Recomendaciones de La Tizza sobre la coyuntura peruana.
Las movilizaciones que apenas tomaban por escenario las regiones rurales del Perú, fundamentalmente en el sur, hoy, contra los pronósticos de «expertos», se desatan también por las calles de Lima. Mientras, en el Congreso se vuelven a pedir intermedios y se elaboran nuevos «textos sustitutorios de manera consensuada», para quedar bien con «todo el mundo» en eso de adelantar las elecciones — los legisladores se toman su tiempo cuando quieren — para el año corriente, como han exigido los manifestantes desde el pasado 9 diciembre, cuando un golpe de Estado bajó a Pedro Castillo de la silla presidencial, lo encarceló y subió al puesto a Dina Boluarte.
Después de sesenta muertos y más de novecientos heridos, hasta la OEA — con mucho respeto y tacto, por cierto — ha aprobado una «Declaración sobre los acontecimientos en el Perú», mostrando su «compromiso», «consternación», «preocupación» y realizando un «llamado» para que no peligre la «institucionalidad democrática».
Una encuesta del Instituto de Estudios Peruanos, desarrollada entre los días 21 y 25 de enero para el diario local La República, arrojó cifras que se complementan con lo que acontece en las calles. El 74 % de los encuestados sostiene que la actual mandataria debe renunciar, mientras que el 89 % desaprueba al Congreso y el 73 % exige que las elecciones presidenciales se efectúen este año.
En medio de estos ruidos y después de criminalizar una y otra vez las protestas, Dina Boluarte ya dio una especie de «ultimátum». Según la agencia Andina, la presidenta indicó que, de no ser aprobado el adelanto de elecciones por el Congreso, presentará un proyecto de ley para convocar a comicios generales en octubre, con una posible segunda vuelta en diciembre.
No obstante, la situación parece difícil de enmendar, mucho menos probable, no sobra reiterarlo, después de sesenta asesinatos. «Querrán decirnos que fue una piedra, querrán decir que no fueron ellos, querrán decir cualquier cosa; pero las imágenes NO MIENTEN. Todos vimos que quien mató a Víctor fue la policía», expone en televisión un periodista, tan solo en alusión a una de las últimas víctimas mortales.
Conscientes del drama incierto del día a día, de la consecución vertiginosa de declaraciones, denuncias, nuevas manifestaciones, represión, nuevas cifras que se suman con tanta facilidad, de modo tan frío que ni pareciese que hablamos de la vida extinta de personas, La Tizza propone una serie de materiales publicados en los últimos días por diversos sitios digitales, con el fin de arrojar luces sobre lo que ocurre en Perú.
«Se cumplió, detenidos todos estos terroristas», dice un militar peruano mientras graba un video en modo selfie. Realiza un paneo, muestra a los manifestantes bocabajo, contra la calle, y vuelve a su rostro, algo embarrado de sudor, y arremete: «Reventamos San Marcos».
Más allá de la sacudida para la opinión pública que significó la irrupción de la policía en la Universidad Nacional de San Marcos, el calificativo de «terroristas» no resulta casual en el contexto peruano, sino que tiene antecedentes directos en la maquinaria propagandista de Alberto Fujimori, que, sin pruebas, acusó como tal a miles de personas que acabaron perdiendo la vida.
Le proponemos el siguiente video del canal Chola Contravisual, que brinda una mirada al respecto.
Precisamente sobre el llamado «terruqueo» — calificar de terroristas a los manifestantes — versa el próximo artículo, donde su autor, Marcos Avilés, analiza el discurso mediático de cara a la actual coyuntura.
Las heridas y violencias que el «terruqueo» cultiva no se borran así nomás después de las elecciones. De hecho,
el «terruqueo» es parte de nuestra inacabable posguerra: aunque ya la mayoría de los actores de ese momento desaparecieron de la vida pública, los políticos en actividad no están dispuestos a que el lenguaje de esos años y su violencia se vayan también mientras les sean útiles.
Por su parte, la revista Crisis nos ofrece entender la actual lucha del pueblo peruano desde una perspectiva andina e indigenista. El odio segregacionista al «indio» y la consecuente rebeldía de este se presenta como un fenómeno de siglos, anclado a la conquista europea y a la posterior evolución de la colonialidad.
Explica el texto:
El «Incas sí, indios no», no nace en el contexto de la Confederación peruano-boliviana: tiene raíces muy marcadas en el periodo colonial, y representantes sobresalientes, incluso mestizos, como el inca Garcilaso de la Vega, quien elogia la grandeza incaica y su linaje de sangre, pero despreciaba a la masa indígena. Así, en la desestructuración política, administrativa y cultural, se forjó una narrativa agresiva que revalora la cultura incaica, pero desprecia a todos sus herederos. Por eso, los peores mercenarios de la burguesía nacional posan con el fondo de Machupichu o Sacsayhuamán en Cusco, las ruinas de Vilcashuamán en Ayacucho, los Baños del Inca en Cajamarca, la Isla de Los Uros en Puno, etc., pero sienten un especial desprecio por su gente cuando esta propicia un estallido reclamando derechos, busca un cambio constitucional o pretende acabar con las enormes brechas de desigualdad económica. La construcción de esa narrativa racista dominante hizo posible que todas las masacres del periodo colonial encuentren justificación. Después de todo, se trataba de dominar los cuerpos, pero también de construir nuevos esquemas mentales y culturales después de extirpar los prexistentes; se trataba de imponer una nueva memoria histórica, construir simbologías nuevas y de enterrar los hábitos, costumbres, mitos, símbolos, tradiciones y héroes.
Después del análisis histórico, los autores caen en los días que corren para advertir:
En este momento histórico, Pedro Castillo, y su intento de autogolpe, aparece como una figura mediocre y corrompida, al que la lucha de clases ha permitido fungir un papel caricaturesco de héroe encadenado, cuando la historia ya le tenía separado un pie de página en donde iba a convivir con los expresidentes que traicionaron la causa por la que fueron elegidos en las últimas dos décadas. Además, las condiciones sociales, han permitido que su caída sirva como pretexto para que el desborde popular tenga lugar. En esa gesta, Dina Boluarte aparece como el rostro de la traición, la cara visible de una derecha convencida de que el poder nace del uso correcto del fusil. Pero es también la asesina de un símbolo, de ese Perú profundo que ganó unas elecciones históricas en el contexto del bicentenario y aun así fue derrotado.
También le proponemos una entrevista desarrollada por Jacobin Latinoamérica al profesor e intelectual peruano Héctor Béjar, quien llegara a ser, incluso, canciller del expresidente Castillo. Béjar efectúa un análisis sociológico que abarca las últimas décadas y caracteriza las especificidades de los sectores populares que hoy protagonizan las manifestaciones.
¿Por qué protestan ahora? Porque ahora la prensa de la derecha, que además es concentrada y ultrarreaccionaria, dice que hay vandalismo en el Perú. Pero, ¡por favor!, ¡siempre hubo vandalismo! El vandalismo ha comenzado con los bancos, con los grandes. Cuando la gente toma los aeropuertos, se mete a las pistas de aterrizaje, quema las fiscalías, los juzgados, las comisarías y «no respeta nada»… ¿De qué nos quejamos cuando «no se respeta nada»? ¿Qué leyes quieres que se cumplan si estas no se cumplen en el Perú? Las protestas son pacíficas, siempre empiezan siendo pacíficas; es la forma en que son reprimidas por la Policía y ahora también por el Ejército lo que provoca la violencia.
Y los medios agudizan la cuestión empleando un lenguaje violento. Hace poco, por ejemplo, en un canal muy popular, convocaron al abogado de Castillo, pero la entrevista terminó a los gritos, con la entrevistadora pidiendo a los guardias de la televisora que sacaran a la fuerza al entrevistado del canal y todo… Ese es el estilo que manejan actualmente los grandes medios en el país. Así estamos, y ese es el tipo de periodismo que tenemos. Entonces, ¿qué país quieres? ¿De qué te quejas?
[…] Para mí la única salida posible — que legalmente no es posible en estos momentos — es que por propia voluntad el parlamento renuncie, dado el repudio que tienen por parte del pueblo. Que la señora Boluarte renuncie, que haya en el Perú una especie de gobierno provisional que de alguna manera refleje cierta honestidad… tenemos algunos personajes honestos, de izquierda e incluso de derecha… Podrían organizarse unas elecciones con tiempo y en calma, en las cuales se les ate las manos a los medios, se abran los medios al pueblo, se prohíba y castigue invertir en los candidatos, y que haya elecciones realmente democráticas, lo cual es una utopía.
Lo único que nos puede sacar de esta situación es la utopía, en otras palabras. ¿Qué quiere decir esto? Que este sistema llegó a su fin, murió. Ahora, si quieren, mantengan al cadáver, si quieren un cadáver armado hasta los dientes, una especie de Frankenstein con metralleta… ese sería el nuevo sistema que la derecha quiere para el Perú. Bueno, que lo hagan, pero vamos a tener una guerra civil, porque la gente no lo va aceptar. Esa es la situación, y así como están las cosas es difícil imaginar una salida posible. Los que están arriba no pueden gobernar y los que están abajo no toleran al gobierno.
El pasado 26 de enero, La Tizza publicó un diálogo con la organización feminista del sur del Perú, Mikamaru. A propósito de las constantes manifestaciones en el país durante los últimos años, preguntamos:
¿Por qué no «cuaja» una figura de izquierda que aglutine, aunque sea en primera instancia, una salida a la larga crisis política peruana?
Porque la misma situación de crisis no lo permite, los liderazgos son caudillistas o se desinflan con gran facilidad.
Otra condición es la resultante de tiempos de apatía política generalizada, con partidos de izquierda que no han llevado adelante procesos formativos ideológicos, atomización de las dirigencias burocráticas, todo esto sumado a que la convulsión nacional desde el 2019 no permite constituir un cuadro que represente el sentir y el clamor nacional.
Veronika Mendoza podía y aun puede, si decide tomar con mayor fuerza y dinamismo la batuta, construir un proceso de unidad de las fuerzas progresistas. No obstante, presenta claras debilidades: no cuenta con aparato movilizador, no tiene respaldo económico para tal empresa que le permita mínimamente movilizarse por el país llevando las banderas de esperanza y cambios de fondo, dentro de su movimiento cuenta con dirigencias sin capacidad organizativa (por sus claros defectos burocráticos) que le permitan ir cubriendo territorios… La apuesta por ahora se hace lejana.