo, por salario, por reconocimientos de minorías, por libertad, por expropiar los medios de producción –supongamos-, contra la inseguridad, por la defensa del ambiente, o lo que sea en la diversidad del sometimiento) se articulan entre sí en torno a una demanda mayor, y/o a una persona que las encarnan. Así se constituyen polos contrarios, adversos.
Chávez supo articular las demandas que el ciclo de protesta abierto con el Caracazo había generado, para lo cual recorrió entre 1994 y 1996 las “catacumbas del pueblo” de todo el país –como dijo al salir de prisión. Con este fin, por un lado impugnó el sistema en su conjunto mediante la abstención electoral, mantuvo la agonalidad frente a la “claudicación” (o mejor, los proyectos más moderados) de quienes se sumaron al calderismo. Supo articularlas y encarnarlas en su persona, como líder que los llevaría a solucionar las penurias, pero también en una demanda de transformación que articule el resto de deseos: la Asamblea Constituyente, caballo central de batalla del MBR200 y del partido creado a partir de este, el Movimiento Quinta República (MVR). Poco después, y sosteniendo la impugnación discursiva, Chávez cambió la estrategia a partir de un sistema de encuestas que montó el propio movimiento y mostraba un apoyo muy elevado a una candidatura a presidente; viraje que costó aliados y dirigentes, pero que da cuenta también de un elemento más de la disputa: la no esencialización de las estrategias de poder.
Continuando con la agonalidad, al asumir la presidencia, en un discurso “confrontativo” que podría estudiarse como adverso del discurso de asunción de Boric (que reconoció “lo positivo” de TODOS los presidentes chilenos desde la democracia, y colocó como adversario solo a un misil que entró por la ventana 50 años atrás), Chávez juró “bajo esta moribunda constitución”, colocando la otredad en el pasado a destruir: puntofijismo y neoliebralismo; TODOS los presidentes del pasado son sus adversarios. Sostuvo la agonalidad también en el gobierno, buscó permanentemente el conflicto (desde los “escuálidos” y “pitiyankis” hasta el burgués-capitalista como contrario) aun piloteando el Estado que, en principio, posee una lógica “universalisante”, administrativista, articuladora de la Nación, el barco conjunto. Este sostenimiento impulsa la acción de las bases del movimiento. Cuando Dilma Rousseff cayó, la convocatoria en su apoyo fue más bien escasa y de derrota; la lógica administrativista es gris, lisa, de pocas pasiones. Cuando Chávez cayó, las mayorías populares bajaron en marejada del cerro a su respaldo. La agonalidad entonces, entendemos, es otra pieza clave y necesaria del manual de disputa hegemónica en un sentido emancipador.
Pero la trinchera de un cambio posible es la más dura de roer. Una crisis orgánica no se produce solo cuando el armado y la representación política entra en crisis, tampoco cuando a ello sumamos el quiebre de la estructura económica; para que caiga la monarquía con el rey, y no solo el rey, es necesario que la mayoría de la población vea posible otro sistema, y a quienes pueden llevarlo adelante. Esta operación requiere a su vez de la elaboración concatenada de distintas estrategias (siguiendo el “modelo Chávez” de disputa hegemónica).
En primer lugar, requiere de la identificación (en un acercamiento teórico entre lo que el marxismo ha tendido a llamar “estructura y superestructura”) del sujeto o la articulación de sujetos protagónicos de un cambio posible, en buena medida –no solo- a partir de su situación material, de clase. De “roscas” políticas y negociados –“cogollos” le dicen por el Caribe- vivía la política, incluida la “izquierda de Washington”, mientras las mayorías populares habitaban los barrios autoconstruidos de los cerros de Caracas en absoluta desconexión sistémica, gran parte sin escuelas, hospitales, sin documento de identidad, sin “experiencia política” en sentido organizativo, sin conocer el centro de Caracas. Allí estaba el sujeto, Chávez lo eligió y lo expuso explícitamente antes de llegar a la presidencia; como contraparte, el movimiento obrero organizado le sería esquivo. Pero ¿cómo convocar al sujeto predilecto?
La agonalidad mencionada requiere articular este sujeto entre sí y con otros que –como ellos- no necesariamente demandan lo mismo. Esto requiere elaborar un discurso capaz de convocarlos pues (de nuevo, articulamos estructura y superestructura) no cualquier discurso produce los resultados deseados como parece considerar Laclau; las pertenencias e intereses de clase ajustan dichas posibilidades. El discurso a elaborar debe poder representarlos, construir las mediaciones necesarias. Chávez y el MBR supieron hacerlo. Recurrieron a un tiempo de revolución y a un espacio latinoamericano con la figura que encarnaba ambos: Simón Bolívar. No ahondaremos aquí sobre el “árbol de las tres raíces” que puede buscarse fácilmente, o recurrir a tantos estudios del discurso como el de Elvira Narvaja de Arnaux (2008). Pero además Chávez era un llanero, Chávez supo captar la herencia afro-caribe de su pueblo sumada a la cultura guerrillera de los llanos (de allí Ezequiel Zamora como una de las tres raíces). Cantaba canciones populares en el escenario, recitaba poemas, hacía innumerable cantidad de chistes con una gracia difícil de igualar, decía groserías, fustigaba al adversario como en la esquina del barrio; Chávez no necesitaba impostar, era. Esta –llamémosla- “mediación directa” logró generar identidad en los cerros de Caracas y más allá, incluso naciendo ya con una gran fortaleza: pocos días después de su detención tras el golpe de 1992, y tras 1 minuto de discurso de un moreno desconocido que asumía las responsabilidades e improvisaba un “por ahora”, el apoyo a la sublevación rondaba el 75%, y en los disfraces tradicionales del carnaval caribeño predominaban las boinas rojas. La dimensión mítica de la disputa política, desde Sorel a Mariátegui, encuentra aquí su anclaje[4].
Pero esa dimensión requiere todavía de la creencia de un futuro mejor y posible. La propia centralidad de la revolución como camino y objetivo (desde el nombre: Movimiento Bolivariano Revolucionario), la Asamblea Constituyente, y la fundación de la Quinta República (desde el segundo nombre: Movimiento Quinta República) actuaron en esa dimensión: lo viejo ha de morir (Chávez citaba a Gramsci desde el penal de Yare en 1993), y lo nuevo por nacer tiene nombre y apellido: la República Bolivariana, la Quinta.
Mas no solo de mitos vive el hombre y la mujer. Estamos convencidos de que a ese futuro a crear en su dimensión de horizonte para la disputa por la hegemonía es necesario agregarle los pasos concretos, el camino desde el aquí: un programa. Uno de los primeros documentos públicos del MBR se tituló “Cómo salir del laberinto”, con propuestas políticas concretas, con un nombre que buscaba convidar certezas. Pero además “El libro Azul” de 1991, y más la Agenda Alternativa Bolivariana de 1996 (adverso, agonal, a la “Agenda Venezuela” de Caldera-Petkoff) contienen extensos desarrollos sobre aspectos concretos a realizar no solo en la estructura política (mediante la Asamblea Constituyente) sino en salud, educación, petróleo, infraestructura, producción agrícola, vivienda, geopolítica, etc.[5] Una dimensión generalmente olvidada por las izquierdas más “radicales” que tienden a colocar la solución de los temas concretos en futuras deliberaciones asamblearias de una masividad siempre a conseguir.
Finalmente, un último aspecto crucial debe mencionarse para lograr la acción y deseo de transformación del pueblo trabajador: llamémosle el “autoestima colectivo”. En la última trinchera de defensa de la hegemonía (este modelo existe, es malo, pero no puede cambiarse), un elemento crucial es la denostación del propio pueblo para re-construirlo como incapaz de producir una transformación. Permanentemente nuestros medios y dirigentes nos dicen, literalmente, “qué pueblo de mierda” (Luís Juez dixit), ninguna inocencia en ello. Construir el “consenso” para autopercibirnos inútiles, fracasados, vagos y corruptos nos quita capacidad de agencia popular, utopiza toda posibilidad de cambio y emancipación; el pueblo es minusválido, necesita ser tutelado, al fin y al cabo la democracia no es posible, para qué esforzarte y organizarte para cambiar algo de la injusticia toda si nadie sirve, mejor sálvate tú que esta sociedad no vale la pena. El “manual Chávez” de la disputa hegemónica contiene una permanente valoración del pueblo. Dijimos que no incluiríamos aquí los discursos, pero valga esta excepción del cierre de su intervención televisiva camino a la primera elección presidencial en 1998:
La historia tiene sus propias leyes, es implacable, yo así lo creo, aquí estamos en un momento crucial de nuestra historia (…) Lo que está en juego es el siglo que viene, la vida de la nación, el futuro de las generaciones que se levantan (…) el poder verdadero, está demostrado por los siglos de los siglos, el poder está en el colectivo, en el pueblo, en el soberano, es así reconocido en los arcanos de la historia de los pueblos (…) así lo siento, estamos presenciando con nuestros propios ojos la resurrección de un pueblo, un pueblo que se levantó (…) estamos a las puertas de escribir páginas imborrables para la historia venezolana, hagámoslo, nosotros podemos hacerlo. Cuando pasen los siglos, cuando pasen generaciones tras generaciones, cuando en el año 2050, 2060 o 3000, se estudie la historia de Venezuela, nuestros descendientes tendrán obligatoriamente que detenerse en este año 1998 (…) dejen atrás esas cúpulas [de AD y COPEI], como dijo Jesús de Nazaret un día “dejad que los muertos entierren a sus muertos” y vengan a la vida, vengan a construir la Venezuela nueva, la Venezuela que vive, la Venezuela que palpita. Es el momento de presenciar el nacimiento de la verdadera patria (…) Nosotros podemos hacerlo, el pueblo venezolano tiene estirpe, estirpe de poeta, de soñadores, de alfareros, de constructores. El pueblo venezolano es el mismo pueblo que hizo la independencia de medio continente hace apenas doscientos años, hagamos de nuevo una independencia nacional. Yo estoy seguro que lo vamos a hacer porque estamos hechos de ese barro, de ese barro de libertadores. Nuestro pueblo no es un pueblo corrupto, nuestro pueblo no es un pueblo cobarde, nuestro pueblo es un pueblo valiente, de constructores, de soñadores, de futuro.
Finalmente, construir esta capacidad de agencia popular para una disputa de la hegemonía en sentido emancipador no solo depende de reconstruir el “autoestima colectivo”, requiere de organización concreta, y de recursos para llevarla adelante. Son muchas las diferencias entre Chávez y el resto de la “oledada progresista” de principios de siglo, comenzando con la propia intención –y explicitación- de producir una transición sistémica de superación del capitalismo. Pero, más concretamente, la Revolución Bolivariana impulsó el traspaso de poder, de recursos, a la “tercera esfera”: del capital al Estado, del Estado a la comunidad. Comenzando con la politización vía elecciones (cinco en dos años y medio) que implicaba organización y debate, una catarata de ensayos de organización popular se sucedieron la más de las veces -en contramano de la pasivización- con el impulso estatal: Círculos Bolivarianos, Comités de Tierras (urbanas y rurales), Mesas de Diálogo, Misiones Sociales, Consejos Comunales, Comunas. Esta movilización popular, que ciertamente implicó una tensión autonomía/control con el propio gobierno, vino de la mano de una cuantiosa transferencia de recursos a la esfera comunal. En el “Manual Chávez” de la disputa hegemónica hubo claridad de que sin un pueblo fuerte, organizado, consciente, movilizado y con recursos no sería posible la disputa; una lección que parece olvidada.
Cerramos este repaso con una última estrategia de disputa: sin esencializar, pues la negociación no solo es inevitable sino también –ante el poder del adversario- muchas veces deseable, Chávez salió de cada conflicto que se presentó “por izquierda”, radicalizando su postura, su discurso y sus medidas ante el intento conservador y restaurador del adversario; baste recordad desde las 49 leyes habilitantes de 2001 hasta el “comuna o nada” de 2012, pasando por la re-introducción del horizonte socialista en 2005. Otra lección del manual que parece olvidada hoy en su propia coalición.
Volver la mirada a los procesos de disputa de la hegemonía en sentido emancipador que tuvieron aunque sea éxitos temporales, más allá de la dimensión ideológica concreta que estos adquirieron, debiera ser una tarea de primer orden para las izquierdas continentales. Ante la profundización de las crisis multidimensionales que vivimos, vencer las dos “tentaciones” de los intelectuales orgánicos y las organizaciones de disputa –partidos, sindicatos, asociaciones, listas internas, etc.- resulta crucial para terminar de derribar las trincheras de la hegemonía: ni ser siempre derrotados para mantener principios inamovibles teniendo la razón, ni llegar para no transformar nada sirviendo de pasivización sistémica. Chávez y el movimiento bolivariano tienen mucho para decirnos sobre estas alamedas.
[1] Por razones de extensión, no incluimos aquí los discursos, extractos de documentos y demás elementos que respaldan esta lectura de las estrategias tomadas, pudiendo consultarse en otros trabajos que publicamos.
[2] Therborn, Goran (1991). La ideología del poder y el poder de la ideología. México DF.: Siglo XXI.
[3] Balsa, Javier (2017). “Formaciones y estrategias discursivas, y su dinámica en la construcción de la hegemonía. Propuesta metodológica con una aplicación a las disputas por la cuestión agraria en la Argentina de 1920 a 1943”. Revista Papeles de Trabajo. Link.
[4] Publicamos un trabajo sobre la dimensión del mito en la disputa hegemónica chavista. Link.
[5] Abordamos el contenido de la Agenda Alternativa Bolivariana como contraparte del intento de revolución pasiva de Rafael Caldera y su Agenda Venezuela en otro artículo. Link.
Fotos de la Gira de los 100 días aportadas por el sociólogo Homar Garcés para esta investigación, de su registro personal ante la visita de Chávez a Portuguesa en junio de 1994.