¿A quién le importa?
Nuestra revista Materialismo histórico tiene una tradición en la organización de simposios: en jornadas especiales o debates en curso hemos examinado la cuestión de la organización política, el este asiático, la economía política de Robert Brenner y, más recientemente, el libro Imperio, de Hardt y Negri. Pero el actual es un simposio bastante diferente de los anteriores y tal vez no sea evidente para los lectores de una revista de investigación y teoría marxista por qué los marxistas deberían interesarse en la fantasía y lo fantástico.
Cuando solicitamos ponencias para el simposio tuvimos la precaución de no cerrar el tema. Fantasía y fantástico son términos polisémicos que incluyen el surrealismo, el sexo y la sexualidad, tradiciones folclóricas, interpretación de los sueños, fantasías de la vida cotidiana y utopías en general, sin olvidar el análisis de los géneros literarios. Y no olvidamos que desde hace mucho tiempo las consideraciones acerca de lo fantástico han sido parte de ciertas tradiciones marxistas. Estas van desde los análisis de Walter Benjamin y los marxistas de la Escuela de Frankfurt sobre el surrealismo, Kafka y Walt Disney, pasando por las reflexiones de Ernst Bloch sobre la utopía y surrealistas trotskistas como André Bretón y Pierre Naville, hasta las consignas de los situacionistas en sus intentos de transformar lo fantástico y los sueños en armas de clase. Al mismo tiempo, poner el foco en la fantasía permitió que fuesen exploradas áreas que usualmente no reciben mucha atención por parte de los marxistas. Y a pesar de la facilidad de identificación de tradiciones dentro del pensamiento marxista dirigidas a la fantasía, encontramos en algunos de sus representantes una cierta aprensión sobre el tema.
Una breve búsqueda de películas populares, libros, programas televisivos, historietas, videojuegos, etcétera, ilustra hasta que punto lo fantástico se transformó en un patrón cultural vernáculo. El extraordinario éxito de franquicias como Star Wars o El señor de los anillos, series de libros como el Harry Potter de J.K. Rowling o La materia oscura de Phillip Pullman alientan el interés popular en la fantasía. Por el simple hecho de atribuir un sentido a ese fenómeno y acoplar el pensamiento crítico a un terreno cultural que claramente atrae tamaño interés popular, ese modo estético ya es digno de ser investigado. A pesar de ello, nos gustaría explicar que hay otras razones.
Una de ellas puede ser la identificación de cierto elitismo cultural de izquierda entre marxistas que se regocijan en leer análisis sobre las novelas de George Elliot o las películas de Ken Loach pero titubean frente a Buffy, la cazavampiros. Aquí, los gustos sobrios de una Melvyn Bragg o un Lenin y su desprecio por la cultura popular se vuelven puntos de referencia para una cultura que vale la pena y omiten con una crítica luckacsiana no teorizada (¿inconsciente?) formas no-realistas decadentes.
El grado de correlación entre sensibilidades antifantásticas y elitismo cultural se puede ilustrar con facilidad con un simple ejercicio retórico: sería difícil concebir objeciones al hecho de que una revista que publique artículos sobre T.S. Elliot o Kean Loach se dedique también a los estudios sobre Kafka o Mikhail Bulgakov. En tanto que alta cultura, son autores sobre los que vale la pena escribir ya que su seriedad –es decir su estatus canónico- de alguna manera subordina su modo fantástico. Con este artículo quiero, como marxista, tomar serio la especificidad del modo fantástico, liberándola de una irónica (capitalista) distinción moderna entre baja y alta cultura.
Lo fantástico puede ser de especial interés para los marxistas por un motivo aún más importante, que se refiere a la peculiar naturaleza de la realidad social y de la subjetividad moderna. La realidad vivida en el capitalismo es la del fetichismo de la mercancía. Grandes cantidades de valor coagulado en forma de mercancía –cosas- cuyo “propio movimiento social tiene para ellos (los seres humanos) la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo control se encuentran, en lugar de controlarlas ellos”.
Las relaciones sociales entre los hombres “son sólo una relación social determinada entre los propios hombres que aquí asume para ellos la forma fantasmagórica de una relación entre cosas. (…) Así, los productos del cerebro humano parecen dotados de vida propia, como figuras independientes que traban relación unas con otras y con los hombres”
Nuestras mercaderías nos controlan y nuestras relaciones sociales están dictadas por sus relaciones e interacciones. “Pero no bien entra en escena como mercancía, se trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible [sinnlich übersinnliche]. (…) se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías y de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se lanzara a bailar”. En el capitalismo, las relaciones sociales cotidianas -la forma fantasmagórica– son los sueños, las ideas (o las quimeras) de las mercancías que reinan. La vida real en el capitalismo es una fantasía: el realismo, en rigor, una representación realista de un “absurdo que es verdad”, aunque no por eso resulte menos absurdo. Como ya expliqué en otro momento, la idea de una novela que se pretende realista sobre las desavenencias de una familia de clase media, donde éstas aparezcan herméticamente cerradas, puestas fuera de los conflictos sociales más amplios, sería menos escapista que, digamos, Ratas y Gárgolas, de Mary Gentle -ambientada en un mundo fantástico y que incluye racismo, conflictos industriales, pasiones ardientes, etc.- o Una semana de bondad, de Max Ernst (1934) -novela surrealista que por medio de collages reconfigura de forma amenazadora el mundo burgués en sus representaciones-, resulta poco convincente. Los libros realistas pueden pretender tratar del mundo real, pero eso no significa que en ellos éste reverbere de manera más total o con mayor discernimiento.
Fue precisamente por ese motivo que Kafka fue “uno de los pocos escritores que Adorno consideró (…) adecuado ante los desafíos de hacer literatura en el mundo moderno”. La verdad sea dicha, lo fantástico puede ser un modo especialmente adecuado para resonar con las formas capitalistas de la modernidad. La rutinaria acusación de que la fantasía es escapista, incoherente y nostálgica (cuando no abiertamente reaccionaria), aunque acaso sea cierta para gran parte de la literatura, carece de sustento. La fantasía es una modalidad que, al construir una totalidad internamente coherente aunque efectivamente imposible -teniendo en cuenta que, para la narrativa en cuestión, lo imposible es verdad- se mimetiza con el absurdo de la modernidad capitalista.
Esto es lo que vuelve a la fantasía objeto de interés para los marxistas. En la mejor de las hipótesis, lo fantástico puede ayudar a abrirnos a un arte crítico al permitirnos estudiar en detalle las paradojales formas modernas.
No se trata, claro, de atribuir una tendencia inherentemente subversiva a la fantasía: tampoco un arte critico sería una función restringida a la preocupaciones conscientes del escritor. Pese a todo, tanto el aparente radicalismo epistemológico del presupuesto básico del modo fantástico -que lo imposible es verdadero- como su inquietante semi-isomorfismo con la forma paradojal grotesca de la modernidad capitalista pueden ser puntos de partida para explorara porqué parece haber un número estadísticamente anómalo de escritores de fantasía y ciencia ficción que se identifican como de izquierda. Cuestiones de definición (¿dónde comienza la izquierda?) llevan a numerosas zonas grises, por lo que esto no puede ser considerado como una constatación científica. Pese a eso, la sensación de que hay un extraño predominio se mantiene.
Imposibilidad y extrañamiento cognitivo
Hay una tradición de estudios marxistas sobre ciencia ficción. Aunque recientemente haya ajustado su posición, la definición inicial de Suvin según la cual la fantasía es “una subliteratura de mistificación”, en lo fundamental distinta de la ciencia ficción (la amalgama entre ambas es, para Suvin, “desenfrenadamente sociopatológica”) continúa siendo muy influyente en este campo. De acuerdo con Suvin, la ciencia ficción, a diferencia de la fantasía, se caracteriza por el extrañamiento cognitivo, al operar con una mentalidad racionalista/científica, aunque distanciándose del aquí y ahora para poder extrapolar creativamente.
Por el contrario, uno de los puntos centrales de la posición que vengo delineando es que la ciencia ficción debe ser considerada como un subconjunto de un modo fantástico más amplio: el cientificismo sería la forma de la ciencia ficción de expresar lo fantástico (imposible pero verdadero). Consciente de que el supuesto rigor científico de gran parte de la ciencia ficción (incluyendo a muchos de los clásicos que definieron el género) es falsa, Freedman introdujo una modificación crucial al posicionamiento inicial de Suvin: “el conocimiento no es en si mismo (…) la característica que define a la ciencia ficción (…) Por el contrario es (…) el efecto congnitivo. El término central para la definición del género como tal no es un juicio epistemológico eterno al texto (…) sino, en cambio (…) la actitud del propio texto al tipo de extrañamiento que se está ejecutando”.
El propio Freedman considera que esta versión modificada distingue entre ciencia ficción y fantasía. Creo que, al reconocer que obras de extrañamiento no-científico (pero internamente plausible/rigurosas) comparten características cruciales de seriedad cognitiva, Freedman arroja luz sobre la constatación de que aquello que suele ser considerado especificidad de la ciencia ficción puede ser atribuido también a la fantasía. El conocimiento incoherente -para no llamarlo ad hoc– generalmente reconocido como parte de la fantasía también puede ser identificado en gran parte de las obras de ciencia ficción. Considero que sería más provechoso entender a la ciencia ficción como una manera de narrar lo fantástico, aunque se trate de una gama particularmente grande de convenciones. Aunque fuera posible distinguir obras, creo que cualquier intento de diferenciación teórica sistemática está condenada al fracaso.
El debate sobre si ciencia ficción y fantasía se pueden distinguir con nitidez o no es importante en la medida en que se relaciona con las concepciones modernas de lo imposible. Tengamos en cuenta la diferenciación que hace Marx entre “el peor de los arquitectos” y “la mejor de las abejas”. A diferencia de en cualquier abeja, “al final del proceso de trabajo se llega a un resultado que ya estaba en la cabeza del trabajador al inicio del mismo y, por lo tanto, ya existía de manera ideal”.
Para Marx, la actividad productiva humana, con su capacidad de actuar sobre el mundo y transformarlo -el mecanismo por el cual las personas hacen historia, aunque no bajo las circunstancias por ellas elegidas- está basada en una conciencia de lo no-real. De esta manera lo fantástico está presente en el momento más concreto de la producción.
El extrañamiento propio de la ciencia ficción tradicional está basado en la extrapolación y, por lo tanto, su imposible es más bien lo aun-no-posible. No se trata de un debate teórico abstracto. La forma cienciaficcionista de lo imposible encaja perfectamente en la teoría socialista. Lo aun-no-posible está incluido en la vida cotidiana y fecunda con potencial fantástico a lo mundano y lo real, como con elocuencia señala Gramsci: “La posibilidad no es la realidad, pero también es una realidad: que el hombre pueda o no hacer determinada cosa, esto tiene importancia en la valorización de lo que realmente se hace (…) Que existan las posibilidades objetivas de no morirse de hambre y que, aún así, se muera de hambre, es más importante de lo que parece”.
Aquello que suele considerarse fantasía, por el contrario, tiene como su imposible lo jamás-posible. Esta distinción me parece fundamental para explicar la antipatía de la izquierda por lo abiertamente fantástico, tanto en el arte o en el pensamiento. Aun así, teniendo en cuenta la corrección de Freedman, si los presupuestos para una fantasía son claramente lo nunca-posible, pero son tratados dentro del trabajo fantástico de manera coherente y sistemática, entonces su efecto cognitivo es, precisamente, aquel que suele asociarse a la ciencia ficción. Y es por eso que la seudociencia de gran parte de la ciencia ficción no se reduce a una encantadora afectación sino que socava la idea de que la ciencia ficción trabaja con un tipo de imposible totalmente diferente que aquel que trabaja la fantasía. Más allá de eso, es en extremo significativo que nuestra conciencia no se limite a girar en torno a lo imposible en tanto todavía-no-posible: el hecho de que el jamás-posible no haya sido eliminado y sí se haya convertido en un modo cultural extremadamente importante, es espantoso. Nuestra conciencia de lo real no es nada más que una función de actividades productivas inmediatas. Lo fantástico que nos desafía -lo jamás-posible- no va a desaparecer. El argumento que se podría sacar del ejemplo acerca del arquitecto y la abeja de Marx -de que lo fantástico es apenas un punto de referencia de lo no-fantástico- no se sostiene. En tanto que lo fantástico realiza su trabajo, posee también (al menos en la sociedad moderna) su propia dinámica.
En un trabajo cultural fantástico el autor pretende que lo cosas que sabemos imposibles son no sólo posibles sino reales, lo que termina por crear un espacio mental que redefine -o simula redefinir- lo imposible. Se trata de un truco que altera las categorías de lo no-real. Teniendo en cuenta la idea de Marx de que lo real y lo no-real están en permanente consonancia con la actividad productiva a través de la cual los seres humanos interactúan con el mundo, transformar lo no-real nos permite pensar de manera diferente lo real, sus potencialidades y los hechos.
Es importante subrayar, enfáticamente, que no se trata de la ridícula hipótesis de que la ciencia ficción formaría una visión esclarecida de las posibilidades políticas o que funcionaría como alguna clase de guía o manual de acción política. Lo que está sobre la mesa es la afirmación de que lo fantástico, sobre todo debido al hecho de que la realidad es una es una forma fantástica quimérica, es un buen recurso para auxiliar al pensamiento. Y Marx -cuya teoría tomaría la forma de una casa mal iluminada ocupada por espectros y vampiros- era muy consciente de eso. ¿Por qué otro motivo abriría El Capital proponiendo un -no enorme, como se suele traducir- sino monstruoso [ungeheure] cúmulo de mercancías?
Fundamentalmente, con esa conciencia más general del tema, la relación de la fantasía como género y la fantasía que impregna la cultura en apariencia no-fantástica se vuelve más clara.
Los límites de la utopía
Uno de los méritos de la concepción de lo fantástico como elemento que impregna la vida cotidiana es permitir que nos alejemos de una posición marxista simplificadora y defensiva del género con la condición de que éste asuma una dimensión utópica. En ¿Qué hacer? Lenin cita de manera admirable al crítico radical Pisarev y expresa esa excepcionalidad de un modo particular de soñar: “La disparidad entre los sueños y la realidad no produce daño alguno, siempre que el soñador crea seriamente en sus sueños, examine la vida con atención, compare esas observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje a conciencia para cumplir sus fantasías”.
Entender la fantasía como incorporación en el pensamiento humano de una potencia transformadora y emancipadora es de especial interés, tanto político como estético, para los marxistas. Puede incluso ser entendido como un arma política en sí: “En tanto nuestras demandas no se hayan concretado, la fantasía librará una guerra constante contra la sociedad”. No se trata, pese a todo, de sugerir que tales articulaciones de la fantasía son el lugar donde el interés de los marxistas por la fantasía debe comenzar o terminar.
La cita aprobadora que hace Lenin de Pisarev es, en verdad, limitada con respecto a lo que dice de los sueños y la fantasía, no sólo por su defensa de una especificidad de un utópico-soñar dirigido a un objetivo sino por su implícita -y dura- crítica a otros modos de soñar. En contraste con el sueño que “puede correr por delante del desarrollo natural de los acontecimientos”, Pisarev (y presumimos que Lenin) no tiene tiempo para los sueños que pueden “tomar una dirección que ningún desarrollo natural de los acontecimientos nunca seguiría”. De hecho, al afirmar que el primer tipo de sueño no produce ningún daño ni distorsiona o paraliza la fuerza de trabajo implica que el sueño tangencial, esto es verdaderamente fantástico y no dirigido por la realidad puede, sí, causar daños. Cuando Pisarev/Lenin terminan afirmando que cuando existe contacto entre los sueños y la vida todo está bien, las limitaciones de esa forma de abordar el tema se hacen claras. Existe siempre alguna clase de conexión entre los sueños y la vida, y nuestra tarea es iluminar esas conexiones, más allá de cuál sea el sueño -o la fantasía- del que se trate.
Hasta acá, la división entre ciencia ficción y fantasía que predomina en el reino de las investigaciones y las producciones académicas -y también, en cierta medida, entre los fans- mimetiza la miopía de lo que Lenin dice en relación con los sueños. Ya sea que se considere que la ciencia ficción extrapola del presente hacia adelante o que Lenin nos convoque a transpolar desde nuestros sueños al ahora, los dos enfoques consideran fantasías políticamente defendibles sólo a las que están orientadas hacia el futuro. Lo que necesitamos es reconocer la especificidad de lo fantástico, dándole sus propias fronteras que no demanden una constante referencia a la vida cotidiana para su validación. De esa manera escaparemos de una dinámica estrictamente extrapoladora (puesto que las formas fantásticas pueden extrapolar la realidad social de maneras más mediadas y complejas de lo que a Lenin y algunos teóricos de la ciencia ficción les gustaría admitir), que acusa a la fantasía de políticamente irrelevante, en el mejor de los casos, y de dañina, en el peor.
Irónicamente, el utopismo -blanco, en su forma más directamente política, de críticas extenuantes e incisivas por parte de Marx y Engels- es con frecuencia considerado, como forma estética, el único modo fantástico admisible para la izquierda. El utopismo es una articulación de lo fantástico ordenado para las polémicas sociales, con fines potencialmente transformadores, y, como tal, de gran interés para los marxistas. Sin embargo ese interés no debe ser concebido en detrimento de la forma que lo articula: lo fantástico en sí.
Es ese modo tout court, esa realidad generalizada de lo irreal, lo que busco abordar. Independientemente del grado de mercantilización y domesticación al que lo fantástico, en sus diversas formas, esté sujeto, necesitamos la fantasía para pensar el mundo. Y para transformarlo.
Textos citados
Karl Marx, Das Kapital.
Norman Geras, Essence and Appearance: Aspects of Fetishism in Marx’s Capital.
Anne Halley, Theodor W. Adorno’s Dream Transcript.
Darko Suvin, Considering the Sense of ‘Fantasy’ or ‘Fantastic Fiction’: An Effusion.
Darko Suvin, Metamorphoses of Science Fiction: On the Poetics and History of a Literary Genr.
Carl Freedman, Critical Theory and Science Fiction.
Antonio Gramsci, Cuaderni del carcere
Vladimir I. Lenin, Что делать?
[1] Slogan del grupo radical neoyorquino Up Against the Wall/Motherfuckers
Fuente: https://sonambula.com.ar/synco/?p=56