Transición energética es una expresión ubicua en los discursos de quienes pretenden combatir el cambio climático. Aparece como la poción mágica que nos salvará del cataclismo.
Este discurso no es nuevo. Nacido hace 55 años, promete un cambio dentro de la continuidad, una evolución armoniosa y natural, léase inevitable. Transición, eso suena bien, apacible, sin brusquedades, a diferencia de las brutales ruptura, o peor aún, revolución. Por tanto, vale la pena examinar más de cerca esta fórmula, repetida como un mantra, su (in)eficacia, su historia, su función.
En boca de las COP
En noviembre de 2022, mientras que el planeta arde y se impone una urgencia absoluta, la COP27 concluye de nuevo con la negativa de los Estados a arremeter contra las energías fósiles. La siguiente COP tendrá lugar en Dubai, lo que significa que es muy poco probable que haga algo más que en las reuniones precedentes. En el conjunto del texto final adoptado en Sharm el Sheij, la palabra transición aparece nada menos que once veces y en cuatro ocasiones incluso la califica de ¡justa!
Fue en 2021, en Glasgow, cuando se citaron por primera vez (tímidamente) las energías fósiles en el acuerdo oficial. Un año después, la COP27 se contenta con repetir las mismas fórmulas vacías. El punto 16 es el único que menciona las palabras fósil y carbón. Los términos gas y petróleo, a su vez, brillan por su ausencia, cuando la combustión de carbón, gas y petróleo está en el origen de cerca del 90 % de las emisiones mundiales de CO2 y el carbón usado para generar electricidad emite por si solo el 45 %.
En una proeza de prudencia alambicada,
invita a las Partes a acelerar la puesta a punto, el despliegue y la difusión de tecnologías, así como la adopción de políticas, encaminadas a operar una transición a sistemas energéticos de bajas emisiones, en especial intensificando rápidamente el despliegue de medidas de producción de electricidad limpia y de eficiencia energética, inclusive acelerando los esfuerzos encaminados al abandono progresivo (phase down) de la electricidad generada con carbón y a la supresión (phase out) de las subvenciones ineficientes a los combustibles fósiles.
En la parte III, consagrada a la energía,
las transiciones limpias y justas a las energías renovables están destinadas a reforzar una panoplia energética limpia, incluidas las energías renovables y de baja tasa de emisión, […] en el marco de la diversificación de las fuentes y de los sistemas sistemas energéticos.
Se entiende que la diversificación no significa ni supresión ni sustitución de los combustibles fósiles, que ni siquiera se mencionan.
¿Desarrollar las energías renovables? Sí, si esto rinde, pero sobre todo complementándolas con las fósiles, que no es cuestión de abandonar. Se apreciará asimismo la noción de “panoplia energética limpia”, que incluye tecnologías peligrosas, como la captura-secuestro del carbono, que tanto defiende la industria fósil, que juega con la posibilidad de capturar el CO2 a la salida de la chimenea de la fábrica. La industria estuvo presente con 636 lobistas, aun más numerosos en esta COP que en la precedente y también que las delegaciones nacionales de los diez países más afectados por las alteraciones climáticas, según la ONG Global Witness.
¿Y en la realidad?
Los últimos años nos han enseñado muchas cosas. En 2020, la pandemia redujo drásticamente la actividad económica y la demanda de energía, y el confinamiento provocó una caída importante del consumo de combustibles fósiles, particularmente en el transporte. Esto quedó reflejado en la disminución de las emisiones de CO2 fósiles, cifrada en – 7 % en promedio (– 12 % en EE UU, – 11 % en la Unión Europea). Un descenso tanto más notable cuanto que estas emisiones han estado creciendo continuamente desde 2005 hasta 2018 (+ 1,4 % anual en promedio entre 2005 y 2017, + 1,9 % en 2018).
En 2021, el relanzamiento de la actividad económica mundial comportó un aumento del 4 % de la demanda mundial de energía. A pesar del crecimiento importante de las energías renovables, la mayor parte del aumento de la demanda se cubrió con combustibles fósiles. Así, para la producción de electricidad, el uso de las energías renovables creció un 5 %, el de carbón un 9 %. Este aumento explosivo se tradujo mecánicamente en un alza récord de las emisiones del 6 %.
El crecimiento de la demanda, combinado con una crisis de la oferta y los efectos de la invasión de Ucrania por la Rusia de Putin, ha provocado una crisis energética mundial que se traduce en un alza de precios sin precedentes y… de los beneficios igualmente excepcionales de las compañías fósiles. A partir de septiembre de 2021, los precios alcanzaron niveles superiores incluso a los de 1973, en plena crisis petrolera; el del gas se multiplicó por diez en Europa y Asia y por tres en EE UU. Estos incrementos no han comportado una caída de su uso, sino todo lo contrario.
Ante el alza de precios de las energías fósiles, lejos de tratar de prescindir de ellas, muchos gobiernos han optado por políticas que no han hecho más que reforzar su importancia. Asistimos, según el caso, al aumento de la producción interna (carbón en China), a un rebote de la explotación de yacimientos que con el aumento de precios vuelven a ser rentables (fracturación hidráulica para obtener gas en EE UU…) y a la diversificación de las importaciones a favor de productos como el gas natural licuado (GNL). Este último es un potente emisor de gases de efecto invernadero, pues es preciso licuarlo por compresión a fin de cargarlo en buques metaneros y después regasificarlo para poder utilizarlo, dos procesos que consumen energía fósil.
La lista de proyectos climaticidas (re)lanzados al amparo de la crisis es demasiado larga para detallarla aquí. Sobre todo, como muestra un análisis publicado el 29 de agosto de 2022 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la Agencia Internacional de la Energía (AIE), el apoyo público global prestado a los combustibles fósiles en 51 países casi se ha duplicado, pasando de 362.400 millones de dólares en 2020 a 697.200 millones en 2021. Y eso que solo se trata del apoyo directo.
“La transición energética no está en marcha”
Esto es lo que afirma y demuestra el informe de 2022 sobre la situación mundial de las energías renovables del REN21. En efecto, antes de la pandemia, en diez años la capacidad de producción de energías renovables ha aumentado efectivamente, pero el consumo global de energía y la utilización de combustibles fósiles han crecido más rápidamente. De este modo, la parte de los combustibles fósiles en el consumo final total de energía se ha mantenido prácticamente estable desde 2009 (del 80,7 % en 2009 ha pasado a ser del 79,6 % en 2019). Las energías renovables han cubierto un poco más del 11,7 % de la demanda final mundial de energía en 2019, frente al 8,7 % diez años antes. Sin embargo, durante este periodo el coste de producción de las energías renovables ha descendido espectacularmente. Así, el coste de la solar fotovoltaica ha caído un 89 % entre 2010 y 2021 (de 0,400 a 0,046 dólares el kWh).
Financiaciones y subvenciones descomunales para las fósiles
De 2016 à 2021, los 60 bancos más grandes del mundo concedieron 723.000 y 830.000 millones de dólares cada año a los criminales climáticos, para alcanzar el importe acumulado de 4,6 billones de dólares. En 2021, la financiación que destinaron al sector particularmente destructor de las arenas bituminosas creció un 51 %. Entre las compañías beneficiarias figuran TotalEnergies, Exxon Mobil, BP, Petrobras o Saudi Aramco, y entre los bancos inversores, J. P. Morgan ocupa el primer puesto y BNP Paribas el décimo, pero este es el primero entre los inversores de plataformas marítimas de extracción de petróleo y gas.
Los Estados no se quedan a la zaga. “Los combustibles fósiles reciben 11 millones de dólares en subvenciones por minuto”, anuncia el Fondo Monetario Internacional (FMI). Según este organismo, “a escala mundial, en 2020 las subvenciones a los combustibles fósiles ascendieron a 5,9 billones de dólares, que representan el 6,8% del PIB, y deberían alcanzar el 7,4 % del PIB en 2025”. Es decir, todos los años se destina más dinero al sector fósil que el total de medios invertidos en la sanidad en el mundo entero.
Para llegar a este resultado, el estudio del FMI tiene en cuenta los apoyos concedidos a las energías fósiles en sentido amplio, a saber, las subvenciones directas, o explícitas, al petróleo, al gas y al carbón. Se trata de las rebajas decretadas por los gobiernos del precio de los carburantes o del apoyo directo a los productores, así como de subvenciones implícitas asociadas a la financiación de las consecuencias negativas del uso de estas energías. Son estas últimas las que pesan más en la balanza, con un 88 %.
Este cálculo se basa en la idea perfectamente liberal de que el precio correcto de las energías fósiles, que integre esas externalidades negativas, permitiría que los mecanismos de mercado, en condiciones de competencia no falseada, operaran debidamente conduciendo a la transición a las renovables, que de este modo serían más competitivas. Sin embargo, permite arrojar luz sobre los efectos deletéreos de las energías fósiles y… de los sesgos de los Estados.
Efectivamente, es sin duda el dinero público el que soporta los costes ocultos, pero muy reales: los asociados a la contaminación atmosférica representan al parecer cerca de la mitad de las subvenciones mundiales, seguidos de los costes del calentamiento climático y de las consecuencias materiales, como los atascos y el mantenimiento de las infraestructuras, o humanas, como los accidentes de carretera…
Sabiendo que la transición energética no existe en la realidad, ¿cómo explicar la insistencia en invocarla con tanta obstinación a pesar de los hechos?
¿De dónde procede la expresión transición energética?
Esta expresión de geometría variable pretende ora describir el pasado, ora preparar el futuro. Para Jean-Baptiste Fressoz/1, quien ha estudiado su genealogía en EE UU desde la segunda guerra mundial, sirve para
proyectar un pasado energético imaginario a fin de anunciar un futuro que podría serlo también.
Constata que, contrariamente a lo que se repite machaconamente, la historia energética no está formada por transiciones energéticas, sino por adiciones. Hablar de fases que supondrían una sucesión que va de antes de la revolución industrial con la madera, seguida del siglo XIX con el carbón y después al siglo XX con el petróleo, se contradice con las realidad histórica.
Así, la revolución industrial vio cómo creció vertiginosamente el consumo de madera en pleno siglo XIX en los países industrializados. A comienzos del siglo XX, Gran Bretaña consumió más madera tan solo para extraer carbón de sus minas (tablones, puntales, postes) que el que quemaba a mediados del siglo XVIII. El petróleo no sustituye a la hulla, sino que incrementa su extracción para producir sus buques petroleros, oleoductos y refinerías. El automóvil necesita infraestructuras y siderurgias que consumen grandes cantidades…
La idea de transición no se basa por tanto en “una observación del pasado”, que vio aumentar el consumo de carbón, petróleo e hidroelectricidad conjuntamente y sumándose, sino que proviene de la “anticipación del futuro”; “no procede de la historiografía, sino del entorno de la prospectiva energética”. Su emergencia es relativamente reciente y está íntimamente asociada a la energía nuclear.
En 1953, un informe encargado por la Atomic Energy Commission (AEC), titulado Energy in the Future, parte de tres previsiones: la demanda creciente de energía, el agotamiento del petróleo y del carbón en el horizonte de un siglo y… el calentamiento climático, para concluir que las reservas fósiles se habrán agotado en 2050 y que es inexorable una “transición a la energía nuclear”. La energía nuclear promovida es la de los supergeneradores, de los que se dice que “abrirán un futuro energético sin fin a la humanidad” y permitirán desbaratar las amenazas que supondría la rarefacción de los recursos energéticos.
No se trata de que sea competitiva frente a las energías fósiles, sino de sustituirla cuando dé señales de agotarse. La cuestión nuclear no es entonces económica, sino existencial. De inmediato se multiplicaron las alertas sobre el pico del petróleo, la crisis energética (bastante antes de la crisis del petróleo de 1973)… siempre asociadas a la promoción de los supergeneradores. En ese contexto nació, en 1967, la expresión transición energética, que cosecha un éxito inmenso hasta nuestros días, abarcando proposiciones diversas y variadas, léase contradictorias.
En boca de Jimmy Carter en 1977, designa un plan energético que prevé la multiplicación por tres de la extracción de hulla. J.-B. Fressoz subraya que para fundamentar su discurso, Carter invoca la historia y la fábula de los tres sistemas energéticos, madera seguida de carbón y después de gas/petróleo, que supuestamente se suceden de forma casi natural en el tiempo.
Transición: el gran cajón de sastre
Frente al cambio climático, al final de la década de 1980 la respuesta es: hay tiempo. La declaración aprobada en la primera conferencia mundial sobre el cambio climático, celebrada en Ginebra en 1979, afirma:
Es posible que los efectos del cambio climático resulten significativos a mediados del siglo que viene. Este margen de tiempo basta para reorientar, si es preciso, la manera en que opera la economía mundial, la agricultura y la producción energética.
El plazo para implementar el abandono de las energías fósiles se cifra en unos 50 años. Por tanto, hace falta apresurarse lentamente… A partir de ese momento, la transición energética pasará a ser la palabra clave de todas las conferencias internacionales, el término recurrente de los gobiernos. Es sinónimo de inacción climática. En los tres decenios que siguieron, el consumo mundial de gas se triplica, el de carbón se duplica y el de petróleo aumenta un 60 %.
Desde 2010, en EE UU, la transición energética comprende el desarrollo a gran escala de la extracción de gas de esquisto para liberarse de la necesidad de importar hidrocarburos de Oriente Medio. En Francia, en nombre de la transición energética, Macron relanza el programa nuclear promovido a la categoría de energía descarbonizada…
Transición también con respecto a los trabajos de modelización para lograr la neutralidad de carbono en 2050. El proyecto de la asociación Négawatt se basa en la articulación de sobriedad y eficiencia para reducir a la mitad el consumo de energía y en el desarrollo de las renovables hasta cubrir el 100 % de la producción. Prevé el cierre total de las centrales nucleares en 2045. La Agencia de la Transición Ecológica (ADEME) presentó cuatro guiones que se distinguen por el volumen de la reducción del consumo (de – 55 % à – 25 %) y, de manera inversamente proporcional, el de la absorción del CO2 en los sumideros de carbono que constituyen los bosques y las praderas, o mediante tecnologías (peligrosas) de captura-secuestro. En cambio, todos tienen en común mantener al menos en parte la energía nuclear.
Después de haber optado, entre tres hipótesis, por la del “menor cambio del modo de vida y la reindustrialización profunda”, que conducirá previsiblemente al mayor consumo de energía en 2050, la Red de Transporte de Electricidad (RTE) presentó seis posibles modalidades de producción de electricidad: tres consisten en el abandono de la energía nuclear entre 2050 y 2060 y otras tres en la construcción de nuevos reactores nucleares para generar entre el 25 % y el 50 % del mix energético de aquí a 2050. Su evaluación de las seis posibles opciones concluye, como era de esperar, que hay que ¡privilegiar la renovación del parque nuclear!
Estos trabajos tienen el gran mérito de proporcionarnos elementos cuantificados correspondientes a los distintos consumos, a las capacidades de producción, a los posibles ahorros de energía…, cifras que siempre hay que contemplar con espíritu crítico. También evidencian, a veces de forma involuntaria por el sesgo que introducen, que las decisiones en materia de energía son decisiones políticas y sociales, opciones de sociedad.
Cambiar de energía y… cambiar de sociedad
El productivismo capitalista, basado en el extractivismo fósil, ha llevado a la humanidad a un dramático callejón sin salida tanto ecológico como social. Entre las múltiples alteraciones ecológicas, el cambio climático es el más global y el más peligroso. Amenaza con hacer de la Tierra un lugar inhabitable para miles de millones de personas, las más pobres y las menos responsables de este desastre. Para detener la catástrofe en cierne es imperativo reducir a la mitad las emisiones mundiales de CO2 y de metano antes de 2030 y anularlas antes de 2050.
El fin de las energías fósiles no es negociable. Es imperativo pasar de un sistema energético basado en un 80 % en las energías fósiles a un nuevo sistema basado en las energías renovables. Se trata, claro, de un sistema nuevo y no de sustituir las primeras por las segundas en un sistema que se mantenga idéntico. El sistema actual está construido para las energías fósiles. Recuperar la misma producción centralizada, el mismo modo de distribución… sería ineficiente, ecológicamente destructivo y socialmente desastroso.
Como subraya Laurence Raineau/2,
el sistema energético actual no permite que las energías renovables aprovechen su mejor baza: explotar en todas partes las múltiples fuentes de energía disponibles localmente, aunque sea con un bajo grado de intensidad, para que sumen y se complementen. Un nuevo sistema debería adaptarse a esta energía abundante, inagotable, pero dispersa, acercando por ejemplo la fuente al lugar de consumo.
Abandonar las energías fósiles implica que alrededor del 80 % de las reservas conocidas de carbón, petróleo y gas natural habrán de permanecer en el subsuelo y al mismo tiempo que gran parte de las instalaciones asociadas al sistema energético fósil deberá desguazarse (el resto se pondría al servicio de la construcción del nuevo sistema). Ahora bien, reservas e infraestructuras (una quinta parte del PIB mundial) representan todo un capital para las compañías y los Estados capitalistas que las poseen. La enorme destrucción inevitable de capital no tiene mucho que ver con una transición suave: ¡supone enfrentarse a los sectores más poderosos y estructuradores del sistema capitalista!
Si el viento y el sol son inagotables, los materiales necesarios para poder aprovecharlos no lo son. Por tanto, es imprescindible reducir el consumo final de energía, es decir, la producción material y los transportes. Este decrecimiento es un imperativo físico objetivo: en este contexto, hay ciertas producciones que habrán de crecer para responder a las gigantescas necesidades no satisfechas de la parte más pobre de la humanidad.
Responder a estos dos imperativos supone una ruptura radical con el sistema capitalista y su lógica productivista: se trata de dejar de producir mercancías para lucrarse y en su lugar producir valores de uso para satisfacer las necesidades. Ya no es la lógica del beneficio la que guía y organiza la producción, sino la determinación democrática de las necesidades humanas reales y la regeneración del ecosistema mundial… Se trata de un verdadero cambio de civilización, de una revolución ecosocialista.
Notas:
/1 Jean-Baptiste Fressoz. “La ‘transition énergétique’, de l’utopie atomique au déni climatique : USA, 1945-1980”, en Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine, 2022/2 (n° 69-2), p. 114 a 146.
/2 Laurence Raineau, “Adaptation aux changements climatiques : Vers une transition énergétique ?, en Natures Sciences Sociétés, 2011/2 (vol. 19), p. 133 a 143.
Fuente: https://rebelion.org/la-imposible-transicion-energetica/